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EL RINCÓN DEL CUENTO
_ No quieres casarte conmigo, porque seguramente soy poca cosa para ti y tu noviecito, ese del carro, sigue buscándote, ¡ya me lo dijeron! Pero no te preocupes, te voy a dejar para que seas feliz, solo te pido que cuando vayas a mi sepelio no llores, porque eso es lo que tú quieres, verme muerto, ¡te urge deshacerte de mí!
-Pero mi amor, tu sabes que eso no es cierto, no tengo ningún otro novio yo también te quiero, sino, no saldría contigo, pero entiende que hay muchas cosas que quiero hacer antes de casarme, estamos muy jóvenes, apenas tenemos diecinueve años y… -protestaba débilmente Elisa.
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_ ¡Es que yo no quiero esperar a que termines la escuela! ¡Yo puedo trabajar y tú puedes estudiar, además, si quieres, podemos tener hijos hasta que termines! ¿Qué te parece? -decía Israel con la pasión incendiándole los ojos- Bueno, si quieres no me contestes hoy, te doy quince días, pero mientras, ¿por qué no quieres estar conmigo?
_ Es que eso implica un mayor compromiso Israel… -Elisa iniciaba apenas, cuando él la interrumpió con violencia…
_ ¿Y qué? ¡Eso es lo que yo quiero, un mayor compromiso! ¿Ya ves como tengo razón? ¡Pero no te preocupes, no me volverás a ver! -y la dejó llorando, creyendo que ella tenía la culpa… “pobrecito”pensó- ella no tenía el derecho de lastimarlo así, tan amoroso, tan desvalido, sintió enormes deseos de protegerlo… y fue tras él.
_ ¡Espérame Israel!… perdóname, tienes razón, si eso te hace feliz, vamos a estar juntos… Así, sin saberlo, Elisa iniciaba la telaraña de la tragedia, en la que se fue envolviendo día tras día, hasta llegar a este momento, en que su vida escapa lentamente, frente a sus hijos, que asustados, lloran junto a su cuerpo lánguido.
En estos últimos momentos de su vida, en los que los recuerdos fluyen desde tiempos remotos, Elisa se vuelve a hacer la pregunta que durante años, revoloteó en su mente. ¿En verdad lo quería? ¿Sólo fue atracción? ¿Quizá la presión que Israel ejerció sobre ella? ¿Qué fue lo que la mantuvo a su lado? y se dice que sí, lo quería y mucho, él era su vida, ella quería estar todo el tiempo con él, aunque no estaba convencida del todo de formalizar la relación mediante un documento, se imaginaba ancianita a su lado… los dos solos, cuando los hijos se hubieran ido, rememorando el principio, acompañándose y queriéndose siempre.
Peleaban es cierto. “Todas las parejas, tienen sus problemas”, eso le decían sus amigas y ella lo entendía. Israel siempre reclamaba novios pasados y conforme pasaba el tiempo, amigos y amigas se fueron alejando, tal vez porque ella ya no respondía a sus llamados y ellos no querían causarle problemas, el caso es que poco a poco se quedó sola y de pronto, se vio tomando la decisión que marcaría su vida.
En este momento, tendida sobre el frío piso de su vivienda, reconoce que sus principios, quebrantados, tuvieron un enorme peso en la decisión que tomó, después de todo, “tenía” que casarse con él, en los hechos, ella ya era la mujer de Israel y si terminaban, no estaba segura si podría iniciar una relación formal con otro hombre, además, ya se imaginaba a sus padres ¡qué vergüenza para la familia! Así que un día le dijo:
_ ¡Está bien ve a hablar con mis papás!
Ese día él no cabía de felicidad, le llevó rosas y la llevó a cenar a un pequeño lugar que a ella le pareció la gloria y aunque sus padres se opusieron al principio, tuvieron que ceder cuando ella hizo valer sus derechos de mayoría de edad. Pero mis sueños no son propios... están plagados de fantasmas.
Conforme el tiempo transcurría, se dio cuenta que nunca sería feliz al lado de Israel. Hoy, a la luz de los años y con el ronronear de la muerte sobre su cuerpo, recuerda que el día que se casaron, por un incidente sin importancia, él la humilló frente a los invitados y ella no supo hacer otra cosa que llorar. Esa sería su vida a partir de entonces, solo llorar, tal vez para causarle lástima y que él no la golpeara más, no lo sabe, pero los recuerdos, que, como ríos, cristalinos e impetuosos, se abren paso, la vuelven a lastimar…
_ ¡Si no te parece, la puerta es muy ancha !, puedes salir, pero si te vas, no creas que vas a regresar, porque hay otras que quisieran estar en tu lugar y más vas a tardar en irte, que otra en llegar -fue la cantaleta que, con cinismo y desprecio, le espetó al día siguiente de casados y que la seguirían a lo largo de su vida. Al poco tiempo de vivir juntos, Israel estaba irreconocible, Elisa rememora que aquel tono de voz cariñoso y juguetón desapareció como por arte de magia, en cuanto estamparon su firma en ese documento maldito que se llama pomposamente “contrato de matrimonio”, al que ambos llegaron de común acuerdo y en cuanto traspusieron la puerta de la casa que sería su hogar, supo que este no era su lugar, pero ya no pudo regresar, pensaba en lo que dirían de ella sus padres, sus amigos, todos aquellos que le advirtieron.
Regresar significaba darles la razón, significaba admitir que se había equivocado en algo tan importante, pero, además, regresar significaba perderlo… ella no lo deseaba y simplemente se quedó, creyendo que, con su amor y tantita paciencia, él acabaría por valorar los sacrificios que ella hacía por estar con él. Hasta dónde lo que pensamos que es amor puede cegarnos la razón, aunque nos lastime? Es la pregunta que centellea en su mente en el último aliento de su vida.
El Rinc N Del Cuento
Las costumbres diferentes, los gritos cotidianos, sin privacidad, vivir en la casa de sus suegros, todo hacía que ella se cuestionara seriamente porqué se había casado con Israel, y aunque siguiendo las viejas recetas tradicionales, trataba de complacerlo, era prácticamente imposible, ella era la culpable de todo, hasta de lo absurdo.
A partir de que se casaron él no volvió a demostrarle ese amor de antaño, no volvió a salir con ella y la pasión fue quedando en el olvido, ahora, era solo como un trapo que se usa y se desecha, así se sentía ella interiormente.
A Israel, le enfurecía que ella saliera, que siguiera estudiando, quería que estuviera siempre en casa, esperándolo, mientras él se desaparecía todo el día hasta las madrugadas en las que llegaba borracho y profiriendo mil insultos contra amigos imaginarios que, como los molinos de viento del Quijote, se lanzaban a su ataque.
Tal vez por eso, las agresiones eran cada vez más humillantes, Elisa ya no era esa mujer bonita de la que Israel se había enamorado, él se encargaba diariamente de recordarle que solo era una mujer insignificante, que cualquiera la superaba no solo en belleza, sino también en inteligencia. Ahora Elisa era torpe, fea, sin chiste y ella solo lloraba escuchando todos los días lo mismo, hasta que se derrumbó… dejó de estudiar, ya no le importó nada, solo quería recuperar el amor de su marido, pero entre más trataba de complacerlo, más parecía él gozar causándole sufrimiento.
Eres el único que menosprecia el miedo que tengo a los grises días sin ti, las tardes de remembranzas muertas, las noches de pasión dormidas... los fríos amaneceres... Había otras mujeres en la vida de Israel, lo sospechaba y sabía que no podía competir con ellas… eran bonitas y le gustaban a él, que sin empacho se encargaba de repetírselo una y otra vez… en más de una ocasión llegó a verlo con alguna y solo se escurrió para llorar donde él no viera su dolor.
Poco a poco, fue creciendo la certeza de que él quería destruirla, minar su fortaleza y aunque ella se atrincheraba en su interior, estaba sola, sin dinero, vulnerable, sin amigos, en silencio, desmadejada y sin saber a quién acudir. En estos lentos momentos en que la muerte la acaricia, Elisa recuerda que un día tomó valor y se enfrentó a él. Tal vez lo tomó por sorpresa porque no dijo nada cuando ella anunció su voluntad de irse, aunque le dejó la puerta abierta: _ Si me quieres, ve a buscarme a casa de mis padres, pero a este lugar no pienso regresar nunca. -Le dijo y sin mirar atrás se fue lentamente, con un embarazo de cinco meses y su joven vida frustrada y humillada, deseando no haber tenido que tomar esta decisión y pensando cómo decirle a sus padres ¡me equivoqué!
Pero en esa relación enfermiza, la reconciliación siempre fue lo mejor, aunque el gusto duraba pocos días, porque el siempre encontraba un pretexto para pelear, sobre todo ahora que vivían solos... sus costumbres no habían cambiado, seguía tomando casi todos los días… sus amigos lo llevaban en las madrugadas y le inyectaban una sustancia para hacerlo dormir, pero antes, escondían todo lo que creían pudiera usar como arma en contra de Elisa.
Ilusos, no sabían que todo se convertía en arma en sus manos, la madrugada misma era su aliada, nadie escuchaba, nadie decía nada. Ella solo quería desaparecer. De nada servía decirle algo al día si- guiente. Él lo negaba sistemáticamente.- ¡Tú tienes la culpa, nunca te quedas callada! Seguramente me dijiste algo, yo no estoy loco para hacerte algo… ¡si tu no me dices nada! remarcaba, además, no recuerdo nada, estaba tomado -se defendía, como si esa circunstancia borrara de un plumazo lo sucedido y la pelea se extendía al día, con consecuencias nocturnas.
En la noche, aunque se esforzara, no podía acercarse a él, no lo toleraba, aunque él tomara por la fuerza lo que creía que en derecho le correspondía, a Elisa solo le provocaba más coraje y un rencor profundo se iba acumulando en su interior.
De esa manera, aprendió el arte del chantaje, mostrando su desprecio por el sufrimiento que él le causaba, sobre todo ahora, que él ya no le decía una sola palabra amable, al contrario, siempre le decía lo fea que era y ella viéndose al espejo, le daba la razón y creía que su mejor castigo era que él la tuviera cerca.
Sí, llegó a creer profundamente que ella tenía la culpa de todo lo que pasaba, seguramente lo mejor era quedarse callada cuando él la empezara a insultar ¡pero qué difícil era hacerlo! En ocasiones, solo lloraba mientras el gritaba ¡cállate ya! Sabiendo que las protestas solo eran para recibir un mejor trato.