Terrorismo de estadio

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TERRORISMO de ESTADIO

PRISIONEROS DE GUERRA EN UN CAMPO DE DEPORTES

Edición revisada y actualizada

Pascale Bonnefoy Miralles

Nota del editor

Cuando se conmemoran 50 años del golpe militar nos parece fundamental recordar que los avances en derechos humanos deben protegerse día a día convocando —siempre y una vez más— los hechos que nos ayuden a no repetir la infamia, que alumbren la verdad y que sustenten la búsqueda de la justicia. La publicación de una nueva edición —revisada y actualizada—, de esta notable y sólida investigación de lo que ocurrió en el Estadio Nacional de Santiago durante los primeros dos meses de la dictadura, es nuestra forma de recordar. También es la expresión de nuestro anhelo de construir una sociedad que proteja y respete a las personas sin distinciones de ningún tipo y que garantice además la más completa expresión de sus derechos.

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El 26 de diciembre de 2002 murió en Concepción el coronel en retiro del Ejército, Jorge Espinoza Ulloa, comandante del Estadio Nacional cuando se convirtió en el centro de detención y tortura más grande en la historia de Chile, desde el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 hasta el 9 de noviembre de ese año.

Meses antes, el coronel Espinoza me había llamado para decirme, amablemente, que no quería hablar, que no tenía nada que comentar. Llamaba, aclaró, sólo por deferencia a un viejo amigo, un oficial de Ejército en retiro que había actuado como intermediario. Me negó una entrevista para la primera edición del libro, publicada en 2005. Antes de que pudiera hacer otro intento, ya había fallecido.

A la justicia nunca contó todo lo que sabía de lo sucedido en el Estadio Nacional. En realidad, hasta que el juez Juan Guzmán Tapia lo interrogó en 2002 respecto del asesinato del estadounidense Charles Horman, ningún magistrado le había preguntado nada. Negó los crímenes hasta su muerte.

Inicié la investigación sobre el Estadio Nacional al darme cuenta de lo poco que se sabía sobre él como campo militar. De los órganos represivos DINA y CNI y sus centros clandestinos se conocían los nombres de al menos sus oficiales superiores, sus brigadas, agentes y operaciones. Sin embargo, del Estadio Nacional, un recinto emblemático de la capital convertido en una gigantesca cárcel para presos políticos, solo estaban los conmovedores testimonios personales de algunos detenidos.

A punto de cumplirse medio siglo desde el golpe, este libro se propone responder preguntas pendientes:

¿Quiénes eran los militares que tuvieron a su cargo a miles de prisioneros en el principal coliseo del país? ¿Cómo se organizó el aparato represivo y de inteligencia en esos primeros meses de dictadura militar? ¿Qué pasó adentro? ¿Quién hizo qué y cómo? ¿Cuál fue la experiencia

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Prólogo

CAPÍTULO 2

Estadio Nacional: el otro partido

Demasiado tarde el teniente Pedro Cortés13 se daría cuenta de lo fácil que hubiese sido sacar sin autorización a un prisionero del Estadio Nacional y dejarlo en libertad. Años después de que el Ejército lo expulsara de sus filas sin excusa alguna, fantaseó que podría haberle prestado uno de sus uniformes para salir caminando juntos hacia la calle Maratón. Cortés gozaba de mayor jerarquía que los guardias de la entrada del campo de detenidos, y sabía que ellos no se habrían atrevido a cuestionar la actuación de un oficial de Ejército. Pero Cortés nunca lo intentó; ni siquiera se le pasó por la mente mientras estuvo a cargo de tropas de seguridad en el Estadio Nacional en octubre de 1973. No porque no le dolieran las monstruosidades que sus transformados camaradas de armas infligían sobre personas indefensas, sino porque se sentía atrapado en el juego de la guerra en el cual él pertenecía al campo de los vencedores. Sabía que de no actuar acorde a lo que se esperaba de él, rápidamente correría la misma suerte que el “enemigo”.

El teniente, asignado al Regimiento Rancagua de Arica, era simpatizante de izquierda y sus superiores lo sabían. Cuando la noticia del golpe llegó al regimiento nortino la mañana del 11 de septiembre de 1973, su compañía fue desmantelada y él fue marginado a una unidad de emergencia anexa a la guardia. Quedó en la cuerda floja, sin mando de tropas y bajo una desconfiada vigilancia. Como él, había otros cuatro o cinco oficiales que estaban siendo cuestionados políticamente.

Al día siguiente, un soldado lo fue a buscar. Lo necesitaba urgente el comandante del Regimiento, el coronel Odlanier Mena Salinas, quien

13 Se reserva su verdadera identidad a petición suya.

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Prisioneros de guerra en un campo de deportes

que lo examinaron encontraron que ya venía en condiciones de salud extremadamente graves y determinaron que esto se debía directamente a las torturas. Falleció en el exilio en Sofia, Bulgaria en octubre de 1975, mientras su padre seguía detenido en el campo de concentración de Chacabuco.119

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El informe de autopsia de Luis Alberto Corvalán indica que “para llegar a estas fatales condiciones han incidido particularmente el gran desgaste físico y psíquico como resultado de las torturas y represiones que él ha experimentado en los últimos años”.

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Terrorismo
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CAPÍTULO 5

Servicios Especiales

Seis días después del golpe de Estado, el ministro del Interior, general Óscar Bonilla, anunció que todo detenido iba a ser “sometido a un procedimiento legal que corresponde de acuerdo a lo que está establecido para nuestros Consejos de Guerra. Va a tener su derecho a defensa, y nadie, nadie, será omitido de este procedimiento judicial”.

Para asegurarlo, explicó, había “un jefe encargado de aumentar, multiplicar y llevar con una dirección unificada todos los equipos de interrogadores, de manera que esto salga mucho más rápido”.120

En el estadio, dijo una semana después, operaban “quince equipos de interrogadores funcionando normalmente, los que han evacuado varios centenares de informes”.

“Estos datos se reunirán en un segundo conjunto de evaluación de antecedentes, y todas aquellas personas que aparezcan culpables luego de ser chequeados por el Servicio de Inteligencia Militar, pasarán a un Consejo de Guerra si es necesario”, informó Bonilla.121

Aunque Bonilla no mencionó el nombre de ese jefe de los equipos de interrogadores ni señaló de dónde provenía, un documento incluido en una causa de la Segunda Fiscalía Militar en 1973 revela su identidad.

Quien firmaba los oficios como “Jefe del Servicio de Interrogadores de las Fuerzas Armadas y Carabineros” era el coronel Juan Francisco Henríquez Valenzuela.

Numerosos testimonios de oficiales de Ejército coinciden en ubicar al coronel Henríquez Valenzuela y a un hermano suyo como integrantes

120 El Mercurio, 17 septiembre 1973, p. 15.

121 El Mercurio, 22 septiembre 1973, p. 22.

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Oficio enviado por el jefe del Servicio de Interrogadores de las Fuerzas Armadas y Carabineros, coronel Juan Francisco Henríquez Valenzuela, de la Dirección de Inteligencia del Ejército.

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Informe de interrogatorio efectuado al ex boina negra del Ejército y militante del MIR, Óscar Delgado Marín, ejecutado en el Estadio Nacional.

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Terrorismo de Estadio es la más completa investigación periodística sobre el Estadio Nacional de Santiago cuando fue convertido en el mayor campo de detención y tortura de presos políticos en la historia de Chile apenas consumado el golpe militar de 1973. Durante dos meses, por el Estadio Nacional pasaron miles de hombres y mujeres, menores de edad y ancianos, chilenos y extranjeros, tratados como “prisioneros de guerra”.

A 50 años del golpe de Estado, este libro alumbra algunos de los pasajes más oscuros de la incipiente mano militar. Desde la perspectiva tanto de los prisioneros como de sus captores, devela cómo se organizó el “Campo de Detenidos Estadio Nacional” y se fue configurando el aparato de inteligencia de la naciente dictadura; las condiciones de encierro de miles de personas y cómo se decidía su destino; y revela episodios desconocidos de lo que se vivió en el principal coliseo del país, transformada en una gigantesca cárcel para presos políticos.

Lo que ocurrió en el Estadio Nacional ha quedado para muchos como algo que se da por sabido sin saberse. Esta notable investigación periodística vino a llenar ese vacío. María Olivia Mönckeberg, periodista, Premio Nacional de Periodismo 2009

Una investigación periodística de primer nivel, ejemplar, basada en fuentes sólidas. Un libro que atrapa, libre de juicios de valor. Es lectura obligatoria para quienes se interesan en nuestra historia reciente. Raúl Sohr, periodista y analista político internacional

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