N E L S O N M E D I N A R O C H A




N E L S O N M E D I N A R O C H A
Editorial Prometeo
1a. Edición diciembre 2024
- Oy Carmen! Ya vine, apurate no jodás, ya va a comenzar la novela.
La Lola entró al cuarto que le servía de casa a la Carmen y le dijo:
- Son bromas chavala, despacito, que esa panza parece que se te va a reventar y eso que solo llevás seis meses.
El televisor era viejito, pero todavía funcionaba. Pasaron algunos comerciales locales y al rato comenzó la telenovela Amándote. No había mujer ni hombre que se la perdiera en todo el pueblo de Las Peñitas. Nadie. A las 6 y media de la noche las calles se quedaban vacías.
En un momento dado, ambas amigas comenzaron a cantar al unísono:
“A veces cuando vuelo lejos en alas de un sueño, sí extiendo así la mano puedo adivinar tu piel.
Tú me acompañas aun a mi pesar hasta mi viaje podré realizar.”
“Amándote, amándote, no me resigno a saber que vivo ahora siempre. Soñándote, soñándote y aunque no quiero entregarme vivo siempre. Amándote, amándote, y aunque aquel loco aventurero ahora soy cordero. Soñándote, soñándote. Me he convertido en un pobre tonto que muere de amor...”
Mientras Lisette platicaba con su tío Renato, su mirada estaba fija en Martín, quien, vestido de civil, miraba a su vez con pasión a Carolina, en la fiesta que habían organizado para festejar el día del amor y la amistad. Martín, trago en mano, no disimulaba la atracción que ejercía sobre él esta preciosa y joven azafata que recién había conocido.
Lisette era una mujer elegante, de sociedad. Con sus hermosos labios pintados de rojo hacía soñar a más de un latino en la tropical Miami. El orgullo de poseer su lujoso departamento del edificio Ritmongó de la calle Mint at Riverfront, donde organizó la fiesta, se complementaba a la perfección con el orgullo de que sus amistades la identificaran como la mujer de Martín. Viuda, heredera de casi veinte millones de dólares, bella y joven, fueron factores suficientes para que Martín se fijara en ella.
En un rincón del departamento, Marisell dijo a Julieth:
- No cabe duda lo que puede una comprar con dinero. Aunque también es suerte. Apenas compró el negocio de flores, lo hizo progresar en menos de dos años y ahora le da mucho dinero.
Joaquín, admirador en silencio de Martín le dijo:
-Hoy logré conocer al jefe de Archivo de la Compañía. Un gran tipo. Muy humanista. En cuanto me lo presentó Marianita me dio la mano y me dijo que no le dijera don Ricky. Ricky a secas. Es un tipo además atractivo, elegante. Supongo que su traje le ha de haber costado más de mil dólares. ¡Y qué perfume mi amigo!
Martín sin dejar de mirar a Carolina, le contestó a su amigo que le parecía bien su apreciación. Ni sabía lo que habían dicho.
Cuando Carolina volvió a ver de frente lució su amplio sombrero de ala ancha, blanco con lazo negro, que le adornaba bien a su bello vestido también blanco con puntos negros.
En ese momento apareció el clásico anuncio comercial del tipo que llega a la casa de siempre y le dice a la mujer de siempre que pruebe este otro detergente. Ella tomó las mismas camisas, las metió en las dos clásicas lavadoras y al sacar una más blanca que la otra, abrió la boca como siempre lo ha hecho, con otros detergentes y en otros países.
-No jodás hermana, ese maje de que se la lleva en el saco, se la lleva, carcajeándose le dijo Lola, esa va a terminar con una panza igual que la tuya.
-Jodida, le contestó la Carmencita, no me hagás reír, que el chavalo se pone a pegar patadas. Pero no creo, ese maje no se va a separar de la Lisette, ¿vos creés?, por mucho que sea guapo, cuándo va a llevar la vida de rico que lleva con la mujer. No la deja.
-¡Ay mamita! Como que no conocieras a los hombres. Es que sos chavala todavía. Yo a mis 27 años, con una chigüina de 6, los conozco como la palma de mis manos. Además, ni me digás, mirá a ese cabrón que te puso la panza, ve si se volvió a aparecer. ¿No ves cómo está loquito el Martín por la Carolina?, ni verga le hace caso a lo que le están diciendo.
Don Renato se acercó a Martín y con la mano dirigida a él le dijo:
-No lo puedo creer Martín, estás perdiendo la oportunidad de hacer feliz a esta mujer que te ama. ¿Crees que no se nota tu mirada fija en esa joven?, te lo advierto, estás perdiendo una gran oportunidad si sigues así.
Acto seguido se alejó de él. Carolina sorbió un poco de vino blanco de la copa que tenía en su mano y recibió con una sonrisa a Lisette:
-Felicidades, Carolina, tu belleza te va a permitir escalar en la compañía. En un tiempo yo también fui azafata y mírame donde estoy ahora.
Marisell, acercándose a Martín le advirtió que sus miradas eran evidentes y que en cualquier momento Lisette se daría cuenta. El, con su traje gris encima de la camiseta blanca deportiva, volteó la cara y preocupado vio cómo ambas mujeres sonreían y conversaban amenamente.
Martín apareció ahora en su traje de capitán, dirigiéndose hacia el aeropuerto donde conduciría el avión que lo llevaría a Buenos Aires. La Lola por dentro se dijo, que bello ese hombre. Y luego lo repitió en voz alta a la Carmen.
- Jodido, qué hombre, qué hombre. Así quiero uno yo.
En esos precisos momentos ambas escucharon un fuerte ruido y los gritos y llantos de personas fuera del cuarto.
Dos hombres pasaron por el frente de la casa exaltados, jadeando y gritando,
- Se salió el mar, se salió el mar, corran, corran.
- ¿Qué está pasando Dios mío?, gritó la Carmen, mirando cómo se le mojaban los pies con el agua helada, helada. El chavalo (que luego sabría que era chavala pues era la Amparito), le brincó porque recibió de lleno el susto de la mama.
La Lola se quedó congelada del miedo, pero al momento gritó
- Vení, vení Carmencita, vámonos de aquí, nos vamos a ahogar.
El agua seguía entrando a la humilde casa de tablas mientras Martín se dirigía al copiloto y le decía, qué enamorado me siento hombre, creo que ahora sí me caso. Al recibir la señal de la torre de control maniobró varios botones y en ese preciso momento se lo llevó el mar a la chingada. Carmen y Lola, con el agua hasta la cintura corrían a como podían.
- Ya no aguanto Lola, ayudame.
- Hágale huevo amiga, usted puede jodido, vamos para arriba.
A los pocos metros vieron cómo pasaba la lancha de Alberto, el panzón, la primera que tenía el pobrecito, después de tanto sacrificio.
Afortunadamente no le dio a nadie. Junto a ellas vieron a la Conchita, quien recién había parido un hijo. Tenía días el chavalito. Con ella iba Juan, su hermano, con el otro hijo de ella en sus hombros.
De repente, varios troncos pasaron cerca y golpearon a la Conchita, haciéndola perder pie y hundiendo al pobre bebé. Se levantó rápido pero ya el niño había tragado tanta agua como ella.
- Ay, Dios mío, Ay Dios mío, se me va a morir Juancito, le dijo desesperada.
- No hombre, seguí corriendo hermanita, no va a pasar nada, corré. ¡Hágale huevo!
Yolanda, la empleada de la Conchita corrió y corrió también, pero no tomó el mismo rumbo que los demás porque pensó que si cortaba camino iba a llegar más rápido que los demás a las partes más secas. Y así fue, corrió y corrió a pesar de las molestias que sentía. Ella siguió en la obscuridad.
Cuando al final llegó a la carretera a León se sentó en el suelo y allí se comenzó a quejar.
- Ay mamita, Ay.
Una familia que vivía cerca la vieron quejarse y se acercaron a ella.
- ¿Qué tenés chiquita?, le dijo el señor.
- Me duelen los pies, ¡ay!, qué dolor.
- Vení vamos a la casa, te vamos a ayudar.
Llorando les dijo
- No puedo, no puedo.
La obscuridad les impedía saber por qué la muchacha se quejaba tanto. ¿La habría golpeado algún tronco?
La Yolandita no tenía más de 14 años y era menudita. Le trabajaba de empleada a la Conchita en el restaurante La Maita y así como era de buena trabajadora era parlanchina como no había quien.
Cuando el señor la cargó para meterla a su casa comprobó lo menudita que era.
- Ponela aquí en la cama viejo, le dijo la señora, sin importar que viniera toda mojada la pobrecita.
- A ver, pasá la luz para acá, creo que ya se que es. ¡Pobrecita! Traé agua, jabón y alcohol. Apurate mujer. Y una toalla seca.
- - ¡Ay! ¡Ay Ay!, gritaba ella.
Cuando la mujer regresó con todo, él le acercó la candela a los pies de la muchacha y le dijo
- ¡Mirá!
- Ay Dios mío, gritó la mujer, pobrecita.
En cada palma de sus piececitos que eran tan delgaditos como ella, al menos 15 espinas estaban clavadas hasta una profundidad tal que en cada herida le salía sangre.
- Cómo ha aguantado esta muchacha, pensó el señor.
- Mirá hija, te va a doler, pero es por un rato, después vas a descansar oiste?, y mañana te vas a León para que te terminen de curar.
Cada espina que le sacaba era un grito intenso de dolor que la niña daba. De cada herida salía sangre abundante. Él le tenía que poner alcohol, que afortunadamente tenía, lo que le provocaban peores gritos de dolor. Cuando salió la quinta espina salió también la primera lágrima de este hombre campesino, humilde, que nunca aprendió a hacerle daño a nadie.
Manuel, su mujer y sus hijos también corrían en la oscurana de la noche hacia lugar seguro donde protegerse. El miedo no era ahogarse porque de alguna manera todos podían nadar, sino los golpes que podrían recibir de cuanta cosa andaban flotando: troncos, anclas, manta rayas, congeladores, mesas, refrescos en lata que a cierta velocidad eran peligrosos, sobre todo para los niños.
En ese momento de nada importaban las cosas, la urgencia era salvarse, correr, vivir por Dios Santo. Manuel vio que su mujer y sus hijos iban corriendo a buen paso junto a él y no se preocupó sino hasta que pensó:
- ¡Mi Mama!
De 82 años, la señora ya no podía caminar por sí sola si no era con la compañía de alguien. La gota hizo que tuviera que mantenerse todo el día en esa maldita silla de ruedas que odiaba. El ruido era ensordecedor y los gritos de la gente la hacían peor. El volvió a ver a la derecha, hacia el lugar donde vivía su Mama y no vio nada. Siguió corriendo y ahora llorando. En aquellos años, cuando León era próspero por el cultivo intensivo del algodón, la señora se dedicó a los negocios entre Managua y León y ganó buen dinero, lo que le permitió a ella sola, pues era madre soltera, sustentar su hogar y la educación de los siete chavalos que tuvo.
Manuel fue el menor, así que cuando él nació ya las cosas no andaban tan bien como cuando nacieron sus primeros hermanos.
Logró llegar a la Universidad en León, pero se metió tan de lleno a los movimientos estudiantiles de protesta contra Somoza que no pudo terminar su carrera. Así que no le quedó más que tomar un curso técnico agrícola y hasta allí llegó.
Afortunadamente, ya de joven logró trabajar en proyectos de protección ambiental y allí se quedó en esa rama. De todos sus hermanos él era el más querendón con su mama. Los demás medio la ayudaban, pero él siempre dedicó una parte de su pobre salario para pagarle su comida y sus medicinas por lo menos.
Cuando llegaba a visitarla los fines de semana le hacía su comida preferida y le pedía que lo chineara. Jodido Manuel, le decía ella, qué jodés, pero con una sonrisa de oreja a oreja. Una vez que lo becaron por 30 días para ir a recibir un curso a México ahorró todos los viáticos porque su idea era comprarle su silla de ruedas. El único dinerito que logró gastar en un gusto fue ir a la Basílica de Guadalupe porque era devoto de ella. En cuanto los deje en un lugar seguro voy a la casa a buscarla, dijo en sus adentros, mientras continuaba corriendo y llorando.
Hubo quienes lograron resistir el empuje del agua en las casas a la orilla del mar y cuentan que cuando el mar dejó de entrar en el pueblo, toda esa masa de agua con basura se regresó con fuerza también y en algunas calles, como la que da precisamente al Maita, se hizo un remolino poderoso que hubiera matado a cualquiera que hubiera estado allí. Era, dicen, como ver una licuadora inmensamente grande, dando vueltas de izquierda a derecha, siguiendo las manecillas del reloj.
En la obscuridad, doña Marcela Meléndez sintió que una cajilla de refrescos le golpeó un codo y luego una lámina vieja y sarrosa de zinc la golpeó en la espalda. Un hilillo de sangre salió de su piel, pero no lo sintió. A su derecha vio un cuerpo que se levantaba del agua.
- ¿Quién anda allí?, dijo ella.
- Yo, Carlos López.
- Ay pipito, le dijo ella, aquí nos vamos a morir.
Pareció una eternidad, pero en realidad todo duró no más de cuarenta minutos. Cuando todo pasó, Manuel puso a sus hijos y mujer en lugar seguro y salió corriendo otra vez rumbo a la casa de su mama. Llegar no le fue fácil. El camino a la calle principal estaba lleno de basura, así que en algunos momentos tenía que rodear un cúmulo de troncos y piezas de todo tipo. Estaba por llegar a la calle cuando vio venir arrastrada a una niña de unos ocho años, sola. La logró atrapar y la cargó, pero no le fue fácil dominarla.
- Déjeme, déjeme, déjeme viejo chancho, le decía la niña.
- No chiquita, te estoy salvando, te voy a llevar donde tu papa.
- No, no, no, no, donde mi papa no, le dijo. Lléveme donde mi mama pues.
- ¿Y dónde vive?
- Vaya para allá.
Cuando llegó adonde la niña le había indicado no miró a nadie. La niña, que aún iba cargada en hombros de Manuel comenzó a gritar
- Dónde está mi mama, ¿Dónde está mi mama??, suélteme, suélteme, mi mama, mi mama.
- Yo te llevo, le dijo Manuel, seguro está bien, te voy a llevar más arriba.
A la media cuadra, vio una señora gritando
-
- Mi muchachita, mi muchachita, se la llevó el mar. Ay, Dios mío.
Manuel la vio y le dijo
- Señora, esta es su niña?,
La señora salió corriendo a su encuentro y cuando la distinguió la agarró y la abrazó hasta casi fundirla en su pecho.
- Mi niña linda, mi muchachita, gracias Diosito lindo, gracias. Gracias, señor.
Tenía que continuar, así que le dijo de nada como tres veces y salió corriendo otra vez. Cuando finalmente llegó a la casa de su Mamá quedó congelado. En realidad, no llegó a la casa sino a un promontorio de tablas, alambres de púa, zinc y……una silla de ruedas desbaratada.
Se acercó a la silla y ya sin lágrimas apartó cuanta basura había sobre ella.
La sacó y trató de enderezarla. No pudo. La tarde que ella le dijo que ya no podía ayudarlo para que entrara a la universidad lo llamó.
Le dijo,
- Manuelito, hijo, qué más hubiera querido yo que vos también hubieras ido a la universidad como tus hermanos, pero ya no puedo mi amor.
- Mama, no se preocupe. Yo la voy a ayudar con la casa y a lo mejor los muchachos le mandan algo.
Algo, que nunca llegó. Los cuatro que se fueron a Miami nunca volvieron a acordarse de ella y las otros dos, que eran mujeres, se casaron, se fueron a Managua y tampoco la siguieron visitando. Solo Manuel quedó a su cargo y Gabrielito, su hijo mayor, que decidió irse a cuidar y vivir con la abuela. Abrazó la silla y no pudo más. Lloró como llora un hombre que ama. Lloró sin importar si lo veían o no.
- Mi mama, Mi mama, decía. ¡Mamita linda!
A lo lejos escuchó
- ¡Compadre!, Compadre!
Había pasado recién su cumpleaños. Fue en bus a León a comprarle un queque y una piñata. Cómo gozó ella viendo a los chavalos comiéndose el helado como una más de las chavalitas.
- ¡Compadre!, ¡Compadre! Levantó la vista y miró a Leandro quien lo había identificado con su linterna.
- ¡Compadre!, no se preocupe, yo tengo a su mamacita en un lugar seguro.
- ¡Ah!, Cómo?,
- Si hombre, venga porque ella está preocupada por usted y por la familia.
Manuel se acercó a Leandro y lo abrazó llorando, desahogándose
- Gracias compadrito, gracias. ¿Y cómo fue que la encontró?
- Es que yo venía de Poneloya rumbo a la casa, con la Milagros y la Amparito, porque habíamos ido a misa de 6 y cuando terminó anduvimos perdiendo el tiempo y entonces a la hora que se metió el mar íbamos por aquí. ¿Y cómo va a creer que no iba a pensar en su mamacita?, si solo está con ese muchacho. Pues él ya se la estaba llevando en la silla de ruedas, pero yo al ver venir ese mar tan rápido le dije, a ver, dámela, la voy a chinear, corramos, corramos. Y ya no nos dio tiempo de sacar nada de la casa.
- Chocho compadre, no tengo cómo pagarle.
- - Lo importante es que ella esté bien Manuelito y que Usted esté tranquilo.
Tras semejante tragedia gracias a Dios nadie murió en Las Peñitas, pero sí en Poneloya, donde dos personas fallecieron por ahogamiento.
Por la cercanía de León fue aquí donde se comenzó a difundir la noticia hacia Managua, de donde también partieron la Cruz Roja, el Ejército, la Policía, los Bomberos y autoridades del Sistema de Prevención de Desastres
. El encargado de turno del Instituto encargado de detectar los sismos a nivel nacional en Managua, Pastor Rodríguez, detectó el sismo en el pacífico. Desde las 7 y 15 de la noche las agujas del sismógrafo principal estuvieron manchando de tinta el papel especial durante unos 30 minutos. Todo negro quedó el papel en ese tramo.
Estuvo fuertecito, se dijo así mismo, pero no imaginó ninguna otra consecuencia. Era uno más de los sismos que ocurren siempre en el océano producto del choque de las placas Coco y Caribe.
Pastor encendió el radio y allí se enteró de la desgracia. Al sonido continuo clásico de las emergencias siguió la voz del periodista que decía
- Un enorme maremoto acaba de barrer todos los pueblos pesqueros de la costa del pacífico. Se piensa que debe haber miles de muertos por la enorme ola que entró en la playa, por lo menos, debe haber tenido unos diez metros de alto.
Arriba de pequeños cerros unos, en las comunidades cerca de Las Peñitas otros, en León los más afortunados, cientos de personas cuyas rutinas se habían quebrado por completo, pusieron sus cabezas sobre lo que fuera para cerrar los ojos, para decirse a ellos mismos que esto era nada más que una pesadilla y que al despertar el mismo gallo de siempre los despertaría como si nada. La abuela que siempre se despierta más temprano que todos iría a despertar a los chavalos pensando que antes la vida no era así, que no había tantos haraganes.
Solo los pescadores más responsables se levantarían más temprano para salir a la mar porque sabían que esa era la mejor hora para pescar. Los picaditos, como Paciencia, Chespirito, Pelo’e lluvia, Pate chicle, Pelo’e tusa, Macarela y otros más, amanecerían bolos, en las aceras de la calle principal de Las Peñitas.
Pero no fue así. Cuando por fin salió el sol uno a uno fue tomando conciencia de lo grave que había sucedido en este pueblo tan tranquilo. Nadie murió, es cierto. Nadie. Por la radio se enteraron que lo que pasó aquí no fue nada comparado con lo que pasó en el Tránsito. Había que dar gracias a Dios de que aquí no había habido muertos.
Pero no, si pocos reconocen al menos lo poco que tienen, muchos menos, reconocen que hay otros que están peor que uno. Y cómo reconocerlo por Dios si al abrir los ojos la casita de tablas ya no existe. Que el pocito que daba agua está anegado de agua salada. Que el refrigerador y el congelador que con costo habían conseguido con préstamos estaba a cientos de metros de tu casa, jodido, inservible.
- ¡Nos jodimos compadre!, le dijo Manuel. Gracias a Dios estamos vivos, todos, mi mamita, pero nos jodimos compadre.
Y cómo no iban a estar jodidos si lo primero que vieron sus ojos al despertar fue ese montón de basura concentrada allí donde había sido su casa: troncos, arena, zinc, cajillas de gaseosas, pañales sucios, cajitas de jugos, vidrios, pedazos de fotografías viejas, ramas, muchas ramas, televisores ya inservibles, sin novelas, sin Martín.
- Qué fue lo que hicimos Dios mío lindo para que el mar se comiera lo poquito, casi nada que teníamos. No hay ni peine para arreglarse el pelo, ni jabón para quitarse la sal, mucho menos agua fresca. Y allá, el mar, con sus tumbos, pequeños y medianos, como si nada hubiera pasado.
Dicen que en estos casos el que tiene más pierde más y se siente peor que aquel que no tiene casi nada.
- No es cierto señor, dijo la Lola, no es cierto. A algunos los van a ayudar con comida enlatada, ropa usada, nos van a meter a un albergue, Dios sabe dónde y allí vamos a estar quién sabe cuánto. Lo que yo quiero saber es si me van a ayudar a levantar mi casita de tablas, con zinc. ¿Quién me va a dar para la comida de la Chavelita?, ¿quién? Lo que yo quiero saber es si me van a dar una televisión nueva para ver cómo sigue la novela. Eso es lo que yo quiero saber, no que anden allí levantando listas unos, levantando listas otros. Ni verga vienen a hacer. Ya van dos días y nada.
Francisco, que venía con dos chavalos cargando una mantenedora y otros dos cargando tres cajas de cervezas, se detuvo donde la Lola mientras daba su discurso.
- Parémosno un rato a descansar dijo él a los muchachos.
En realidad, Francisco quería platicar con la Lola a quien sus veinte y pico de años le caían de maravilla. Su vestido aún mojado se pegaba a sus hermosas piernas morenas y el frío hacía que sus enormes pezones parecieran salirse de ese vestido ralo. Obviamente, Francisco se excitó sobre manera.
- Tomá, le dijo, aunque sea comprate algo de comer para vos y para la niña.
Después paso para ver si es posible que sigás viviendo aquí, si no, ya vamos a ver, no te preocupés. Vamonós, les dijo a los chavalos.
Ella volvió a ver los 300 córdobas y le dijo
-Dele pues, gracias, Dios se lo pague porque yo no tengo deonde.
Francisco pasó barriendo y limpiando la casa llena de arena y ramas de todo tipo durante los siguientes tres días. Qué vaina, se dijo, una desgracia nunca viene sola. La Inesita, su mujer se le había muerto hacía tres años apenas y él se había quedado al cuido del niño, Francisquito, Panchito como lo conocían todos. Mientras barría y limpiaba se le venía a la mente el cuerpo escultural de la Lola, con sus pies descalzos, sus generosos pechos, sus piernas morenas y su pelo suelto. Bella de cara no era, pero tampoco era fea. A los cinco días regresó y no la encontró.
- ¿Y dónde se fue?, preguntó a unos vecinos.
- Está en el empalme de Izapa, allá se fue porque aquí es mentira, aquí no va a construir.
Ni lerdo ni perezoso tomó su camioneta vieja y se dirigió al albergue que habían construido allí para quienes, como ella, se habían quedado sin hogar. La mayoría eran de Poneloya, pero también los había de Las Peñitas. Subtiavas todos. Al llegar vio las decenas de casas de campaña a un lado y varios pobladores zanjeando el sitio donde los del Instituto de Agua y Alcantarillado pondrían las letrinas. Mientras, todos cagaban en el monte.
- Mire, dijo, ando buscando a una muchacha con una chavalita chiquita, ella es sola.
- Uuuuuuuhhhh!, le contestó alguien que parecía de la Alcaldía de León, de esas hay un montón. Vaya buscando casa por casa a ver si la reconoce, Dios quiera que no se le haya ahogado.
Dio la vuelta y en sus adentros le dijo al tipo aquel
- Tu madre hijuelacienputa.
A la media hora la divisó. Estaba discutiendo con otra mujer, para variar.
- A mi me dieron este catre, no a vos, le decía a otra muchacha casi de su edad.
- ¡Lola!, le gritó él.
- ¡Don Francisco!, contestó. ¿Y qué hace aquí?, ¡no me diga que está viviendo aquí!
- No, no niña, vengo a buscarte. ¿No te dije que iba a volver?
- Pues sí don Fran, pero ¿qué iba a hacer?, me dijeron que ya allí ya no iba a poder levantar mi casucha otra vez, y pues quien quita y aquí consigo irme a León.
- No niña, le dijo, te vas conmigo a mi casa, allí tengo un cuarto vacío, hay una cama y pues donde comemos dos comemos tres o cuatro pues. ¿Qué me decís?
- Andate babosa, le dijo la mujer del pleito.
- Ve pendeja, vos no te metás. Don Fran, pero, ¿y la niña?, es que no tengo onde dejarla.
- ¡Pues si es con ella que te vas a ir! ¿Vos crees que solo te estoy ofreciendo casa a vos?
Durante un año la Lola vivió en la casa de Francisco y vivió con él. Pero transcurrido ese año comenzó la construcción de casas cerca del empalme entre Poneloya y Las Peñitas y Francisco, con sus influencias, logró que la inscribieran en la lista de beneficiarios.
- Es mi hija, le dijo al Licenciado Maltés, funcionario de la Alcaldía, dame una ayudadita, hermano. Cuando llegués a Las Peñitas yo te invito un buen pescado.
Y así fue como al poco tiempo allá se trasladó la Lola, a vivir finalmente sola en una casita decente, no en aquel montón de tablas viejas y zinc corroído. Se fue con el televisor nuevo que le había dado “su papa” la navidad anterior.
Estando allá, todos los fines de semana la llegaba a ver Francisco con su debida provisión de comida. La luz y el agua eran gratis para entonces, así que qué más quería. El llevaba su botellita de ron nacional, el que le gustaba a ella también y desde el sábado por la tarde se instalaban a tomar, cantar, reír y hacer el amor. A Panchito lo cuidaba una tía y a la Chavelita la mandaba a dormir temprano.
Como a las seis y media de la tarde de uno de esos sábados mientras Francisco ya estaba dormido en el sofá, pasado de ron, con la camisa abierta y la panza por fuera, la Lola encendió el televisor nuevo y moderno que tenía ahora.
Estaba comenzando la telenovela. Como tenía semanas de no verla, se asombró cuando miró a Carolina teniendo un romance con Sergio, el hermanastro de su amado Martín.
- Te amo, Carolina, te amo.
- Si, gracias, yo también Sergio, le contestó ella, mientras dirigía su mirada al televisor, como ida.
- Ve qué hijueputa, pensó en su mente la Lola. Esa maje sigue enculada de Martín, mi lindo Martín.
En la imagen de la televisión pusieron la imagen de Martín vestido de piloto, recién maquillado, alto, atlético, blanco y la Lola se quedó ida también viéndolo.
Volvió a ver a Francisco y se dijo:
- Bueno, ni modo, peor es nada.