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pandemia duelos

(Primera Entrega)

“Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano”. George Orwell

SILVIA SUÁREZ DEL REAL*

El ser humano corre contrarreloj todo el tiempo, vive en su presente, añorando el pasado y con pavor de un futuro incierto. Esto acontece todos los días y al término de su jornada cae en la cuenta, de que no disfrutó a plenitud cada momento, los que, en definitiva, jamás se repetirán.

Es muy cierta la frase que dice “El tiempo no pasa, pasamos nosotros” y en un abrir y cerrar de ojos, se nos va la vida.

Así, cuando nos damos cuenta, si es que en algún momento lo hacemos, los hijos ya crecieron, el cuerpo se queja, los cabellos grises se asoman, la relación de pareja se vuelve monótona, aparecen las ausencias físicas, primero por orden natural, los abuelos se van, los padres nos dejan; pero cuando la muerte sorprende a los amigos de antaño, o peor aún, nos arrebata a un hijo, la vida te marca un alto y te obliga a reflexionar, sobre lo que acontece a tu alrededor, una pausa obligada ¡es una orden!

El ser humano debe de tener el control en todo y los resultados deben de ser inmediatos, no tenemos tiempo que perder, porque siempre hay muchas cosas que hacer, compromisos que cumplir y metas que alcanzar.

Al menos en las generaciones que nacieron entre los años sesenta y ochentas, la vida nos enseñó a ser más pacientes y tolerantes a la frustración, teníamos más reglas y menos avances tecnológicos.

En mi infancia, allá por los setentas, la televisión funcionaba con bulbos y se tenía que encender aproximadamente diez minutos antes de sintonizar el programa favorito, sólo había una televisión para todos los hermanos, así que se tenía que llevar a cabo una votación con total demo- cracia, para elegir de manera justa, sin intervención de los padres, el programa anhelado y este proceso se llevaba a cabo en santa paz.

Desde luego, estos acuerdos no los tomábamos por ser muy maduros, sino porque al primer pleito o grito, la jefa de cada casa, es decir la madre, clausuraba esta negociación, la daba por terminada y acabábamos cada uno en su habitación y la televisión apagada.

Por el contrario, si el acuerdo se llevaba a cabo en orden y se cumplía el cometido en tiempo y forma, ya todo fluía con tranquilidad.

Había cuatro canales de los cuales, dos eran para adultos con noticias aburridas y telenovelas; dos para niños, con series y caricaturas; no existía el control remoto, sino que para cambiar los canales estaban los hermanos menores, que sabían que esa era su misión la cual, jamás se discutía, ni se ponía en duda.

Durante las tres comidas al día, se dialogaba, mirándonos a los ojos, contábamos cómo nos había ido en la escuela, y narrábamos con santo y seña, todo lo que había sucedido. En esos encuentros, los integrantes de la familia exponíamos nuestros puntos de vista y eso nos daba una visión más amplia de la realidad en que vivíamos.

Cada quien tenía responsabilidades en la casa y qué decir, en la escuela. Todavía recuerdo que me decían que mi única responsabilidad era estudiar y por lo tanto las calificaciones, las tareas ‘cuidadito si había algún reporte por parte de las monjas…’.

Así transcurría nuestra vida, sin darnos cuenta, nos estaban educando para el futuro, inculcando la comuni- cación, la responsabilidad, la tolerancia a la frustración, a esperar con calma nuestro turno.

El juguete con el que soñábamos durante casi un año, se esperaba que llegara en nuestro cumpleaños o en Navidad; porque al menos en mi casa, en la carta para los Reyes Magos, se les pedía de la manera más educada, que nos trajeran lo que ellos quisieran, así que hasta los regalos eran sorpresa.

Aprendimos a sobrevivir con el método científico del ensayo y error, mis padres jamás me dijeron que no tenía que meter algo de metal en los enchufes, pero la electricidad me dio una lección que, hasta la fecha, a mis 51 años, jamás se me va a olvidar, al igual que la gravedad me enseñó que una mariposa es menos pesada y más ágil, que yo y mi bicicleta.

Éramos pacientes, nada era inmediato, salvo las sugerencias de mi madre. Y la pregunta es, ¿en qué momento olvidamos todo lo aprendido en nuestra niñez?

¿DÓNDE QUEDÓ LA SILVITA DE ANTES?

En la actualidad, la dinámica de nuestros hijos es completamente diferente a la de nuestra infancia. No hay pleitos entre hermanos para ver un programa de televisión, porque cada quien tiene una en su recámara; en vez de cuatro canales, hay seiscientos, si contrataste el plan básico de televisión por cable.

Las conversaciones en las comidas son monosílabas, en cada lugar en la mesa, para los integrantes de la familia, tienen que estar puestos correctamente los cubiertos y debe de haber lugar reservado para el celular y éste debe de ser al menos un smartphone, porque todos sus amigos tienen uno y nuestra criaturita en cuestión, sería el único bicho raro que no tuviera. Pero después del aparato, lo que le sigue en orden de importancia, es la cantidad de gigas, para que nuestro angelito(a) pueda conectarse de manera inmediata, a lo que se le pegue la gana.

Cuando de casualidad, te topas con los amigos de tus hijos y te atreves a preguntarles ¿cómo se llaman?, tendrías mucha suerte, si aparte del nombre, te miran directamente a los ojos y te sostienen la mirada. Con respecto al juguete, todos sus amigos ya lo tienen y si tú no se lo compras, se lo regalará el padrino, los abuelos, o con sus ahorros, lo pide por internet y en dos días le llega, ¡Cómo, dos días, es una eternidad!

En relación a la escuela, ellos nunca tendrán la culpa, los profesores confabulan en contra de nuestros pobres retoños. Y poco a poco se nos van olvidando esos valores tan importantes, que nuestros padres nos inculcaron y que, gracias a ellos, hemos podido sobrevivir, han sido unas grandes herramientas para nuestra vida.

Seguramente, con la lectura de estas líneas, hemos hecho memoria y recordado cuando intentamos hacer un triple mortal en nuestra ‘avalancha’ y quedamos como el personaje que representa a Cristo de Iztapalapa, todos ensangrentados y aún nos recorre el cuerpo, ese martirio, al utilizar el famoso merthiolate, como método desinfectante y de curación o el control remoto de dos piernas que era nuestro hermano menor, y si tú, querido lector, fuiste el hermano menor, créeme que jugaste un papel muy importante en la familia y tu nivel de tolerancia a la frustración, era el más alto de todos los miembros de la familia.

Pero, ¿qué pasa cuando se presenta algo que jamás nos imaginamos que podría acontecer? Porque hasta antes del 2020, pensábamos que todo problema tenía arreglo, el ser humano ‘superhéroe’ tenía la solución a cualquiera, por más grave que éste fuera; los estadounidenses o los rusos, seguro tendrían el remedio. Al menos eso nos lo hizo creer Hollywood con las películas, o qué tal lo invencible que es el 007, pelea con veinte pelados y ni siquiera se despeina. Así de inocentes y crédulos somos o éramos.

• El 13 de enero de 2020, se reporta el primer caso en Tailandia y salió de China.

• El 15 de enero de 2020, hay un segundo caso importado, ahora en Estados Unidos.

• ¿Qué pensaste el 27 de febrero del 2020, fecha en que se detectó el primer caso de COVID-19 en México?, ¿qué emociones expresaste?

• ¿Dónde estabas cuando por la radio, la televisión o internet, el Gobierno de México comunicó la gravedad del ‘nuevo coronavirus’ informando que las actividades escolares se reanudarían hasta el día 20 de abril, casi un mes después?

Como tenemos la costumbre de vivir en el pasado, te invito a que regreses tu vida al viernes 13 de marzo del 2020. ¿Qué planes tenías para el puente? ¿Valle, Cuerna, San Miguel de Allende, Acapulco? Seguro ya tenías todo listo, el súper, las maletas, la pensión de las mascotas, los hoteles, los vuelos, si es que eran necesarios, recoger a los niños de la escuela y los que no salimos ese puente, ya sabíamos que íbamos hacer, ver amigos, quedarnos en casa viendo Netflix, pedir algo para comer, porque era un puente para relajarnos. O aprovechando que la ciudad iba a estar vacía, salir a algún museo, ir al Centro, mercados, etcétera.

¿Cómo te sientes después de recordar esto? Te soy sincera, empecé a sentir mucha ansiedad, me volví a angustiar, porque no sabía que iba a pasar, empecé a apuntar en mi diario, cuántos nuevos contagios se daban a conocer día a día, y cuántas muertes también.

Ese era el tema en todos los noticiarios, periódicos, revistas. Cada vez se acercaba más el COVID-19 a mi círculo cercano, tanto de amigos como de familiares.

Esta pandemia ha sido algo que jamás olvidaremos, todos los seres humanos, habrá sus excepciones, viviremos con la cicatriz de ser sobrevivientes de COVID- 19 y no es nada fácil, porque cada quien vivió esa pandemia de manera única, individual, activa, entre otras características, las cuales son las también llamadas, las características del duelo. De todo ello, nos ocuparemos más adelante.