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Rómpela con todo

Hablar del papel de la mujer en este mundo moderno, donde lo mismo estudia que trabaja, es esposa y tiene hijos, participa social y políticamente, es por demás trascendente. Lo es tanto que quizás lo más importante de ello es que la propia mujer esté clara de quién es, qué quiere, por qué lo quiere y hacia dónde caminará para conseguirlo, a la vez que supera patrones culturales que la autolimitan.

Dichos patrones nacen de estereotipos inconscientes, en los cuales ‘sólo mamá cuida a los niños’, ‘sólo papá sale a trabajar’, por citar los más extremos.

El primer paso es hacernos conscientes de que existen, de que crecimos en una sociedad en la cual esto era lo normal y lo ‘sano’ y que, por lo mismo, trabajar en nosotras mismas para, sin desconocer nuestra feminidad, superar el paradigma e ir creando una nueva cultura que tiene que comenzar por casa, con nuestros maridos, nuestros hijos, nuestro entorno laboral y social. Hay dos sesgos o barreras que se interponen en el crecimiento y trascendencia de una mujer. El primero es el techo de cristal. Esta barrera normalmente es autoimpuesta de forma inconsciente: ‘a mí me dijeron que yo tenía que atender a mi marido y que en ello me iba la vida y así he crecido dejando de lado cualquier otro tema’.

Estos techos de cristal se dan desde la selección misma de pareja o de trabajo (o la no selección); la formación hacia nuestros hijos y nuestra propia autoformación; la actitud que tengamos ante una posible promoción en nuestro empleo; la evaluación que hagamos de nosotras mismas como trabajadoras, esposas y madres (aquí la culpa es un tema por demás dramático); la actitud ante la remuneración que en innumerables ocasiones, por raro que parezca, también tiene una carga importante de culpa: ‘no puedo ganar más que mi marido; hasta la conciliación misma de mi ser y mi hacer en los temas laborales y familiares:

‘cómo logro dar lo mejor de mí conciliando las actividades y las vocaciones que tengo’.

El segundo sesgo es el techo de cemento, es una barrera interna que viene impuesta por la cultura del varón (el marido, el padre) y de la sociedad, incluyendo a la empresa. Estos impiden que una mujer sea considerada como alguien capaz de ocupar determinadas posiciones, porque el rol que otros le han impuesto no es conciliable con la labor a desempeñar.

Las consecuencias son catastróficas, la autoestima de la mujer sufre inevitablemente, su miedo a fracasar, porque no puede llenar los estándares o prototipos que otros le imponen, es evidente y eso mismo la paraliza, su capacidad de negociación disminuye porque siempre comienza con desventaja por como el otro la visualiza…, y un largo etcétera.

La única forma de superar estos dos sesgos es reconocerlos y eliminarlos desde la valentía, desde el propio autoreconocimiento y cambio cultural, evitando ser una misma la víctima, ni presentarse así ante nadie.

Es al revés, necesitamos empoderarnos, darnos a nosotras mismas, y esto lo hace cada quien por propia decisión, aunque ocupe ayuda externa, la fuerza, la capacidad y la opción para romper esos techos de cristal que sí que dependen de ella, y para empujar con su ejemplo y resultados que se rompan los techos de cemento impuestos por otros.

En este sentido mi más amplio reconocimiento y felicitación a la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, una mujer que sin duda fue capaz de superar tanto el techo de cristal como el de cemento, un ejemplo a seguir. #OpiniónCoparmex.

*Vicepresidenta Nacional de Comunicación de la Coparmex