2 minute read

De la mesa de noche de Ana Lucía

Next Article
Editorial

Editorial

DE RAÍCES Y RUTAS

Ana Lucía Galicia

Advertisement

«Partir es morir un poco, llegar nunca es el llegar definitivo» Oración del migrante

Durante una entrevista en febrero del 2019, Valeria Luiselli aseguró que su escritura tiene «una mirada extranjera» que habita entre dos mundos. «Vivo entre espacios físicos y culturales. No miro desde la distancia, pero sí con la extrañeza del que viene de fuera». Y es precisamente en Desierto Sonoro (Sexto Piso 2019) que esta mirada habita y vocifera durante las páginas que nos relatan con detalle la radiografía de una familia desde las entrañas y la memoria de una tierra expoliada en donde se han quedado grabados los ecos por la búsqueda de un origen y un comienzo.

Entre cajas con discos, anotaciones, canciones, novelas, ensayos, fotografías y aparatos para captar «sonidos», conocemos, a modo de crónica la historia entrelazada de una familia y al unísono, las huellas de otros: las elegías de los niños perdidos. Aquellos considerados otredad, los niños de infancia borrada y borrosa, pueblos originarios cuyo espíritu inhabitable quisieron oprimir en un pasado más cercano de lo que creemos, la diáspora de la crisis migratoria y la supervivencia abriéndose paso entre el calor y la falsedad de los humanos. Viaje y éxodo para una familia cuyo frágil equilibrio y a la vez, su pasión por los proyectos de recuperación y búsqueda mediante la grabación sonora y el documental, se dan cita en la carretera junto a un niño y una niña intrépidos, inteligentes y curiosos. En Desierto Sonoro se crea una odisea por dentro y por fuera, dos miradas completamente íntimas y distintas en torno al viaje de esta familia y la dura narración en tercera persona de un grupo de niños migrantes, o niños perdidos, como los ha nombrado Luiselli en su ensayo anterior. Se presenta como el viaje melancólico hacia la nada, desde Nueva York hasta la frontera mexicana, en un recorrido sonoro de la búsqueda de las huellas de Gerónimo y los últimos apaches sobrevivientes y de los ecos de los niños perdidos. Un recorrido emocional y duro hacia el origen de todo, donde todo nace, pero nada hay: en el vacío hermoso y mortal del desierto fronterizo. Personajes complejos, el dolor de los ecos que quedan en el camino, y el recuerdo permanente de la necesidad de mirar hacia atrás para poder caminar inmerso en una sociedad hostil. Empaparnos en sonidos y desenredar la madeja tras ellos es también resistencia, porque, como dice una frase de Murray Schafer mencionada en el libro, “escuchar es una forma de tocar a la distancia”.

Como si Valeria Luiselli nos dijera que la única oportunidad que tiene la literatura ahora para salvarse es (volver a) mirarse a sí misma, rescatando la poesía, la fábula y la ternura que encierra la realidad para no dejarse dominar por la furia política o la autoficción.

NOTA

Al terminar de leer Desierto Sonoro me tomé un momento para reunir en una playlist las canciones que me mostró durante la lectura. Hermosos los libros que nos regalan tanto.

This article is from: