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Celtic Frost Más allá del metal

“Morbid Tales”, sangre black metal

CON “MORBID TALES”, Warrior siempre supo que había forjado una referencia básica desde la que ramificar las extensiones de un sonido básico, que acabaría siendo fuente de sustento para figuras como Chuck Schuldiner de Death, quien llegó a considerarlo como el disco clave a la hora de ir en busca su propio estilo. Con éste, su primer álbum, Celtic Frost estaban metabolizando agresividad extrema, pero también diversión, en un cauce de intensidad básico en los designios de la materia black metal y death metal. Sin embargo, tal como me reconocía el propio Warrior: “No, no éramos conscientes de lo influyente que acabaría siendo este disco. Todo lo que queríamos hacer de aquella era tocar y establecernos como banda. Queríamos conseguirlo de la manera más sólidamente posible. Necesitábamos afianzarnos con nuestra compañía de discos porque teníamos una perspectiva muy diferente a nuestra banda anterior, Hellhammer, de la cual nuestro sello discográfico estaba muy contento”. De hecho, las grabaciones de Hellhammer, junto a “Black Metal” (82) de Venom, fueron la piedra roseta que alumbró las características de la ortodoxia black metal

Entre 1984 y 1987, Celtic Frost gestaron una terna de discos hambrientos por abrir de par en par los esquemas de la ortodoxia black y death metal. “Morbid Tales”, “To Mega Therion” e “Into The Pandemonium” rompieron la baraja de forma tan abrupta que a día de hoy sus logros siguen insuflando de inspiración a cientos y cientos de bandas. Sobre aquella época gloriosa, surge ahora “Danse Macabre”, caja recopilatoria del material grabado en los años ochenta por el grupo suizo liderado por Tom G. Warrior, chamán de una formación sin la que jamás sería posible entender el nacimiento de la etiqueta postmetal.

“To Mega Therion”, el mazo de los dioses

TRAS HABER CUMPLIDO su misión con “Morbid Tales”, Celtic Frost se enfrentaron al más difícil todavía: demostrar que su primera piedra de toque no había sido fruto de un mero impulso de explosión iniciática. Warrior y los suyos se empecinaron en demostrar que podían competir con el resto de bandas líderes mundiales. El resultado final de las sesiones llevadas a cabo para su segundo largo quedó plasmado en una colección de canciones rabiosas como en “Morbid Tales”, pero infectadas por un ansia mayor de búsqueda y autodescubrimiento. “Queríamos hacer algo como una obra de teatro, pero dentro de los contornos de un disco de música. Y para ello también teníamos que experimentar en el estudio. Lo que nos motivaba era contemplar la música como si se tratase de pintura. Y queríamos añadir tal concepción visual del sonido dentro de la materia heavy metal. Queríamos sonar extremos, aunque de una manera diferente”. Con semejantes ínfulas por arañar los preceptos de la normalidad subyacente, Warrior se parapetó bajo el sonido de la disidencia y se zambulló en un mapa sonoro a contracorriente aún por inventar. Uno para el que él mismo iba a ser el cartógrafo jefe. Dichas pretensiones tienen sus raíces en la vital influencia que H.R. Giger portadas como la que hizo para “To Mega Therion”. Más allá de esta aportación, su personal visión del surrealismo futurístico-gótico comenzó a infiltrarse fuertemente en los tejidos melódicos de los suizos.

“Into The Pandemonium”, a contracorriente

ENTRE EL PRIMER y el segundo álbum de Celtic Frost había transcurrido un año. Sin embargo, la sensación era de que fue un lustro, como mínimo, lo cual no iba a cambiar para su siguiente trabajo, “Into The Pandemonium”, uno marcado por un cúmulo de tensiones inesperadas. “Estábamos muy limitados en nuestras habilidades técnicas. Por lo que teníamos que trabajar muy duro para aunar nuestras diferentes visiones de la música. Sabíamos lo que queríamos hacer, y sabíamos que no podíamos ser muy heavy metal o extreme metal. Nos encantaba esa música, pero queríamos ser extremadamente impredecibles y experimentales. En aquella época, no nos importaba mezclar música clásica, jazz, new wave, teclados o coros femeninos en lo que hacíamos, sin dejar de ser una banda de metal”. Al igual que en “To Mega Therion”, la huella dejada por el batería Reed St. Mark fue de gran peso. Lo que más impresiona no es la rítmica tan especial que St. Mark imprime al conjunto final, sino cómo éste es capaz de hacerlo fluir con tan desbordante naturalidad. “Fue algo muy sencillo de conseguir porque

Reed no provenía del heavy metal. Él había tocado jazz latino en Nueva York. Esta base le proporcionaba una vibración creciente. Nunca había tocado antes en una banda heavy metal. Nunca había tocado cosas que hicieran suponer que llegara a acoplarse con el bajo pensado para Celtic Frost”.

PERO “INTO THE PANDEMONIUM” aún contenía más sorpresas en su interior. Como “One in Their Pride”, una elucubración marcial de hip hop primigenio, compuesta en la misma época en la que el colectivo de productores Bomb Squad comenzaban a despuntar en sus trabajos para Public Enemy. Su concepto bélico del funk está hermanado con el corte de Celtic Frost, aunque según Warrior los tiros iban por otro lado. “Llevo escuchando música electrónica desde los tiempos que comencé con el heavy metal. Comencé con Kraftwerk a comienzos de los setenta, y me quedé completamente fascinado por su uso de los samples y los sintetizadores. También fueron muy importantes para mí los primeros singles de Depeche Mode, de los que me hice fan desde sus comienzos, cuando eran casi como un grupo new wave de corte experimental. Era algo muy simple, duro y provocador. Nuestra inmersión en el mundo de la electrónica resultó ser muy complejo; éramos muy inexpertos en la materia. Al fin al cabo éramos una banda rock”. En aquel mismo 1987 no sólo Celtic Frost habían desviado la mirada anglosajona hacia lo que estaba sucediendo en Suiza, sino también The Young Gods, una banda de electrónica industrial y metálica que corroboraba al país de los Alpes como una curiosa mutación de avant-garde metal, las más excitante y atrevida de aquella temporada.

LO QUE VINO DESPUÉS jamás igualó el impacto de tan heterodoxa trilogía inicial, la simiente de una banda que nunca cuajó definitivamente sus diferentes mutaciones, pero no por no tener la capacidad para hacerlo, sino por la ambición devoradora, que les llevaban a probar tantos caminos como fuera posible hasta hacer de Celtic un grupo que transciende el propio género metal para ser uno capaz de influenciar por igual a Pantera, que a Faith No More que a Nine Inch Nails, Neurosis o Nirvana, entre tantos y tantos grupos que le deben parte de su genoma creativo. MARCOS GENDRE

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