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CINE Y SERIES

UNOS INDIVIDUOS con aspecto desalentador, palabras graves y herramientas sospechosas aparecen repentinamente para perturbar las tranquilas vacaciones de una familia feliz. Lo que estos individuos, capitaneados por el hercúleo Dave Bautista, les explicarán a los protagonistas suena disparatado, terrorífico y sangriento. Sin embargo, en una sugerente paradoja, está garantizada la supervivencia de la familia. Esta subversión de la trama habitual de secuestros en el hogar –“Horas desesperadas”, “Funny Games” - es una excentricidad que le da atractivo a la propuesta. Lo que Bautista y los suyos les contarán requerirá mucha confianza por parte de ellos. Y también –ese es el problema– por parte de los espectadores. Los tres puntales argumentales del film son familia, religión y sacri- ficio. El film esconde referencias bíblicas, pero en el fondo a Shyamalan la religión que le interesa es la imaginación. Shyamalan ha demostrado ser, a través de sus películas, el evangelizador del fantástico que pide a los espectadores que le crean a él y a sus personajes. Ya sea para hablar de niños que ven muertos, de señales alienígenas, de superhéroes cotidianos o de terribles profecías. Así, en el caso de “Llaman a la puerta”, las sillas en que están inmovilizados los dos padres en la casa son también las butacas ocupadas por los espectadores. Sin embargo, la premisa de la cinta es demasiado arriesgada incluso para permitir una pequeña grieta en el raciocinio que la haga verosímil. Tampoco ayuda el desarrollo de la trama. En definitiva, un film solo para creyentes en Shyamalan. J

VERDEJO

PICATOSTE

TANTO SI ERES un recién llegado al universo de Junji Ito como si ya eres un fan consagrado del legendario mangaka japonés, los doce pases de esta adaptación antológica de algunas de sus historias pondrán perfectamente de relieve la fascinación, incomodidad, confusión, espanto y sobrecogimiento que solo su imaginario es capaz de generar en el espectador. A pesar de la brevedad de sus episodios y de esas puntuales limitaciones estéticas que en ocasiones presentan una animación más rudimentaria o estática, “Junji Ito Maniac: Relatos Japoneses de lo macabro” es una brillante muestra de todas las aristas propias del complejo universo del autor de obras tan relevantes como “Uzumaki”, “Tomie” o “Gyo”, quien además demuestra no hacerle falta recurrir a los clichés del género para helarnos la sangre. Con recursos que van más allá de esos lugares comunes del terror, Ito nos presenta de la mano de este proyecto de Netflix un vistazo directo a los principales paradigmas de su estilo: desde el body horror más repulsivo (“El autobús de los helados”, “La guarida del demonio del sueño”), su particular y escalofriante obsesión con las cabezas (“Las fotografías de Tomie”, “Los globos de la horca”, “Las estatuas sin cabeza”), o ese costumbrismo grotesco no apto para estómagos sensibles (“Moho”). En duda queda sentenciar si es la mejor adaptación que se ha realizado hasta la fecha de su particular imaginario, pero desde luego sí es la que al menos mejor condensa todas las aristas y recursos que han hecho de su narrativa la más sobrecogedora del manga actual.

HACE NO MUCHO TIEMPO se apostillaba a Clint Eastwood como “el último cineasta clásico”, etiqueta equivocada por diversas razones; entre otras, que el estilo clásico nunca morirá, por lo que no procede hablar de “último”. Convirtámosla, pues, en un título simbólico y oficioso que ha quedado vacante por inactividad del nonagenario Eastwood y entronicemos ya a Steven Spielberg como el heredero, “el nuevo último cineasta clásico”. A lo largo de su trayectoria, Spielberg ha hecho remakes de filmes antológicos, ha incursionado en distintos géneros de Hollywood y cada vez más ha extremado la pulcritud de la puesta en escena –ahí están “El puente los espías”, “Los archivos del Pentágono” o “Lincoln”, en la que las secuencias en los porches nos recordaban a John Ford. En “Los Fabelman”, que invoca a

Ford, al melodrama sirkiano y a la comedia juvenil playera, nos lleva a las décadas de los cincuenta y sesenta y se inspira en su propia biografía: en ocasiones da la sensación de estar ante una dramatización de un documental sobre su figura. Spielberg nos conmina a perseguir las pasiones de todo tipo, no solo los sueños vocacionales. Así se vinculan las dos historias que nos cuenta: la fiebre por el cine del protagonista –alguno de sus cortos se llama igual que otros del adolescente Spielberg–y la historia familiar de amores soterrados. Las pasiones hay que cuidarlas, nunca huir de ellas. “Los Fabelman” es un canto a la imagen filmada y todo lo que nos puede revelar y provocar. Contiene grandes momentos, una galería de personajes escritos con honda precisión e interpretaciones sorprendentes.

J. PICATOSTE VERDEJO

LA SUPERFICIALIDAD es un atrevimiento que solo funciona en el caso de ser, al mismo tiempo, ligera y divertida. La caricatura es un estilo, un cómo y una forma, que solo resulta agradable si es inteligente y original. “La Tierra según Philomena Cunk”, sin ser un dechado de virtudes, cumple a rajatabla las normas no escritas para prescindir de la objetividad y de la coherencia. Este documental de cinco episodios escrito principalmente por Charlie Brooker (“Black Mirror”) en el que una ficticia Philomena Cunk, que ya protagonizó el documental “Cunk On Britain” en 2018, recorre la historia de la humanidad a lo largo de la historia es una suerte de remedo del “Sapiens” de Harari acelerado y desmitificado. La historia del ser humano, en manos de Cunk, es más un accidente que un des- tino. Especialmente divertidas son las entrevistas de Cunk con expertos reales de las principales universidades británicas, donde consigue llevar el surrealismo al límite provocando situaciones cargadas de ironía que resultan al mismo tiempo didácticas e hilarantes. “La Tierra según Philomena Cunk” es un feel good mockumentary con el que, paradójicamente, uno puede olvidarse de los problemas del mundo y del día a día al perderse en los problemas del mundo y del ser humano a lo largo del tiempo. A pesar de no ser memorable es terriblemente ameno y ágil; su falta de trascendencia es un agradable refresco en mitad del desierto de autocontemplación al que nos llevan muchos de los creadores humorísticos del momento.

LUIS M. MAÍNEZ