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ANDES

CAPÍTULO II

DIABLOS, CARNAVAL Y CELEBRACIÓN POPULAR EN LOS ANDES

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En los pueblos que cruzamos noté que los indios estaban de fiesta y recordé que era el lunes de carnaval. Los indios celebraban ese día bebiendo chicha y aguardiente. Tocaban sus tambores y flautas de carrizo, pero sin la menor intención musical. Pañuelos y jirones de tela atados al extremo de una pértiga flotaban encima de todas las chozas. El jefe de la familia, armado de su flauta y tamborín, marchaba contorneándose alrededor de la choza. Sus parientes, su mujer y sus hijos grandes y pequeños le seguían con un pañuelo en la mano. De tiempo en tiempo cada uno giraba sobre sí mismo lanzando gritos agudos. Este paseo duró tres días. (…) Este era para los indios el soberano placer del carnaval.

Eugène de Sartiges, Viaje a las repúblicas de América del Sur, 1834

En este capítulo analizamos la construcción de los espacios festivos dentro de la cultura popular andina, desde el período colonial hasta la primera mitad del siglo XX. La fiesta popular católica, fuertemente vinculada a las celebraciones a las vírgenes, santos patrones y cruces, expresa un carácter carnavalesco —en el sentido de la trasgresión transitoria, exceso y recreación subalterna—, que «confunde» la liturgia oficial con prácticas celebratorias propias del mundo indígena y popular urbano, otorgándole nuevos sentidos a las prácticas y símbolos proyectados por la iglesia.

A partir de una aproximación a la historia cultural (Mijail Bajtin, Carlo Ginsburg y Peter Burke) analizamos la construcción del espacio festivo y la concepción del «tiempo de carnaval» como elemento fundamental de la fiesta católica andina. Luego, hacemos una reconstrucción de los imaginarios sobre el diablo en los Andes, personaje apropiado por los sectores subalternos que terminó revirtiendo la imagen construida sobre él por la pastoral cristiana

durante la temprana evangelización de los siglos XVI y XVII, acercándonos a los significados diversos y ambiguos que, tanto en el mundo urbano como en el rural se le dio al personaje, el cual terminó consolidándose como uno de los actores más destacados de la fiesta popular.

La comprensión del carácter carnavalesco de la fiesta y la reelaboración de la imagen del diablo por los sectores populares nos exige entender el sentido de la cultura «no oficial» surgido dentro del mundo colonial andino y vigente hasta nuestros días. Valores, símbolos y apropiaciones de las lecturas formales que se reproducen en el campo, entre los campesinos y los sectores populares urbanos, compuestos por artesanos, pequeños comerciantes y ganaderos. Prácticas que se confrontan a los discursos oficiales —que, a su vez, buscaron regular los «excesos» en los comportamientos del pueblo común— y que muchas veces son ritualidades compartidas con individuos de las elites, sobre todo en escenarios de «encuentro», como las ferias, las fiestas o las procesiones religiosas34 .

Así, en este capítulo se expresa también la oposición que determinadas prácticas populares presentan a la cultura «oficial» promovida por las elites religiosas, políticas e intelectuales, marcando los límites que estas expresiones del mundo subalterno significan al afán de ordenamiento que buscó regular la vida cotidiana y los escenarios festivos de los sectores populares35. En tal sentido, en el texto seguimos la línea propuesta por los historiadores culturales, quienes acuñaron el concepto de «doble culturalidad» de las elites (Burke, 1991) para reconstruir las cambiantes miradas que estas van proyectando sobre la cultura popular y los intentos de «erradicarla» o reformarla: en principio, la renuncia y «denuncia» de estas prácticas, vistas como incultas, exageradas y contrarias a los sueños

34. Peter Burke reconoce la aparente dicotomía entre las nociones de «elite» y

«sectores populares», que, en muchos casos, no permite observar la compleja red de puentes culturales que nutrían las experiencias vivenciales de ambos grupos.

Así, espacios festivos compartidos como el carnaval o la fiesta patronal evidencian que las prácticas populares no cuestionan directamente a las elites —que también participan del jolgorio carnavalesco—, sino a los discursos oficiales que exigen un ordenamiento de sus ritualidades y comportamientos. A su vez, el autor acuña el término «bilingüismo» —o, más técnicamente apropiado, «disglosia»— para referirse a la capacidad de los miembros de las elites de participar y aprender de universos culturales distintos, como son los elitistas y populares (Burke, 1991). 35. Hablar de la cultura popular en los Andes nos exige, además, romper con la falsa impresión de una expresión homogénea de las prácticas de los grupos subalternos.

Echando mano de la historia cultural, hacemos uso del término «cultura de las clases populares» que, para el caso andino, correspondería al mundo campesino indígena y espacio urbano mestizo, criollo y afro descendiente (Burke, 1991: 26).