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LAS INSTITUCIONES Y LA CULTURA DEBEN ASUMIR RESPONSABILIDAD POR LA VIOLACIÓN.

Atribuyendo las acciones de los violadores y abusadores a que solo nacieron malas personas y a unas pocas manzanas podridas permite que las instituciones y culturas que los desarrollaron eviten la rendición de cuentas. Hay personas, sistemas y una cultura global de la violación que enseñan conductas y acciones violentas, abusivas y dañinas.

Y estas mismas personas, sistemas y culturas aseguran que las personas que se convierten en violadores o abusadores puedan evitar en gran medida la rendición de cuentas y las oportunidades de desaprender sus abusos de poder.

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La violencia sexual es una crisis tanto interpersonal como política creada por sistemas de dominación históricos entrelazados, incluidos el patriarcado, el racismo contra los negros y los indígenas, el capacitismo, el capitalismo, la colonización, la homofobia y la transfobia.

Definimos la cultura de la violación como las creencias sutiles incrustadas en la forma en que pensamos, hablamos y actuamos que normalizan el sentirse con derecho a actos sexuales y la violencia; desprioriza el consentimiento. Siempre tiene sus raíces en las creencias, el poder y el control patriarcales. La cultura de la violación informa las acciones de las personas sexualmente violentas.

Los sistemas entrelazados de poder y privilegio son los componentes básicos de la crisis mundial de violencia sexual. La violación, el asalto y el acoso ocurren a través del abuso de poder y privilegio por parte de personas individuales, frecuentemente en relaciones interpersonales, y respaldado por políticas y prácticas institucionales.

La cultura de la violación es, ante todo, en la base de la fundacion de los EE. UU. y, como resultado, está entretejida en cada pieza de la sociedad occidental. Si bien la cultura de la violación ha sido parte de todas las culturas desde que existió el patriarcado, la cultura de la violación en EE. UU. está conectada con la brutal eliminación del consentimiento de los pueblos negros e indígenas a través del desplazamiento, el genocidio, la esclavitud y la reproducción forzada a manos de los colonos europeos.

Durante las primeras etapas de la formación de los EE. UU., la violación y la cultura de la violación se normalizaron en un contexto en el que cualquiera que no fuera un hombre anglosajón cisgénero ni siquiera tenía derecho a votar; mucho menos, tener autonomía corporal. Esta práctica no fue aislada, ya que inmigrantes asiáticos, árabes, isleños del Pacífico y africanos de todo el mundo emigraron a los EE. UU. y se encontraron con violencia sexual y de género repetitiva. Los libros de historia y el currículo escolar conservador enseñaron a los niños que la violencia era “necesaria” , dando paso a la impresión de que la violencia sexual es un acto aceptable y socialmente normativo. Las instituciones dentro de los EE. UU. continúan peligrosa y dañinamente con este legado. Los sistemas de medios tradicionales y no tradicionales han perpetuado el espectro de la cultura de la violación, tanto en los EE. UU. como en todo el mundo. La cultura de la violación se encuentra entretejida en películas, canciones, televisión, literatura, noticias y redes sociales. Desde el momento en que un niño mira Pocahontas, donde una niña de 12 años, llamada Amonute, es aciclada y luego casada con un colonizador de 28 años llamado John Smith; cuando un jugador de video juegos adulto se topa con imágenes altamente racistas y sexualmente violentas en la dark web; hasta cuando un medio de comunicación humilla a una sobreviviente mientras están al aire: nuestra comunidad está inundada de imágenes destinadas a normalizar la cultura de la violación y atraer al espectador a participar. emocional, espiritual y mental. Más aún, nuestros niños son educados en una cultura de violencia sexual a través de dinámicas interpersonales y comunitarias, incluidas jerarquías familiares que mantienen normas de absoluta obediencia y silencio.

Las instituciones de medios globales apoyan y enseñan normas culturales (por ejemplo, lenguaje, imágenes, mensajes y comportamiento) que socavan la agencia de las comunidades más vulnerables.

La desinformación sobre la violencia sexual en los principales medios de comunicación fluye tanto en el movimiento como en los espacios políticos, oscureciendo sus efectos a largo plazo en las sobrevivientes y en comunidades enteras. La fabricación de información también desvía la atención de las causas profundas de la violencia sexual: el poder y privilegio. La normalización de ideas como el derecho sexual y la complicidad de las sobrevivientes socava la capacidad de las sobrevivientes para acceder a la justicia y niega seguridad a las personas más susceptibles a la violencia sexual.

Nadie nace violador; pero quienes se convierten en abusadores se les enseña durante la infancia y la edad adulta, desde las instituciones y la cultura de su sociedad: que es apropiado ejercer poder sobre el cuerpo de otro. Debido a este entendimiento, nosotrxs en ‘me too.’ creemos que la violencia sexual no es solo un acto privado que requiere solo intervenciones privadas. La violencia sexual es resultado de nuestra cultura y de las instituciones que continuamente la manifiestan.

Todos somos responsables de la promoción y amplificación de la cultura de la violencia sexual y la violación; por lo tanto, podemos ser actores en la interrupción y prevención de la violencia sexual.

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