Prologo Lasciatemi

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Lasciatemi. Copyright Š 2012 Manne Van Necker.

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Con mucho cariño a quienes me orientaron en que esta historia debía ser un Original. Nani Appleseed, Gaby Bambu y SkyC. Y también a todas aquellas que han caminado junto a mí este largo camino

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desde Fanfiction hasta ahora.


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Prologo. Cuando sonó la campanilla del local, Mía la miró atentamente, de seguro era nueva, puesto que de todas las veces que había pasado por ese umbral, era la primera vez que había escuchado el agradable tintineo. Atravesó la cafetería que a esta hora tenía pocos clientes y cuando llegó al mesón se quitó los mitones peludos que le había regalado su abuela. No había fila, pero aún así esperó que apareciese el vendedor. El aroma a café mezclado con la esencia a vainilla del local le daba un fresco recuerdo de su hogar por las mañanas, quizá por eso, prefería caminar siete cuadras más para venir a esta cafetería en vez de la que quedaba más cerca de su casa. Mía saludó al caballero que todas las mañanas venía a tomarse un café y leer los periódicos, nunca hablaban más allá de un simple saludo, pero ambos eran clientes frecuentes, por lo que se sonreían y luego cada uno hacía lo suyo. —Hola —dijo sonriente Mía —. Quiero un latte con un pastel de hoja, por favor. La señora que estaba atendiéndola era la dueña del local, por primera vez no era el chico de siempre quién atendía, quizá se había ido de vacaciones, aunque descartó la idea de inmediato porque no era fecha de vacacionar con la nieve hasta las mismas ventanas. La señora Mimí, así le decía la gente, quizá era por su aspecto tierno y mejillas rosadas, la atendió con una gran sonrisa y le dio a probar la nueva tarta de frambuesa que había preparado ella misma esa mañana. —Deliciosa —sonrió Mía parándose en puntillas para ver qué más había en la estantería que era demasiado alta para su estatura—. También deme un trocito de ese.

Mía no supo que responder, sentía como el calor recorría su rostro y se asentaba en sus mejillas, estaba segura que se había sonrojado hasta la nariz, aunque no se preocupó, sabía que su rostro podría pasar por el permanente frío que se desataba en la zona.

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—Así será, cariño —rió suavemente —. Es increíble lo pequeña y delgada que eres y todo lo que comes.


Lasciatemi. Copyright © 2012 Manne Van Necker. All rights reserved. Todos los derechos reservados. Cuando se sentó en la barra y comprobó que la silla rotatoria no sonaba, porque no había sonido más horrible que el chirrido de las cosas, escuchó el sonido de la campanilla de la entrada: era el vendedor que llegaba atrasado. Intentó no mirar que ocurría entre él y la señora Mimí, pero en vez de reprenderlo o escuchar alguna queja le envió directo a ponerse el delantal y a trabajar. Se tomó el café que tenía lo exacto de un todo y por eso, lo hacía uno de los mejores cafés de la zona, incluso estaba caliente cuando terminó. Le quedaba un trozo de dulce, el de frambuesa, así que lo envolvió en la servilleta y lo mantuvo en su mano. Se despidió de la señora Mimí y del caballero que leía el diario antes de salir. Una vez que llegó a la esquina sonrió al ver que allí estaba Luz, la niña que siempre estaba pidiendo limosna en la esquina, se alegró de verla con la chaqueta vieja que alguna vez había sido suya y que le había regalado. —Hola, Luz —sonrió Mía —. Te traje esto. —Gracias, Mía —sonrió la niña mirando con gran ansiedad el pequeño pastel —. ¿Qué harás hoy? —Tengo que ir a la Universidad y luego al hospital. ¿Qué harás tú? —Voy a ir a recolectar cartones, el niño de la otra calle dijo que estaban pagando bien el kilo de cartón y luego de eso me iré a la casa de la Iglesia a dormir —sonrió Luz. Hacía un par de semanas que Mía había conocido a Luz, una niña de no más de diez años, cuando la vio quiso llevársela de inmediato a su casa, pero sabía que esa no era una decisión sabia y que probablemente cuando viniese de visita su madre enviaría a la niña de vuelta a la calle, por lo que recordó la casa de acogida de la iglesia, era una casa que a medio día daba almuerzo a los pobres y en la noche les daba asilo para que no pasaran frío ni muriesen de hipotermia. Así que Mía presentó a Luz al párroco quién aceptó encantado a la niña que parecía tener una muy buena voluntad a la hora de cooperar. —Me parece una muy buena idea, Luz —se metió una mano a su bolsillo y sacó una moneda —. Cuídala bien, sólo ocúpala si tienes mucha hambre o frío.

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—Gracias, Mía —sonrió —. Nos vemos mañana.


Lasciatemi. Copyright © 2012 Manne Van Necker. All rights reserved. Todos los derechos reservados. Mía sonrió al ver a la niña entusiasmada y se recordó que su madre no debía enterarse en qué gastaba el dinero, porque de seguro se opondría a que le diese una moneda a Luz, aunque fuese una cosa mínima que podía hacer por la niña. En la Universidad, Mía tenía un largo día. Solía ser la ayudante del profesor de Literatura, por lo que tenía que ayudarle a preparar los talleres, buscar nuevos libros para discutir y además hacer una qué otra clase, sin contar corregir los certámenes. A muchos de sus amigos les molestaba que hiciese ese tipo de trabajo, pero a ella le gustaba cooperar con el profesor, era un hombre sabio y además todo el trabajo se veía recompensado cuando al profesor le llegaban dos copias o más de un libro que había salido hace poco a la venta, porque el profesor siempre destinaba uno para Mía. —¿Qué harás hoy? —dijo el profesor mientras ambos corregían certámenes en su despacho. —Quedé de ir al Hospital —respondió Mía sin mirarle. —¿Estás enferma, Mía? —respondió el caballero preocupado. —No, no —alzó la vista—. No estoy enferma, es que quedé de hacer un curso de primeros auxilios para ir con los niños de la parroquia a la nieve el próximo mes. —Con que de eso se trata —rió el profesor Higgins —. Ya me traerás fotos. —Podría venir con nosotros —sugirió Mía. —¡Oh, no! —aclaró su garganta —. Estoy muy viejo para subir a una montaña con nieve. Ya veré las fotografías.

El frío y la ventisca que se había levantado, hacía imposible el caminar de Mía. Los pies le pesaban cada vez más y a pesar de llevar un abrigo de piel, falso, por supuesto, ya que estaría en contra de sus principios usar piel de animal, unos pantalones gruesos y botas especiales para la nieve, sentía como el viento lograba colarse y producirle espasmos. Una vez que llegó al hospital, un guardia le abrió la pesada puerta y la cerró inmediatamente detrás de ella.

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Cuando Mía se marchó del despacho del profesor, este sonrió. Mía, con su pequeña estatura y esos grandes ojos que variaban entre el azul y el verde, le recordaba a su nieta. Era tan parecida a ella que le gustaba compartir tiempo con la muchacha, porque sabía que su nieta no vendría a verle por bastante tiempo.


Lasciatemi. Copyright © 2012 Manne Van Necker. All rights reserved. Todos los derechos reservados. —Buenas tardes —dijo Mía —. Vengo al curso de primeros auxilios. —Séptimo piso, tercera puerta a mano izquierda —respondió el guardia. Cuando se acercó al ascensor no dejó de repetirse las indicaciones del guardia. Usualmente las olvidaba a medio camino y luego no sabía qué hacer, le ocurría constantemente con los mandados de su madre, cuando iba a comprar tenía que devolverse a medio camino para preguntarle qué era lo que tenía que comprar. Entonces su madre se molestaba y la dejaba en casa mientras ella iba a hacer los mandados. Cuando encontró la puerta se quedó de pie frente a ella ¿derecha o izquierda? No podía recordarlo con exactitud por más que lo había repetido parecía un confuso recuerdo de hace mucho tiempo. Se quedó mirando la puerta del lado izquierdo, no había ninguna descripción, letrero o cualquier señal que le hiciese inclinarse por ella, era igual que la puerta del lado derecho. Ambas de un tono azul piedra y sin inscripción. Cuando se volteó para mirar nuevamente la puerta del lado izquierdo, sintió que la puerta a sus espaldas se abría. Era un hombre, salía con la cabeza mirando directamente al suelo, chocó contra ella, pero no lo suficiente como para dañarla, murmuró unas disculpas rápidas y se marchó. Por lo que había visto, el hombre parecía contrariado. Mía volvió a mirar a la puerta y se encontró con un médico con su bata blanca. —Un mal día —murmuró el hombre. Mía no sabía que decir, era uno de esos incómodos y extraños momentos en los que las palabras no justifican ni aportan algo, así que prefirió quedarse en silencio. Sólo cuando el hombre iba a cerrar la puerta, ella se atrevió a hablar. —Buenas tardes, disculpe ¿Usted sabe donde se realizará el curso de Primeros Auxilios? —preguntó con una sonrisa incomoda.

La noche estaba más fría que de costumbre, aún caían pequeños copos de nieve que aumentaban el volumen que había en el piso. Constantemente tenían que hacer mantención en las calles, los vehículos estaban guardados y cubiertos, muy pocos andaban circulando, en las zonas donde no había nieve el piso se había cubierto de una capa de hielo que lo hacía más resbaloso. Las luces era lo único que parecía dar vida, a esas horas, al lugar.

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—Al frente —señaló la puerta.


Lasciatemi. Copyright © 2012 Manne Van Necker. All rights reserved. Todos los derechos reservados. Mía que no estaba acostumbrada a caminar a esas horas en la calle, se abrigó y cubrió el rostro para evitar el frío del exterior y se apresuró para llegar a su casa. Las ventajas del edificio que había elegido era que quedaba cerca de todo, por lo que se fue caminando. El conserje le abrió la puerta a penas la vio, era un señor de frondoso bigote y tenía dentadura amarilla por el excesivo consumo de café, pero era amable, como la mayoría de las personas de allí. Cuando Mía prendió la televisión no lo hizo con la intención de ver que era lo que se transmitía, sino evitar escuchar los ruidos de los arboles contra su ventana. Era un sonido que siempre la había aterrado porque solía salir en las películas de terror, por lo que subió el volumen de la televisión para, también, sentirse acompañada. “La tormenta de nieve y viento se mantendrá en la zona hasta el próximo fin de semana, por lo que se esperan nevazones intermitentes, acompañadas de lluvia y la ola de frío tendrá como temperatura máxima -4°C” Mientras intentaba dormir el ruido contra su ventana seguía tan estrepitoso como horas antes y le impedía conciliar el sueño.

Para Mía lo peor de este tipo de noches era la psicosis que generaba en ella, cualquier sonido parecía ser aterrador, cualquiera podía ser de un espíritu o animal raro que intentaría colarse por la ventana. Mientras tiritaba debajo de las sábanas sintiéndose vulnerable, pero segura que tapada hasta las orejas nada le ocurriría, sintió el golpe agudo y fuerte de algo contra el vidrio, esta vez, no era el árbol. ¿Querría alguien entrar en su departamento? Era un segundo piso, pero aún así era accesible para los ladrones. Aguzó el oído para intentar oír con más claridad, pero el sonido no volvió a ocurrir, no hasta unos minutos después. Cuando lo sintió pudo reconocerlo como una piedra contra el vidrio. Asustada, pero armándose de coraje, se levantó y se acercó lentamente a la ventana, como si al acercarse de esa manera el peligro disminuyese. Cuando vio que no era nada apegó su cara al frío vidrio, entonces el sonido de un vidrio quebrado en la otra habitación la espantó.

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A sus dieciocho años seguía siendo una niña, sobre todo cuando se trataba de las tormentas y los ruidos sacados de historias de terror. Al que más le temía era al sonido de las cadenas, se imaginaba que vendrían a empujarla de la cama por las noches y se la raptarían. Más por miedo que por cualquier otro motivo pensó que quizá sería una buena idea pedir que cortasen unas pocas ramas del árbol para así evitar el horrible sonido.


Lasciatemi. Copyright © 2012 Manne Van Necker. All rights reserved. Todos los derechos reservados. El sonido de su respiración junto con el de su corazón era lo único que podía escuchar luego del estrepitoso ruido de la ventana rota. Cuando abrió la puerta de su habitación, el sonido del teléfono de la conserjería sonó. —¿Está usted bien, señorita? —dijo el conserje—. Me ha llamado su vecina diciendo que hay ruidos en el piso. —Al parecer se ha quebrado una ventana de la sala de estar —murmuró Mía con temor que el ladrón estuviese escuchando del otro lado. —Iré de inmediato, quédese donde esté y cierre las puertas —dijo el hombre. Tal cual como en una de esas películas donde secuestraban a la joven por esconderse debajo de la cama. Mía cerró la puerta de su habitación con llave y se escondió en el closet, entre su ropa. Estuvo atenta a todos los sonidos que pudiesen venir de las otras habitaciones, pero no parecía haber nadie o el ladrón era muy silencioso. Cuando la voz del conserje se escuchó detrás de la puerta, Mía salió del closet para abrirla. —¿Está bien? —insistió el conserje. —Algo asustada —reconoció Mía —. ¿Qué ocurrió? El conserje había encontrado el vidrio roto, tal cual Mía había oído, pero no había señales de una piedra o un objeto contundente que pudiese haber roto la ventana. Luego de seguir al conserje por todo el departamento y asegurarse que no hubiese nada, el hombre bajó para traer una caja de herramientas y tratar de sellar la ventana de tal manera que no entrase el frío viento, por lo menos hasta mañana para luego reemplazar el vidrio roto.

Mía no se había convencido en absoluto de que fuese el árbol quién habría roto la ventana, estaba segura que fue una piedra y las piedras no las levanta el viento y caen en la ventana de una asustadiza chica. Por lo que comenzó a mover los muebles para buscar la dichosa cosa que había roto su ventana. Mientras se arrastraba buscando, vio un objeto brillante debajo del sofá. Con rapidez se levantó a correr el sofá y allí encontró un aro que había perdido días atrás y al lado del aro estaba la dichosa piedra.

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—Con esto debería bastar —dijo una vez clavado una lámina de madera donde antes se veía la ventana —. Mañana vendré a reemplazarle el vidrio, cualquier cosa no dude en llamarme.


Lasciatemi. Copyright © 2012 Manne Van Necker. All rights reserved. Todos los derechos reservados. —¡Lo sabía! —cantó victoriosa, pero no tardó en darse cuenta de lo que eso significaba y volvió a asustarse. Se acercó a la otra ventana para mirar si alguien andaba entre los árboles del edificio o en las cercanías, pero todo parecía tranquilo, bañado en la espesura de la nieve. Con este frío y probablemente una temperatura menor a los -14°C, nadie en su sano juicio estaría allí a esas horas. Cuando Mía se disponía a alejarse de la ventana escuchó un murmullo y esta vez no era su aguda mente que buscaba sonidos aterradores donde no existían, el murmullo era real y parecía venir desde abajo del árbol que golpeaba su ventana, el mismo árbol que le impedía asegurarse que lo que había oído era cierto. El viento parecía estar a favor de Mía, porque cuando empujó las frondosas ramas y pudo ver una figura negra al pie del árbol. Parecía ser un hombre, pero no quiso molestar al conserje, de seguro a esas horas había bloqueado el edificio con llaves para que nadie pudiese entrar, quizá había ido a dormir. Tentada de curiosidad miró por la ventana a ver si el hombre haría algo para subir o si quería robar, pero él permanecía allí, sentado al pie del árbol. Si no era un ladrón ¿Quién era? —pensó —. ¿Sería un mendigo? —¡Dios santo! —murmuró —. Debe estar muriendo del frío, si es que ya no está muerto. Llamó al conserje de inmediato, pero este no le contestó. Tenía miedo de bajar sola, pero quizá en la oficina encontraría al conserje para que le ayudase. Se abrigó tan rápido como pudo, dejándose el pijama puesto y poniéndose una chaqueta, un gorro y una bufanda. Bajó las escaleras porque era más rápido que el ascensor y buscó al conserje en vano, porque no estaba allí. Asustada, más que por ella por la vida del pobre hombre que estaba fuera, sacó el manojo de llaves que tenía y buscó el de la puerta principal del edificio. Una vez que quitó todos los seguros, abrió la puerta y sintió el frío colarse por sus ropas, quiso arrepentirse, pero su sentido común y cristiano se lo impidió. A menos de cuarenta pasos estaba el hombre bajo el árbol. Llevaba una chaqueta delgada, un gorro que cubría parte de su cabeza. Sentado arriba de la nieve probablemente estuviese todo mojado y congelado. ¿Cuánto tiempo llevaría allí?

Se acercó y le movió el hombro, pero por respuesta obtuvo un gruñido. Aún asustada, pero no tanto como para paralizarla, movió al hombre y entonces le reconoció. ¡Era el chico de la cafetería de la señora Mimí! ¿Qué demonios hacía allí?

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—Señor —llamó Mía —. Señor.


Lasciatemi. Copyright © 2012 Manne Van Necker. All rights reserved. Todos los derechos reservados. Intentó moverle para despertarle, pero parecía imposible, lo único que hacía era gruñir. —¡Levántate! —gritó Mía tomándolo de los hombros e intentando levantarlo, pero ella era demasiado pequeña y sin fuerzas como para levantar a un chico que probablemente midiese casi el doble que ella. —¡¿Quién anda ahí?! —gritó alguien a sus espaldas —. Estoy armado y autorizado a disparar. Era el conserje, había aparecido cuando Mía más le necesitaba, por lo que se alegró de oírle allí. Mía le explicó toda la situación, mientras que Pietro, el conserje, le ayudó a levantar al muchacho, que ahora que estaba lo suficientemente cerca, podía sentir el olor a alcohol que tenía, estaba completamente borracho. —¿Qué hará con él? —gruñó Pietro. —Es un amigo, le cuidaré —sonrió Mía —. Ya mañana no tendrá borrachera. —Sería mejor que le llevase al hospital —sugirió. Mía sabía que si dejaba a este chico en el hospital por alcoholismo en vía pública le tomarían preso, lo más probable es que perdiese su buen trabajo con la señora Mimí en la cafetería y además tendría que pagar una fianza, entre otros problemas. Nadie se comportaba así sin ningún motivo, había algo que al pobre chico le había hecho comportarse así, por lo que merecía la pena escucharlo y darle otra oportunidad. —Supongo que él pagará el vidrio —volvió a decir molesto. —Sí, supongo que sí —sonrió Mía —. Le agradezco por toda la ayuda que me ha brindado, mañana nos vemos para que arregle mi vidrio.

Una vez que Mía se quedó sola con el chico de la cafetería no supo qué hacer. Sus instintos sobreprotectores le habían hecho traerlo hasta aquí, pero no sabía qué más hacer por él, fue entonces cuando vio que su cama estaba completamente sucia y mojada, porque de hecho, él estaba todo mojado y comenzaba a temblar. Mía calentó agua para ponerla en una bolsa térmica y así darle calor, pero lo que no estaba dispuesta a hacer jamás, bajo ninguna circunstancia, tuvo que hacerlo.

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Despidió rápidamente al conserje que solía molestarse cuando alguien estaba borracho en el edificio, más si ni siquiera era residente de él.


Lasciatemi. Copyright © 2012 Manne Van Necker. All rights reserved. Todos los derechos reservados. Con cuidado quitó la chaqueta mojada, junto con todo lo demás, pero el chico no quería cooperar, se movía y no le dejaba quitarle la camiseta que estaba empapada. Cuando sus manos tuvieron contacto con la piel del hombre sintió como si hubiese puesto las manos sobre el mismísimo hielo, por lo que corrió de un lado para otro para traer compresas calientes y bolsas de agua caliente. Cuando llegó el momento de quitarle el pantalón estaba decidida a llamar a alguien para que lo hiciese por ella, pero entonces el gruñó. —Perra —murmuró entre sueños. Mía se exaltó —. Perra vida. —¡Oye! —intentó hablarle, pero él parecía no responder —. ¡Despierta! Ya rendida de intentar despertarlo y sin saber qué hacer en una situación como esa, se dedicó a cuidarle el sueño toda la noche. Cambiaba las compresas una vez que se entibiaban y le tomaba la temperatura cada una hora y media. El chico se movía poco, no había señas de que quisiese vomitar o algo, simplemente suspiraba, murmuraba cosas sin sentido y volvía a dormir. Dos o tres veces intentó abrir los ojos, pero los cerraba nuevamente. La primera, Mía intentó hablarle y despertarle, incluso le cacheteó, pero este seguía en una especie de trance, asustada estuvo a punto de reconsiderar si lo mejor era haberlo dejado con ella, quizá necesitase atención profesional a pesar de los riesgos personales que tendría que enfrentar el chico. Habían pasado dos horas desde que le había recogido y todo parecía igual, a excepción de su rostro que se había tornado más rosado y tenía más color en sus labios. Había aumentado su temperatura acercándose a los 35°C. La última vez que se movió en la cama, pareció querer abrir los ojos, entonces Mía le habló con cuidado. —Estás en mi casa. Estás borracho y desnudo —no se le ocurrió nada más inteligente para decir, sólo obtuvo un gruñido como respuesta —. Me llamo Mía y te estoy cuidando, aunque no sé quién eres, sé que eres el chico de la cafetería. No obtuvo más respuesta que gruñidos, así que se volvió a su silla para observar su sueño y que no se ahogara ni que muriese de frío.

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—Luca —murmuró el hombre entre quejidos.


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Adelanto Próximo capítulo. Luca se sintió intimidado ante la presencia de aquella mujer que estaba de pie en el umbral, la presión en su cabeza hacía estallar de dolor las cuencas de sus ojos y sus oídos. No recordaba con certeza qué había ocurrido esa noche, pero no olvidaría jamás que había ocurrido en la consulta médica cuando visitó a su antiguo tutor. Luca siempre había sabido que la suerte no estaba de su lado, era cosa de recordar su infancia para ver que de haber podido tenerlo todo, había pasado a tener nada en menos de un día, el día en que nació. Pero nada de lo que vagamente recordaba incluía a una niña asustada mirando en el umbral, él desnudo y con las sábanas de la cama mojada. ¿Qué demonios había ocurrido? y ¿Dónde estaba? Eran dos preguntas mínimas que ansiaba responder, pero no sabía cómo comenzar a plantearlas. —Será mejor que te alejes de mí —murmuró Luca cruzando la calle. —No puedes llegar y marcharte así del salón, conseguirás que te expulsen — caminó rápidamente intentando seguir los pasos de Luca. —A esta altura me da igual —gruñó caminando aún más rápido intentando perder a la molesta chica.

Mía no quiso decir eso, quiso de inmediato retractarse, pero ya estaba dicho y sabía que no podría cambiarlo, sabía que tarde o temprano lo hubiese dicho de igual manera. Por lo menos había servido para detenerlo, ya que no podría seguir los pasos de un hombre tan alto como él.

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—Luca —alzó la voz —. Como mínimo deberías agradecer el hecho que cuidé de ti cuando podría haber dejado que murieses congelado.


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Luca se devolvió hasta donde Mía estaba, esta no supo qué podía descifrar de aquella fría mirada, sus ojos parecían recelosos de decir lo que estaba a punto de decir ¿O era el desdén que sentía por ella? Probablemente quisiese obviar el hecho que ella le había visto desnudo. Quizá no era desdén sino pudor. —Nadie te pidió que me quitases de la nieve —clavó su mirada directamente a ella. —Podrías haber muerto, pedazo de inteligente —dijo realmente molesta. Nada le costaba agradecerle el hecho que ella le había sacado de allí, no era nada más que un simple “gracias”, pero a él parecía costarle mucho más decirlo, por lo menos si no la ignorase de aquella manera no le molestaría en absoluto que no le hubiese agradecido, pero había algo en su actitud que le hacía pensar que todo esto iba mucho más allá de estos simples acontecimientos.

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—Créeme que no has podido elegir peor manera de salvarme —gruñó dando media vuelta y caminando a pasos agigantados con los que seguramente Mía no hubiese podido lidiar. Pero ella ni siquiera lo intentó.


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