Taller Jool Boox - Tomo III - La historia de Santiago

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La historia de Santiago. por taller jool booch



Llegó otro martes, pero este era especial para Santiago. Se dirigía al paraíso de todo amante de la naturaleza, una isla alejada de todo, situada en algún lugar entre el golfo de México y el Mar Caribe. Escuchó claramente el llamado a los tripulantes para abordar el vuelo VB3144 con destino a Cancún, miró de reojo para confirmarlo con el número asignado en su pase y caminó hacia el mostrador emocionado por comenzar su aventura. Para su sorpresa el vuelo iba completamente lleno en temporada baja, no le tomó mayor importancia y durante el traslado se enfocó en mirar por la ventanilla mientras digería la lectura de la revista que la aerolínea coloca en los respaldos de cada asiento. De pronto, el mar se tornó en un azul turquesa cristalino y observó los manglares de los que tanto había leído en sus libros de botánica; su sonrisa de asombro se reflejaba claramente en el cristal de la aeronave. Al salir del aeropuerto lo esperaba Gonzalo, un hombre de unos cuarenta y tantos años que sostenía un letrero y sonreía al esperar a su pasajero para transportarlo al poblado de Chiquilá, a unas dos horas y media del aeropuerto. Se adentraron en la selva conduciendo sobre una pequeña carretera y comenzaron a conversar.



Gonzalo era descendiente de una familia que se había establecido en la zona hace años. Actualmente vive en Chiquilá porque ha encontrado un mejor ingreso trasladando pasajeros de Cancún al puerto, que de pescador como su padre. A Santiago le intrigaba conocer el pasado de la isla y al enterarse que Gonzalo era lugareño, le pidió que le contara su versión de la historia. El conductor repitió lo que alguna vez escuchó decir a su abuelo acerca de los orígenes de Holbox.



“ Tierra de nadie ” Te voy a platicar la historia de nuestra isla, todo empezó hace más de 160 años. Sólo conocíamos el turquesa del mar y la arena blanca. Mis antepasados llegaron a mediados de 1800, después de haber sido despojados de todo lo que tenían, huyendo de unos hombres que llamaban “corsarios”. Se asentaron en una isla rodeada por el Golfo, el Caribe y la laguna Yalahau que se encuentra entre manglares. A su nuevo hogar lo bautizaron Holbox (“Hoyo Negro” en maya). Al permanecer en la Isla, los holboxeños fueron saqueados por piratas y bucaneros que llegaron aquí por ser una trampa visual para los militares europeos, que los buscaban por robos a sus buques cargueros. Los piratas tomaron posesión por unos años de nuestro territorio hasta que los corsarios provenientes del sur llegaron a hacer sus vidas aquí por ser un lugar paradisiaco, ahuyentando a los piratas de la isla. A finales de 1800, casi cuatro décadas después de que los corsarios y los pescadores llegaron a vivir tranquilamente en la isla, un huracán arrasó con todo. Los holboxeños sobrevivientes emigraron de Punta Cocos a la parte central de Isla Chica.



“ En partes iguales ” Cuando se recuperaron del huracán la isla tuvo más comercio y movimiento. Se producía chicle, palo de tinte, copra, sal y maderas preciosas, eso era nuestra principal fuente económica. En este tiempo se incluyó a Holbox en el estado de Quintana Roo y dejó de ser tierra de nadie para pasar a ser tierra ejidal. A mi abuelo y a muchos otros holboxeños les tocaron grandes porciones de tierra en distintas zonas de la isla: unos frente al mar, otros frente a la laguna y algunos entre los manglares. Así fue la vida en la isla, hasta que en los sesenta hubo otra repartición de tierras. La gente que no obtuvo ninguna parte del territorio terminó por abandonar la isla. A final de cuentas ya somos muy pocos los nativos de la isla y cada vez somos menos porque las cosas han cambiado mucho últimamente. Dice mi abuelo que la isla ha dejado de ser como antes. Piratas, pescadores, corsarios, robos, llegadas y salidas, la isla tenía un pasado alucinante para Santiago, quien jamás se hubiera imaginado que la historia de este pueblo se empezó a escribir hace tantos años. Asentía con la cabeza y miraba solamente de reojo al conductor; toda su atención se fijaba en apreciar la vegetación que envolvía al camino.



Parecía un cuento sacado de un libro para niños, como aquellas historias de piratas que le leía su padre cuando era pequeño. El joven arquitecto provenía de una ciudad, llena de gente, coches y autobuses, le parecía casi imposible imaginar que existiera una tierra tan deliciosa que se encontrara tan apartada de todo. A medida que se sumergía en la conversación se iba imaginando los personajes de los que Gonzalo le hablaba y cómo habría sido una isla deshabitada en el siglo XIX. Después de razonarlo un poco, llegó a la conclusión que no debía de ser muy diferente a la actualidad, pues nunca ha albergado a mucha gente, ¿o sí? Escribió la pregunta en su cuaderno de bosquejos y volvió a prestar atención a lo que Gonzalo tenía para platicarle de la situación actual que desde hace no muchos años enfrenta la isla.



“ El verdadero paraíso ” El modo de vida cambió para mis padres y abuelos, a partir de la repartición de tierras. La gente ahora tenía algo más formal que debía cuidar. De los trueques pasaron a la moneda y las actividades de la naturaleza en ese entonces eran parte de su vida diaria. Recuerdo que mi abuelo despertaba a mi papá con un rechinido de madera muy temprano por la mañana y eso significaba que él iba a colocar jaulas en el mar para pescar langosta. Un poco más tarde, mi abuela se dedicaba a enseñarle a mi madre todas las tareas del hogar. Por la mañana, el cielo se tapizaba de aves rosas. A mediodía, a pocos metros de la isla, el mar se veía repleto de aletas, que surgían entre las olas llenando de puntos blancos la vista. En el atardecer, veíamos llegar tortugas que iban a anidar cerca de mi casa y por las noches contemplábamos las constelaciones y el brillo verde en el agua antes de cenar en casa del tío Tom. A partir de la aparición de las calles de arena, alrededor de los ochenta, surgieron nuevos comerciantes, casas, y un poco más de civilización. La isla comenzó a requerir de más cosas para abastecer sus necesidades y su proveedor más cercano era Chiquilá, por lo que ambos pueblos fueron creciendo a la par.



Holbox en la mira El crecimiento de la isla era evidente, los extranjeros descubrieron un paraíso en donde encontraron la oportunidad para mudarse y hacer sus vidas. Llegaron muchas personas de todo el mundo, en especial italianos y franceses, a comprar terrenos cerca de la playa o en lugares bien ubicados a precios muy bajos, porque los lugareños no sabían el potencial que tenía la isla ni lo mucho que los precios iban a aumentar en años siguientes. Estos migrantes abrieron restaurantes, locales artesanales, tiendas y algunos servicios. Nuestra cultura y la forma en que vivíamos con la naturaleza empezó a cambiar. Ahora se ve al tiburón ballena como una oportunidad para hacer tours y nadar junto a ellos. La gente del pueblo comenzó a rentar sus cuartos a los turistas, agotando las opciones de vivienda para los que trabajan ahí; la convivencia entre el pueblo ya no es como antes. Mi abuelo me contaba cómo la pesca era lo más importante, todos los días, muy temprano en la madrugada, salían los botes buscando traer a casa la mayor cantidad de pescados para venderlos, ahora eso se ha olvidado y cada vez son menos quienes practican esta tradición. Hoy en día muchos de los holboxeños viven del turismo, de aquello que ha venido a destruir lo más preciado que tienen, su hogar.



El “boom hotelero” de la isla trajo muchos problemas: la sobrepoblación, el mal manejo de la basura, luz eléctrica, agua potable y drenaje; entre más gente llega, más cuartos se construyen y se hace más grande el problema llevando a nuestra isla al colapso. Al mismo tiempo, esta sobrepoblación ha hecho que la gente local venda apresuradamente sus terrenos, los que habían obtenido en la repartición, en ellos no se debe de construir por ser parte de la reserva natural protegida de Yum Balam y estar llena de mangle que le da balance a la vida en este lugar. Todo esto ha llamado la atención de ecologistas de todas partes del mundo hacia Holbox, ellos buscan proteger la flora y fauna de este paraíso natural que ahora, lamentablemente, se encuentra en decadencia. Nuestra gente ha cambiado sus costumbres, cultura y actividades. Antes en el domingo familiar solíamos nadar en la playa junto a los peces, no nos temían, ni nosotros a ellos, vivíamos en harmonía. Era increíble apreciar la bioluminiscencia en la playa cuando se ocultaba el sol y reinaba la noche, la oscuridad total sin luz o ruido alguno que irrumpiera con la paz de la naturaleza. Solamente reinaban las estrellas, el brillo de la luna el sonido de la marea y el de algunos animales salvajes que también disfrutaban de vivir en la isla.



Todo ha cambiado rápidamente y ahora las calles de arena se llenan de charcos, que generan un olor repugnante en la isla, además de que los mosquitos ahora son verdaderamente insoportables. El mar va perdiendo su color turquesa por la arena revuelta que dejan las lanchas de motor y los animales del mar ya se han mudado lejos de la orilla, de los turistas. La llegada de tanta gente a la isla no se ha podido evitar; ni siquiera el huracán Wilma fue capaz de provocarles algo de miedo para ahuyentarlos de Holbox, al contrario, los turistas son quienes han terminado por hacer que las criaturas que alguna vez se paseaban por las cercanías de la playa se hayan alejado de la orilla buscando refugio en aguas más profundas.



La gran estafa Creímos que ya habíamos sufrido suficientes cambios, pero jamás hubiéramos esperado que nuestras tierras fueran a ser subastadas al mejor postor, nuestro derecho como ejidatarios se esfumó, todo esto sucedió en 2003, cuando dos depredadores “Ponce y Roche” se aprovecharon de nuestro desconocimiento sobre el valor de nuestras tierras para comprarlas y construir su monstruo hotelero, un proyecto llamado “La Ensenada” con más de mil hectáreas de construcción. Pensaban destruir Isla Grande por simple ambición, no fue hasta mucho después que nos dimos cuenta de que habíamos perdido todo. Los habitantes del pueblo nos dimos cuenta, en mayo de 2007, que habíamos perdido nuestras tierras. A partir de este punto sabíamos que teníamos perdida la isla de Holbox. La gente ahora tenía dinero en sus manos, lo que generó un cambio importante en ellos, ahora todo se globalizó y cambiaron de dormir en hamacas, a dormir en colchones caros; de moverse a pie, a moverse en carritos de golf; de nunca haber salido de la isla, a viajar por todo el mundo; de contemplar el mar azul, sentados en la arena, a ver miles de imágenes a través de una pantalla plana.



Toda esta globalización llevó a que los depredadores vieran una presa fácil en la isla de Holbox, los inversionistas habían encontrado a la gallina que da huevos de oro y analizaron los puntos frágiles de nuestra isla para aprovecharse de ello. Aparecieron casas hechas con materiales nunca vistos en la isla, el monopolio del ferry, el comercio ambulante en la playa, las comercializadoras de productos, las arrendadoras de carritos de golf y todos los demás servicios que buscan tomar ventaja de nosotros y del desarrollo de la isla. Pero bueno, joven, a fin de cuentas, yo también vivo de este negocio y no sirve de mucho que me queje de lo que sucede aquí; necesitamos un cambio para rescatar a nuestra tan amada isla de Holbox. Llegamos a Chiquilá, aquí bajas, camina a aquella ventanilla y pregunta por un boleto para subir al siguiente ferry que parte en unos quince minutos, no lo vayas a perder porque es el último en salir hoy. Que disfrutes tu visita.



Piratas, pescadores, corsarios, robos, llegadas y salidas, la isla tenía un pasado alucinante para Santiago, quien jamás se hubiera imaginado que la historia de este pueblo se empezó a escribir hace tantos años. Asentía con la cabeza y miraba solamente de reojo al conductor; toda su atención se fijaba en apreciar la vegetación que envolvía al camino. Parecía un cuento sacado de un libro para niños, como aquellas historias de piratas que le leía su padre cuando era pequeño. El joven arquitecto provenía de una ciudad, llena de gente, coches y autobuses, le parecía casi imposible imaginar que existiera una tierra tan deliciosa que se encontrara tan apartada de todo. A medida que se sumergía en la conversación se iba imaginando los personajes de los que Gonzalo le hablaba y cómo habría sido una isla deshabitada en el siglo XIX. Después de razonarlo un poco, llegó a la conclusión que no debía de ser muy diferente a la actualidad, pues nunca ha albergado a mucha gente, ¿o sí? Escribió la pregunta en su cuaderno de bosquejos y volvió a prestar atención a lo que Gonzalo tenía para platicarle de la situación actual que desde hace no muchos años enfrenta la isla.



Llegaron al puerto justo en el momento en que la tarde se convierte en noche. Santiago se despidió de Gonzalo y le agradeció por el viaje, no podía creer que hubiera cambiado tanto la isla en los últimos años, ¿acaso ya se habría terminado por completo esa exquisita magia de la que el conductor le había platicado en un principio, o sería que aún le tocaría a él mismo saborear un poco de ella? Tomó su equipaje y caminó hacia la taquilla, se encontraban unas diez personas más en la fila frente a él, no tardó mucho en llegar al frente pero al hacerlo ya se encontraban otros diez detrás de él esperando su turno. Por segunda vez en el viaje se daba cuenta de que extrañamente muchas viajaban a la isla Holbox un martes por la noche, de la primera semana de septiembre y comenzó a parecerle extraño, en especial después de escuchar lo que Gonzalo le acababa de platicar. La señorita del mostrador traía puesta una cara de hartazgo, al parecer no le gustaba mucho su trabajo, faltaban diez para las once y probablemente lo único que quería era irse a descansar. Son ciento cincuenta, le dijo ella, Santiago tomó su dinero y lo pasó por debajo de la ventanilla recibiendo a cambio su boleto de entrada, en números grandes encontró un “110” tachado con plumón, al costado en números pequeños escritos a mano se indicaba el monto que le habían cobrado, “150”.



Decidió ponerse en marcha a la fila de abordaje, no faltaba mucho y en la oscura calle no había nadie más que quienes hacían fila para subir al ferry. La fila era larga, de hecho muy larga, eran muchos como él, turistas, con caras largas de cansancio por haber viajado durante todo el día. También se encontraban otro tipo de personajes, unos más activos y que no cargaban equipaje, cargaban con cajas llenas de comida, detergentes, ropa y demás artículos, al parecer ellos se encargaban de abastecer a quienes ya se encontraban en la isla. La fila empezó a avanzar y al llegar al punto de abordaje un joven le pidió su boleto a Santiago, lo entregó y el joven lo rompió por la mitad, a la par le hizo un click más a un contador que llevaba en la mano. El joven se volteó y pegó un grito a otro de los suyos que se encontraba cargando las provisiones al ferry “¡Ya son ciento cincuenta!” El que estaba a bordo le respondió “¡Deja subir a todos, ni modo que los dejes!”. Le permitió el acceso a Santiago y a otros quince que se encontraban detrás de él, en el acceso al ferry se podía leer claramente: “Capacidad máxima de 150 pasajeros”. Santiago se preocupó aún más de la cantidad de gente que llegaba diario a la isla, ¿Pues cuántos turistas somos?, otra pregunta más para su preciado cuaderno de apuntes.



Decidió ponerse en marcha a la fila de abordaje, no faltaba mucho y en la oscura calle no había nadie más que quienes hacían fila para subir al ferry. La fila era larga, de hecho muy larga, eran muchos como él, turistas, con caras largas de cansancio por haber viajado durante todo el día. También se encontraban otro tipo de personajes, unos más activos y que no cargaban equipaje, cargaban con cajas llenas de comida, detergentes, ropa y demás artículos, al parecer ellos se encargaban de abastecer a quienes ya se encontraban en la isla. La fila empezó a avanzar y al llegar al punto de abordaje un joven le pidió su boleto a Santiago, lo entregó y el joven lo rompió por la mitad, a la par le hizo un click más a un contador que llevaba en la mano. El joven se volteó y pegó un grito a otro de los suyos que se encontraba cargando las provisiones al ferry “¡Ya son ciento cincuenta!” El que estaba a bordo le respondió “¡Deja subir a todos, ni modo que los dejes!”. Le permitió el acceso a Santiago y a otros quince que se encontraban detrás de él, en el acceso al ferry se podía leer claramente: “Capacidad máxima de 150 pasajeros”. Santiago se preocupó aún más de la cantidad de gente que llegaba diario a la isla, ¿Pues cuántos turistas somos?, otra pregunta más para su preciado cuaderno de apuntes.



A medida que se acercaban al puerto de Holbox, las siluetas de los astros se desvanecieron y con ello la magia del momento. Santiago echó un vistazo y observó otras tres naves de transporte turístico que ya descansaban, pero que a la salida del sol volverán a su rutina diaria de ida y vuelta al otro extremo de la laguna. El joven arquitecto bajó del navío y buscó su equipaje, cuando lo encontró, comenzó su caminata al hotel guiándose por la ruta que le indicaba su celular. El tiempo estimado era de once minutos y no le pareció necesario solicitar un servicio de taxi de uno de los pocos carritos de golf que esperaban a los pasajeros del último viaje del ferry para llevarlos a su lugar de hospedaje. Al terminarse el piso de madera del muelle, conoció las famosas calles de arena de la isla. No eran para nada como se las habían platicado, había llovido recientemente y en lugar de encontrarse con senderos que alguien pudiera caminar descalzo se encontró con todo lo contrario.



Las calles de arena estaban completamente encharcadas, los zapatos de Santiago se atascaban en el espeso lodo que se formó con la combinación de agua y arena; además se percibía un mal olor a lo largo del camino y Santiago sospechó que el agua llevaba ahí estancada por varios días. Con ayuda de su linterna y evitando que su maleta se llenara del apestoso lodo, Santiago se abrió paso a través de las calles recorriendo la ruta en casi media hora; evidentemente el mapa no contaba con que el camino estuviera en tan malas condiciones. Finalmente llegó a su destino, el hotel Villas Margaritas, era una construcción de cuatro niveles hecha de madera con techos de palma, muy de playa. En el acceso del hotel se encontró con una regadera, que tenía una salida de agua especial para enjuagar los zapatos; después de remover el lodo pasó a la recepción del hotel, le entregaron las llaves de su habitación y se fue a dormir.



La mañana del miercoles Santiago se levantó más temprano de lo normal. Sabía que lo primero que debía hacer en Holbox era caminar la playa. Así que tostó su pan y bebió su jugo mientras miraba su mapa turístico otra vez. Unas ilustraciones rosas adornaban su destino, Punta Mosquito. Cada paso sobre la arena blanca se alejaba de la zona hotelera. El trayecto fue solitario, a excepción del eventual personal hotelero que sacaba camastros a la playa. De vez en cuando entraba al mar a refrescar sus pies desnudos. Cuando llegó a Las Nubes algo le pareció extraño, la propiedad del hotel se extendía más allá de la playa, descubrió que tenía que atravesar entre hamacas y palapas para continuar su camino. “Quizás el mar se comió la playa, eso o son unos culeros”, pensó. Habiendo pasado Las Nubes la sensación era distinta, los caminos no eran tan obvios, entretejian mangle y playa. No tardaron en aparecer sobre la arena estas extrañas criaturas, caparazones con cola, secos, sin vida, traídos por la nimia marea. Santiago se detuvo a examinar uno a detalle. Lo volteó para revelar una serie de patas que seguramente utilizaba para moverse, parecía algo sacado de Alien.



De pronto recordó que ya había visto algo así en una clase de biología; cangrejos herradura se llamaban, pero la mayoría de las personas los conocía como cucarachas de mar. Existían desde la prehistoria, y ahí estaban, impasibles. De pronto no le pareció tan descabellada la idea de un lugar cuya permanencia no fuera afectada ni por el tiempo ni por el hombre. A su regreso de Punta Mosquito, Santiago notó un peculiar rastro. Cada cien metros percibía destellos de aluminio, latas de Tecate Light eran lunares en la piel de la playa. No tardó mucho en hacerse notar la causa de aquel desecho. Santiago divisó que se alejaba un carrito de golf, lleno a tope por cinco hombres y una hielera. Con increíble ritmo, aquellos jóvenes bebían los contenidos de la lata y la arrojaban sobre la calle. Seguramente continuando la fiesta de la noche anterior. Santiago, conmovido después de su caminata, se sintió obligado a seguir las migajas de los cinco Hansels, recogiendo aquella basura en su camino. Tuvo que cargar hasta tres latas al mismo tiempo ya que le resultaba difícil encontrar donde depositarlas. Afortunadamente, el rastro desapareció a unos metros de la calle que necesitaba tomar. Parecía que se le habían acabado las municiones a aquella batalla contra la playa. Santiago sintió hambre, su escueto desayuno no combinaba con la vacación en la que estaba, así que regresó a su hotel a darse un baño y salir a buscar un buen platillo.



Mientras caminaba por las calles buscando algún bocadillo, pasó varios puestos que decían: “Holbox Whale Shark Tours, Nada con el tiburón ballena”. Santiago había leído algo sobre el tema mientras hacía su investigación previa al viaje. El tiburón ballena, el pez más grande del mundo de aproximadamente diez metros de largo, hacía de Holbox su hogar de junio a septiembre todos los años. Santiago se sintió emocionado pues era una de las cosas que deseaba hacer en su viaje. Se acercó a hablar con el encargado de uno de los puestos, fotos de gran formato adornaban la estructura y el techo de palma ofrecía una agradable sombra. - ”¿Tiene viajes hoy? - ”Hoy ya es muy tarde joven, salimos a las ocho de la mañana todos los días, ya se acerca el fin de la temporada, para que aproveche.” Había pensado en realizar el viaje, sería fácil, mil ochocientos pesos y media hora después estaría frente al imponente y dócil gigante. Decidió que viviría la experiencia al día siguiente. Pero por lo pronto, el hambre se estaba apoderando de él.



Se dirigió a la plaza principal a comprar una marquesita, aquella plaza poseía una caótica belleza, un sinfín de diversas actividades ocurrían simultáneamente. Niños jugando en la cancha de fútbol mientras sus madres bailan zumba al aire libre. Jóvenes reuniéndose en grupos alrededor de la concha acústica para ver si logran escuchar algún secreto al aire. Los puestos de comida apropiándose y cerrando la calle al paso de vehículos, las sillas plásticas esparcidas por toda la cuadra. Parecía que todo el pueblo se encontraba ahí, unidos, alegres, y despreocupados. Los colores del atardecer comenzaron a pintar el cielo, presagiando la llegada de una noche estrellada. Caminó hacia la playa para descansar del bullicio de la plaza. A su llegada quedó anonadado por la escena, la puesta de sol era perfecta, el oleaje susurraba tranquilidad. Se quitó el calzado para caminar entre arena y agua con rumbo a su hotel. En el camino, el oleaje comenzó a mezclarse con un sonido conocido, era música, evidenciando una fiesta que iba a tener lugar a unos metros de la tranquila playa.



Contagiado por el ritmo, decidió entrar. El ambiente familiar se había acabado, sólo había jóvenes y señores. Reconoció en el lugar los rostros de la tripulación del carrito de golf que aventaba latas por la mañana. El lugar con poca iluminación tenÍa un olor a copal, sudor y cigarro. Las personas bailaban al ritmo del DJ. Poco a poco, Santiago fue liberándose de preocupaciones y a desinhibirse, cantó, bailó, enfiestó y ya pasadas unas horas, cansado y abochornado; decidió salir a tomar un poco de aire. Una vez fuera del establecimiento un sujeto se le acercó y le ofreció drogas pero Santiago se rehusó a adquirirlas. En ese momento decidió regresar al hotel. Esforzándose por no tropezar y caer en uno de los charcos, finalmente logró llegar a su cama.



La mañana siguiente, Santiago despertó agotado, sin embargo, combatió las ganas de quedarse en cama hasta tarde. Se dió una ducha desganada y se dispuso a desayunar, pero la situación ameritaba algo más que sólo el pan y la fruta provistos por el hotel. Decidió seguir una de las recomendaciones que encontró en internet y comer en uno de los puestos del mercado. Una vez que llegó se formó en la fila que tenía más gente, asumiendo que ahí estaba el mejor sazón. Compró una quesadilla de cochinita pibil, que a diferencia de las de su tierra natal, no podía ser contenida dentro de los confines del plato. Acompañó aquel platillo con un jugo del puesto vecino y se sentó en una de las mesas de plástico. Una vez que terminó su desayuno Santiago levantó la mirada y pudo ver el camino que iba entre los manglares y el aeropuerto. El fin llegaba más allá del alcance de su vista, no se iba a quedar con la duda, le preguntó al vendedor: -”¿A dónde lleva ese camino?” -” Por allá está el cementerio y el basurero.” -”Curioso ¿no? un lugar para recordar y un lugar del que te quieres olvidar, lado a lado.”



A su interlocutor no le pareció gracioso y para evitar prolongar el silencio incómodo, se dio prisa en terminar su platillo para ir a explorar el lugar. Después de una larga caminata, apareció el cementerio, en el umbral un letrero que leía “Arenas del Recuerdo”. Dentro de aquel lote había una enorme variedad de tumbas, algunas humildes, otras no tanto. Santiago caminó entre ellas maravillado. Sin embargo, ni los colores ni las flores pudieron evitar que percibiera el olor fétido y el inconfundible ruido de un camión de la basura. Salió del camposanto para encontrarse con una escena que lo dejó pasmado, las puertas abiertas del sitio de transferencia (en realidad un basurero) revelaban una extensa calzada con colinas de basura a cada lado.



Allá entre el plástico y los electrónicos se avistaba el camión de basura, vaciando sus contenidos, estos se deslizaban hasta llegar al suelo. Una bandada de gaviotas picoteaba incesante sobre las bolsas de basura en busca de algún alimento. Santiago caminó y el olor se volvió cada vez más intenso. Además de asolear a los turistas, el sol penetrante de la isla se encargaba de descomponer todo lo que llega a ese sitio, arrojando un olor repugnante. Se detuvo una vez que llegó a pie de la ecléctica colina. A sus pies estaba una cuchara de plástico. La mente de Santiago comenzó a deambular, concentrada en el reflejo del sol sobre el plástico blanco. -“¿Cómo habrá llegado este pedazo de plástico aquí?”



Santiago pensó en la enorme máquina que está encendida día y noche, extrayendo crudo del lecho marino. Esa materia prima que fue condensada y refinada a miles de kilómetros de distancia. Después se envió a una fábrica en el país destino, donde otra costosa máquina le dió la forma necesitada. Una vez agrupada, empaquetada y embalada, fue comprada por alguna persona, traída en ferry desde Chiquilá, y usada por algún turista que se deshizo de ella en menos de cinco minutos, y ahora está aquí. Salió de aquel lugar después de un tiempo, sus entrañas estaban revueltas sin saber si era debido a la basura o el sentimiento, quizás una combinación de ambas. Decidió regresar al hotel para darse un baño, se sentía sucio.



Llegó con una rapidez admirable, tiró su ropa sobre la cama y se metió a la regadera. Losetas cerámicas de un verde bastante feo decoradas con motivos florales se erguían sobre los muros. Encendió la llave y el agua comenzó a fluir, no tardó mucho en alcanzar la temperatura deseada, Santiago entró a la ducha y después de un par de minutos de reflexión comenzó a enjabonarse el pelo con el shampoo de coco provisto por el hotel. Cerró los ojos para evitar lágrimas y cuando los abrió algo extraño sucedió. Se encontraba en plena oscuridad, el cuarto sin ventanas evidenciaba lo obvio, la luz se había ido. Santiago se volvió hacia el chorro de agua para enjuagar el shampoo pero ya era muy tarde, la presión del agua se redujo a un mísero chorro que escurría pegado a la pared. No tardó mucho en descifrar lo que había pasado, seguramente el hotel funcionaba con hidroneumático, y al no haber energía para encenderlo, no se podía bombear el agua. Tomó de su mochila la cantimplora que acostumbraba llevar y vació el líquido restante sobre su cabeza. Indignado, salió a preguntar al gerente sobre lo ocurrido.



Caminó por el pasillo que conecta los cuartos con la recepción, acarició al gato que siempre se encontraba recostado sobre una de las sillas de las terrazas y finalmente llegó. -”Hola, disculpa, me estaba bañando y se fue la luz, ¿Sabes cuando volver?” -”No lo sé con exactitud, podría tardar un buen rato ya que estamos en temporada alta y las líneas se sobrecargan.” - “¿Y hay algo que me recomiendes hacer en lo que regresa el agua?” - “Muchos de los turistas que se hartan de la playa van al refugio animal, a ver a los mapaches o pasear perros.” Santiago sintió curiosidad y preguntó por la dirección de aquel lugar, la anotó en su libreta y emprendió su camino.



Al llegar al refugio fue recibido por Morelia, la encargada y dueña del lugar. Ella le dio la bienvenida con una sonrisa y le preguntó sobre su propósito en la isla. Después de una corta charla y de ayudarla a darle de comer a los mapaches, le ofreció pasear a los perros del lugar. Santiago asintió y tomó al perro más pequeño. Llevaban ya varios minutos paseando entre las arenosas calles cuando “Roberto” (su nuevo amigo-can) se agitó y comenzó a perseguir a unos pájaros en los manglares. Santiago escuchó gruñir a un hombre con binoculares que parecía muy interesado en las aves que pronto volaron para evitar convertirse en presas. -”Hola, disculpa ¿por qué los binoculares?” -”¿Qué tal? son mi equipo de trabajo, me dedico al estudio de las aves.” -”¿De verdad?, no soy ningun experto pero me imagino que este es un buen lugar para su estudio, ¿cierto?”



-”Así es, aunque antes solía ser más. Pero el hábitat de varias especies interesantes está siendo comprometido. Aún así, es uno de los lugares con más diversidad de especies del mundo.” -”Que pena oír eso, ¿a qué se debe? Me llamo Santiago, por cierto.” -”Yo soy Francisco, mucho gusto. Verás, hay muchos factores involucrados, ciclos climáticos y cambios naturales, pero la desaparición de muchas especies se debe a cambios hechos por el hombre. -”¿Debido a la cacería?” -”En parte, pero las razones son más sutiles, el manglar ha perdido terreno en la isla y no les queda lugar para anidar. Cosas tan sencillas como el ruido las espanta y evita que regresen.” Santiago pensó en el ruido que hizo la noche anterior durante la fiesta y su trayecto al hotel, se sintió avergonzado pues recordó que debido a sus tropezones, varias parvadas de pájaros salieron volando.



-”¿Entonces, te dedicas a proteger estas especies?” -”No sólo de aves, a pesar de que estamos en un área natural protegida, se requieren muchos esfuerzos para proteger la flora y fauna de la isla. Formo parte de un grupo que busca minimizar el impacto del turismo sobre el medio ambiente en la isla. -”Pero, ¿no le beneficia el turismo a la isla?” -”Sí le beneficia, pero también le ha traído graves consecuencias. Hace unos años llegaban miles de tiburones ballena a la isla y eso se convertía en un festival para el pueblo, los veíamos de lejos y celebrábamos. Ahora los lancheros buscan a los tiburones por kilómetros y los turistas se amontonan para vivir la experiencia.” Santiago recordó la cita que tenía para ir a nadar con el tiburón ballena. Lo que acababa de escuchar lo hizo cambiar de opinión, prefería no ser parte de quienes lo ahuyentan de la isla.



-”Me gustaría hablar más del tema pero creo que es hora de regresar a Roberto, de casualidad, ¿sabes de alguna actividad que pueda hacer hoy?” -”¡Claro! Puedes ir al mar en la noche, es temporada de bioluminiscencia y hoy no hay luna, mientras más obscuro más se nota. Aunque te voy a pedir de favor que cuando te metas al mar no lo hagas con bloqueador o repelente, por que al mezclarse con el mar afectan la vida marina.” -Así lo haré, muchas gracias.” Reflexivo y agradecido se encaminó de regreso al refugio para dejar a Roberto. Después fue a cenar algo cerca del hotel, para poder ir a cambiarse en seguida. Con traje de baño y toalla en mano, se dirigió rumbo a una parte oscura del mar para una nueva experiencia.



Tomó una ruta similar a la que recorrió cuando caminó a Punta Mosquito. Llegó un momento donde en el trayecto donde la oscuridad lo sobrepasó y sintió la necesidad de encender la linterna de su celular. Decidió entrar al agua pues se acercaba la supuesta hora de aparición. Dejó sus sandalias en la arena y caminó lentamente mar adentro, sorprendido que el agua estuviera aún tibia. Continuó hasta una distancia que consideró segura y se mantuvo inmóvil. Miró a su alrededor y notó la ausencia de luna, tal y como dijo Francisco. Sin embargo, no había fenómeno visible en el agua. Después de un tiempo de no percibir magia alguna decidió regresar a la playa. Al dar el primer paso notó un débil brillo entre las ondas de su movimiento.



Dio un paso más y logró identificar pequeños destellos tenues. Supo lo que tenía que hacer, apagó la luz de su teléfono y todo brillo se volvió más intenso. Cada ligero movimiento que Santiago hacia era seguido por una estela de luz que se desvanecía pocos segundos después de la acción. Debió de estar cerca de media hora chapoteando antes de agotarse. Salió del mar y buscó sus chanclas, pero no logro encontrarlas. En principio pensó que quizás las había colocado en otro lugar, pero después de buscarlas exhaustivamente llegó a la conclusión que había sido víctima de un robo. Santiago sintió el enojo pero pensó en la experiencia que acababa de tener y decidió no arruinarla dándole mayor importancia y regreso descalzo por la arena hasta su hotel. Una vez ahí cayó rendido.



Santiago se levantó con la intención de ver un último amanecer holboxeño. Recorrió las calles, ahora vacías, hasta llegar a la playa. Ahí permaneció unos momentos, todo era serenidad, solitud y silencio. En su contemplación notó un movimiento en la distancia, ese disturbio fue suficiente para incitar a una parvada de flamingos lejana a emprender el vuelo. Supo entonces que era tiempo que el tambien se retirara. Llegó al puerto y subió al ferry, a partir de ese momento hasta su llegada a tierras familiares su regreso se pasó velozmente, en lo único que podía pensar durante el trayecto era en cómo iba a contar su experiencia en la isla, ¿Le diría a las personas que aquel lugar era un paraíso o un infierno.? ¿Recomendaría visitarlo o guardaría el secreto para preservar su magia? De cualquier modo, de algo estaba seguro. No era la misma persona que antes de realizar el viaje.



Santiago somos nosotros, lo nombramos asĂ­ por la ciudad donde realizamos este proyecto. El personaje y su historia no son mĂĄs que un conglomerado de nuestras experiencias antes, durante y despuĂŠs de la visita a la isla.


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