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Un detective atípico
Gabriel Sánchez Lengua y Literatura 4°24ta
Hay un nombre en nuestro conurbano que se convirtió en motivo de burla y desdichas: Carlos. Un hombre llamado así, amigo de un amigo, buscó toda forma de reivindicación a su persona, ya que su nombre lo afectaba cual marca de hierro caliente a una vaca. Desconocía en qué momento de la historia se desencadenó este fenómeno, pero sí sabía que esto lo convirtió en un investigador empedernido. Algunas amarguras le habían quedado del bachillerato en donde no pudo escapar al llamado de ese nombre que figuraba primero en las listas y daba lugar a esas rimas tan precarias como absurdas, “Carlitos el boludito”, era una que recordaba.
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En algún momento se convirtieron en sinónimos, ser Carlos equivalía a ser boludo o pelotudo. Esto lo llevó a revisar esas etimologías. Por un lado, llegó hasta la guerra de independencia donde la milicia rural frente a los realistas daba batalla con pelotas y bolas así también como en la guerra gaucha, donde los gauchos peleaban en favor de alguien que no estaba al frente de la batalla y contra un malón que tenía más de hermano que de enemigo. Llegó a definir, entonces, que un boludo es aquel que se manda al frente y al muere tal cual un peón de ajedrez, pieza de descarte y poco poder. Por otro, que el nombre es de procedencia germánica y significa hombre libre, aunque de nada le servía esto, primero porque no podía liberarse de la carga semántica que una sociedad fue aceptando, y segundo porque no tenía un pelo de germano. En su frecuencia por la lectura pudo encontrar y enumerar –como intento de legitimarse muchos de los Carlos genios de la historia: Carlos Baudelaire, Carlos Gardel, Carlos Dickens, Carlos Trillo, Carlos Marx, Chaplin, Jung, Burns y “Carlos Menem»; este último agregaba a la lista sólo por el hecho de que su padre siempre le decía que gracias a su política económica habían podido realizar la casa.
Había encontrado un Carlos en el octavo canto del paraíso de la Divina Comedia, sabía bien que si Dante ponía a alguien ahí era cuanto menos admirable. Pero, de su tiempo y de sus pagos, había encontrado uno en una canción de cumbia villera de la banda llamada Mala Fama que contaba la desgracia de alguien llamado así que le habían robado la moto. Al parecer un nombre habilitaba infortunios y asociaciones con un alguien poco respetable. Para colmo suyo tampoco podía regocijarse en su segundo nombre, Raúl. Pero Raúl es otro mundo y un universo de otras tragedias posibles.
Este amigo de mi amigo se había convertido en alguien doble, cuando frecuentaba la calle era aquel al que no le era conveniente circular en dos ruedas y que debía cuidarse ante las tentativas externas que pudieran dejarlo mal parado, su otra faceta, un detective que tenía como objeto desentrañar todo lo que podía rastrear en seis letras.