
4 minute read
patio?
¿Te imaginás a Ivan en el patio?
Yamila Olivera Historia. 1°12°
Advertisement
Era un jueves por la mañana, uno de los pocos días de junio que nos sorprendió con un cielo despejado y un sol brillante. Hacía frío, claro. Pero ese frío que se disfruta con una camperita abrigada y sentados bajo el sol. No era un jueves más, ese día comenzaba para mí un desafío. Sería la primera vez que daría clases de verdad. De verdad digo, porque quién no jugó alguna vez a ser maestra. Quinto me esperaba con 20 estudiantes ansiosos de escuchar una clase de esas seños que habían conocido unas semanas antes. Volaban en mi cabeza cientos de posibilidades de ¿cómo me iban a recibir? o ¿qué pensarían de mí?.
Tenía latente algún que otro nombre que aparecía en mis pensamientos junto a un rostro: Marcos, Ludmila, Iván, Pablo, Uma, Francisco, Franco. Quizás porque fueron los pocos nombres que escuché decir a la maestra. O porque fue con quienes conversé los primeros días, no sé.
Recuerdo que no sentí miedo de estar al frente o de poner en práctica las clases que habíamos planificado con mi compañera. Mi miedo se relacionaba con algo distinto: ¿serían suficientes las propuestas para ese grupo de estudiantes que parecía pedir siempre algo más?.
Unas semanas antes, como dije, habíamos conocido al grupo en cuestión. Conocido entre comillas, porque no es posible conocer a alguien en tan poco tiempo. Sin embargo, logramos llevarnos algunas “impresiones”. Marcos se aburre, no tiene ganas de trabajar, no copia lo que la maestra escribe en el pizarrón y siempre está sentado en el fondo del salón al lado de la ventana. Pablo se sienta con él algunas veces,cuando la maestra lo deja, porque charla mucho, aunque a diferencia de Marcos suele copiar todo. En la otra punta está Iván, sentado en el primer banco. Solo. Porque ‘sus compañeros no quieren sentarse con él’o quizá él no quiere sentarse con sus compañeros (me pregunté). Tampoco quiere copiar y muchas veces se duerme en clase. La maestra nos contó que en ocasiones grita a sus compañeros o “se va a las manos”. Estas, entre otras cuestiones, venían a mi cabeza a la hora de dar la primera clase.
Prácticas del lenguaje, historietas y ya habíamos imaginado todo. ¿Por qué no proponemos una clase en la que solo lean y exploren los libros? ¡SI!¡PODRÍA SER EN EL PATIO! Dijo mi compañera al planificar. Claro,ella también había pensado que quizás Marcos se aburría porque no le gustaba estar tan encerrado en ese último banco. O que a Iván le costaba construir vínculos porque no tenía las oportunidades. Habíamos imaginado todo: el patio, el sol brillante, The Walking Dead, Los Simpson, Mafalda, la cola en el piso y los libros rotando de grupo en grupo. Bueno, la cola del piso se podría mover de vez en cuando. Ellos iban a ser los protagonistas de esa clase y no nosotras.
Pero como quien siente que no tiene la autoridad suficiente para decidir, se me ocurrió preguntarle a la docente si estaba de acuerdo con que salgamos al patio a leer. “Hace frío” me dijo “y quiero tomar el té” “además… ¿te lo imaginás a Iván en el patio?”. En ese momento sentí un nudo en la garganta que rápidamente bajó a mi estómago.¡Si! Claro que me había imaginado a Iván, felíz, leyendo The Walking Dead, como nos había mencionado que tanto le gustaba.
La clase se dictó en el aula y como era de esperarse fue imposible apoyar la cola en el piso o que los libros circularan de grupo en grupo. Volví a mi casa con una sensación rara que me persigue hasta el día de hoy mientras escribo estas líneas. ¿Era tal vez un pre-concepto de la maestra? ¿o simplemente no tenía ganas de salir?.
A lo largo de las clases, un poco más canchera para observar esas cuestiones que están tan implícitas pero que a la vez explicitan todo, me fui dando cuenta de que existían una serie de costumbres a las que la escuela se amoldó, esa maestra se amoldó y nosotras también sin querer nos amoldamos. Me di cuenta de yo, al igual que esa maestra estaba acostumbrada al orden,al silencio,a la disciplina.Y que cuando la clase se alborotaba o el grupo entero quería participar de una consigna algo en mí decía que eso era desorden. ¿Desorden? ¿Qué es el desorden? ¿Un grupo que se interesa por una propuesta? ¿Un grupo al que le queda chico el espacio? ¿Estudiantes queriendo salir del aula? ¿Un recreo que no alcanza para tantas energías? No quiero entrar en preguntas filosóficas.
Pero sí reflexionar sobre nuestro accionar docente.
¿Y si en realidad el problema no son los estudiantes y sus ganas de más? ¿Y si el desorden está en ese espacio que no alcanza o los tantos otros espacios que están en desuso? ¿Y si los docentes somos los que no salimos de las estructuras?¿Por qué no evaluamos qué nos sucede como docentes cuando salimos de estas reglas?
El cambio produce miedos. Los miedos paralizan. Y yo digo ¿hasta cuándo la escuela va a convertirse en un espacio de disciplinamiento? Como docente me pienso, me pongo en duda. Intento romper mis estructuras de sentido común. Las cuestiono. Mis prácticas y las de mis pares. Para mejorar. Para darle oportunidad a nuestros estudiantes. Para generar nuevos espacios democráticos. Para crear nuevos vínculos. Para que en un futuro Iván pueda salir al patio. Cada Iván de cada escuela pública.