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El domador de bestias
Aldana Arbios Lengua y Literatura. 1°24°
Texto ganador del concurso de Aguafuertes 2022
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El humo, el pedrerío, el hierro caliente y la eterna, ruidosa, hilera de gigantes hormigas de chatarra. Su grito enmudecido, impregnado e inmortalizado en su caparazón, como quien quiere decir, pero no puede.
A los amigos cuesta encontrarlos, a los enemigos cuesta perderlos: en el recorrido de la vida, uno consigue ambas. Amigos que entran, salen, se apretujan, duermen, se pasan de estación, se confunden de ramal… Estos últimos son los que más ofenden al gigante metálico. ¿Acaso alguien abraza hasta el cansancio a un ser completamente desconocido creyendo que es su amigo de la infancia? No, es inconfundible.
Sin embargo, también aparecen los enemigos. Aquellos que retrasan la partida, los que saltan los molinetes, los que se hacen los buenos conocidos y luego hurtan en la comodidad de su espacio… Así y todo, jamás hubo un enemigo como él. ¿Un inmortal en las veredas del conurbano?
La estación de Calzada, los martes a las 15:36 era el escenario de la tan ansiada, esperada y programada contienda. Carne y hueso versus metal y fierro. El final jamás cambiaba: nuestra leyenda viviente mantenía el invicto. Todos los martes a esa misma hora se paraba en las vías del tren y con una mirada desafiante, sin que le temblara el pulso, estiraba su brazo para frenar a aquella bestia que se engullía entre rechinidos, bocinas, pasos presurosos, maletines caídos y gritos que orientaban y ordenaban. Detenía al imparable que nadie podía amaestrar. El desconocido era el más conocido del barrio, nadie paraba de hablar de él, y eso lo dejaba contento. Finalmente, todos estaban conociendo sus poderes: el domador de bestias.
El final jamás cambiaba… Hasta que un día cambió. Nuestro amigo, un miércoles a las 15:36, fue a enfrentarse al gigante que sólo él podía dominar y lo encontró, como todos los simples mortales, imparable.