Líder Empresarial No. 309

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ALAMO

Alejandro Basáñez Loyola, autor de las novelas históricas: México en llamas; México desgarrado; México cristero; Tiaztlán, el fin del imperio azteca; Santa Anna y el México perdido; Ayatli, la rebelión chichimeca; Juárez ante la Iglesia y el Imperio

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l de 6 de marzo de 1836, a las tres de la madrugada, don Antonio López de Santa Anna congregó a sus mil cuatrocientos infantes, divididos en cuatro columnas para iniciar el asalto final al Álamo.

Como una macabra broma del destino, la batalla juntaba a los hermanos Teodoro y Genaro Escobar, como mortales enemigos. Teodoro era firme seguidor de los texanos, y Genaro, hombre de confianza de Santa Anna. Las cuatro columnas serían dirigidas por los coroneles Francisco Duque, José María Romero, Juan Morales y, difícil de creer, una vez más, por el inepto cuñado de Santa Anna, el general Martín Perfecto de Cos. El Álamo era una misión franciscana establecida en 1744. Su iglesia se ubicaba en el costado este de un enorme rectángulo amurallado con gruesas paredes de adobe. Su entrada principal se encontraba en el sur del cuadrángulo. San Antonio Béjar se encontraba a seiscientos metros hacia el oeste. El grueso del ejército de Santa Anna se ubicaba frente a la parte norte del rectángulo. Los hombres del coronel Travis habían construido tres improvisadas rampas con tierra, piedras y madera para colocar sus cañones. Una rampa estaba en la cara norte, la otra en el centro del muro oeste y la tercera en el vértice sur izquierdo. Junto a la iglesia del Álamo se había levantado una empalizada de troncos y tierra sobre la que había certeros fusileros esperando la llegada de los mexicanos. Santa Anna, montando sobre su brioso Fauno, vestido elegantemente de negro con unas botas que

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inexplicablemente se mantenían siempre brillantes, como si Su Alteza jamás pisara el suelo, ordenó que sus cuatro potentes cañones iniciaran el fuego castigador sobre el fuerte. Durante una hora los obuses causaron estragos y muerte entre los sitiados. Los obuses destrozaban los muros haciéndolos más chaparros para facilitar la trepada que vendría posteriormente. Los cañones de los rebeldes también causaban daños y muerte entre los mexicanos. Santa Anna dio la orden de invadir el fuerte. Por los tres flancos del muro llegaron mexicanos con escalas, picas y tablones, que a pesar de ser rechazados con lluvias de plomo, eran reemplazados por nuevos dragones, hasta que los rebeldes fueron enfrentados mano a mano. Genaro Escobar, ante el asombro del general Tolsá, balaceó al artillero del muro, para luego tomar uno de sus cañones y dirigirlo letalmente hacia el interior, destrozando la enfermería, convento y paredes de la capilla. —Ese muchacho sí tiene “güevos”, cuñado. Si lo hubiera puesto a él, en vez de a ti, jamás esos hijos de la chingada hubieran tomado Béjar —dijo Santa Anna a De Cos en tono burlón. Martín Perfecto de Cos, indignado por el insulto de su incómodo cuñado, sólo miró el avance incontenible de la infantería mexicana hacia la capilla. El coronel Travis, sin posibilidad de moverse más debido a una herida mal atendida desde días atrás, disparaba valientemente desde una ventana de la capilla.


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