En la página opuesta: Miguel Betancourt en los techos de una de las iglesias de Quito, 2009
Por Leonardo Valencia
Quisiera empezar por una línea. Cuando la línea vibra y se repite surge la primera mancha que se convierte en sombra. Toda mancha es cúmulo de líneas: primera aparición del color. En uno de los recuerdos de infancia de Miguel Betancourt hay un cúmulo de líneas: “Siempre recordé la puerta de la escuela, vieja y despintada, donde todos rayábamos y escribíamos. Éramos coautores de un palimpsesto”. Dice palimpsesto, es decir: grabado nuevamente, grabado otra vez sobre un dibujo previo, superposición sobre lo trazado. Un palimpsesto es un manuscrito inscrito dos o más veces. Un rebeldía contra la pretensión de originalidad. Hacia allá vamos, hacia el palimpsesto. * Pero yo digo una línea. Empiezo por lo más sencillo. Ya llegaremos a la dificultad conceptual del palimpsesto. Ahora quiero que vean una línea. Pienso –veo– esa alargada figura de Botticelli que Betancourt reproduce en Aparición de Venus (2010). Más allá de los significados y enigmas de sus figuraciones, Botticelli perfilaba sus figuras humanas con una delicada línea negra. Así, el cuerpo brilla remarcado, claramente delineado, pero también aislado del resto del cuadro. Betancourt invierte el proceso: solamente toma la figura de Venus, traslada el tono de piel al fondo y el cuerpo de la mujer asume una tonalidad marina, levemente verdosa, pero sobre todo las líneas torneadas del cuerpo empiezan a vibrar y entran en ella. Las manos tiemblan con unas líneas blancas, como si estuviera palpando en las yemas de los dedos el ardor del cuerpo, y el ojo derecho tiene un color rojo. ¿Qué es este vibrato? ¿Por qué aludo a un término acústico para referirme a un campo pictórico? Veo el también vertical Hombre sentado II (2009).
pintor en metamorfosis Hay una alusión a otro artista, esta vez contemporáneo, Giacometti, con sus figuras alargadas y vibrantes, como si en su quietud no pudieran quedarse inmóviles y una tremolación las sacudiera desde adentro. Esta perspectiva móvil de desplazamientos en metamorfosis vienen desde antes, como en el gouache sobre papel de 1990, titulado Transfiguración del danzante y llega a Formas de una nereida (2004), y la amplia serie de reelaboraciones de la infanta Margarita y las meninas de Velázquez realizadas entre 2016 y 2018. * La obra de Betancourt plantea un reto propio de nuestro tiempo y que los artistas de talento desbordante problematizan con la impronta que dejó Picasso: la dificultad de unificar un estilo cuando estallan decenas de ellos. A esto se añade que Betancourt, sin rehuir a la figuración y los paisajes, no se limita a ellos, no se somete a la reproducción figurativa documental, como tampoco se rinde a un motivo único, lo que lo convierte un pintor que elude un relato único. Es decir, elude una única línea. Se apropia de todas. Las narra en simultáneo. Cuerdas de guitarra cromática. De ahí el vibrato, de ahí los límites perpetuamente en movimiento que los colores desbordan con su rebeldía viva, como si Betancourt entendiera, con esa sabiduría de los pigmentos, que cuando la pintura se perfila en figuraciones nítidas queda subyugada por una narrativa de representación. No es que las eluda ni las niegue. No se rinde a ellas. Eso permite un gozo en el color, en el movimiento, en la variedad enciclopédica de sus motivos y que exigen detenerse para sentir ese vaivén proteico, esa música que rompe límites estancos. De ahí la dificultad de recordar una imagen estática en Betancourt. Lo que imprime en la memoria
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