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LA ÚLTIMA OFRENDA
Moisés Emilio Villatoro Marín Egresado en Estudios Culturales
la excursión, alejándose de las calles principales de Moyob, subiendo por atajos en busca de la vereda que indicara el camino hacia aquella promesa. Cuando la ruta se convirtió en tierra y el monte empezó a crecer a sus anchas, Francisco lo detuvo.
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Iniciaron
—Es por aquí.
A medida que se internaban por el bosque, las enramadas los envolvieron en el abrigo de la vegetación.
—¿Ya casi llegamos? —preguntó Emanuel.
—Sí. Aguanta, no seas débil.
—Ay, es que… la verdad no me dijiste que iba a estar tan lejos y tan jodido.
—Te dije que sería una sorpresa.
Conforme ascendieron, la pendiente se volvió tan pronunciada, que treparon a gatas.
—A la otra no vengo, no me quedaron ganas.
—Ya, no te quejes, así haces ejercicio.
—Es que… en serio, qué mala condición física me cargo.
—Así te pones bien sabroso para las mamis, ja, ja, ja. Pasando esto, está el lugar.
Alcanzaron la cima y al admirar el paisaje, Emanuel pensó que el esfuerzo valió la pena.
—La vista está increíble, ¿no?
—Seeeeh. Está todo tranquilo, sin gente fregando. Ja, ja, ja. Pero bueno, ya casi lo logramos.
Se dieron vuelta y atravesaron un claro de hierba salpicado de florecillas hasta toparse con un afloramiento rocoso rematado por la copa de un mezquite.
—¿Es ahí? —preguntó Emanuel.
—Ahí mero—le dijo Francisco, señalando la grieta en medio de las rocas. —Y ese es el árbol del que te hablé.
Se acercaron a las oscuras fauces que ningún rayo de luz parecía desintegrar y está más fresco y huele bien feo.
Ilustración: @mauu_txy
—Ya sé. Pero bueno, bienvenido a la cueva del Huizaezquite, ¿qué te parece?
—Pos, vamos a explorar.
Encendió la lámpara del celular y para su sorpresa no abundaban estalactitas o estalagmitas, ni ninguna de esas formaciones que debían tener las cuevas.
—Creí que me iba a encontrar ¡Hey! ¿Qué es eso? —observó Emanuel, llamando la atención de Francisco.
—¿Qué cosa?
—Mira…
Francisco así lo hizo y se le acercó.
—Ha de ser brujería. ¿Verdad?

—Mmm, igual y sí. Es común encontrar ese tipo de cosas en estos lugares. Ya sabes, la gente todavía cree.
Emanuel se puso en cuclillas y procedió a curiosear la ofrenda. El primer grupo de velas moradas formaban un rombo; el segundo anillo era anaranjado y un conjunto verde en forma de espiral, finalizaba el símbolo.
—¡Hombre! ¡Qué loco! ¿Tendrá algún significado? —preguntó Emanuel— No es el típico pentagrama.
—Pues quién sabe. Esto es reciente, la última vez que vine, no había nada.
—Le voy a tomar una foto.
—Espera, traje una lámpara para que se note mejor—agregó Francisco. Emanuel escuchó el sonido del cierre de la mochila y al curiosear el dibujo descubrió varios cuencos de barro con distintos objetos.
—¡Ujú! Ya salió para la combi.
Tomó las monedas de uno de los recipientes, tanteando el resto.
—¿Aquí hay maíz?, ¿y frijoles?, y este otro trae… jocotes, nances y ¿guayas? Esta gente deveras se lo toma bien ense…
El mazazo lo golpeó con tanta fuerza que le hundió la sien. Emanuel cayó al suelo, desorientado, y el ataque continuó. El hierro partió su cráneo y de su boca brotaba un fuerte gruñido. Conforme lo remataban, empezó a convulsionarse algunos minutos hasta detenerse. En ese momento, Francisco se agachó para acomodar la cabeza mientras la sangre envolvía el símbolo. Suspiró recuperando la calma, llorando de alegría porque luego de mucha planeación, la ofrenda estaba completa y laprosperidad, al fin, dejaría de ignorarlo.