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Apología de Sócrates Por Alejandro Fernández Monasor ¿Cómo pueden cambiar tan poco las cosas en tanto tiempo? ¿Cómo puedo estar de acuerdo, en algunos aspectos fundamentales, con un griego que vivió hace casi 2.500 años? Estas son las preguntas que me hice la primera vez que leí “Apología de Sócrates”, la pretendida naturaleza humana podría tener una parte inmutable, recreando continuamente situaciones o sociedades parecidas.

A la espera de un nuevo gobierno

E

n estos tiempos que pretende erradicarse la Filosofía de los programas educativos y que el estado derecho, nacido de la Ilustración, está totalmente desvirtuado, permítanme compartir con ustedes toda la emoción que me aportó esta obra y aunque no coincidan conmigo o con Sócrates, seguro que encuentran un ejemplo de coherencia y de defensa de la verdad y la justicia nada habitual. Apología de Sócrates, contada por su discípulo Platón, recoge la defensa realizada por Sócrates en su propio juicio, ante las acusaciones, por las que finalmente sería condenado a muerte, de aquellos a los que ridiculizó, al demostrar que carecían de la sabiduría que aparentaban. Los ciudadanos atenienses podían defenderse en los juicios ellos mismos, sin abogados y Sócrates no solo se defendió sino que hizo una valiente reivindicación de toda su vida, poniendo de manifiesto que, equivocada o no, ésta siempre estuvo en concordancia con su pensamiento. Todo empieza con la consulta que su amigo Querofonte hace al Oráculo de Delfos y de la que obtiene como respuesta que Sócrates es el hombre más sabio. No creyéndose Sócrates sabio, pretende investigar el porqué de esta respuesta, interrogando para ello a políticos, poetas

y artesanos. Todos los interrogados eran personas consideradas muy sabias, resultando que en realidad no lo eran, era mera apariencia. Tras estas averiguaciones, Sócrates concluyó que a eso se refería el oráculo, él era más sabio, simplemente, porque no presumía de saber lo que ignoraba, era consciente de lo que no sabía. Pero estos encuentros le granjearon muchos enemigos, pues los había realizado en público y algunos de sus discípulos habrían repetido esta misma práctica, poniendo en evidencia a personas influyentes, que acaban denunciándolo por corromper a la juventud y no creer en los dioses. Sócrates, en el juicio, defiende su conducta y su forma de actuar, piensa que es un dictado divino vivir buscando la sabiduría, examinándose a sí mismo y a los demás, como un tábano que molesta ante la tentación de abandonar el camino de la virtud. El temor a la muerte nunca guió sus acciones, no le interesaron riquezas, ni fama, ni honores, solo conseguir que su espíritu y el de aquellos que le rodean sea lo mejor posible, eso es lo que él enseña. Nunca pidió nada a cambio y se abstuvo de intervenir en política, piensa que si hubiera intervenido en política estaría muerto, alguien que dice la verdad no puede estar en política.


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