Revista #25

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La Trivial es un proyecto audiovisual, escrito y de amplia presencia en la red que toma forma de revista. Nace de la voluntad de un grupo de jóvenes de Cataluña, sobre todo estudiantes de la Universidad Autónoma de Barcelona, ​​de establecer un espacio de reflexión y debate cultural, filosófico y político más allá de los espacios académicos habituales y, a su vez, generar un lugar alternativo donde otras personas jóvenes con ideas y proyectos interesantes pudieran participar.

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Pretendemos contribuir al debate ofreciendo instrumentos de análisis para alimentar las discusiones más allá de los debates en los que nos atrapa la cotidianidad. Queremos ser un foro donde reflexionar en común, construyendo altavoces colectivos y, también, poner a dialogar las inquietudes y reflexiones con el ánimo de generar un espacio compartido donde hacer germinar una generación crítica. De esta manera La Trivial se convierte en una publicación de contenidos diversos que eventualmente sale impresa en forma de revista sin ánimo de lucro. En los últimos años el proyecto se ha ido consolidando y adquiriendo voz propia entre el resto de plataformas de opinión y debate en la red y, actualmente, cuenta con entrevistas, artículos y reflexiones de varios académicos y representantes públicos que permiten al proyecto disfrutar de un reconocimiento en su labor más concreta: generar opiniones y reflexiones críticas.

Consejo General de La Trivial. Editores/as: Merlina Del Giudice y Jordi Mariné Maquetación: Roc Solà Diseño de portada: Pablo G. González Diciembre de 2018, Barcelona www.latrivial.org

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Entrevista a Maite Larrauri: “(...) los marxistas desconocían a Gramsci y eso era un fallo” Por Jaume Montés y Roc Solà

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aite Larrauri (Valencia, 1950) ha sido profesora de filosofía de centros públicos de enseñanza media durante 36 años. En la actualidad está jubilada. Militó en el antifranquismo y en el feminismo durante los años 70 del siglo pasado y ha sido traductora e introductora en España del feminismo italiano de la diferencia. Ha publicado numerosos artículos en revistas españolas (Archipiélago, Revista de Occidente, Cuadernos de Pedagogía, Disenso, Er) y extranjeras (Rue Descartes, Via Dogana) sobre Foucault, Spinoza, Kierkegaard, Bergson, Nietzsche y Weil. Durante los años 90, fue colaboradora tanto en la sección nacional como en la sección de la Comunidad Valenciana del periódico El País, en el que publicó diferentes artículos de opinión. Recientemente ha publicado ‘Contra el elitismo. Gramsci: Manual de uso.’ Actualmente, colabora regularmente en la revista digital Fronterad y en el programa de la televisión pública Para todos la 2. Además, es coautora, junto al dibujante Max, de la colección de libros Filosofía para profanos, compuesta por 10 títulos y publicada por la misma Fronterad. Bloque 1: Biografía política de Maite Larrauri Pregunta: Naciste en Valencia en 1950 e iniciaste los estudios de filosofía en la Universidad de Valencia en el curso 67-68. Sin embargo, ese mismo año te fuiste 4 meses a París, justo después de uno de los acontecimientos más importantes de la década, y entraste en un mundo nuevo: asistis-

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te a tu primera manifestación, leíste a Simone de Beauvoir y entraste en contacto con todo tipo de grupos feministas que se reunían en el Barrio Latino. ¿Cómo era el París post mayo del 68 y de qué forma provocó que la Maite Larrauri de 18 años entrase en contacto con la militancia? Respuesta: Estuve en París desde julio hasta octubre de 1968. Allí cumplí 18 años. Efectivamente los estudiantes franceses habían aplicado la consigna “Sous les pavés, la plage”, se la habían creído y por eso no se habían ido de vacaciones, sino que se habían quedado en París. El barrio latino estaba efervescente por las reuniones en la calle, en la fuente de Saint Michel, bajo los puentes, en las librerías y, a partir de septiembre, en las aulas. La propaganda de grupos políticos era constante, circulaba. Y además la música, los porros, los anticonceptivos, todo circulaba. París, en mi recuerdo, brillaba, estaba iluminada, llena de sol. Sin duda llovió, pero la lluvia no oscurecía el ambiente. Cuando volví a Valencia en octubre, la ciudad me pareció gris, el país gris, las personas grises. Ya no pude incorporarme a la carrera que había comenzado el año anterior, me resultaba imposible aguantar la universidad española. París había actuado sobre mí como una fuerza centrífuga. Leí, estudié, escribí, todo por mi cuenta, y con aquellos que se sentían como yo, durante 4 años. Después volví a la universidad desde el imperativo de ser militante clandestina. P: Continuando con las cuestiones biográficas, entre el 70 y el 73, al volver de París, participaste en un grupo de estudio vinculado a la política organizado por Dolores Sánchez, quien ya era amiga tuya desde comienzos de la universidad.


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Allí leísteis documentos políticos de forma apasionada y, un día, os encontrasteis con un número de Bandera Roja, de quienes Enric Juliana dice que fueron “el Opus Dei de la izquierda en los años setenta”. Atraídas por su precisión teórica, decidisteis montar una sectorial en Valencia. Dos preguntas: ¿Cómo era la militancia política en la clandestinidad? y ¿Hasta qué punto crees que Bandera Roja es imprescindible para entender, sobre todo en Cataluña, las mutaciones políticas de los espacios políticos más diversos, sea la gestación de la lista electoral de Puigdemont, sea la formación de los “comunes”? R: Entre las lecturas, estaba la propaganda de los diferentes grupos políticos clandestinos en España. Trotskistas, maoístas, situacionistas, anarquistas… hasta que cayeron en nuestras manos los números de la revista clandestina “Bandera Roja”, pertenecientes a un grupo político catalán que llevaba el mismo nombre. El grupo de lectura y discusión que formábamos quedó fulminado por la competencia teórica de aquellos escritos, tan por fuera de la vulgaridad e ignorancia del lenguaje habitual de los comunistas. Nos pusimos en contacto con militantes catalanes para formar un grupo valenciano de Bandera Roja. Cuando los conocimos aún tuvimos más claro que era nuestro grupo: su manera de concebir la militancia, haciendo que la jerarquía no supusiera una división de tareas más nobles y menos nobles, la formación rigurosa de los militantes, la discusión interna, todo nos gustaba. Milité ahí hasta su disolución dentro del PCE. Me ha quedado la comprensión de lo importante que es hacer política desde la sociedad civil y sus organizaciones, asociaciones de barrio, asociaciones profesionales: es ahí

donde se forman los movimientos populares. Creo que fue una auténtica formación de las que deja huella, porque muchísimos años después sigo coincidiendo con antiguos camaradas en un talante, una especie de “gusto moral” como decía Hannah Arendt que compartían los espartaquistas. Cuando veo y oigo a Ada Colau, a Xavier Domenech, me parece que son de los míos, de aquellos que fueron de los míos. P: En 1975 participaste en la creación de la Asociación de Mujeres Universitarias, que fue un importante espacio de reflexión teórica, y empezaron los contactos con el feminismo, en especial el feminismo italiano de la diferencia, del cual has sido una de sus principales traductoras. ¿Qué te llevó a entrar en el feminismo de la diferencia y, en líneas generales, cuáles crees que son las principales enseñanzas que pueden extraerse para pensar el movimiento feminista actual? R: Hacia el final de la dictadura, 1974-75, comenzaron a organizarse de manera visible grupos feministas. Yo formé parte del grupo “Mujeres universitarias”. Leíamos lo que estaba a nuestro alcance, y discutíamos. Un día, por casualidad y mientras preparaba un examen sobre la Fenomenología del Espíritu de Hegel, salí a airearme y en una librería cayó bajo mis ojos un libro titulado Escupamos sobre Hegel. Me hizo gracia que este título expresara tan certeramente mis sentimientos en aquel momento. Lo abrí y me encontré con esta frase: “La lucha de clases es un arreglo de cuentas entre varones”. Me quedé como si me hubieran dado un golpe en la cabeza. Su autora, Carla Lonzi, representa para el feminismo

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‘‘Si la materia de la que están hechos los humanos es histórica, no puede tener la consistencia que le atribuimos al determinismo: y ahí interviene la voluntad, la vivencia de la contradicción, la conciencia de la subjetividad”

italiano de la diferencia sexual, el punto inicial. Durante todo un año machaque a las mujeres de mi grupo con este libro. Allí había algo más que las reivindicaciones del momento, allí estaba presente una subjetividad política diferente. Era algo que se dejaba también entrever en nuestras discusiones sobre sexualidad femenina, asunto sobre el cual participamos en las jornadas feministas que tuvieron lugar en Barcelona en 1976. Hablar de sexualidad femenina era difícil, nos interpelaba desde nuestra experiencia, no teníamos muchos libros en los que apoyarnos. Cuando más tarde se ha querido oponer el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia, se ha caído en simplificaciones. La igualdad no siempre es una buena palabra, aunque las reivindicaciones políticas que caen bajo ese concepto son fundamentales. Pero la diferencia que marca nuestra historia y nuestra experiencia es un elemento que configura nuestra especificidad en tanto subjetividad política. P: Me han comentado que fuiste a clases de Gilles Deleuze (sin estar matriculada) y que, desde ese momento, se convirtió en uno de tus referentes más importantes. ¿Cuánto hay de Deleuze en tu modo de acercarte a los filósofos y a la filosofía? R: Cuando asistí a las clases de Deleuze, 1981, ya era profesora de filosofía de enseñanza media, pero no sabía cómo filosofar, cómo investigar en el campo de la filosofía, qué y sobre qué escribir. Todo eso lo aprendí de Deleuze en tres meses. Lo considero mi maestro, aunque yo no era sino una más de la multitud que se apiñaba en el aula para escucharlo una vez a la semana. Pero me puso sobre los raíles: esa manera suya de leer los textos de los filósofos, dejándose llevar por el deseo -que no es sino la expresión de la vitalidad que fluye en la experiencia de cada cual-, es la que he adoptado para todo lo que he hecho en el campo de la filosofía, tanto dar clases como escribir textos. Es el rizoma: conectar, ampliar el territorio, dejarse contagiar.

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Bloque 2: Sobre el libro Contra el elitismo. Gramsci: Manual de uso P: Pasando un poco al último libro que has escrito junto a Dolores Sánchez, Contra el elitismo. Gramsci: manual de uso. ¿Por qué habéis decidido escribir este libro? Y, ¿por qué en este momento y no antes, puesto que es sabido que desde vuestra época en la universidad teníais familiaridad con Gramsci y sus textos? R: Hasta hace relativamente poco yo no había leído a Gramsci si no es a través de algunos textos citados, usados por otros autores. Tenía un conocimiento muy superficial. Ha sido la insistencia de los políticos de Podemos lo que me llevó a querer leerlo de verdad. Foucault tenía razón cuando decía que los marxistas desconocían a Gramsci y que eso era un fallo. Entrar en los Cuadernos de la cárcel ha sido una fuente de alegría, como si finalmente las diversas cosas que había extraído de mi experiencia política se unieran para formar un cuadro explicativo más amplio, más profundo. La defensa de las libertades democráticas y la crítica a las democracias formales; el rechazo hacia una concepción de la militancia de izquierdas elitista, que mira por encima del hombro a las masas “equivocadas y extraviadas”; la idea de una cultura feminista que se oponga al orden social y simbólico patriarcal, todo esto y mucho más encuentra su lugar en la teoría gramsciana. P: Leyendo el primer capítulo, titulado “Economicismo”, me parecieron muy interesantes varios temas que sacáis a colación. Con un análisis muy gramsciano haces referencia a un economicismo que tendríamos incrustado en nuestros métodos de juzgar los fenómenos históricos. Un economicismo hecho sentido común y que consistiría en la pregunta de “¿A quién beneficia esta situación?” después de que el hecho haya tenido lugar. ¿Hasta qué punto el economicismo, como un tipo de mecanicismo, es una lacra en los análisis de fenómenos históricos?


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R: Lo peor del economicismo es que nos ha hecho creer que no existe más materialismo que el materialismo determinista. Si utilizo categorías aristotélicas, es como si el economicismo fuera al mismo tiempo causa material, formal, eficiente y final, y a todo esto revuelto se le llamara “materialismo”. Un materialismo así deja de lado la voluntad, el deseo, la subjetividad. Algunos comentaristas dicen que Gramsci realiza una síntesis de Hegel y Marx, o sea -apostillan- de materialismo e idealismo. No me gusta decir así las cosas. Cuando Gramsci habla de las relaciones humanas como relaciones materiales está diciendo dos cosas: que las relaciones son históricas y cambian, y que están inscritas en la vida de los humanos de tal manera que son muy difíciles de cambiar. Y añade que no se ha tenido en cuenta que el materialismo de Marx era un materialismo histórico, no se ha hecho suficiente hincapié en “histórico”. Si la materia de la que están hechos los humanos es histórica, no puede tener la consistencia que le atribuimos al determinismo: y ahí interviene la voluntad, la vivencia de la contradicción, la conciencia de la subjetividad. P: Planteáis también que Gramsci tampoco propone un voluntarismo subjetivista y que jamás utilizó el concepto de alienación en sus Cuadernos de la cárcel. Así, y citando textualmente, “la alternativa de Gramsci al economicismo y la teoría de la alienación es el concepto de hegemonía.

El consenso no es alienación”. Me gustaría que desarrollaras un poco más esta cuestión. R: Nunca me ha gustado esta palabra. Y me alegró saber que Gramsci no la empleaba. Porque es una palabra que siempre establece una categoría de superioridad/inferioridad: los no alienados señalan la alienación de otros. Me revienta que haya quién se crea mucho más inteligente, o consciente, o puro. Y además es una palabra que concede, a su vez, que en el poder (así dicho, como una instancia supraterrenal) hay una maquinación llevada a cabo por individuos malvados y capaces de engañar a una inmensa población. No dudo, por ejemplo, de que en la Iglesia Católica, que es la que conozco de cerca, no haya maquinación y no haya hombres malvados, pero está al alcance de la mano de muchos verlo y desvelarlo. Otra cosa muy diferente son las identificaciones que una sociedad ofrece a sus individuos: no son ni engaño, ni error porque interviene la voluntad de cada cual a la hora de adoptar esta o aquella identificación. Si la materia de la que estamos hechos son las relaciones humanas y no sólo nuestra renta per cápita o nuestra posición en la producción, no podemos seguir creyendo que por debajo de lo que demostramos ser o las posiciones políticas que adoptamos, existe una realidad más real y verdadera determinada por una esencia de clase. P: Afirmáis que la Transición fue una ‘revolución pasiva’ que permitió dirigir el proceso desde las

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‘‘No podemos estar en posiciones tan externas al sentido común que impidan a las personas reconocerse parcialmente en lo que se propone; pero igualmente no podemos estar tan dentro del sentido común que sea imposible un cambio en el sentido común”

élites (sobre todo mediante una operación de transformismo) a la vez que satisfacía parte de las demandas de los distintos movimientos antifranquistas que habían conseguido mucha influencia antes de la Ley para la Reforma Política. Sin embargo, la Transición también sentó las bases de la hegemonía de un régimen, el del 78, que se ha mantenido relativamente estable hasta, como mínimo, 2011. ¿Hasta qué punto crees que la capacidad hegemónica de la Transición ha limitado las posibilidades de cambio en nuestro país? R: Dolores Sánchez, historiadora y co-autora de este libro, siempre afirma que la transición fue lo que fue y que no hay que darle más vueltas. Estoy de acuerdo. Siempre se dice que no hubo fuerza para ir más allá. Pero con el concepto de “revolución pasiva” el análisis puede ganar en claridad. Es el contrapunto de “hegemonía”. Entiendo que lo que afirma Errejón, en el prólogo que ha escrito a nuestro libro, acerca de que las realidades históricas son mestizas y en ellas están presentes posiciones hegemónicas y elementos de revolución pasiva es justo. Permite entender que en la transición sí que hubo cambios importantes, aun cuando la dirección política y cultural no cambió radicalmente como hubiéramos deseado: para los antifranquistas fue una revolución pasiva. También hay que tener en cuenta que la aspiración de las fuerzas revolucionarias es siempre llegar a ser hegemónicas, y que, por lo tanto, el mestizaje con elementos de revolución pasiva tenga que conformar a sus oponentes. P: Gramsci ha sido un autor que ha recibido muchas y distintas interpretaciones. Por ejemplo, Perry Anderson dice que existe cierta interpretación “socialdemócrata” de la concepción gramsciana de hegemonía: si la hegemonía solamente se sitúa en la sociedad civil, entonces la tarea principal de los socialistas es “liberar” a las masas de su adoctrinamiento para que así les voten en un Parlamento al cual pueden tener ac-

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ceso. Anderson, sin embargo, responde que el Estado no es solo coerción, sino que también genera consenso a través de, por ejemplo, la democracia representativa. Tú que has estudiado los Cuadernos de la cárcel en profundidad, ¿a qué se debe que Gramsci haya podido ser leído por los fundadores de los Cultural Studies, los eurocomunistas de los 70, los dirigentes de Podemos y los asesores de Marine Le Pen? R: Toda teoría es una caja de herramientas, como dice Deleuze. Lo recuerdo en el prólogo al libro. La historia de la filosofía está llena de casos que lo corroboran. Uno que me es cercano y querido: Nietzsche. Si una teoría puede servir para aportar elementos a posiciones opuestas, ello se debe a la potencia de un pensamiento. Frente al multiuso, no reivindico la pureza de una filosofía. Los textos de la filosofía tienen que ser leídos desde una subjetividad para que sigan vivos. No puedo decir que un libro sobre Gramsci me haya guiado. No es mi modo de leer. Me encanta, me entusiasma, me reta abrir un libro de un pensador o pensadora a palo seco. Puede ser desesperante y obsesivo. Así me sucedió en el pasado con Simone Weil: recuerdo haber arrojado un libro suyo por la ventana. Y sin embargo… la lectura de sus textos está atada a mi experiencia en un modo particular, casi haciendo carne de sus palabras. P: Cuando hablais de crítica al neoliberalismo, en el capítulo dedicado al “Sentido Común”, decís que se tiene que conseguir cambiar el sentido común que lo sostiene. Ponéis, también, el ejemplo de lo que hizo la PAH al encontrar un “núcleo de sensatez” a partir de una práctica que lo pone de manifiesto. Allí se convierte al desahuciado de looser semidelincuente en un sistema que funciona y tiene que vivir ese hecho como una vergüenza personal, a la politización del dolor y a ver cómo lo vergonzoso es que en una sociedad


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democrática se pueda echar a alguien de su casa. En un ejercicio de ficción, qué ¿otro “núcleos de sensatez” crees que identificaría Gramsci hoy en día para atacar al sentido común neoliberal? R: Los núcleos de sensatez se abren camino, poco a poco, desde dentro del sentido común. Y un buen día, el sentido común en su conjunto da un vuelco. Pasó con la PAH, como contamos en el libro. Acaba de pasar con el feminismo a partir del Me too, este 8 de marzo y la sentencia de la manada. De repente lo tolerable se vuelve intolerable. Ha sido precedido de pequeños movimientos, de discusiones, declaraciones, tomas de posiciones que durante mucho tiempo son minoritarios. Es importante seguir las instrucciones de Gramsci: un pie dentro y otro fuera. No podemos estar en posiciones tan externas al sentido común que impidan a las personas reconocerse parcialmente en lo que se propone; pero igualmente no podemos estar tan dentro del sentido común que sea imposible un cambio en el sentido común. Por eso decía Gramsci que es cuestión de “buon senso”, que creo que equivale a la palabra castellana “sensatez”. Dentro del sentido común que representa para una época y una cultura los límites de lo aceptable e inaceptable, existe la posibilidad de tocar un pequeño núcleo de racionalidad que se logra alcanzar con algún argumento apoyado por la experiencia. Es el punto de inflexión por el que un tablero puede desbaratarse y reordenarse de otra manera.

Bloque 3: Para terminar me gustaría que nos recomiendes… P: Un libro que te haya ayudado en la interpretación de la obra de Gramsci. R: Me ha ayudado a entender a Gramsci la experiencia y la aparición de Podemos. P: Una película que te haya marcado personal y políticamente. R: Seré sincera: el cine que me gusta es la comedia, sobre todo. Y dentro de la comedia, la comedia musical. Resolver los problemas de relaciones entre personas cantando y bailando me parece propio de una humanidad superior. No es político, con la p minúscula. Pero es un gran Política. Ejemplo: “Todos dicen “I love you”, de Woody Allen. Resolver todos los embrollos amorosos como se hace en esa película sería un salto adelante: sin celos, sin venganzas, sin resentimientos, con ligereza, la ligereza de los actores que cuando bailan, flotan sobre las orillas del Sena…. Las comedias musicales y algunas otras no musicales son las únicas películas que vuelvo a ver una y mil veces.

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El Capitalismo como sociedad disciplinaria: ¿De la lucha de clases al neoliberalismo “coacher”? Por Jaume Montés

1. A modo de introducción: Americanismo En 1921, durante una guerra civil internacionalizada en la que más de siete potencias occidentales trataron de derrocar el gobierno revolucionario surgido tras los acontecimientos de octubre de 1917, Lenin promulgó la conocida como Nueva Política Económica (NEP). En oposición al comunismo de guerra, la NEP introducía algunos elementos capitalistas, como, por ejemplo, la existencia de algunas empresas privadas, y, en consecuencia, permitía que determinadas personas se apropiasen del exceso de valor que producían los trabajadores. Sin embargo, a pesar de las críticas de “retroceso” o de “política fracasada”, en palabras del propio Lenin, la NEP se erigía como la única posibilidad de los revolucionarios de mantenerse en el poder y centralizar la producción para así hacer frente al hambre, la guerra y la falta de productividad. Desde una cárcel italiana, Antonio Gramsci (2017, pp. 376-377) criticó duramente que Trotsky defendiese la política de militarización del trabajo presente durante el comunismo de guerra, pues, aun cuando es verdad que el principio de la coacción directa e indirecta en la organización del proceso de producción pudiese ser justo, el modelo militar soviético había demostrado ser una experiencia funesta propia de una voluntad “no racionalizada”. Según el genio sardo, el mayor proceso de racionalización de la producción y del trabajo estaba teniendo lugar en Estados Unidos a través de las experiencias de Henry Ford y las teorías de la organización científica del trabajo de Frederick Taylor [1]. Tal y como dijo el padre de la administración científica, el objetivo último del fenómeno norteamericano era crear un nuevo tipo de trabajador y de hombre: el llamado “gorila amaestrado”, un hom-

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bre-industrial que desarrollara, en su grado máximo, las actitudes maquinales y automáticas y rompiese con el antiguo nexo psicofísico del trabajo cualificado que requería cierta participación e iniciativa del trabajador, reduciendo la producción a un simple aspecto físico y maquinal. En este sentido, la racionalización del trabajo y las prácticas punitivas (como el prohibicionismo, esto es, la conocida “Ley Seca”) estaban íntimamente relacionadas (Gramsci 2017, pp. 377-378). Así pues, uno de los problemas con los que se encontraron los empresarios era que no podían controlar lo que hacían sus trabajadores cuando salían de la empresa. En el periodo de entreguerras, para evitar que los trabajadores abandonasen la fábrica y se fuesen a vivir al campo, industriales como Ford se vieron obligados a subir los salarios de sus empleados. Ahora bien, la fórmula del salario alto tenía un doble filo: por una parte, tenía la intención de mejorar la capacidad de cuidado, renovación y reproducción de la fuerza de trabajo; por otra, cabía la posibilidad de que muchos de estos trabajadores destinasen el aumento de sueldo a un estilo de vida (alcoholismo, prostitución, etc.) que, justamente, perjudicase su productividad laboral. Es por eso que muchos empresarios trataron de intervenir, mediante un cuerpo de inspectores privados, en la vida privada de sus empleados o promover una regulación muy estricta de las “desviaciones morales” en que pudiesen incurrir los mismos. Todo ello bajo la apariencia de una defensa a ultranza del “puritanismo” y el “humanismo” (Gramsci 2017, pp. 379-384). En síntesis, Gramsci nos advertía del peligro de que aquello que, de momento, solo era una iniciativa privada de algunos industriales pudiese terminar siendo asumido como una función del Estado y, por tanto, sedimentar y presentarse en la ideología dominante como un renacimiento del “verdadero” norteamericano.


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Charles Chaplin en Tiempos Modernos

En este trabajo, intentaremos averiguar cuáles son los mecanismos que ha tenido y tiene el capitalismo para disciplinar, no solo a la fuerza de trabajo, sino a todas aquellas personas que entren en algún tipo de relación con el capital. Además, analizaremos la forma en la que el neoliberalismo, entendido como el ciclo actual del capitalismo, introduce nuevas lógicas de dominación y sometimiento. Con este objetivo, nuestro estudio está dividido en dos grandes apartados: por un lado, un análisis de las formas punitivas del neoliberalismo, pero también de su capacidad para dar respuesta a los deseos y aspiraciones “anticapitalistas” de la gente, para lo cual partiremos, eminentemente, de las obras de Karl Marx y Jorge Moruno; y, por otro lado, algunas propuestas e ideas que puedan dibujar, al menos superficialmente, un nuevo tipo de sociedad del bienestar que tenga como fin principal el tiempo garantizado.

del estado burgués, sino que son esclavizados cada día y cada hora por la máquina, por el capataz y, sobre todo, por el fabricante burgués individual. Este despotismo es tanto más mezquino, odioso, irritante, cuanto más abiertamente proclama que su fin es el lucro.”

Marx y Engels (2015, pp. 59) escribieron en el Manifiesto Comunista que:

Grosso modo, una de las principales distinciones que Marx establecía entre el capitalismo y el anterior modo de producción, esto es, el feudalismo, era que, en el primero, los trabajadores venden libremente su fuerza de trabajo a cambio de un salario que garantice su subsistencia y reproducción, mientras que, en el segundo, los campesinos siervos se veían obligados a trabajar la tierra del señor feudal, en un tiempo y espacio determinados, obligatoria y gratuitamente (Marx 1968, pp. 58). Se podría argumentar, sin embargo, que a pesar de que es verdad que nadie obliga coercitivamente al obrero a vender su fuerza de trabajo al empresario, este no dispone de otras formas de acceder a un sustento que le asegure la renovación y reproducción, ya no solo suya, sino también la de su familia, por lo que termina abocado a aceptar unas condiciones de trabajo que, en determinados momentos históricos, han rozado la esclavitud, tal y como se deduce del pasaje anterior.

“La moderna industria ha transformado el pequeño cuarto de trabajo del maestro patriarcal en la gran fábrica del capitalista industrial. Masas de trabajadores hacinados en la fábrica son organizadas como soldados. Se los coloca como soldados rasos de la industria, bajo vigilancia de una completa jerarquía de suboficiales y oficiales. No solo son esclavos de la clase burguesa,

Así pues, el trabajo aparece, por una parte, como una forma de garantía material y, a su vez, como un “sustento imprescindible de la dominación mediada por el dinero” (Moruno 2018, pp. 32). No obstante, esto no ha sido así siempre, sino que sólo tiene lugar bajo unas relaciones de producción concretas. Por ejemplo, en las sociedades campesinas a las que hacíamos referencia anteriormen-

2. Del proletariado a las Kellys; del capitalista industrial a la economía colaborativa

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‘‘Solo cuando se entra en la modernidad, es decir, en la mercantilización de las relaciones sociales, podemos afirmar la existencia de una “sociedad de trabajadores”

te, el trabajo en su dimensión pública, a saber, el trabajo más allá de la producción doméstica, era muy reducido, de modo que no aparecía como el mediador principal de las relaciones sociales. Solo cuando se entra en la modernidad, es decir, en la mercantilización de las relaciones sociales, podemos afirmar la existencia de una “sociedad de trabajadores” que se caracteriza, principalmente, por el hecho de que el tiempo de trabajo (en terminología marxista, el trabajo social [2]) es la medida que determina el valor de todas las mercancías, en el sentido de que “no es más que la relación social determinada por los mismos hombres, la cual adopta aquí la forma fantasmagórica de una relación entre cosas” (Marx 1990, pp. 103). Es por eso que todo trabajo (en su significado de poiesis, es decir, de “creación” o “producción”) que no genere valor, en otras palabras, que no produzca una mercancía cuyo fin último sea venderse, no será reconocido como tal (Moruno 2015). Esta es la razón principal por la que, bajo el capitalismo, ni los trabajos de cuidados que históricamente han realizado las mujeres ni el trabajo voluntario tienen el reconocimiento público y, en consecuencia, la integración social que tiene el trabajo entendido en su acepción más estrecha. Esto es fundamental, sobre todo, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se constituye lo que algunos han llamado “sociedad del empleo”, a saber, aquella organización social según la cual el empleo es la forma principal de acceder a los sistemas del bienestar que proporciona el Estado [3]. Así pues, aun cuando han existido y existen diferentes servicios de carácter universalista, como, por ejemplo, los sistemas de bienestar nórdicos, el National Health Service británico o el Sistema Nacional de Salud español, la mayor parte de ellos, especialmente en Europa continental, deben estar mediados por el empleo, esto es, la cotización a la Seguridad Social. Al menos hasta ahora, parece que el trabajo entendido como creador de riqueza (y no tanto en su dimensión creativa) se asienta sobre una contradicción: es el único modo de garantizar la existencia material y, a la vez, asegura la subordinación del trabajador. La reivindicación del trabajo es, por lo tanto, la reivindicación de la opresión en el capitalismo [4]. En este sentido, resulta curioso que, actualmente, haya varios autores considera-

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dos de izquierdas que promuevan la vuelta a un pasado “glorioso”, en el que el trabajo era la fuente de identidad principal y de generación de riqueza, sin recordar que no era ni tan glorioso ni homogéneo como pretenden. No entienden que capital y trabajo son las dos caras de una misma moneda. Se autodenominan marxistas, pero parece que no se acuerdan de aquella frase de Marx (1971, pp. 23) en la Crítica del Programa de Gotha en la que dice que lo que debe emanciparse no es el trabajo, sino la clase obrera del trabajo. El “odio al trabajo” es, probablemente, una potencia que ha recorrido el movimiento obrero desde sus inicios y que alberga en su seno una enorme capacidad innovadora. Adam Smith (citado en Moruno 2018, pp. 94-95) explicaba una anécdota que ejemplifica perfectamente la potencia del rechazo a ser una mercancía que se explota dentro del circuito de valoración capitalista: según el economista escocés, en las primeras máquinas de vapor se empleaba a un muchacho cuya única función era abrir y cerrar la válvula de comunicación entre la caldera y el cilindro. Una vez, uno de estos muchachos averiguó que, si ataba una cuerda desde la manivela hasta otra parte de la máquina, la válvula se abría y cerraba sin su ayuda, lo cual le daba libertad para jugar más tiempo con sus compañeros. Es la misma fuerza que recorre a Billy Elliot al preferir el ballet a trabajar en la mina como su padre o a los jóvenes de Cornellà que se manifestaban en los años 70 bajo la pancarta de “los hijos de los obreros queremos estudiar”. La llegada al poder de Thatcher y Reagan constituye lo que algunos han llamado “contraofensiva neoliberal”, que ya había empezado a operar en los círculos académicos desde la década anterior o en el Chile tomado a sangre y fuego por el dictador Pinochet. Cabe tener en cuenta que “el neoliberalismo no es una ideología, un capitalismo desorganizado o un sistema caótico e irracional, sino toda una racionalidad de gobierno de la vida social, económica e individual, […] una forma de conducir la vida de las personas (gobernarlas)” (Bedoya y Castrillón 2017, pp. 32-33). Es decir, una reducción de las funciones que, anteriormente, realizaba el Estado, tales como promover unos servicios universales (sanidad, educación, etc.) o garantizar la existencia material


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Línea de ensamblaje / autor desconocido

de los ciudadanos en caso de salida del mercado laboral (pensiones, prestaciones por desempleo, etc.). Pero, a su vez, “el neoliberalismo consigue ser deseado porque se apoya en el anhelo de su propia destrucción” (Moruno 2018, pp. 31). En otras palabras, mientras que, por una parte, es un dispositivo que captura toda la realidad y la introduce en la lógica del mercado en una suerte de “acumulación por desposesión” [5] constante, por otra parte, da respuesta al deseo anticapitalista más primigenio de todos: dejar de ser trabajador. Hoy en día, existen apps para móviles en las que algunas personas se ofrecen para, a cambio de un precio, quedar contigo a cenar como si fueras un amigo de toda la vida o abrazarte para hacer la siesta si te sientes falto de cariño. Es más, en Japón, ya se venden cojines diseñados para reproducir el abrazo de una persona que duerme a tu lado. Asimismo, Tinder, al igual que otras apps de citas, desnaturaliza las relaciones sexo-afectivas y las somete a una lógica mercantilista, de modo que puedes rechazar o aceptar a las personas que se ofertan en el mercado según como te plazca. Lo mismo ocurre con el reciente anuncio de Bankia de que “enamorarse sale caro”. Es decir, el capitalismo llega a impregnar toda la realidad social, incluso la misma idea de comunidad –resulta casi imposible pensar una “exterioridad” al capitalismo–. Así pues, se da una paradoja según la cual la solución que

ofrece la subjetividad neoliberal para hacer frente a las problemáticas del trabajo proletario es la propia de la filosofía doer: convertirse en empresario de sí mismo, avanzar hacia una integración total entre el tiempo de trabajo y el tiempo de vida (Moruno 2015, pp. 2018). Y ese deseo de vivir mejor es lo que explota el coaching. El neoliberalismo, por tanto, también es un dispositivo de control político, en tanto en cuanto dicho control se realiza a través de la libertad, la cual se encuentra desplazada: los individuos deben hacerse cargo de los aspectos que el Estado venía encargándose hasta el momento. Y, en el caso de que dicho individuo quede excluido, es culpa del mismo, ya que el neoliberalismo ofrece métodos de inclusión a través del mercado, como, por ejemplo, el endeudamiento. Ante el problema de los vaivenes del mercado y ante el riesgo, la inseguridad y la fragmentación del vivir, la solución ideada por el neoliberalismo para los sujetos gobernados es aprender a ser flexible, adaptarse rápidamente y convertirse en empresario de sí (Bedoya y Castrillón 2017, pp. 41).

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‘‘Gramsci nos advertía del peligro de que aquello que, de momento, solo era una iniciativa privada de algunos industriales pudiese terminar siendo asumido como una función del Estado y, por tanto, sedimentar y presentarse en la ideología dominante como un renacimiento del “verdadero” norteamericano’’

En este aspecto, los falsos autónomos, la movilidad y multifuncionalidad del trabajador, la flexibilidad laboral, la mal llamada economía colaborativa u on demand, etc. crean un sistema de vigilancia de uno mismo y los otros alrededor del rendimiento individual. O lo que viene a ser lo mismo: Instagram y las redes sociales como panóptico integrado (Moruno 2018, pp. 27). ¿Debes aprovechar tu tiempo “ocioso” para coger una bici y hacerte rider de Deliveroo para así conseguir un sueldo “extra”? ¿Contestar al correo de tu jefe en tu día libre? ¿Llevar wereables que, en un grado máximo de “ciberfetichismo” (Rendueles 2013), monitorizan cuánto duermes, cuántas calorías comes o cuál es tu estado de ánimo? En síntesis, pozo de precariedad; biopolítica en vena; batalla por el tiempo. 3. A modo de conclusión: ¿qué imaginar? Aun cuando no disponemos del suficiente espacio y, por tanto, el desarrollo de lo que sigue deberá tener lugar en otro lugar, no nos podemos abstener de dar un par de apuntes sobre los retos políticos que las fuerzas progresistas deberán encarar para transformar la subjetividad neoliberal. Analizaremos, eminentemente, dos: el feminismo, en tanto que es el único movimiento revolucionario existente en la actualidad, y la Renta Básica Incondicional (RBI), como modo de garantizar las condiciones materiales de las personas por el simple hecho de ser personas. Ahora bien, es importante entender que el neoliberalismo articula, en una dirección determinada, unas demandas, deseos y aspiraciones concretas, lo cual recuerda a aquello que advertía Gramsci cuando nos hablaba de la “coexistencia contradictoria de fuerzas reactivas y emancipadoras habitando en la cultura popular” (Cadahia 2018, pp. 11). Creer que una alternativa política progresista puede permitirse el lujo de no partir de las condiciones y límites que hoy en día presentan nuestras sociedades no es más que un ejercicio estéril de posmodernismo desfasado.

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Una de las potenciales contradicciones del capitalismo es la confrontación entre concebir la riqueza basada en el valor y concebir la riqueza basada en el tiempo invertido. Esto no debe llevarnos, como hacen algunos, a reivindicar el pasado fabril y criticar la “trampa de la diversidad”, pues queda claro que este camino solo conduce a reproducir la situación de esclavitud que Marx y Engels ya denunciaban en el Manifiesto. Al contrario, debe encararse a la ofensiva, tal y como hace el feminismo: horizontalmente, sin líderes, sin programa, sin límites. El feminismo como crítica de la economía política, siguiendo a Silvia Federici (2018), plantea un nuevo orden que modifica las estructuras existentes y que sitúa la vida en el centro, tanto individual como colectivamente. Con el feminismo, encontramos que podemos crear nuevas formas de bienestar y reformulación del trabajo no ligadas a las relaciones de producción capitalistas, así como nuevas formas de organización que rompan con la concepción individualista que rige el sujeto en las democracias liberal-representativas. La crisis de cuidados, unida a la crisis del trabajo, dibuja la crisis del modo de acumulación capitalista. Por su parte, la RBI contribuye a desvincular empleo y existencia material, cosa que puede solucionar la crisis del empleo en la que nos encontramos inmersos [6]. Ahora bien, fetichizar esta medida –sin tener en cuenta que la disputa entre los reaccionarios (participantes en el Foro de Davos) y los progresistas (republicanos) va a ser constante durante los próximos años–, pensando que es la solución mágica a todos los problemas que se derivan de las dinámicas de cambio de época, es un error. La lucha por sistemas de bienestar, esto es, servicios y prestaciones que, más allá de la RBI, garanticen el bienestar de la ciudadanía, será lo único que pueda permitir el desarrollo de una verdadera libertad republicana (Raventós 2018). De ahí la lucha por el tiempo garantizado, a saber, la lucha por asegurar que cada persona disponga del suficiente tiempo no subordinado a ninguna relación productiva para hacer, en definitiva, lo que más satisfacción le produzca. Esta será, seguramente, la única forma que nos queda de romper con la disciplina coacher que nos impone el neoliberalismo.


La trivial • #25 Notas:

Referencias:

[1] Gramsci creía que solo en Estado Unidos era posible, por el momento, introducir esta nueva forma de organizar la producción, ya que ni las clases altas ni las clases trabajadoras arrastraban ciertas formas sociales anacrónicas (“residuos pasivos”) que impedían el desarrollo de la individualidad del trabajador, contrariamente a lo que acontecía en Europa. Es por eso que incluso los grandes millonarios norteamericanos continuaron trabajando hasta que la vejez o la enfermedad se lo impedían.

- BEDOYA, M.; CASTRILLÓN, A. 2017. Neoliberalismo como forma de subjetivación dominante. Dorsal. Revista de Estudios Foucaultianos (3), pp. 31-56.

[2] “Los valores de las mercancías están en razón directa al tiempo de trabajo invertido en su producción y en razón inversa a las fuerzas del trabajo empleado” (Marx, 1968: 46). [3] Es importante, pues, diferenciar los términos “trabajo” y “empleo”. Si el primero hace referencia, desde la antigüedad, a la capacidad de “creación” propia, antropológica, del ser humano, el segundo es una forma social que ha tenido lugar durante un periodo muy corto de tiempo, concretamente, durante lo que podríamos denominar los “30 años gloriosos” del Estado del bienestar. A saber: el empleo no es solo el trabajo productivo por el cual el empleado recibe a cambio un salario, sino el mecanismo principal de acceso al bienestar. [4] En palabras de Jorge Moruno (2018: 49), “el verdadero éxito del capitalismo es conseguir imponer, como único horizonte posible, aquello que no es natural: subordinar la vida a la producción”. [5] La “acumulación por desposesión” es un término acuñado por el geógrafo David Harvey (2004) que, aplicado a las relaciones internacionales, reformula el concepto marxiano de expropiación originaria. En líneas generales, hace referencia al mecanismo que mercantiliza cada vez más procesos y que actúa como factor primordial en el desarrollo del imperialismo capitalista, en tanto en cuanto libera un conjunto de activos a un precio muy bajo (o prácticamente nulo), de modo que el capital sobreacumulado puede apoderarse de ellos y darles un uso rentable. [6] De hecho, esta última se arrastra desde la llegada de los monetaristas a las estructuras de poder; la financiarización de la economía y el creciente monto de deuda han sido parches que, sin embargo, no han podido parar el desenlace final.

- CADAHIA, L. 2018. Las fisuras del ethos neoliberal. Reporte Sexto Piso (44), pp. 11-12. - FEDERICI, S. 2018. El patriarcado del salario. Críticas feministas al marxismo. Madrid: Traficantes de Sueños. - GRAMSCI. A. 2017. Racionalización de la producción y del trabajo. En: A. GRAMSCI: Escritos (Antología) de César Rendueles. Madrid: Alianza, pp. 376-384. - HARVEY, D. 2004. El nuevo imperialismo. Madrid: Akal. - MARX, K. 1968. Salario, precio y ganancia. Madrid: Ricardo Aguilera Editor. — 1971. Glosses marginals al programa del Partit obrer alemany. En: K. MARX y F. ENGELS: Crítica dels programes de Gotha i Erfurt. Barcelona: Edicions 62, pp. 13-36. — 1990. El Capital. Crítica de la economía política. Libro I: El proceso de producción del capital. México: Siglo XXI. — y F. ENGELS. 2015. Manifiesto del Partido Comunista. Madrid: Alianza. - MORUNO, J. 2015. La fábrica del emprendedor. Trabajo y política en la empresa-mundo. Madrid: Akal. — 2018. No tengo tiempo. Geografías de la precariedad. Madrid: Akal. - RAVENTÓS, D. 2018. La concepción histórica de la libertad republicana para entender el mundo actual. Y una propuesta inmediata. Sin Permiso. Disponible en: http://www.sinpermiso.info/textos/la-concepcion-historica-de-la-libertad-republicana-para-entender-el-mundo-actual-y-una-propuesta - RENDUELES, C. 2013. Sociofobia. El cambio político en la era de la utopía digital. Madrid: Capitán Swing.

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¿Cómo entender el auge de VOX? Por Iago Moreno

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uando VOX se presentó a unas elecciones por primera vez, en las europeas de 2014, estuvo realmente a punto de hacer sonar la campanada, pero la subida de la participación impulsada por Podemos les dejó fuera del Parlamento Europeo. Sacaron 240.000 votos, y aún así no fue suficiente; se quedaron a las puertas de Bruselas, y pagaron un precio muy alto por ello. A partir de ahí, el efecto Podemos eclipsó por completo su llegada a la política y marcó las líneas de una agenda en la que ellos no tuvieron cabida alguna. Ni en los primeros meses, por haberse quedado sin representación, ni en los 2 años siguientes, donde el conflicto se centró en la competición a dos niveles entre el Partido Popular, Podemos, el Partido Socialista y Ciudadanos. Para las elecciones generales pasadas, las de 2016, VOX ya se había convertido en una fuerza política aparentemente irrelevante, sacando poco más de 40 mil votos. La llegada de Ciudadanos, la presión de una posible victoria del bloque progresista, y la sombra de las decepciones anteriores pesaron enormemente sobre sus hombros. Pero el otoño catalán ha dado un vuelco a la política española a todos los niveles, brindando una segunda oportunidad a VOX para intentar lo que antes parecía imposible: conseguir que Abascal y los suyos entren a las instituciones y determinen, con mayor o menor fuerza, lo que pase en el espacio político de la derecha. Este extenso artículo intenta exponer una radiografía básica de lo que ha pasado y de lo que está pasando. Un análisis más profundo sobre el reciente auge de VOX que contextualice su vuelta, desentrañe sus estrategias y presente las posibles consecuencias de ello.

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Una travesía por el desierto Las imágenes del domingo resultan brutalmente impactantes. La plaza de Toros de Vistalegre a rebosar, miles de personas a las puertas sin haber podido entrar… Parece imposible recordar que hablamos del mismo estadio que vio “nacer” a Podemos (y aquí hay que recordar que Podemos nunca fue capaz de llenarlo). Por eso es importante poner un poco de claridad a los hechos y pensar cómo hemos llegado hasta aquí. Hace justo un año, el 7 de octubre de 2017, la respuesta a la movilización independentista del 1 de Octubre tomaba las calles de este país en dos formas distintas. Por un lado, la convocatoria “Hablemos-Parlem”, impulsada por movimientos cívicos y plataformas sociales cercanas al bloque del cambio; por el otro, la convocatoria de DENAES (“Asociación para la Defensa de la Nación Española”) a la que VOX se sumó. Hablemos convocó a concentraciones delante de todos los ayuntamientos del país. DENAES en las plaza Colón de Madrid, intentando desbordar la concentración hasta la plaza colindante (la Plaza Margaret Thatcher) donde por entonces tenía su sede el Hogar Social Madrid. Las concentraciones de Hablemos movilizaron a miles de personas por todo el país reclamando “diálogo”. La de DENAES apelaba directamente a la confrontación, y terminó con un discurso incendiario de Santiago Abascal jurando hacer todo lo posible por pasar a la acción. Hoy en día, de esas dos propuestas, una se ha difuminado y convertido en humo. La otra ya sale en las encuestas y es difícil cuestionar que que además de conseguir representación institucional, marcará con relativa fuerza el debate de la derecha.


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Fotografía de Kike Para

Durante este último año la dirección de VOX ha hecho de todo menos perder el tiempo. Mientras Podemos se permitía el lujo de poder pasar, por ejemplo, dos meses sin reunir a su ejecutiva y pivotaba de un discurso a otro, VOX decidió pasar a la acción y remangarse las mangas de la camisa. Se abrió una agenda de actos amplia para permitir a sus figuras principales (Santiago Abascal, Javier Ortega y Rocío Monasterio) recorrer España de punta a punta. Provocó polémicas premeditadas para hacerse ver en la prensa y las redes sociales. Buscó nuevas formas de activar a la base social de la derecha. Trabajó por reforzar la lealtad de los medios de comunicación la derecha más tajante (EsRadio, LibertadDigital, Intereconomía). Pero sobretodo, se preparó para aprender de sus errores y dar forma a una estrategia nueva. Y eso es lo verdaderamente peligroso. VOX nació como un chantaje a la derecha Sorayista que pensaba que la mejor forma de sobrevivir a la crisis política del régimen del 78 era concentrar todas sus fuerzas en defender los consensos de los tres partidos “constitucionalistas”; en unificar ese espacio político para dejar a sus contestantes como “un enemigo común”. Esta estrategia, que obligaba al Partido Popular a mantener un perfil bajo sobre cuestiones como el aborto, el feminismo, los derechos de las personas LGTBI, o intentar seducir al PNV a seguir siendo lo lo que siempre fue Convergencia (un partido bisagra comprometido con el pacto del 78). Eso no era plato de buen gusto para una parte muy importante de la derecha, al menos la que miraba al Partido Popular como sus siglas de referencia. Y el nacimiento de VOX intentó exprimir ese descontento creando una plataforma que reclamase una especie de “vuelta a los valores comunes de la casa de la derecha”. Pero en estos últimos 4 años VOX se ha dado cuenta de que eso no es suficiente, que la crisis po-

lítica de este país es mucho más profunda, y que su ventana de oportunidad se ha ido haciendo más grande. La incapacidad y la impotencia del Partido Popular y Ciudadanos para frenar la desobediencia del procesismo a la legalidad del Estado y la constitución les ha abierto un espacio mucho más amplio para la acción. ¿Pero cómo van a aprovecharlo? La estrategia que siguen, como este artículo intenta explicar, se basa en una combinación de tres cosas: 1) Abrazar una forma de hacer política comunicativamente inteligente, dispuesta a marcar hitos motivantes que hagan a sus seguidores sentirse parte de una historia importante y trascendente. Asumir la tarea de crear relatos fuertes que den sentido a lo vivido durante estos cuatro años, discursos que trascienden al “marketing electoral” de propuestas programáticas y exploten los anhelos, las demandas y las frustraciones de la base social a la que apelan; 2) Aprender del resto de partidos emergentes de la derecha populista y acercarse a ellos; y 3) Replantearse cómo reactivar la base social de la derecha sentando las bases para una competencia virtuosa entre PP, VOX y C’s, y buscar fallas o contradicciones que les permitan disputar votantes transversalmente en otros espacios. 1. VOX ¿Un podemos de derechas? Cuando Podemos se lanzó a por su primera campaña electoral, escogió un lema que dejó a la izquierda española entre perpleja y anonadada. “¿Cuándo fue la última vez que votaste con ilusión?” Recuerdo bien la respuesta: ¡Pero si eso no significa absolutamente nada! “¿Contestar a una política vacía de propuestas vaciando más

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‘‘VOX entendió que la respuesta de la derecha social al 1 de Octubre era claramente mucho más contundente que la de los partidos de la derecha, e intentó construir un relato a su favor que señalase la impotencia del gobierno y de las fuerzas del 78...’’

el mensaje?” Pero este lema tenía una intención clara y concreta: politizar el desencanto, llamar a romper con la resignación, llamar a reilusionarse. Iglesias y Errejón habían entendido que existía un espacio social amplio, abierto por agotamiento de la confianza en los partidos tradicionales que dejaba margen a una fuerza política nueva para crecer; al menos si conseguía romper el descontento y la resignación. Si lograba apelar e ilusionar a esa gente que se sentía defraudada e indignada, pero que no veía en el resto de opciones de voto una alternativa fiable para hacer valer sus demandas. VOX ha entendido lo mismo: que la política de la gran coalición neoliberal, igual que deja a mucha gente progresista descontenta con los partidos tradicionales, también deja a mucha gente conservadora descontenta con sus opciones de voto tradicionales. Que hay mucha gente que se ha ido sintiendo cada vez menos representada y que estos cuatro años de expectativas de cambio frustradas (también para la derecha) ha agrandado ese espacio. VOX es perfectamente consciente de eso y por eso entiende que “su momento” es particularmente ahora; donde tiene una posición privilegiada para intentar hacer lo que otros antes, aprendiendo de sus errores y aciertos, y a la vez ser espacio mucho más amplio para conquistar que antes (donde muchísimas esperanzas estaban volcadas en C’s como nueva opción para la derecha). Para enfrentarse a esta difícil tarea, ha entendido que ilusionar depende de la construcción de hitos que hagan a la gente sentirse protagonista y de relatos históricos que den sentido a sus campañas y a su propia existencia como opción de voto y como partido político. Y por eso se ha empeñado en buscar hacer de cada paso que da un día reseñable, un momento que grabar como “un episodio más” de una gran historia que, hoy, quiere hacer pensar que es ya imborrable. El 7 de octubre fue un ensayo de eso. VOX sabía que era su oportunidad para señalar a lo que ahora llama “la veleta naranja” y “la derechita cobarde”, de impugnar la respuesta caótica y errática del

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gobierno y Ciudadanos a la movilización independentista del 1 de Octubre. Era su oportunidad para señalar a los partidos de la derecha como “una casta” irresponsable, divorciada de los intereses de “la gente” e incapaz de responder “a los problemas más fundamentales de la nación española”. Y por eso se empeñó en singularizarse lo máximo posible en la concentración del 7 de octubre en Colón subiendo a Santiago Abascal a hablar ante las decenas de miles de personas como si fuese literalmente un mitin suyo, mientras Casado (por entonces eclipsado a la interna del Partido Popular por el Sorayismo) rebuscaba unas migajas entre el público, sacándose selfies o buscando micrófonos a la desesperada. Ahí comenzó el cambio para VOX, y ya lleva un año. Un año en el que ha entendido que tiene que construir un discurso que no gire en torno a cuestiones programáticas simples sino en relación a lo que pasa en el país, y que le ha llevado a, desde entonces, esmerarse en pensar cómo activar a la base social de la derecha construyendo relato. El intento más ambicioso hasta ahora ha sido el de gestar la idea de “la revolución de los balcones”, que Casado ha intentado apropiarse haciéndolo uno de los centros discursivos de su campaña en las primarias. VOX entendió que la respuesta de la derecha social al 1 de Octubre era claramente mucho más contundente que la de los partidos de la derecha, e intentó construir un relato a su favor que señalase la impotencia del gobierno y de las fuerzas del 78 y presentase a la contra derechista al independentismo “por fuera de los partidos de siempre” como la única resistencia real. Una forma de poner a la base social de la derecha activamente en contra de PP y C’s y capitalizar su descontento señalandolos como partidos impotentes y titubeantes que no habían sido leales a lo que dijo el Rey (entendiendo la autoridad que tiene su figura para esta parte de la sociedad) ni habían sido conscientes de lo que estaba en juego. Relato, relato, relato. Construcción de sentido. Un trabajo paulatino por delinear unos contornos claros de un espacio político que se viese como necesario para “poner orden y romper tabúes”.


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Hoy VOX afronta las elecciones europeas intentando aprender mientras corre de todo lo que ha pasado estos últimos años, confeccionando estrategias concretas para enfrentarse a cada reto concreto. Y ahí el hito de Vistalegre les parece fundamental. Saben que son vistos como un partido de segundo plano, que para mucha gente la calculadora pesa más que las razones y que tienen que conseguir ser vistos como una opción real más capaz de conseguir representación. El desencanto de las Europeas les persigue. Y por eso, más que una simple demostración de fuerza y apoyos, Abascal ve el acto de Vistalegre como “un bautismo político, un ascenso a primera división”. Así lo explicaba en Interconomía el pasado jueves, y así lo afirmaba el domingo Ortega Lara en su discurso. “Vox ha alcanzado su mayoría de edad, y este acto lo demuestra. Ahora nos toca consolidarnos a nivel nacional”, afirmó. Las encuestas son poco convincentes en los tiempos que vivimos, sobretodo para una derecha que ha tenido que vivir una y otra vez falsas esperanzas con Ciudadanos; hace falta un momento hito que sirva para ilustrar y convencer de ese “Paso a la madurez”. Y con 10 000 personas en las gradas de Vistalegre cantando el “a por ellos” mientras Santiago Abascal se daba un baño de masas, lo han conseguido. ¿Pero ha acabado de verdad “la travesía en el desierto” de 4 años a la que se refería el líder de VOX? 2. VOX y la Hidra Populista de Le Pen, Salvini y Bannon La hidra política del populismo de derechas sigue creciendo a costa de la crisis política de la Unión Europea. Le Pen, Salvini y Bannon lo saben y por eso se exprimen la cabeza intentando pensar cómo afrontar las siguientes elecciones europeas. Las fuerzas de derecha y anti-establishment del populismo son muy diferentes entre sí y saben que confluir todas en una “internacional xenófoba” es extremadamente complicado. En primer lugar

porque los dextropopulismos mediterráneos tienen puesta la austeridad en el punto de mira de su discurso, y en el norte muchas de esas fuerzas, como VOX no acaban de comprar esa parte del discurso. En segundo, por que quien más se parece ideológicamente o políticamente a ellos no es necesariamente su mejor aliado nacional. En Hungría, sin ir más lejos, muchos piensan que los populistas de Jobbik (33 escaños) representan algo más parecido a lo que es el Frente Nacional o Alternativa por Alemania que FIDESZ, la candidatura de Viktor Orban. Pero Orban es un presidente de una nación y tiene mayoría absoluta en el parlamento húngaro. No es cómo en el caso Austriaco, donde los populistas tienen solo 10 diputados menos que el Partido Popular Austriaco y están en coalición. Es mucho más exagerado, y eso pesa. Un dilema parecido se presenta en españa, donde como el periodista de CTXT y El Confidencial Guillermo Fernández ha remarcado en varias ocasiones, aún no está muy claro con quién se van a ir de la mano a Bruselas. VOX se pelea contra viento y marea por intentar ser visto como parte de ese cambio transnacional para generar expectativas alrededor suya, pero a Bannon no le acaba de convencer esto, no están muy a la par con Le Pen y su crítica a la austeridad. Además, en VOX no pueden ni ver a Salvini. De hecho, Abascal no duda en remarcar cada vez que puede que Salvini ha apoyado a los independentistas catalanes y vascos, y de esta forma intenta evitar que la Lega se vuelva en una referencia para la extrema derecha española. Todo se complica a mayor por la presencia de Pablo Casado, que para liquidar a la interna y a la externa al Sorayismo ha adoptado muchos tintes populistas en su discurso, apelando a “representar a la España de los balcones” que se sintió defraudada el 1 de Octubre, adoptando posiciones abiertamente xenófobas en materia migratoria y echando un cable a Orban en las votaciones del Parlamento Europeo, donde por muchos eurodiputados que VOX consiga, el PP tendrá bastantes más. A los populistas de derecha les

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‘‘el populismo no es una ideología, es una forma de construcción de lo político’’

importa mantener una sinceridad pragmática en relación a sus posibilidades reales, y Mischaël Modrikamen, socio de Bannon lo ha dejado claro: “Hay mucha gente que es más mayoritaria y que no están lejos de nuestras convicciones, como Pablo Casado en España”. Es difícil saber qué pasará en las próximas semanas (Fernandez es la persona más confiable para enterarse de ello), pero no pinta nada fácil. Lo que pasa es que aún careciendo de su apoyo directo y formal, Santiago Abascal y su equipo se están esmerando muchísimo en aprender cuanto más sea posible de la experiencia de estas fuerzas políticas. Sobretodo a la hora de construir su discurso. Como en La Trivial explicamos muchas veces, el populismo no es una ideología, es una forma de construcción de lo político. Esta forma, ya sea en el caso de los populismos de izquierda o de derechas, entiende que el sentido más profundo de lo que significa pertenecer a una comunidad nacional, a un pueblo, no está dado, y trata de significarlo a su manera. Trata de construir un “nosotros”, de (re)fundar un pueblo, de construir una hegemonía social y popular nueva en la que los intereses de una parte de la sociedad (ya sean los populistas xenófobos de Salvini o los patriotas de izquierda de Mélenchon) sean vistos como representantes de toda la sociedad como tal, de la gente. Y esto, para hacerse, necesita de una frontera clara, de un enemigo común; “una casta”, “un establishment” al que señalar. VOX ha encontrado en la incompetencia de C’s y el PP durante el Otoño Catalán, la política de perfil bajo del PP durante el Sorayismo en cuestiones sociales y el constante cambio de posiciones de C’s una razón pública para señalar a los partidos de la derecha como parte de un establishment político incapaz de responder a los problemas de España. Y a partir de eso, ha levantado un discurso en el que enfrenta “La España viva” frente al PP, C’s y PSOE como un bloque unido. Ese discurso emplea una operación ideológica básica del populismo, lo que Laclau llama “cadena de equivalencias”. Entendiendo que las demandas sociales que se encuentran son muy diferentes entre sí y que necesita una forma de hilvanarlas, conecta todas las demandas de la base social de la derecha, defraudada y descontenta, no en relación al contenido de las demandas como tal, a su particularidad propia, sino a través de lo que comparten verdaderamente: un enemigo común que se niega a atajarlas y rechaza atenderlas. Eso

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permite a VOX construir una bomba política capaz de movilizar cosas tan diferentes como el enfado machista frente al auge del feminismo, las demandas de contundencia frente al independentismo de gran parte de la derecha, el control de fronteras, o las demandas de dejar de financiar partidos y sindicatos con dinero público. Lo articula como la lucha contra un enemigo común, lo sintetiza como una expresión de una supuesta lucha entre “España” y una especie de casta política divorciada de los intereses o de los valores de la gente que ellos ven como representativa de España. Una lucha entre la nación de a pie y quien se le pone en medio. El papel del independentismo y de la inmigración musulmana en el marco del discurso de VOX se fija también en la hidra dextropopulista. Para el discurso de “los verdes”, ambos representan “peligros fundamentales” o “amenazas existenciales” a la nación que habría que extirpar o desterrar, como pasa con la llamada “inmigración masiva” en el discurso populista de derechas de fuerzas como AfD en Alemania o el Frente Nacional Francés. Señalan ese supuesto “peligro” o “amenaza” como algo radicalmente contaminante, intrusivo, perturbador, como algo que pone en cuestión a la propia nación en sí, pero que es imposible “arrancar” o “expulsar” sin vencer antes al Establishment o obligarle a ponerse “en orden”. Reproducen en un discurso eso que Lacan (como también Jorge Alemán recuerda), llamaba la “lógica masculina”. En sus cuadernos, Lacan habla de una “lógica masculina” (no en referencia al género, sino en general) que estaría marcada a todos los niveles por la imposibilidad de alcanzar su propia plenitud. Un sujeto incompleto, atormentado por la experiencia perturbadora de una “parte – no parte” que impediría al ser alcanzar su plenitud, “ser” en sí mismo, y que por lo tanto el ser rechaza y opone como un peligro, como una amenaza a su propia existencia. Los populismos de derechas europeos lo hacen frente a la inmigración. Intentan instalar en el imaginario común la idea de que nuestros países viven atormentados por la presencia perturbadora de un “otro” extraño y extranjero que desordena nuestras vidas, que arruina nuestra convivencia, que nos impide progresar. Por eso señalan como un peligro la existencia de Europa como tal, afirmando como por ejemplo el Frente Nacional que en 2050 “la mitad de la población francesa será Musulmana” y echando la culpa a los migrantes de la


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Santiago Abascal, en el acto de VOX celebrado en el Palacio Vistalegre de Madrid / Fotografía de Paolo Aguilar/EFE/Madrid

criminalidad. Es importante entender que este discurso no funciona por sus conexiones con la experiencia real de la gente. De hecho, como habrá que explicar en otro artículo, la relación entre porcentaje de voto a partidos populistas de derechas y densidad de población inmigrante suele ser indirectamente proporcional. Pero esta xenofobia “masculina” (en términos Lacanianos, no de género) sirve como un catalizador muy potente para conducir el conjunto de descontentos y frustraciones de la gente en contra del establishment político. VOX extiende el catálogo de “Enemigos de la patria” a una lista considerablemente mayor que la del resto de fuerzas dextropopulistas. En parte, porque usa una lista ya confeccionada heredada del aznarismo, formada por décadas de señalamiento de cualquier rival de la derecha como “la anti-España”. Este concepto fue puesto en circulación por la maquinaria propagandística del bando sublevado de la guerra civil pero continuó usado por la derecha después de 1975. No porque la derecha española sea una simple continuación del Franquismo -afirmar eso a la ligera dista mucho de la realidad- sino porque, en la práctica, es una forma de construir el discurso que da un resultado muy fructuoso a la derecha. Sobretodo cuando los 40 años de gobierno de Francisco Franco le dieron a la derecha un monopolio/patrimonio de la idea de nación que les permitía adoptar esa postura con facilidad. En el listados de “enemigos de la patria” que VOX asume entran movimientos que amenazan la unidad de la nación española como tal, como es el secesionismo procesista, el independentismo vasco y los resquicios

del apoyo social y político a la banda terrorista ETA. Pero también los nacionalismos periféricos no independentistas, la izquierda tradicional, las fuerzas patrióticas-democráticas como Podemos, y el feminismo. Estos últimos movimientos y actores no serían, para cualquier soberanista o populista de izquierdas, parte de los enemigos de la nación sino nodos centrales de su revitalización. Pero es evidente que el proyecto de país que VOX quiere construir no se parece en nada al de los populistas de izquierdas españoles. Ahora bien, a estos segundos, para ganar, les conviene recapacitar y asumir que el levantamiento popular del 15 de Mayo hace mucho que dejó de servir como “vacuna” frente al populismo de derechas. Además de que la construcción de un relato nacional distinto, “progresista, “popular”, “democrático”, “feminista” y “plurinacional”, ha avanzado muchas posiciones, pero aún no las suficientes. El resurgimiento de VOX va a abrir debates muy intensos en el seno de sus movimientos políticos, y sólo fijarse en los ejemplos de Mélenchon y Corbyn podría salvarles. Al fin y al cabo, a espera de ver los frutos de la estrategia de Sahra Wagenknecht en Alemania, han sido los únicos capaces de frenar el surgimiento de estas fuerzas dextropopulistas. Desestimar la fuerza de el discurso de VOX no es nada aconsejable. En las condiciones sociales, políticas y culturales que atraviesa nuestro país es sumamente poderoso y puede hacerle avanzar posiciones con facilidad, y eso es algo que hay que asumir cuanto antes.

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Fotografía extraída de AFP

3. VOX, “la veleta naranja” y “la derecha blandita” VOX entiende que para crear una base electoral sólida y crecer tiene que mantener una discurso duro frente a Ciudadanos y el Partido Popular, incluso después de ver al Sorayismo derrotado. Por eso se ha dedicado a pensar como señalar las fallas y las contradicciones que molestan a la base social de la derecha. En el caso de Ciudadanos, su falta de constancia y coherencia a la hora de posicionarse y su torpe ambigüedad a la hora de hablar de temas que, en los círculos a los que VOX pretende movilizar, pesan enormemente. En el caso del Partido Popular, el haber abandonado los valores de la derecha durante más de 10 años de retroceso en sus posiciones políticas clave; la “huída al centro” de Soraya y Mariano. Por eso a Ciudadanos le llaman “la veleta naranja” y al Partido Popular “la derecha blandita”; y por eso se esmeran tanto en poner esos apodos en circulación hasta hacerlos resonar por cuantos más círculos y niveles posibles. Es una batalla clave para ellos. Como la de hacerles ver como impotentes e incapaces. Necesitan explotar la idea de que cada uno por una razón, resultan inútiles como herramientas para defender a lo que ellos consideran amenazas fundamentales (e.g. “la ideología de género”, “la inmigración masiva”, “el auge de la extrema izquierda”… y un largo etcétera). De esta necesidad de confrontar a las dos grandes fuerzas de la derecha española, surge un problema funda-

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mental: si VOX se centrase meramente en buscar como erosionar o deteriorar a ambos partidos para rescatar algo de sus ruinas, el espacio político de la derecha se contraería y saldrían perdiendo a la larga. Por eso han descubierto, aunque no lo sepan aún poner en práctica, que también han de asumir la tarea de compaginar esta dureza con el resto de fuerzas de la derecha con una “competencia virtuosa” (como diría Errejón) por ampliar el espacio de la derecha. Esto es algo que Casado también entiende; de hecho durante su campaña en las primarias repitió hasta la saciedad que su proyecto no iba a dedicarse meramente de representar a la derecha ya existente, ni a moderarse hacia el centro, sino a ampliar el espacio que él representaba desbordando lo que és. Ahora toca ver el grado de destreza que muestran unos y otros para ponerlo en práctica. VOX se juega mucho con esto; si permanece en una mera posición beligerante y de desafío sin pensar estratégicamente en desplazar los temas de debate, los registros y los códigos de la derecha hacia su terreno, se suicidará políticamente; o al menos se tendrá que resignar a sacar un resultado mucho peor del que potencialmente pudieran tener. Conviene recordar que de momento, es una de las dos cosas más importantes que están sobre la mesa para VOX, aparte de la de conseguir ser visto como capaz de entrar a las instituciones y determinante para formar alcaldías y gobiernos (al menos el de la comunidad de Madrid). VOX no va a hacer un sorpasso mágicamente pasando de la irrelevancia a la vanguardia de la derecha española solo por haber llenado Vistalegre, esto es algo claramente evidente. Pero sí que podría determinar las líneas de muchos debates gracias a su inercia, su


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‘‘...esta xenofobia “masculina” (en términos Lacanianos, no de género) sirve como un catalizador muy potente para conducir el conjunto de descontentos y frustraciones de la gente en contra del establishment político’’

actividad bulliciosa y el foco de la prensa. Están por el momento en esa fase, la misma que vivió Podemos tras las Europeas. Y aunque no está claro cómo de bien lo van a hacer, podrían sacarle mucho provecho. Amanecer Dorado en Grecia, el Frente Nacional en Francia, o UKIP en Reino Unido ya lo han vivido también en sus momentos; cuando no puedes marcar la política del gobierno, lo más inteligente que puedes hacer es marcar los términos del debate. Y eso es lo que van a intentar. Aun así, está claro que ningún partido populista de derechas, populista o no, ha crecido limitándose a competir en el espacio conservador. Intuyo que por eso VOX aspira a abrir pequeñas brechas en los electorados de otros partidos (inclusive los progresistas) y deshelar en la medida que pueda la abstención hablando de temas como la inmigración y las fronteras que todos los grandes partidos han optado por ignorar, o tomando posiciones contra el feminismo o las autonomías. A diferencia de otros partidos populistas de derechas, VOX no puede jugar la carta estatista de reivindicar un mayor control de la economía nacional, retomar una vía proteccionista o confrontar la desigualdad social multiplicada por la estafa de 2008. Es, en el fondo y la forma, un partido liberal en lo económico, y entonces tiene que buscar en otros frentes la forma de romper la cartografía izquierda y derecha a algunos niveles en busca de votantes más allá de su propio terreno. Arrinconado, ha pensado encontrar la solución por ejemplo en la explotación de un sentimiento por ahora minoritario de “virilidad nacional” que se pudiera sentirse cuestionado ante el auge del feminismo, hablando de las “denuncias falsas” en términos alarmistas y cuestionando “la ideología del género” en líneas discursivas parecidas a las de Jordan Peterson, como si el feminismo en sí mismo se tratase de una ideología radical y peligrosa para la sociedad occidental. Este discurso antifeminista se aprovecha de muchos resentimientos o miedos de una parte de la población masculina que ve con preocupación, ira o vértigo el auge que el feminismo tiene desde el 7N de 2015, y se extiende también a otros niveles del debate. Se ve por ejemplo en la contestación al independentismo, que muchas veces es pintado como un desafío a la “hombría del estado” y su autoridad. Algo que a la derecha americana, como explica la autora Bon-

nie Mann, ya le ha funcionado contra la insurgencia islámica cuando la representó como un ataque al “national manhood”, la posición de Estados Unidos como patriarca mundial. Más allá de lo que piense uno de este discurso en términos morales, se basa en una estrategia que se ha mostrado profundamente efectiva en el resto de países de occidente donde fuerzas populistas de derechas han saltado a la palestra, y en algunos casos, no solo han saltado a la palestra si no que han salido de la marginalidad para convertirse en “el nuevo mainstream”. El poder en las calles “la España feminista” que se vió el 8 de Marzo tiene uno de los mayores potenciales políticos de nuestro país. Pero eso no “vacuna” a España de la posibilidad de enfrentarse a un auge de fuerzas nítidamente antifeministas y populistas de derecha. Para acabar con esa posibilidad la nueva hegemonía social del feminismo tendría que ser capaz de colocar a los populistas de derechas como una excepción amenazante y no como algo verdaderamente representativo del ser nacional. Es decir, elevarse a una posición verdaderamente hegemónica en la que reivindique para sí una imagen actualizada de país en la que lo contrario a la normalidad, lo contrario al sentido común, sea el discurso de VOX. Pero instalar esa idea en el imaginario colectivo es una tarea complicada que consumirá mucho tiempo y esfuerzo a quienes tienen una idea distinta de España.

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Entrevista a Íñigo Errejón Por Laura Chazel y Lenny Benbara

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l diálogo que se reproduce a continuación es la traducción de una entrevista publicada previamente en francés en Le Vent Se Lève.

La entrevista se llevó a cabo durante la universidad de verano de LVSL (13, 14 y 15 de julio) en París, en la que participó La Trivial como medio invitado. De esta forma, esta publicación es fruto de la relación simbiótica mantenida entre La Trivial y nuestros homólogos franceses de Le Vent Se Lève, a quienes agradecemos fervorosamente su trabajo desinteresado. En la entrevista, los compañeros Laura Chazel y Lenny Benbara aprovechan para hacer balance con Íñigo Errejón del nuevo panorama político abierto en España después de la moción de censura, así como para charlar también sobre su hipótesis populista, sobre feminismo y sobre los cambios que ha sufrido la derecha española en los últimos años. En definitiva, una conversación que va más allá de la actualidad y plantea cuestiones de fondo o de largo recorrido. LVSL – Hemos podido observar cómo durante los últimos meses la relación entre Podemos y el PSOE se ha ido destensando. De hecho, tu acuñaste el término de “competencia virtuosa” entre ambos partidos. Así, puede parecer que el tiempo destituyente del PSOE-PP, de la oposición entre casta y pueblo, se ha terminado y que, al mismo tiempo, la praxis populista ha dejado de tener sentido también. Por lo tanto, desde este punto de vista, podríamos entender el po-

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pulismo como un momento o como algo gradual. ¿Dirías que el momento populista se acaba cuando uno entra en las instituciones? ¿O se puede tener un discurso populista dentro de las instituciones? Y por otro lado, ¿cómo se relaciona Podemos con el PSOE ahora mismo? Íñigo Errejón – Hemos reflexionado poco sobre cómo se relaciona el populismo con los diferentes regímenes políticos: si son presidenciales, presidencialistas o parlamentarios. El populismo es una hipótesis política que se relaciona con más facilidad con los regímenes presidencialistas; digamos, por la propia postulación de liderazgos que se votan directamente, que tienen una relación directa con el pueblo, con los electores, y que por tanto acaban siendo mucho más importantes que las mediaciones de los partidos. Y porque en última instancia no te obliga a elegir: tú siempre te presentas a las presidenciales y concurres con un candidato/a que va él/ ella contra todos. Y luego ya veremos en las legislativas qué acuerdos hacemos, pero en el momento de máxima politización, que es quién será presidente/a, eres tú contra todos, son todos contra todos. Nosotros nos encontramos con un régimen parlamentario que, desde el principio, nos obligaba a elegir con quién queríamos sacar las leyes adelante. Y nos encontramos con que en el parlamento no había abajo y arriba, había izquierda y derecha, que es una retórica mucho más propia del orden institucional, mucho más moderada que la retórica arriba-abajo o pueblo-oligarquía; pero que era la que presidía el día a día de todas nuestras


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decisiones políticas en las instituciones. Si quieres, esto se ve incluso en la forma en la que nos sentamos en el congreso y la gente se acostumbra a vernos sentados en los escaños, al lado de los diputados del PSOE. Tienes al PSOE aquí, a Ciudadanos aquí, al PP en el extremo. Esa geografía visual o simbólica educaba a España en el hecho de que tú ya no eres una especie de outsider invadiendo las instituciones para recuperarlas para el bienestar colectivo, la voluntad general o los deseos del pueblo, sino que eres un actor político más, que te tendrás que relacionar mejor con unos o con otros y decidir con quién sacar las leyes a tu lado. O sea, con quién sacar las leyes adelante. Nosotros podríamos haber respondido de una forma más negativa, por la cual dijéramos que no las sacamos con nadie, que son todos iguales, que se vayan todos. Creo que esto nos habría salido muy caro. Desde la primera decisión, cuando tuvimos que decidir si gobernaba Rajoy o no, o si llegábamos a algún acuerdo con el PSOE, esto te hace producir -si me permitís la expresión, y entre comillas- “gradaciones en los adversarios del pueblo”; porque, sí, todos pueden ser adversarios del país real o de la gente, pero unos son más adversarios que otros, ¿no? Porque si fueran todos adversarios por igual, ¿por qué quitar a Rajoy para poner a Sánchez? Si todos son adversarios de la gente real de la calle, de la gente de verdad, lo que tendríamos es una limitación a una parte de la hipótesis populista. Si esto hubiera sucedido en un momento de efervescencia social de grandes movilizaciones, de grandes disputas políticas, de gran deslegitimación de las instituciones, nos podríamos haber imaginado otra cosa. Como no fue así, nosotros entramos a jugar

en la lógica parlamentaria y a la guerra de posiciones en el estado, y eso es entrar a decidir quién es el adversario principal y quiénes son los socios. Eso significa que desde entonces, y en particular ahora con la investidura de Sánchez, se ha restaurado una cierta ordenación del campo político en torno al eje izquierda-derecha, y por tanto se ha restaurado una cierta dinámica institucional, o más institucional que popular en el país (en los términos de Laclau). De facto, nosotros, ya en el 2015, en todas las grandes ciudades donde gobernamos, gobernamos gracias al apoyo del PSOE. Y eso no es solo el apoyo del primer día que te dan el voto, es el apoyo para todo; para sacar los presupuestos, para hacer un plan de organización urbanística, etc. Eso ha hecho que a ojos de los españoles se vea que, en el fondo, PSOE y Podemos se pelean, pero pactan, o sea que serán algo cercano; y el PP y Ciudadanos pelean, pero pactan, o sea que serán algo cercano. Así que tenemos como un sistema con dos ejes, si quieres izquierda/derecha, nuevo/ viejo; el izquierda/derecha empieza a ganar primacía, y hay dos viejos y dos nuevos en cada lado del eje. Ahora bien, respecto a la relación con el PSOE: el PSOE es la clave del sistema político español porque el partido socialista ha sido, al mismo tiempo, el partido de las peores desilusiones para los subalternos en España y, a la vez, el partido de las mayores realizaciones de conquistas de derechos para los subalternos en la democracia española, es el partido de las dos cosas. Nosotros, tradicionalmente en la izquierda, siempre le recordamos alguna de las desilusiones, pero para mucha gente sigue siendo el

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‘‘La diferencia fundamental, más radical, no es el eje izquierda-derecha, sino el de democracia-oligarquía’’

partido de las pensiones públicas, de la sanidad pública, de la educación, de la modernidad… Eso hace que una buena parte de los grandes avances neoliberales más duros en España hayan sido de la mano del PSOE. Solo el PSOE tiene legitimidad para integrar a los sectores populares y a las capas populares más politizadas en el orden del 78: para meternos en la OTAN, para producir la desindustrialización, para desregular el mercado del trabajo y favorecer las empresas de trabajo temporal, etc. El PSOE es el partido de la integración de los subalternos al régimen de 1978, al orden, con lo que esto tiene de bueno y de malo: con lo que esto tiene de ciudadanización, pero también con lo que esto tiene de subordinación, es decir de integrar, pero de forma subordinada. Ahora ¿cómo te relacionas con el PSOE? Pues es una operación que aparece marcada por el hecho de que en todos los lugares donde nosotros gobernamos, gobernamos gracias al PSOE. Y en todos los lugares, salvo Andalucía, donde el PSOE gobierna, gobierna gracias a nosotros. Ahí hay una contradicción por la cual somos los más fieros competidores por el voto en elecciones, pero al dia siguiente tenemos que ser socios electorales, y, donde no lo somos, estamos en la oposición. Pues claro, esto es una contradicción complicada. El gobierno actual de Pedro Sánchez amplía el espacio progresista, amplía la posibilidad de que conformemos gobiernos de coalición, progresistas, de izquierdas o por la redistribución de la riqueza en muy buena parte del territorio nacional, pero a cambio, al mismo tiempo que hace esto, tiene otra voluntad, la voluntad de engullirnos, de hacernos un abrazo tan fuerte que nos acabará debilitando mucho. Y nosotros tenemos que saberlo jugar. Hay dos peligros en la relación con el PSOE. Está el peligro de quedarte a su izquierda como el típico izquierdista enfadado gritando “ah, pero sois unos traidores porque en el 1991 hicisteis… Y porque nos vais a hacer…” cuando el grueso del pueblo español yo creo que es optimista con el gobierno. Así que puedes quedar como el clásico partido siempre enfadado

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con el PSOE y riñéndole o como una muleta, como un asistente del PSOE que solo vale para prestarle los votos y que gobiernen ellos. Hay que evitar los dos abismos. ¿Cómo creemos nosotros, o cómo creo yo, que es más fácil? Con lo de la competición virtuosa pretendía decir, “miren ustedes, vamos a seguir compitiendo en los artículos, en las urnas, en las campañas electorales y en los platós de televisión, y está bien, intentemos explicar a la gente que queremos llegar a una competición del tipo win-win por la cual, en esta puja que inauguramos por ver quién representa mejor las esperanzas de España de equilibrar la balanza, redistribuir la riqueza, modernizar las instituciones, en la puja, en la competición que establecemos, tú, partido socialista, y yo, elevamos el nivel general de expectativas de la sociedad española”. Cuando escribí lo de competición virtuosa me fijaba en la relación entre Ciudadanos y el PP. Ciudadanos y el PP se golpean mucho delante de las cámaras, y luego pactan y votan todo juntos. Y han inaugurado -o inauguraron, ya no, porque perdieron el poder- un funcionamiento político en España por el cual la pugna entre los dos partidos de la derecha no debilitaba a la derecha, sino que la hacía crecer, hacía que el debate político fuera dominado por la derecha. Nosotros ahora sí tenemos condiciones para algo así como una competición virtuosa. ¿Por qué? Bueno, porque precisamente ahora es cuando se dan las condiciones desde el gobierno como para decir “votemos juntos”, avancemos juntos en medidas y luego pugnemos por ver quien las conduce. Yo creo que eso nos coloca en una posición complicada, pero que si la sabemos jugar nos puede llevar a convertirnos en fuerza de gobierno más rápido. Se trata de sostener y acompañar al Partido Socialista, intentando marcarle el horizonte. No se trata tanto de que nosotros discutamos sobre cómo nos queremos llevar con el PSOE, sino que tengamos la fuerza intelectual, moral, estética, de marcarle objetivos al Partido Socialista, que al principio son una locura, y luego los tiene que acabar aceptando, porque los ponemos


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Fotografia de Ulysse Guttmann-Faure

de moda, porque son más populares entre sus propios jóvenes, porque son más populares entre sus familias, porque ganamos el debate intelectual. Nosotros conseguimos que el PSOE votara en contra del TTIP y del CETA en el Congreso, y nos parece una victoria importante. Conseguimos que el partido socialista empezara a reconocer que España es un país plurinacional, que es una patria en la que conviven diferentes naciones. Conseguimos que algunos miembros del PSOE empezaran a decir que en España el problema de sostenimiento del estado de bienestar no tiene que ver con el gasto, tiene que ver con el ingreso, y sólo se va a solucionar si hacemos que los más ricos paguen los impuestos que deben. Conseguimos que en algunos círculos cercanos al PSOE se discutiera sobre la renta básica universal. No es que ese sea mi objetivo de política, el conseguir que el PSOE haga cambios, pero si marcarle un horizonte al que al final tengan que dirigirse. Nosotros deberíamos desarrollar una capacidad de narración por la cual, cada vez que firmemos una conquista, que se produzca un avance, digamos “se ha producido, y podemos ir a por más, se ha producido porque nosotros estábamos y empujamos pero queremos más”, y que cada avance en lugar de desactivar las reivindicaciones, las multiplique: “veis cómo se ha producido, decían que era imposible subir el salario de los pensionistas en España; se ha conseguido, veis cómo era mentira, cómo

hay dinero y se puede; pues precisamente, porque ahora se ha conseguido, queremos más”. Se trata de ser como una fuerza que mira más lejos, que pone metas permanentemente más lejos, no ocultando ante nadie que queremos colaborar en los gobiernos y llevar la iniciativa nosotros, y para eso es decisivo que en mayo del 2019 haya varios gobiernos locales y varios gobiernos autonómicos en los cuales haya coalición progresista, pero con nosotros por delante. LVSL – Sobre esta fuerza hegemónica que mencionas cuando dices que el PSOE está obligado a cambiar de posición; hoy parece que Podemos ha perdido el control de la agenda política en España, y que la están dominando los socialistas. ¿Crees que el error de Podemos fue no abstenerse en 2015 para dejar que Ciudadanos y el PSOE formarán un gobierno? Porque ha acabado siendo Pedro Sánchez quién inició la moción de censura para mandar a Rajoy a su casa, y no vosotros… Í.E. – Por una parte, la moción de censura ha salido con la suma de partidos que nosotros dijimos que podía salir. No ha salido con Ciudadanos, sino con los nacionalistas vascos y catalanes. Nos decían que era imposible pactar con los nacionalistas vascos y catalanes. Bien, se ha he-

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‘‘Nosotros tenemos que pugnar por sostener un pensamiento, una cultura, una estética nacional-popular que no sea el truco de imagen de la izquierda, que no sea un recurso de marketing para periodos electorales, sino que sea una forma distinta de ver la política.”

cho y España no se ha roto. Nos hemos deshecho de Rajoy y del partido de la corrupción. Así que tenemos que decir que, en realidad, sí era posible. El PSOE ha tardado en atreverse, pero finalmente ha demostrado que lo que decíamos era cierto. Al mismo tiempo, sin embargo, nos hemos dado cuenta del tiempo que habíamos regalado a Rajoy y a la derecha española; porque, desde el momento en que perdió el gobierno, estaba en una situación interna complicada. Y hemos visto hasta qué punto un gobierno, por mucho que esté en minoría, es un gobierno, nombra miles de cargos, toma miles de decisiones, y marca la agenda política del país. Eso no hubiera cambiado si Sánchez hubiese sido presidente en 2016. Habría sido igual gobierno y allí tenemos que reconocer que, en la política, los lugares desde los que hablas importan mucho. Podemos decir lo mismo que dice el gobierno, pero si el gobierno lo dice desde el palacio de la Moncloa, eso marca mucha más autoridad y permite presidir más la agenda política. Que haya un cambio de gobierno es una buena noticia para España, y a nosotros nos ofrece buenas perspectivas. Pero también tiene inmensos riesgos. Quien llega al gobierno tiene recursos, espacios y prestigio, que permiten fichar y atraer a miles de expertos, de intelectuales, de asesores, de gente cercana que ahora puede ser tentada a colaborar con un gobierno tímidamente reformista, pero que, al fin y al cabo, puede cambiar las cosas. ¿Hay una cierta pérdida de iniciativa entre nosotros? Pienso que eso tiene que ver con dos cosas: por una parte, tiene que ver con que Podemos tiene que hacer una lectura del tiempo económico y del tiempo institucional que vivimos. Hoy en España no vivimos el tiempo económico del derrumbe y de la crisis absoluta, vivimos en un país que se está recuperando tímidamente, con mucha desigualdad, con una base económica muy débil y con muchas injusticias acumuladas del pasado, pero que es crecientemente optimista hacia delante. Eso es un asunto político. Las terrazas de los bares en España vuelven a estar llenas por las tardes. La gente vuelve a veranear en la costa, el consumo se reactiva. ¿Pero están mejor las cosas? No. Los salarios y los contratos siguen siendo una basura. Los recortes en la educación y la sanidad siguen siendo durísimos.

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Las pensiones no alcanzan. Es imposible irse de casa y emanciparse de joven porque los precios para alquiler son una barbaridad. Todo eso sigue. Pero sin embargo España hoy mira su futuro económico con mucho más optimismo. Podemos tiene que hacerse cargo de eso. No puede seguir siendo la fuerza política de la catástrofe y del “todo se derrumba”, porque no se derrumba. Y por tanto hay que abandonar esa idea por la cual una fuerza política como la nuestra solo llega al poder si el país está sumido en una crisis terrible. Ni lo necesitamos ni lo deseamos. Porque si el país estaba sumido en una crisis terrorífica, tendríamos que asumir nosotros tomar las riendas de este país deshecho. Pero hoy no es el caso. En segundo lugar, hay que asumir el momento institucional, que privilegia más la capacidad de articular las diferencias que la capacidad de polarizar. Y Podemos tiene que adaptarse a este momento, porque prima la lógica institucional. Una fuerza que quiere construir una hegemonía nueva tiene que saber leer en cada momento cuál de las dos lógicas prima. Y creo que en España prima la lógica con más peso institucional y con más optimismo hacia el futuro económico y social. Adaptarse a este momento será la prueba de fuego de que Podemos sea el partido de la crisis o de la posibilidad de construir un orden nuevo, el partido solo de cuando todo está echando humo, o el partido también de cuando el humo se relaja y decimos: “Hemos pasado lo peor y el pueblo español ha hecho sacrificios durísimos. Ahora hay que hacer transformaciones muy grandes para que no vuelva a pasar y para restablecer los derechos de antes de la crisis y obtener nuevos”. Eso es una de las grandes tareas y la otra es cómo marcar la iniciativa a los que están en el gobierno. Y eso es muy difícil. En mi opinión, la mayor posibilidad que tenemos es el poder territorial. España es un país muy descentralizado, en el que el corazón de las competencias no le pertenece al estado nacional sino a las ciudades, a los ayuntamientos y a las comunidades autónomas. Eso significa que incluso con un gobierno nacional, de momento dirigido por Pedro Sánchez, se le puede marcar mucho el paso si construimos gobiernos que sean más ambiciosos, más valientes y más transformadores en los niveles regional y municipal. Es decir, salir de las elecciones,


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Fotografía extraída de Agencias

dentro de un año, con una geografía del poder que nos permita que la relación dentro del bloque progresista sea claramente de tú a tú. LVSL: Nos gustaría preguntarte ahora sobre el eje izquierda-derecha. Se puede observar, en las fuerzas que se reivindican como populistas y progresista, un regreso a la utilización de la mitología y de los símbolos izquierdistas, ya sea en el caso de Podemos o de la Francia Insumisa. ¿Crees que estamos viviendo un momento de transición entre las dos lógicas, y que el eje izquierda-derecha acabará muriendo, o que el populismo de izquierda puede ser considerado como una especie de síntesis estable como defiende, por ejemplo, Chantal Mouffe? Í.E.– No, no creo esto último. Hay una diferencia fundamental, y tenemos un trabajo teórico por hacer. Hubo compañeros de viaje que entendieron que el populismo era el disfraz de marketing o el disfraz mediático para los comunistas en tiempos posmodernos. Pensaban que como vivimos unos tiempos muy raros, en los que todo está desordenado, teníamos que jugar a este léxico del populismo, aunque en realidad éramos comunistas utilizando otras palabras. Y, por tanto, cuando se han acabado los periodos electorales, o cuando se han alejado las posibilidades de victoria y ha venido el tiempo de las dudas, de las incertidumbres, ¿a qué han vuelto? A las identidades que tranquilizan, aquellas donde crecieron, a la izquierda.

Nosotros tenemos que pugnar por sostener un pensamiento, una cultura, una estética nacional-popular que no sea el truco de imagen de la izquierda, que no sea un recurso de marketing para periodos electorales, sino que sea una forma distinta de ver la política. Basándose en el hecho de que la diferencia fundamental, más radical, no es el eje izquierda-derecha, sino el de democracia-oligarquía. Queremos construir un pueblo, también con gente que hoy puede sentirse identificada con la derecha. No tenemos interés en construir la izquierda. La izquierda era una metáfora para los de abajo. Donde siga sirviendo esta metáfora, que se use, me parece genial; donde no sirva, tiremos la metáfora por el retrete, porque la metáfora nos da igual a nosotros. Nunca hemos querido ser la parte izquierda del pueblo. Queremos construir una voluntad popular que diga “para vivir mejor, tenemos que vivir con un sistema económico que sea ecológicamente sostenible, socialmente justo, equitativo en términos de género y que permita a la gente vivir sin miedo, ser libre y vivir en condiciones de igualdad de oportunidad relativa, lo mejor posible”. Lo que queremos hacer es eso. Nuestros compañeros de la izquierda nos dicen: “pero son ideas de izquierdas”. Llámalo como quieras, es una idea de izquierdas en esta parte del mundo. En otra mitad del mundo podrían no utilizarse estos términos. No se utilizan en una gran parte de los países latinoamericanos, no se utilizan en una gran parte de los países asiáticos y no se han utilizado durante una gran parte de la historia de las luchas por la emancipación o de la

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liberación de las mujeres y de los hombres.El historial de luchas por constituir una sociedad de gente libre igual es mucho más rico, mucho más anterior y mucho más diverso que todo lo que cabe dentro de la etiqueta izquierda. Donde la etiqueta de izquierda ayuda a movilizar que ayude, donde no, yo no le tengo el menor apego.

olvidamos de que esa educación sentimental a menudo nos aleja de nuestro pueblo, de la gente. Nos hace hablar con palabras, con términos y con referencias que nos alejan del país de verdad. Del país real al que queremos representar. Así se nos va encerrando cada vez más en nuestros nichos ideológicos.

¿Qué pasa? Que muchos compañeros entendieron que se le podían hacer concesiones a un discurso nacionalpopular en un contexto de elecciones o cuando había la posibilidad de ganar. Cuando eso se aleja, vuelven como a un refugio caliente, cálido, que es tranquilizador en términos morales, pero este refugio no vale para nada. Las fuerzas políticas progresistas que han conseguido construir mayorías para ganar elecciones y transformar sus países lo han hecho en el nombre de toda la nación, no de la izquierda de su nación. Me da igual representar la izquierda de la nación. Hay mucha gente en España que sigue teniendo miedo de si su abuelo o su abuela se pone enfermo, pues no va a tener una plaza donde llevarle a una residencia de mayores. O que tiene miedo de que le tienen que operar, pero no sabe si la lista de espera en el hospital público le va a dar para dentro de un mes o para dentro de cinco. O a la que le ofrecen un trabajo de 15 horas por 600 € poniéndole las cervezas a los alemanes en la costa y te dicen que si no la aceptan hay 25 detrás.

Todas las transformaciones se hacen cuando estos nichos ideológicos y electorales saltan por los aires, cuando se desordenan. Me acuerdo una vez, justo antes de que Tsipras ganara las primeras elecciones generales en Grecia, salió un video de una señora que llamó a un programa -estaba Tsipras siendo entrevistado y entraban llamadas del público por teléfono, a la tele- y el presentador le pregunta: “¿Vas a votar por Syriza?” Y contesta: “Sí. Pero no soy de izquierdas. Yo he votado siempre por Nueva Democracia, pero yo lo que pasa es que amo a Grecia, quiero lo mejor para Grecia. Y lo que pienso es que ya es hora de que gobierne alguien que no robe y que haga que se respete a Grecia en Europa’’. Con independencia de la valoración que hagamos después cada uno del gobierno griego, Tsipras ganó con eso. Ganas cuando dejas de ser el candidato de la izquierda y te conviertes en el candidato de la decencia y de la soberanía nacional. Como les ha pasado a muchísimos otros, como Néstor Kirchner, que se presentó como el candidato de una Argentina decente. El que gana, gana cuando es capaz de hegemonizar la nación. No de hegemonizar la izquierda. Nosotros tenemos que construir un sentimiento inequivocablemente igualitario, antirracista, feminista y ecologista. Y queremos hegemonizar la nación para representar a la nación entera. No queremos representar a la izquierda.

Esa gente es nuestro pueblo y es la gente cuya vida queremos mejorar. Queremos mejorar su vida para que esa gente no tenga que vivir esta situación más. Bueno, pues yo no sé si esa gente es de izquierdas o no. No aspiro a eso, me da igual. Quiero construir, reconstruir el pueblo español, afirmar su soberanía y dotarlo de instituciones y de leyes que le permitan vivir lo más feliz posible. Nosotros tenemos que pugnar por fundar incluso las palabras, la estética, las publicaciones, los lazos internacionales, de una cierta mirada internacional, o de una cierta “Internacional nacional-popular democrática”. Y muchos compañeros de izquierdas serán compañeros de camino, pero no podemos permitir tropezar otra vez en los errores de toda la vida. Porque el retorno a la izquierda siempre va a ser muy querido dentro de los partidos, pero te aleja de la gente de fuera. Es fácil ganar un congreso o ganar una discusión interna con los compañeros, o suscitar más simpatías aludiendo a lo que forma parte de nuestra educación sentimental. Pero nos

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¿Que hay gente que se quiere seguir llamando de izquierdas o de esos términos? Yo no veo problema. Yo no quiero, pero que haya gente que quiera no es mi problema. Pero no cometamos el error de producir este retroceso por el cual el populismo es un recurso discursivo en momentos de crisis. Lo que queremos hacer es fundar partidos de masas o fuerzas políticas, sociales y culturales que hagan de los empobrecidos de nuestros países el núcleo de la nación. Yo a eso le llamaría fuerzas patrióticas. Yo sé que “fuerzas patrióticas” es todavía un término muy contestado porque los fascistas también se dicen patriotas. Bueno pues, a lo mejor tengo más voluntad de pelear este término que de pelear “la izquierda”. De decirles “soy más patriota que tú.” ¿Una gente que discrimina entre franceses por el apellido que tienen, tú crees que


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“El que gana, gana cuando es capaz de hegemonizar la nación. No de hegemonizar la izquierda”

representa la patria de Francia? Un tipo que en España discrimina entre españoles por la lengua que hablan y ¿se llaman patriotas? Eso es una vergüenza. Un tipo que se pone durísimo contra los inmigrantes pero que luego cuando va a ver a Merkel va como si fuera un perrito faldero ¿eso es un patriota? ¿es un patriota el que le vende la mitad de las casas de España a los fondos buitres norteamericanos al mismo tiempo que insulta a los catalanes? Defender la patria no es atacar a los catalanes. Es proteger los derechos de los españoles. Es más interesante disputar eso, disputar la idea de “fuerzas patrióticas democráticas” que el regreso a la izquierda. Pero creo que la tentación del regreso a la izquierda es fuerte y no es casualidad que se dé ahora. Se da cuando no hemos ganado. Porque es tranquilizador ponerse las camisetas de siempre, volver a hablar de clase obrera, volver a lo de antes… Son como placebos. Hay fragmentación, hay incertidumbre, no sabemos por dónde se van a recomponer las fuerzas políticas ni si podremos alumbrar un futuro diferente al del despotismo de los privilegiados. Y mientras no lo sabemos, hay quien se contenta con hacer como si las certezas del siglo XX hoy todavía nos ayudaran. Eso sólo les ayudará a dormir mejor o a estar más a gusto, pero no nos ayudará más a ganar. Por eso, es importante que no volvamos a la izquierda. LVSL – España ha vivido durante estos últimos meses una oleada de movilizaciones feministas: del 8-M a las protestas en contra de la sentencia de La Manada. Además de las movilizaciones de la sociedad civil, también vemos a partidos como C’s y el PP apropiándose del auge del feminismo.

Esto puede ser interpretado como un signo positivo por el sentido hegemónico que adquiere el feminismo, pero también suscita preguntas: ¿Cuáles son la diferencias entre el feminismo de Podemos y el de Ciudadanos? ¿Realmente el feminismo se está convirtiendo en tema de disputa en el terreno político? Í.E. – Diría que el movimiento feminista es el único movimiento social en España. No diría el más grande, sino el único, porque no ha sido un conjunto de protestas o una suma de manifestaciones: es verdaderamente un movimiento social autónomo con capacidad de introducir temas en la agenda nacional y de poner al resto de fuerzas sociales, políticas y mediáticas a discutir en sus términos. Es claramente el mejor ejemplo, digamos, de una fuerza política hegemónica o con capacidad de hegemonía que literalmente ha transformado el escenario político en España. Lo ha transformado con una capacidad de transversalidad que nadie tiene. Es decir, que el feminismo ha conseguido arrastrar a, por ejemplo, mujeres periodistas o presentadoras de televisión que nunca se habrían implicado o que hasta ahora no las habíamos conocido implicarse en otras reivindicaciones u otras demandas, y que, sin embargo, acabaron implicadas en la movilización y la huelga del 8-M. Son mujeres de un perfil que nunca habían participado en una huelga antes, por ejemplo. Eso ha obligado a todas las fuerzas políticas a reposicionarse. En muy pocos días, el feminismo pasó de ser una cosa de parte a un suelo mínimo para competir políticamente en España. Hoy es muy difícil que haya un partido que pueda competir en España sin hacerle concesiones, aunque solo sean retóricas, al feminismo. Es imposible.

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Fotografia de Mariano Neymar

Ciudadanos, dos días antes de la huelga del 8-M, decía que no iba a apoyarla porque era una huelga anticapitalista. Claramente ellos querían evitar la frontera “feminismo sí o feminismo no”, intentaban situarla en “anticapitalismo sí o anticapitalismo no”, donde ellos entendían que el sentido común español era el más favorable. Empezaron a decir esto el 6 de marzo y, sin embargo, el día 8 tuvieron que ponerse el lazo morado. Y al Partido Popular le ha pasado algo similar. Pablo Casado durante las primarias ha tenido que hacer un discurso más duro por la derecha, situando al feminismo como otra forma de colectivismo que ellos, como liberales y conservadores, tienen que combatir. Pero esto sucede en un contexto de primarias. Cuando tengan que hablarle a los votantes y no a los militantes volverán a hacerle concesiones al feminismo. Hoy todo el mundo tiene que hacerle concesiones a la lucha de la mujer. En mi opinión, el reto del feminismo es ir, como decía Lenin, un paso por delante de las masas, pero solo uno. Si el feminismo no se mueve, ya toda España será feminista, pero el feminismo no cambiará nada. Si el movimiento va demasiado lejos se separará de un estado de opinión que hoy le es ampliamente favorable. Se trata de que el movimiento feminista vaya poniendo metas y objetivos que vayan estirando el consenso en la población española hacia la consecución de más derechos. El escándalo de la violación de La Manada y del tratamiento judicial y policial de los violadores -a uno lo van

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a reingresar en el Ejército y todos ellos están ahora en la calle tras relativamente poco tiempo en la cárcel-, cuando tenemos todavía presos políticos en Cataluña por haber organizado un referéndum que llevan el mismo o más tiempo que los violadores, originó una ola de estupefacción y de enfado que ha vuelto de nuevo a movilizar a la sociedad española. En mi opinión, lo más interesante del feminismo es que no constituye solo un movimiento de demandas particulares, para conseguir tres o cuatro políticas públicas, sino que posa su mirada sobre todos los aspectos de la vida social, política institucional y económica en España: sobre la brecha salarial, sobre las relaciones entre géneros, sobre los cuidados de los niños cuando nacen, sobre la representación en los espacios mediáticos o políticos. No es solo una reivindicación que se le hace al sistema político, sino que es una especie de enmienda general para transformarlo: solo vamos a ser una democracia de calidad si somos una democracia en la cual 50% de la población goza de los mismos derechos que el otro 50%. Esto ha colocado a todos los partidos políticos en posiciones difíciles. Yo no diría que Ciudadanos es un partido feminista. Ciudadanos es un partido que se hizo eco de la falacia que circula sobre las denuncias falsas de violencia machista en España (cuándo realmente son alrededor de un 0,1% de las denuncias) pero nace como toda una reacción machista que intenta convencer de que una buena parte de las denuncias por maltrato son denuncias falsas. Se hizo eco de esto, no estuvo a favor de las últimas modificaciones legislativas contra la violencia machista…


La trivial • #25 Ciudadanos no es un partido feminista igual que no lo es el Partido Popular, lo que pasa es que no lo pueden decir, así que van a ir arrastrados. Primero avanza el movimiento feminista marcando objetivos para la sociedad, que los convierte en objetivos buenos para todo el mundo, apreciables para todo el mundo, y después los partidos conservadores a rebufo. Pero si el movimiento deja de moverse, ellos se pararían. LVSL – ¿Nos podrías contar cuáles son los rasgos definitorios de esta ola feminista en España? En Francia nosotros tenemos un movimiento feminista mucho más minoritario en todos los ámbitos de la sociedad… Por lo tanto, nos gustaría saber si crees que este auge tiene alguna relación con la idiosincrasia española. Íñigo Errejón – No lo sé, porque a mí también me ha sorprendido. Durante el 15-M, en 2011, me acuerdo de que unas chicas colgaron una pancarta de uno de los andamios de los de la Puerta del Sol que decía “la revolución será feminista o no será”. Poco tiempo después, un hombre que también estaba en la plaza manifestándose subió y cortó la pancarta, y fue recibido entre aplausos por la plaza. Porque todavía en un estado de cultura política mucho más bajo se compartía esto de que ni machismo ni feminismo, en un estado muy burdo de conciencia política. Y esa era una cosa compartida por la inmensa mayoría. Quiero decir que en el 15M del 2011 el feminismo no era una cosa hegemónica y transversal, en absoluto, ni siquiera entre los que se manifestaban en las plazas. Y 7 años después es el único movimiento que tiene una capacidad intergeneracional en España. En las manifestaciones feministas puedes ver a la generación de mi madre, de las primeras luchadoras feministas y contra la dictadura, pero, a la vez, también encuentras a chicas de instituto que tienen 14 años. Es el único movimiento en Madrid en el que se da esta situación. También, en estas manifestaciones los bloques políticos de las organizaciones son muy poco importantes. El grueso de las asistentes son chicas que van con sus amigas del instituto, cuando quizá no van a otro tipo de manifestaciones y únicamente acuden a las convocatorias feministas de este último año. No podría dilucidar bien el origen concreto, creo que ha habido mucha gente que en la música, en la cultura, en las organizaciones y los colectivos de los movimientos sociales han hecho un trabajo subterráneo durante años, que algunos no veíamos, o lo veíamos, pero no apreciábamos la magnitud que estaba cobrando. Y que ha ido generando desde abajo una especie de sororidad, de sentimiento de fraternidad entre las mujeres, por el cual hay generaciones enteras de mujeres muy jóvenes que se incorporan a la militancia solo en la “causa” feminista. Por ejemplo, hay bastantes grupos de rap compuestos por mujeres en los que todo su contenido de politización es el feminismo. Luego a través del feminismo alcanzan otras cuestiones: el antifascismo, el anticapitalismo, etc. Pero que empiezan y que se definen como colectivos rap feminista. O también desde la tele-

visión: hay un concurso musical que se llama Operación Triunfo cuyos concursantes conviven en una academia y en el que la ganadora y cantante más popular dijo abiertamente “mira, yo soy feminista” sin que hubiera un contexto politizado. Su novio, a quien conoció en el programa, dijo “sí, yo también soy feminista, pero como hombre lo intento, tengo mucho que corregir”. El feminismo ha entrado en espacios donde ninguna otra lucha política entra, en los medios, en la música, en la última gala de los Premios Goya -que es la gala nacional del cine en España-. Ha entrado en lugares en los que nadie más entra, con una capacidad de penetración y de transversalidad que no sé de dónde procede, pero que sí sé cómo se ha multiplicado. Y se ha multiplicado gracias a haber entrado en sectores con mucha capacidad de influencia social y cultural: el cine, la música, o a través de esta concursante que era tendencia. Estos sectores lo han puesto de moda. Ahora, nunca lo habrían puesto de moda si no llega a haber todo un trabajo previo del movimiento feminista que lleva construyendo con una sorprendente capacidad de autonomía. Pasase lo que pasase en la agenda oficial del país, cada 8 de marzo se siguen haciendo movilizaciones e iniciativas con una agenda propia y, seguramente, sin conocer exactamente la fórmula para que acabe explotando. Pero es un año, otro y otro año, y de repente, boom, se produce un movimiento exponencial que seguramente es lo más saludable que le está pasando a España en los últimos años. LVSL – Desde la crisis catalana, parece que Ciudadanos (C’s) está ganando cada vez más terreno, al mismo tiempo que el PP se hunde con la caída de Rajoy y los casos de corrupción. ¿Consideras acertado decir que desde Podemos se ha subestimado la fuerza de Ciudadanos? Además, Rivera en España, Macron en Francia… ¿parece que el campo neoliberal ha encontrado una forma de neutralizar a las fuerzas populistas, no? Í.E.– Con respecto a las transformaciones en el campo de la derecha española: cuando Ciudadanos surgió, Ciudadanos ya existía como partido solo en Cataluña y con un solo tema en agenda. Nació en Cataluña contra la inmersión lingüística, contra la lengua catalana y contra el catalanismo. Sabiendo que el catalanismo en Cataluña articula a casi el 70% de la población y en él fuerzas políticas muy diferentes encuentran un consenso. Ciudadanos nace contra esto, como una fuerza de un solo motivo, que es el unionismo español en Cataluña. Después de la crisis política y de nuestra irrupción, Ciudadanos comienza a dar el salto y a convertirse en un partido en toda España. Con un muy buen tratamiento por parte de todos los medios de comunicación, con posiblemente muy buena financiación y con una parte del establishment esperándolo con los brazos abiertos; porque era la solución populista al populismo, o como la solución “populista antipopulista” en un sentido. Llegó a movilizar toda una retórica de la nueva política, de la regeneración, de lo nuevo contra los viejos partidos, para salvar el orden oligárquico con caras nuevas y con políticos nuevos, pero sin tocar lo fundamental. Asumiendo nuestra crítica al bipartidismo, al sistema electoral, a la corrupción…

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“...hay una proliferación de reivindicaciones o de demandas desatendidas que, sin embargo, no encuentran cauce de representación en los partidos tradicionales, los sindicatos tradicionales o identidades tradicionales, se vive una cierta situación de divorcio entre el país real [...]y el país oficial...’’

Todo esto lo asumen, pero exoneran siempre la culpa del sistema económico. Compraban nuestra parte de crítica al sistema político y libraban siempre de culpa a las élites económicas. Cuando surgió Ciudadanos, nosotros tuvimos una discusión intensísima. Fue seguramente la primera vez que se diferenciaron claramente dos visiones en el seno de Podemos, una de carácter más nacional-popular y una de carácter más izquierdista, sobre cómo había que relacionarse con Ciudadanos. Los compañeros más ubicados en las fracciones más tradicionales de la izquierda lo que decían era: “bueno, evidentemente Ciudadanos significa el fin del eje viejo-nuevo, se ha acabado la división entre lo viejo y lo nuevo, hay que abandonar esto y hay que poner todo el énfasis en diferenciarnos de Ciudadanos y asemejar Ciudadanos al PP. Bueno, más o menos, la gasolina que nos permitía avanzar tanto, presentándonos como una fuerza nueva, ya se ha acabado porque viene Ciudadanos y nos corta este avance: ahora hay que volver a chocar en términos un poco más de clase. Por ejemplo, diciendo Ciudadanos es el partido de los pijos, de los privilegiados, de los que quieren ser modernos, pero viven muy bien; tenemos que volver a registros o contenidos más plebeyos que regeneracionistas”. Otros, entre los que me encuentro, lo que decíamos era: “no, no, que Ciudadanos nazca imitando, siguiendo la estela de nuestro discurso, y que haya hueco para nuestro ascenso y en paralelo para el ascenso de Ciudadanos, significa en la práctica que el regeneracionismo -un cierto discurso por la renovación política, por la renovación institucional, que se vayan los viejos políticos, nueva formas de hacer las cosas- tiene mucho espacio, y es un campo muy grande en disputa: así que no hay que retirarse de él, hay que peleárselo a Ciudadanos manteniendo nuestras señas de identidad desde el primer mo-

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mento”. Esa fue una discusión que nunca cerramos teóricamente, sino que en realidad se cerraba dependiendo de qué portavoz decía las cosas. Así que algunos portavoces enfatizaban que Ciudadanos era el partido de los pijos o de los privilegiados, y enfatizaban golpeando con ellos. Y nosotros enfatizamos no abandonando el campo en el que Ciudadanos estaba creciendo a nuestro lado, buscando ganar también la hegemonía como fuerza regeneracionista incluyendo a los perfiles no ideologizados. Os lo creáis o no pero, aún ahora, aunque en mayor medida durante el pasado, Ciudadanos se disputaba con Podemos un componente de votos muy importante: no tan importante en términos cuantitativos, pero sí cualitativos. Se disputaba un cierto voto moderno, universitario, urbano, regeneracionista, que quiere cambios pero que quiere conservar una parte de la institucionalidad: es decir, nuestro componente más transversal. Siempre recordaré que un día que salimos de un restaurante de cenar, estaba yo con Pablo y nos pararon dos chicos y nos dijeron: “A mí me gustáis mucho, estaba pensando en votaros, pero al final he votado a Ciudadanos porque tengo un restaurante”. Esa cosa de “hombre, yo soy un pequeño propietario, me gustáis mucho, me gustan vuestros contenidos de regeneración, pero me dais un poco de miedo”. Cuando nosotros en 2015 hegemonizamos la palabra del cambio, Ciudadanos le puso un apellido que fue el ‘cambio sensato’. Lo que venía a decir es que todos queremos un cambio, pero los populistas te van a llevar a Grecia o Venezuela, que lo decían sistemáticamente, y ellos eran el cambio, pero sensato. Frente a eso hay quienes apostaron para enfatizar la confrontación con Ciudadanos, y quienes apostamos por no dejarnos disputar el cambio sin apellidos, también para la gente que en España tenía un poco más de miedo.


La trivial • #25 Las encuestas finalmente daban a Ciudadanos mucho más de lo que sacó. Siempre sacaban mucho menos de lo que le daban en las encuestas, pero sacó un resultado que no era despreciable. Yo creo que se debió de quedar en torno al 10-12% en las elecciones generales del 2015 pero, posteriormente, a raíz de la formación de gobierno, Ciudadanos ganó fuerza por dos cosas: Por una parte, se mostró como un partido que llegaba a acuerdos tanto con el Partido Socialista como con el Partido Popular. Para nuestras bases más duras y para mí mismo, eso te hace sospechoso. Si te cuesta tan poco llegar a acuerdos hoy con el PSOE y mañana con el PP, no eres de fiar. Sin embargo, para una parte de la población española, en un momento de bloqueo institucional. Ciudadanos era una fuerza flexible, confiable, que podía llegar a acuerdos con todos, aplicando un cierto sentido común empresarial: “bueno, pues oye, esto son negocios, yo llego a acuerdos con uno, con otro, es que es así la vida”. Ciudadanos es un partido que intenta trasladar lo que son ya realidades en el mundo laboral y empresarial al mundo político. Uno tiene que ser un emprendedor de sí mismo, asumir riesgos, poder llegar a acuerdos con todos, ser dinámico. Es como una fuerza antropológicamente liberal. Pero, sin duda, el auge mayor de Ciudadanos vino de Cataluña, cuando se celebra el referéndum en Cataluña del 1 de octubre y se produce la represión por parte del Estado. Empiezan las operaciones judiciales, detienen a líderes sociales y políticos catalanes al mismo tiempo que hay movilizaciones masivas por el derecho a decidir y por la soberanía, y se evidencia notablemente que hay un corte entre lo que es legítimo en Cataluña y lo que es legítimo en España. Ciudadanos juega a incendiar todo lo posible el panorama político catalán para recoger los réditos en España. Porque, claro, el PP estaba en el gobierno, y solo por estar en el gobierno es un poco más responsable: aplicó medidas represivas muy duras en Cataluña, pero como gobernaba tenía que ser un poco más comedido. Ciudadanos, como no estaba en el gobierno, siempre podía pedir cinco veces más dureza. Esto hizo que durante todo nuestro otoño-invierno, hasta febrero, Ciudadanos capitalizara el anticatalanismo, el ser visualizado como la fuerza política más intransigente que nunca iba a hablar o pactar con nadie del bloque catalanista, la fuerza más dura contra lo que estaba ocurriendo en Cataluña. Yo creo que en Ciudadanos sabían que así no iban a solucionar nada, pero confiaban en la cuestión catalana como su matchball para llegar a la Moncloa y no iban mal. Lo que sucede posteriormente es el cambio de gobierno y este cambio ha hecho, por un lado, que ya no se sepa muy bien para qué sirve Ciudadanos, porque el gobierno es el PSOE, que depende de nosotros como socios parlamentarios y tiene como principal oposición al PP, quedando Ciudadanos fuera de juego. Es decir, aquello que afirmas en la pregunta era cierto hasta hace un mes, pero ya no lo es. El cambio de gobierno y el gobierno de Sánchez han dejado a Ciudadanos como la fuerza más descolocada, y además el gobierno Sánchez está trabajando -nosotros creemos que no con la intensidad y el valor suficiente- para rebajar el conflicto en Cataluña. La

posibilidad electoral de Ciudadanos es directamente proporcional al grado de conflictividad en Cataluña: si baja la conflictividad civil y política en Cataluña, baja Ciudadanos. Yo creo que por tanto es probable esperar que el PP se recomponga. Soy consciente de que el PP está con graves problemas de corrupción y con problemas de liderazgo, pero el PP en sus peores momentos nunca ha bajado por debajo del 28-27% de sufragios. Durante los días de escándalos terroríficos, aquellos en los que los telediarios contaban que habían robado miles de millones de euros, el suelo de la derecha católica tradicional española mostraba que era muy sólido. El PP es un partido potentísimo que tiene una sede en cada pueblo, que tiene concejales en los 8000 municipios de España. Ciudadanos no tiene eso. Es decir, el PP es un partido más capilar que Ciudadanos. Así que considero, aunque es posible que la realidad me desmienta este diagnóstico, que a día de hoy es más fácil ver la recomposición de la derecha en torno al PP. LVSL – En Francia pasaba lo mismo, es decir, Macron no tenía una base sólida ni nada parecido… Í.E. – ¡Sí! ¡Pero llegó al poder! Y desde el gobierno puedes construirte un partido, pero Rivera no ha llegado. Quiero decir, que no es una diferencia menor. Porque tú dices, vale, Macron es un emprendedor político que llega al poder, sí, pero desde el gobierno tú puedes construirte una maquinaria política. Rivera no ha llegado. Hay una parte del establishment que había apostado claramente por Rivera en lugar de por Rajoy, porque entendía que el inmovilismo de Rajoy, que no hacía nada, que podía debilitar al sistema institucional español. Ante la pasividad de Rajoy y la posibilidad de un deterioro del conjunto institucional, apostaron por Rivera. Pero ahora que Rajoy se ha ido y que el PP puede renovar sus caras -Pablo Casado es un hombre de aparato, pero pretende renovar la primera fila del partido y dar una imagen nueva-, puede que mucha gente del establishment que confiaba en Rivera vuelva al PP. Y, solo un dato más, las siguientes elecciones en España son municipales -y regionales y europeas, pero insisto en el peso de las municipales- y esto le viene mejor al PP que a Ciudadanos. Ciudadanos tenía un mejor líder nacional, pero luego nadie conoce al candidato de Ciudadanos en cada pueblo; al del PP sí, porque ha gobernado toda la vida, le conoces. Así que podríamos esperar un cierto voto dual de la derecha: a Albert Rivera en la nación pero al PP en mi pueblo. Ya, pero las primeras elecciones que vienen son las del pueblo, las de cada municipio. Entonces, considero que el PP puede aguantar. Tenemos una derecha conservadora tradicional que es muy sólida y Ciudadanos ha patinado en dos o tres temas. El gobierno de Sánchez está instalando algunos temas en la agenda que a Ciudadanos le parten por la mitad, porque a Ciudadanos se le da bien el eje territorial y el eje de un cierto emprendedurismo liberal, pero los temas como, por ejemplo, el feminismo, la memoria histórica… los temas que le obligan a elegir entre contentar a un votante digamos social-liberal, progresista en lo civil y de derechas en lo económico, o al votante conservador que viene del PP. Estos temas a

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Ciudadanos le hacen mucho daño, porque Ciudadanos aspiraba a poder llevarse votos del social-liberalismo del PSOE y del conservadurismo del PP, pero ahora mismo entiendo que ese sentido estratégico está debilitado. LVSL – Todavía está abierto el debate en torno a cómo definir este tipo de nuevas fuerzas que también rechazan el eje izquierda/derecha. Y con una lectura ortodoxa de Laclau, que define el populismo como una operación discursiva que crea una frontera explícita entre pueblo y poder ¿no podríamos definir estos movimientos como populistas? (que es justamente lo que apunta Chantal Mouffe). Nos parece que tal vez este es uno de los límites del marco teórico de Laclau, y en este sentido, queríamos preguntarte: ¿cómo calificarías estas nuevas fuerzas políticas? Y por otro lado, ¿no es una forma de incorporación de la crítica populista por parte del capitalismo? Me explico, creo que conoces a Eve Chiapello y Luc Boltanski (que hablan sobre la incorporación de la crítica artística del escenario post-68) y queríamos saber si estamos o no en tal momento de incorporación. Hay otros autores y teorías más heterodoxas, que leen a Laclau diciendo que este es un límite de su marco teórico, que no permite entender a estas fuerzas políticas… Í.E. – En la medida en que nuestras sociedades o nuestros países viven momentos populistas, en los que hay una proliferación de reivindicaciones o de demandas desatendidas que, sin embargo, no encuentran cauce de representación en los partidos tradicionales, los sindicatos tradicionales o en identidades tradicionales, se vive una cierta situación de divorcio entre el país real, de la gente, de la ciudadanía, y el país oficial, de las elites, de los políticos, del establishment. Esto atraviesa a todas las fuerzas políticas, a todas, pero también a las más conservadoras. Recuerdo que hubo un momento tras nuestro nacimiento en el que el PP decía de Podemos que, como nunca habíamos trabajado en la empresa privada y solo habíamos estado en un laboratorio universitario, no conocíamos como era la España de verdad. En realidad, ellos también estaban intentando montarse sobre un plano teórico, discursivo, el cual construye de alguna manera una oposición fundamental entre los expertos, las élites, y la gente. Ahora no estaba claro quién iba a rellenar, quién iba a definir qué era la gente, y quiénes eran las élites, los expertos, los de arriba. Eso es una pelea. Ciudadanos en España recogió una buena parte de los componentes en los que ya se libraba la disputa. ¿Quién

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marcó estos componentes? El 15M, y después nosotros. Pero dibujaron un escenario en los que ellos también tuvieron que aprender a jugar, y Ciudadanos fue una respuesta de renovación neoliberal: renovar el sistema político dejando intactos los privilegios de la oligarquía. Yo no creo que sea un fallo del marco teórico. Bueno, todos los marcos teóricos tienen sus fallos, pero no creo que sea tanto un fallo teórico del marco teórico de Laclau como al revés. Yo creo que el enfoque de la hegemonía, o que entiendan la política como hegemonía, nos permite ver que en todo movimiento exitoso del adversario hay una parte de recuperación de tus ideas y hay una parte de realización. LVSL – Disculpa la interrupción, pero te estás refiriendo al Laclau del inicio, al Laclau de Hegemonía y Estrategia Socialista (1985) pero para el Laclau de La Razón Populista (2005) la política es el populismo, no la hegemonía. Í.E. – Yo creo que en el Laclau de La razón populista hay como una especie de isomorfismo entre política, hegemonía y populismo. No está muy claro si hay formas de política no populistas en este Laclau de La razón populista. Pero utilizaba el enfoque de la hegemonía porque me parece más útil. Creo que toda política tiene siempre un momento populista, una cierta dosis de tensión populista, pero no siempre es la dosis que lo preside. Yo no creo que en España estemos ahora mismo en un momento presidido por la dinámica populista: creo que la dinámica institucional tiene más peso. Considero que hoy, por ejemplo, mostrarse como una fuerza capaz de llegar a acuerdos con otras es más útil que mostrarse como una fuerza que antagoniza con otras; creo que ha cambiado un poco la disposición del escenario político en España, y volverá a cambiar. El Laclau de La razón populista es también un Laclau muy jacobino y que escribe pensando en un momento determinado de los gobiernos nacional-populares en América Latina. Creo que es un Laclau que sigue siendo muy útil, pero que tiene que ser pasado por el filtro, o traducido, a las experiencias en sociedades como las nuestras, que tienen una densidad institucional mucho más alta. Como tienen diversidad institucional mucho más alta, la lógica de la diferencia prima siempre, o casi siempre, sobre la lógica de la equivalencia. A veces se impone temporalmente la de la equivalencia, pero los mecanismos, los dispositivos por los cuáles el orden recoge, reordena, pone detrás o da satisfacciones parciales


La trivial • #25

‘‘Las fuerzas políticas progresistas que han conseguido construir mayorías para ganar elecciones y transformar sus países lo han hecho en el nombre de toda la nación, no de la izquierda de su nación’’

a las demandas son mucho más sofisticados que en estados menos desarrollados en América Latina. Digamos, no es que aquello que dice La razón populista no tenga sentido, pero tiene mayor sentido pasado por el filtro de sociedades con estados más desarrollados. Si eso es así, Ciudadanos -por poner el ejemplo de Ciudadanos, pero después voy a poner un caso más generalrepresenta tanto la amenaza de reintegración al orden de nuestras reivindicaciones como la prueba de que funcionan las dos cosas. Por una parte, cuando algunas de las políticas que nosotros propugnamos o defendemos dejan de ser políticas de Podemos y las empiezan a asumir otros partidos, eso significa que están avanzando terreno en la sociedad española. Ahora bien, avanzan terreno en un sitio para cerrarte el paso en el otro. Te reconozco tu propuesta de reforma de la ley electoral, por ejemplo, para que haya un sistema electoral más justo en España, pero quitando siempre la parte de crítica o de cuestionamiento al sistema económico para construir una economía más sólida, más desarrollada, más próspera. ¿Cuál es, para mí, la clave para saber si prima el componente de reintegración y recuperación de la crítica, o si prima el componente de se está abriendo un paso hacia una hegemonía nueva? Si las demandas incorporadas son aquellas que apuntan directamente al núcleo de poder del régimen dominante. ¿Es el núcleo de poder del régimen dominante en España

el sistema electoral? No. Es muy importante, pero no es lo más importante. Ahora, ¿se puede aspirar a una transformación democrática en España sin cuestionar el entramado de empresas energéticas, poder financiero, empresas constructoras? Es imposible, y eso es justo lo que Ciudadanos deja fuera. ¿Se puede imaginar una revolución democrática en España, una transformación democrática sin un programa sistemático de revertir los recortes, blindar los servicios públicos, elevar la capacidad de consumo de los hogares, o sea, los salarios, la negociación colectiva? Es imposible. Así que diría que es un programa político que tiene mucho más de recuperación, o reintegración, por un lado, que de expresión de nueva hegemonía. Pero claramente hay campos en los que Ciudadanos se ha montado, en los que se ha subido a una ola que empezamos capitaneando y generando nosotros, y eso es bueno porque ha conseguido extenderla. ¿Cómo caracterizaría yo a estos fenómenos en Europa? Son fenómenos que se hacen cargo del momento populista, y se hacen cargo para salvar a las oligarquías del poder destituyente de este movimiento populista. Y toda esta cólera, toda esta voluntad de transformación, la redirigen para que impacte sólo contra el sistema de partidos. Esa es, seguramente, una de las diferencias más importantes entre una parte -no diría que están todos- de los populismos reaccionarios y las fuerzas populistas progresistas y democráticas como somos nosotros. Trump no era un simulacro, pero Trump decidió que

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“la dimensión populista de Rivera pone la frontera en la cuestión de Cataluña, pero él no lo explicita”

había que dirigir toda la cólera, todo el resentimiento de los perdedores de la crisis, contra Washington y contra Berkeley y contra Nueva York, pero no contra Amazon o contra Google. Es decir, es una maniobra que siempre intenta cargar toda la presión sobre el sistema de partidos. Así excluyen a la parte de las élites que no se presentan a las elecciones. En ese sentido, es claramente un proyecto de un neoliberalismo más salvaje, porque golpea a las mediaciones políticas, pero no golpea a una parte de los poderes duros: a esos los salva. Luego golpea a las mediaciones políticas postulando siempre un enemigo, y esto es lo que le da el carácter populista. El pueblo americano, en la idea de Trump, sí es una comunidad cohesionada. Porque está cohesionada contra el de fuera. Recientemente Rivera hizo un discurso que tuvo mucho impacto, cuando todavía tenía peso político. Fue muy interesante. Decía: “yo quiero caminar por una España en la que no vea rojos ni azules, en la que no vea empresarios y trabajadores, ricos ni pobres. Yo quiero una España en la que solo vea españoles”. Pareció un discurso que no postula ninguna frontera, que reconcilia a los españoles por encima de las diferencias. Sin embargo, en este discurso, la coherencia, la cohesión de la España que quiere dibujar, de la identidad del nosotros españoles, se la da un ellos que no menciona en ningún momento: Cataluña. Digamos, la dimensión populista de Rivera pone la frontera en la cuestión de Cataluña, pero él no lo explicita. Por lo tanto, uno podría decir: “Ah, bueno, si estás diluyendo la frontera de clase, la de los partidos a los que votas, no puedes ser un partido populista”. No, es que el ellos que constituye al nosotros -pueblo español homogéneo y sin diferencia- es Cataluña y es la oposición a Cataluña, o a la mayoría catalana que quiere un referéndum, su mayoría soberanista. Por eso sí considero que estos partidos presentan rasgos populistas.

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LVSL – Pero, justamente, el populismo se basa en el hecho de explicitar la frontera… Í.E. – Claro, pero hay un factor, que apelan y confunden con el constitucionalismo, que dice: “no, no, yo puedo pactar con todos, pero es que estos están fuera de la ley”. Digamos, es una especie de populismo que, efectivamente, -y tengo dudas ahí porque lo que dices es muy acertado- si no explicita la frontera ¿es populismo? Porque hay que ver en cada caso si se explícita o no. No sé si Macron la explícita o no. En España, a menudo sí. O sea, en España a menudo la idea de que todos tenemos que estar unidos frente al golpe de estado que han dado los políticos independentistas catalanes es una idea que obviamente intenta construir la comunidad española por oposición a lo que entiende Rivera como “golpistas catalanes”. Así que diría que en algunas cuestiones sí las explicita, como es en el caso del conflicto catalán. Y lo ha expresado de manera muy nítida. Pero me parece un buen criterio: ahí donde la explicite, donde postule que existe un pueblo desatendido y que existen unos enemigos fundamentales, visibles, políticos, podemos estar hablando de un tipo de formación populista. Donde no, hablaría, si quieres, de una especie de olfato electoral: de intuir que, en un momento populista, las condiciones para poder competir en la pelea tienen que pasar necesariamente por interpretar esta sensación por la cual la gente común percibe que las instituciones no le sirven, no trabajan para ella, y darle una solución como gatopardiana: de renovarlo todo para, en el fondo, sustentar los poderes de siempre.


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¿Qué está pasando en Alemania? El crecimiento del AfD y la propuesta de En Pie Por Antxon Arizaleta

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ras la desnazificación Alemania creyó el retorno del nacionalsocialismo imposible, autoconvenciéndose de que la vuelta de la extrema derecha, tras la experiencia del Tercer Reich, se había vuelto totalmente impensable. Es algo que en España hemos podido escuchar no pocas veces en los últimos años: eso de que en Alemania no hay monumentos fascistas como en nuestro país, que sería absolutamente impensable que hubiera calles o monumentos a la dictadura, o se defendiera públicamente ideas similares a las del fascismo. Pero,¿hasta qué punto era esto una realidad?¿estaba Alemania vacunada frente al totalitarismo, la xenofobia o el racismo? No parece que sea así cuando la extrema derecha de AfD – Alternativa para Alemania – es ya el segundo partido en intención de voto (según la última encuesta publicada por el diario Bild), y los movimientos xenófobos y ultraderechistas como PEGIDA campan a sus anchas bajo la permisividad del gobierno alemán. Es imprescindible aceptar cuanto antes que la realidad distaba mucho del mito y, en consecuencia, hacer un ejercicio de autocrítica y pensar qué es lo que ha sucedido. Pongamos sobre la mesa la cruda realidad a la que nos enfrentamos; porque mirar a otro lado no nos va a servir absolutamente de nada.Afrontando esta tarea, este artículo intenta explicar cómo ha conseguido AfD capitalizar la crisis política en Alemania a su favor. Para ello nos remontaremos en primer lugar a sus orígenes como partido, analizando su evolución hasta hoy en día, y después examinaremos la composición de su base electoral en el territorio alemán para entender con mayor profundidad qué hay detrás de su auge. Y como no pudiera ser de otra manera, hablaremos de la respuesta de la izquierda alemana; en concreto, de la propuesta nacional-popular de Aufstehen (En

Pie) con la que la co-portavoz de Die Linke Sahra Wagenknecht pretende emular la estrategia de Mélenchon en Francia. ¿Conseguirán cortar la hemorragia de votos hacia la extrema derecha? El origen de AfD Nos trasladamos al año 2012. En septiembre, fue fundado por un grupo de profesores, periodistas y expolíticos el movimiento Wahlalternwtive 2013 (Alternativa Electoral 2013) con el profesor de Economía de la Universidad de Hamburgo Bernd Lucke a la cabeza. Se presentaba como un proyecto abiertamente euroescéptico, considerando la moneda común como un proyecto fallido. Rechazaba “el empobrecimiento de los países del sur bajo la presión competitiva del euro”, y criticaba fortísimamente al gobierno de Merkel. En enero del año siguiente, algunos de sus integrantes, Bernd Lucke entre ellos, concurrieron a las elecciones regionales de Baja Sajonia junto a una asociación de votantes llamada Freie Wähler (Votantes Libres). Los Freie Wähler son el equivalente a una agrupación de electores en España y, aunque sus programas son moldeables dependiendo de las diferentes demandas de los lugares donde se presentan, tienden al liberalismo conservador. Esta alianza apenas logró el 1% de los sufragios y no consiguió ningún tipo de representación. Fracasó. Pero, en febrero de 2013, los líderes de Alternativa Electoral decidieron buscar una segunda oportunidad. Rompieron con Freie Wähler, concentraron sus esfuerzos, y decidieron dar un paso al frente: nacía Alternative für Deutschland, Alternativa para Alemania, y lo hacía dejando atrás las fórmulas

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Fotografía de John McDougall

electorales anteriores, definiéndose abiertamente como partido y organizándose como tal. El 14 de abril de ese mismo año, con las elecciones federales de septiembre cada vez más cercanas, se presenta en sociedad por primera vez con una convención en Berlín. En ella Lucke, la empresaria Frauke Petry y el periodista Konrad Adam son elegidos como portavoces del partido. El resultado que obtienen en las federales les deja en una posición incierta. Logran un 4,7% de los votos y alcanzan los 2 millones de electores, pero la barrera electoral del 5% les deja fuera del Bundestag; el parlamento de la república. A partir de este momento se suceden diferentes convocatorias electorales. En la más importante de ellas, las europeas de 2014, consiguen robar los escaños de 7 europarlamentarios a los partidos tradicionales sin que su discurso político variase de manera significativa, es decir, manteniendo la supresión del euro como propuesta central de su programa. A partir de entonces, la entrada de AfD al escenario político alemán se vuelve aparentemente irreversible. Alternativa por Alemania comienza a entrar a cada uno de los parlamentos de los Länder (las cámaras regionales). Su cantidad de apoyos va aumentando progresivamente, creciendo a mayor velocidad en las regiones del Este. AfD se iba gradualmente consolidando como una alternativa al bipartidismo utilizando el rechazo frontal a la gran coalición y al Euro como mayor reclamo; y llegó la hora de afrontar un nuevo congreso interno. Este se celebró el 4 de julio de 2015 en la ciudad de Essen, en Renania del Norte, al oeste de Alemania. Tras meses de disputa interna entre el ala moderada, representada por Bernd Lucke, y la corriente radical bajo el liderazgo de

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Petry, el ala más radical se impone a Lucke y los suyos y Frauke Petry y Jörg Meuthen son elegidos líderes del partido. Esto marcó un giro de 180º. En los meses previos a este congreso, la corriente de Petry y Meuthen se había vinculado al movimiento PEGIDA; un movimiento de extrema derecha abiertamente islamófobo cuyas siglas en castellano significan literalmente “Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente”, que tenía conexiones informales con la mayor parte de grupos ultraderechistas de la Unión Europea y bases en otros países como Reino Unido. Por eso la victoria de Meuthen y Petry, lejos de asumirse con normalidad, alertó a las ramas más moderadas del partido. Temas como la inmigración (tratada como una “invasión extranjera”) o el Islam (señalado como una amenaza a la propia convivencia social) pasaron a ser centrales en el discurso de AfD. Y la virulencia de estos cambios, junto a los debates internos que desataron, acabaron provocando la marcha del propio Lucke del partido, así como la de gran parte de su corriente; incluidos varios europarlamentarios. La nueva dirección del partido perdió el control de su equipo en el Parlamento Europeo y se quedó sólo con dos representantes en Bruselas. Tuvo que enfrentarse a semanas de escándalos y polémicas; pero más temprano que tarde, estas batallas internas, les regalaron el control completo del partido. Tras el bache inicial, la nueva Alternativa para Alemania se consolidó y el partido comenzó a crecer de manera exponencial. Durante los primeros tres meses de 2015 la Unión Europea recibió 184.815 solicitudes de asilo, alrededor de 95.000 personas fueron rescatadas en el Mediterráneo entre enero y julio y a finales de verano el gobierno húngaro anunció la construcción de un muro en la frontera con Serbia para tratar de acabar con la entrada de inmigrantes. AfD


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“No es que el voto de AfD represente una nostalgia socialista, pero sí que representa una nostalgia por el orden, y una nostalgia de la política como conflicto, como defensa abierta de intereses concretos, y no como una simple forma de gestión”

pensó estar ante su oportunidad de oro, y agudizó su retórica xenófoba e islamófoba a medida que la crisis de refugiados en Europa se iba agravando. Nada volvería a ser igual. Desde que ocurrieran estos hechos hace ya tres años, el crecimiento de la formación ultraderechista ha sido casi ininterrumpido. De hecho, han sido capaces de aparecer como primera fuerza de oposición en los estados del Este como Sajonia-Anhalt o Mecklenburgo-Pomerania Occidental; siendo la zona del este la más afectada por la crisis. Sus niveles de intención de voto en la Alemania occidental están lejos de colocarlos como alternativa de gobierno, pero gradualmente se han ido consolidando como la más clara alternativa a la gran coalición CDUSPD. En septiembre del año pasado se celebraron las segundas elecciones federales en las que participaba AfD. Alternativa para Alemania acudía a la cita con presencia en los parlamentos regionales de 13 de los 16 Länder alemanes y con expectativas de entrar con fuerza en la cámara baja. Y lo lograron. Consiguieron un resultado histórico, prácticamente triplicando el de 2013 y obteniendo hasta un 12,6%. Pasó de no tener ninguna representación federal a colocarse como tercera fuerza parlamentaria con 94 diputados federales sobre un total de 708 escaños. No ganaron las elecciones, eso es cierto, pero fue suficiente para forzar que el SPD tuviera que repetir la gran coalición y entrar en el gobierno con la Unión Demócrata Cristiana de Merkel; y esto comprometería el futuro del SPD muy profundamente de ahí en adelante. Fue, de facto, la victoria más importante de AfD: ocupar una posición desde la que marcar la agenda política en el país, obligar al SPD a retratarse ante todo el electorado, y poner en la centralidad del debate político y social la cuestión inmigratoria. Ni siquiera en las formaciones de izquierda se pudo evitar caer en esto último; las políticas migratorias, las medidas antiterroristas y de seguridad se volvieron parte del debate diario y AfD consiguió imponer parte de sus códigos y elegir los marcos. Poco a poco, en un terreno tan favorable, pasó lo inevitable; AfD desbordó sus propios límites y comenzó a ser una fuerza transversal.

La estructuración del voto Según una encuesta de Infratest Dimap (un instituto de investigación política alemán de gran reputación) posterior a las elecciones federales de 2017, el trasvase de votos a AfD iba desde la izquierda de Die Linke, de la que recibía alrededor de 400.000 sufragios (un 10% de sus votantes), pasando por el socialdemócrata SPD (de los que ganaba casi medio millón) y hasta de la CDU de la canciller Merkel, que perdía un millón de votantes en favor de la ultraderecha. Pero su mayor nicho de nuevos electores procedía de la abstención, que se redujo en más de cuatro puntos del 28,5% al 23,8%. Cerca de 1.2 millones de votos fruto de la politización de la decepción, el desencanto hacia la política tradicional y haber realizado una construcción del tipo “nosotros” frente a “ellos”. Un “nosotros” que poco se parecería, claro está, al de las fuerzas patrióticas y populares como el de Podemos en nuestro país, sino que seguiría las líneas discursivas reaccionarias de Marine Le Pen o Nigel Farage. Una concepción escueta de la nación, completamente excluyente, que utilizaba el miedo del penúltimo contra el último para hacer crecer el espacio político de una fuerza que en cualquier otro contexto habría tenido que resignarse a la más rotunda marginalidad. Carentes de una perspectiva de futuro fiable, y sin una alternativa de voto ilusionante en el horizonte, una gran cantidad de votantes alemanes optaron por AfD como una forma de impugnar a las élites políticas alemanas. Este apoyo, sin embargo, no era igual de fuerte en todo el territorio nacional. En la parte oriental, AfD conseguía mucho más rédito electoral. ¿Pero por qué? En general, podemos afirmar que existe una clara división este-oeste en cuanto al comportamiento de su electorado. No es sólo una cuestión que afecte a los populistas de derechas. Es algo causado por dos factores principales. El primero tiene que ver con la diferencia este-oeste a nivel económico, con la conflictiva herencia de la demolición de la RDA. El proceso de reunificación, lejos de dejar un país integralmente unido, aprovechó las debilidades de la antigua República Democrática Alemana para subordinar la economía del este a la del oeste

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Mapa realizado por B. Farka’s

capitalista. Para construir, en definitiva, un Alemania a dos velocidades, rota por la desigualdad este-oeste. Comparemos la renta per cápita de los cinco estados alemanes que formaban la antigua RDA, que son a su vez los estados donde más votos logra AfD, con los cinco estados donde menos sufragios consigue. Empecemos por los del Este. Sajonia: 27% de los votos y 29856€ de renta per cápita. Turingia: 22,7% y 28747€. Brandenburgo: 20,2% y 27675€. Sajonia-Anhalt: 19,6% y 27221€. Y, por último, Mecklenburgo-Pomerania Occidental: 18,6% y 26560€. Sigamos ahora por los estados del Oeste. Hamburgo: 7,8% y 64567€. Schleswig-Holstein: 8,2% y 32342€. Baja Sajonia: 9,1% y 36164€. Renania del Norte-Wesfalia: 9,4% y 38645€. Y Bremen: 10% y 49570€ [1]. Pongamos atención un momento en el mapa mostrado a continuación: AfD triunfa en las regiones con menor renta per cápita y menos densamente pobladas, mientras le cuesta avanzar en las regiones más habitadas y con mayor nivel de renta. La mayor población de los estados occidentales es la razón de que sus porcentajes de voto caigan a menos el 13% a nivel federal. En último término, las regiones occidentales suman 31,4 millones de habitantes mientras que las orientales apenas llegan a los 13,3 millones de ciudadanos Y ese cisma marca al AfD políticamente con grandes dificultades. Ahora bien, es necesario volver atrás para remarcar una cuestión. Es cierto que la correlación entre la renta per cápita de cada región y el nivel de voto a AfD es inversamente proporcional en todo el territorio alemán. ¿Pero significa esto que los pobres voten a Alternativa para Alemania? No necesariamente. La desigualdad este-oeste es una

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evidencia irrefutable, pero no es algo nuevo en Alemania, es una consecuencia de los intereses concretos que gobernaron el proceso de reunificación. Tras la reunificación, el desmantelamiento del sector público de la RDA provocó despidos generalizados y que la tasa de desempleo alcanzase un 15% en 1992, la más alta desde la gran depresión. La absorción a la economía capitalista de la Alemania del Este subordinó las regiones orientales a las occidentales hace décadas, y desde entonces la fractura este-oeste ha sido irreparable. El rechazo de los alemanes del este al establishment político va más allá de una simple respuesta a la gestión de la crisis del Euro o la llegada de los refugiados, o de las formas políticas de la Gran Coalición. Tiene más que ver con la existencia en esta zona de un sentimiento de abandono generalizado por parte del Estado federal. Y este es un sentimiento que no hemos de leer como algo exclusivo a las rentas más bajas, sino a todos los habitantes del este. La segunda razón tiene que ver con algo mencionado en numerosas ocasiones cuando se habla de cómo Die Linke sigue obteniendo buenos resultados en el Berlín oriental: la nostalgia de los habitantes de la vieja RDA hacia tiempos mejores en nada parecidos a su presente asfixiante. Pero, ¿cómo echar de menos la RDA comunista puede provocar que una fuerza xenófoba como AfD crezca? Tengamos en cuenta que, hasta ahora, Alternativa para Alemania no ha llevado entre sus propuestas un proyecto económico transformador en beneficio de los desfavorecidos. Más bien, ha hecho todo lo contrario;


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Manifestación del Movimiento Islamófobo y Ultraderechista “PEGIDA” / Fotografía de Jens Meyer/AP

defender las recetas neoliberales y achacar la culpa del empobrecimiento de las clases populares al Euro y a la llegada de personas migrantes. Pero no es ahí de donde surge el vaso comunicante. Por un lado, es necesario entender que en la RDA y la RFA se dio una construcción del sentimiento nacional y de la idea de Alemania un tanto desigual: En la Alemania occidental no se hablaba de nacionalismo, era un tabú, mientras que en la zona oriental se promovía, como explica el historiador Xavier María Ramos Diez-Astrain (2017) en Nación y clase en la RDA: «en la RDA fue necesario recurrir al mensaje nacionalista ante la falta de calado del mensaje de clase” La idea de nación en el centro del imaginario colectivo. Eso dejó un legado social que hacía más fácil el triunfo de opciones populistas que hablasen directamente “a la nación” en vez de a un tipo de votante concreto en base a su ideología. El otro factor que hay que tener en cuenta tiene que ver con la idea de orden. Como han explicado en diversas ocasiones otros compañeros de La Trivial, en un marco de precariedad e incertidumbre, en un contexto de anomia social, la idea de orden se vuelve clave; más aún cuando han vivido en sociedades donde ese valor del orden era descrito como un pilar fundamental, como era el caso de la RDA. Laclau (1996) en la Razón Populista habla de ello cuando, citando un artículo suyo de años atrás, se refiere a porqué tantos ex-votantes del partido comunista Francés optaron por Marine Le Pen cuando el Front National se postuló como alternativa a los partidos tradicionales durante el caos de la crisis: “En una situación de desorden radical, el “orden” está presente como aquello que está ausente; pasa a ser un significante vacío, el significante de esa ausencia (…) y el contenido factual

del mismo pasa a ser una consideración secundaria”. No es que el voto de AfD represente una nostalgia socialista, pero sí que representa una nostalgia por el orden, y una nostalgia de la política como conflicto, como defensa abierta de intereses concretos, y no como una simple forma de gestión. Aufstehen, la reacción con contradicciones La construcción de un discurso anti-establishment en clave nacional, y la manipulación de la crisis de los refugiados con una retórica marcadamente xenófoba, racista, ha permitido a AfD avanzar a pasos de gigante en sus objetivos. Esta es una realidad difícil no sólo por lo que supone en sí para la sociedad alemana, sino porque dificulta considerablemente la hoja de ruta tradicional de la propia izquierda alemana, que insistía hasta ahora en la estrategia infértil del “frente de izquierdas”. Ante un escenario así, ¿qué podrían hacer quienes buscasen favorecer las condiciones de vida de la gente humilde? Dado que el compromiso entre los “socialdemócratas” del SPD y la CDU de Merkel está lejos de romperse, en un escenario así, parece evidente que la salida pasa por buscar reconstruir la identidad nacional y comunitaria en clave progresista y construir un discurso anti-establishment diferente. Y con ese objetivo ha nacido este verano Aufstehen (En Pie), un movimiento liderado por Sahra Wagenknecht, copresidenta del grupo parlamentario de Die Linke en el Bundestag, inspirado en La France Insoumise de Jean-Luc Mélenchon y apoyado por miembros,

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‘‘Las opciones reales son elegir entre ser una fuerza testimonial cada vez más irrelevante, o aprender de la experiencia del Labour Party Corbyn y La France Insoumise; hasta ahora, las únicas fuerzas que han sido capaces de frenar el paso a la reacción y la xenofobia’’

antiguos y actuales, del SPD, del Partido Verde y obviamente, de Die Linke. A la propuesta nacional-popular de Aufstehen, que de momento no se va a constituir como partido político, se le ha criticado, antes que cualquier otra cosa, su posición sobre la inmigración y el control de fronteras. Sin embargo, el manifiesto fundacional del movimiento no hace referencia en ningún momento a una posición anti-inmigración, y deja claro que su meta principal es volver a poner en el centro de la agenda política las cuestiones sociales. ¿A qué se deben entonces esas críticas? Pues, en principio, podrían deberse a la tergiversación de declaraciones de Sahra Wagenknecht en las que se opone a la apertura total de fronteras. No obstante, la líder de Aufstehen defiende un fortalecimiento del derecho de asilo para los refugiados y una regulación de la inmigración laboral; una propuesta que no dista demasiado de lo que defiende el senador estadounidense Bernie Sanders, —“¿Apertura de las fronteras? Es una propuesta de derechas [que] empobrecería a todo el mundo en Estados Unidos”: así se manifestaba Sanders en una entrevista en agosto de 2015—. Intentando apagar las polémicas desatadas, la propia Wagenknecht remarcaba recientemente en una entrevista a la revista Jacobin su postura para evitar confusiones: “naturalmente hay que hablar de los problemas asociados a la inmigración […] se usa a los refugiados para ejercer una presión a la baja en los mismos —los salarios— y esto puede llevar a un crecimiento del sentimiento anti-inmigración […] Tenemos que dejar claro quién es responsable de estos problemas; por supuesto, no los refugiados. Pero necesitamos hablar de estos problemas.” ¿Con una postura política tan clara es posible seguir sosteniendo esa imagen demonizada de ella? Como dice Iago Moreno, compañero de esta revista, “La estrategia tradicional de Die Linke es totalmente insostenible; eso es algo que hasta los detractores de Wagenknecht entienden. El SPD ha tenido infinidad de ocasiones para romper la gran coalición, pero jamás lo va a hacer. De hecho, no se nos puede olvidar que la propia agenda neoliberal alemana comienza de la mano del gobierno de Schröder en 2010, que era

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un gobierno socialdemócrata”. No es posible concebir un frente común entre el SPD y Die Linke. Las opciones reales son elegir entre ser una fuerza testimonial cada vez más irrelevante, o aprender de la experiencia del Labour Party Corbyn y La France Insoumise; hasta ahora, las únicas fuerzas que han sido capaces de frenar el paso a la reacción y la xenofobia. En tiempos complicados, no perder la vocación de construir mayorías es vital; la única forma de construir proyectos auténticamente transformadores. Frente a quienes se resignan a enrocarse en la derrota, la vía Aufstehen parece la única factible para plantar cara a AfD. Notas [1] Los porcentajes de voto corresponden a las últimas elecciones regionales de que cada Estado y los datos de renta per cápita son de la Oficina Federal de Estadística alemán. Referencias - ELECTOMANIA. 2017. Alemania en 10 mapas. ELECTOMANIA. Disponible en: http://electomania.es/alemania-en-10-mapas/ - LACLAU, E. 1996. Universalismo, particularismo y la cuestión de la identidad. Emancipación y diferencia, Buenos Aires, Ed. Ariel. - RAMOS DIEZ-ASTRAIN, X.M. 2017. Nación y clase en la RDA. El mensaje nacionalista a través de la prensa del SED. En La historia. Lost in translation?. Actas del XIII Congreso de la Asociación de Historia Contemporánea, pp. 1233-1244.


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Lacan y el Mayo del 68: ¿Quiénes estaban buscando un nuevo qué? Por Jordi Mariné

“Si tuvieran un poco de paciencia y si quisieran que nuestros impromptus continúen, les diría que la aspiración revolucionaria no tiene otra oportunidad que desembocar, siempre, en el discurso del amo. La experiencia ha dado pruebas de ello. A lo que ustedes aspiran como revolucionarios, es a un amo. Lo tendrán.“ Jacques Lacan frente a una protesta estudiantil en Vincennes, el 3 de diciembre de 1969

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n los comentarios escépticos de las revueltas del mayo de 1968 suele sobrevolar, desde todos los frentes, las palabras de alguien llamado “Jacques Lacan” que se dice que retrataba los movimientos de 1968 como la búsqueda de “un nuevo amo” por parte de unos estudiantes ingenuos, acomodados y exaltados. De esto suele seguir una crítica a las diversas ramificaciones de la lucha insurreccional no exclusivamente económicas que tomaron fuerzas después de éste período, a veces para llegar a lúcidas advertencias frente los problemas de lo llamado como identity politics, a veces para revolverse en algún tipo de pureza existencial de toda clase obrera. En cualquier caso, la frase es un puente para criticar algún tipo de ingenuidad o vacuidad con la que se elucubraba la palabra de “libertad” en los hechos de 1968, para hacer ver cómo frente a la tensión entre la capacidad de transformar la sociedad y la de ser transformado (existente en todo movimiento del mismo tipo), claramente lo que comportó

o inició el mayo del 68 cayó frente a lo segundo. Negar completamente tal cosa sería de una necedad absurda, casi del mismo grado que lo sería dejar tales hechos guardados en un cajón como mera anécdota curiosa. No hay que ser ningún fino analista para ver que los acontecimientos del 68 aportaron algo, un cierto punto de inflexión, un momento de dinamismo insalvable, que nos sirve para poder entender el hoy mismo en términos de poder, política o estructura social. La cosa, con lo planteado, está clara: no sirve el legado confesional para responder a los acontecimientos del 68, no hay un “sí” o un “no” frente a lo ocurrido, lo interesante se encuentra en lo ambiguo, en una zona más “gris”. Lacan, sin duda, era consciente de tal cosa. Es hacer poca justicia de un autor de gran envergadura cómo Jacques Lacan el atribuirle a través de la interpretación reduccionista de parte de una frase una posición confrontada respecto lo que pasó en el mayo del 68. Es fácil ver, para cualquiera que haya siquiera intentado entrar en el cuerpo teórico lacaniano (o para cualquier persona medianamente rigurosa en general), los errores que puede causar el atribuir una interpretación desde una, cómo denominaba algo parecido Jorge Moruno hace ya un tiempo, frase de galletita del autor. No sólo eso: salir además de estas reconfortantes pero inútiles interpretaciones nos lleva a vislumbrar un planteamiento mucho más interesante respecto a la cuestión, ya que no se puede, para nada, decir que Lacan lo único que aporta son, por decirlo así, malas noticias.

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Fotografía de Bruno Barbey

Lacan no tomó ni una posición apolítica ni meramente contemplativa en el mayo del 68: en la mañana previa a la denominada la noche de las barricadas del 10 de mayo (1968) se publicaba una carta en el periódico Le Monde firmada por varios intelectuales y pensadores combativos del momento apoyando los signos de la contestación, entre los cuales firmó Lacan junto a pensadores como Jean Paul-Sartre o Maurice Blanchot. No fue, además, su único acto a favor de las movilizaciones: aquel mismo año Lacan suspendió su seminario a título de “El Acto Analítico” con el fin de mostrar simpatía por lo que se movía en ese momento (Dosse 1998). Las intervenciones públicas posteriores pero, junto con un carácter duro y enervante del psicoanalista, harían olvidar fácilmente éste apoyo por los hechos del 68 en favor de varias confrontaciones con los llamados “revolucionarios”: en la mañana del 22 de febrero de 1969, en una conferencia de Foucault, Lucien Goldman – connotado marxista – intentó burlarse de Lacan (apuntando también a un enemigo conceptual común desde ciertos movimientos sociales y epistémicos en esos tiempos: el estructuralismo): “¿Miró usted, en 68, sus estructuras? ¡Eran las gentes las que estaban en la calle!” le interpeló, a lo que Lacan respondió: “¡Si los eventos de Mayo demostraron alguna cosa, mostraron que fueron precisamente las estructuras las que fueron llevadas a las calles!” (Dosse 1998). La sesión que terminó con la cita inicial y la frase que nos incumbe fue dada unos meses más tarde (3 de diciembre de 1969) en Vincennes, centro experimental universitario, en una sesión anunciada a título de “Analiticón, cuatro impromptus”, dónde se organizó una protesta alrededor de la charla, con la que

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Lacan mantuvo un breve diálogo, situación que posteriormente comentará brevemente en una sesión de su “Seminario 17” (Lacan [1969] 1992). Algo similar también ocurrirá 3 años más tarde (1972), cuando Lacan sufrirá una irrupción seguida de un ataque por parte de un estudiante situacionista que intentaría transmitir su mensaje. El episodio, filmado por Françoise Wolff, concluyó con este comentario de Lacan: “Tal como decía él, deberíamos participar… Deberíamos cerrar filas para lograr… bueno, ¿qué, exactamente? ¿Qué significa la organización sino un nuevo orden? Un nuevo orden es el retorno de algo que, si recuerdan la premisa de la que partí, es el orden del discurso del amo […]. Es la única palabra que no se ha mencionado, pero es precisamente el término implícito en la organización” [1] (Stavrakakis 2007). En éste resorte de episodios biográficos se muestra algo que parece crucial para entender la lectura de Lacan de los acontecimientos: el discurso del amo. En el ya mencionado “Seminario 17” que Lacan dio entre 1969 y 1970, un año después de los eventos del 68, Lacan se interesaría por la discursividad, y desarrollaría desde ahí la idea de discurso como forma que tenemos los seres humanos de hacer lazos sociales. Lacan se plantea el discurso como algo estructural, fundado en la estructura del lenguaje, no en o desde el propio sujeto. Esto es relevante: lo que intenta articular con esto Lacan es una serie de dispositivos, de estructuras, aunque – como menciona severas veces – de estructuras “débiles”, es decir, dinámicas, no totalizantes. Lo que La-


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“Lo que Lacan [...] no podía aceptar, era una idea ingenua de liberación, el pensar en algún modo de salir de cualquier relación de poder, el pensar en un consenso liberador y completamente satisfactorio: esa era su principal advertencia”

can articula aquí no es nada parecido a una teoría como la de Freud en “El Malestar en la Cultura”, no pretende tanto: para Lacan ([1969] 1992, 13) el discurso es “un aparato que no tiene nada de impuesto, como se diría desde cierta perspectiva, nada de abstracto respecto a ninguna realidad. Por el contrario, está ya inscrito en lo que funciona como esa realidad [….], la del discurso que está ya en el mundo y los sostiene, al menos el mundo que conocemos“. Cuándo Lacan habla del discurso del amo no se refiere a un discurso abstracto o ahistórico siempre existente, se refiere a una forma concreta de organización de los lazos sociales que puede, a su vez, mutar o variar. Desde aquí, pues, ¿qué sería el discurso del amo? Tal discurso forma parte de los 4 discursos (junto con el universitario, el de la histeria y el del analista), podríamos decir, fundamentales para Lacan, que constituyen las relaciones sociales básicas que organizan cualquier tejido social, pero que también pueden convivir con otras formas. El discurso del amo, en ese sentido, organiza el vínculo entre el dominante y el dominado, entre el amo y el esclavo. Tal discurso parte y empieza a trabajar desde la sociedad griega y representa para Lacan el discurso en el que se manifiesta la filosofía, nombrado por Hegel, pero existente antes de éste. Sin necesidad de esbozar el dispositivo algebraico lacaniano, Lacan ([1969] 1992, 21) afirma en ése sentido que “La filosofía, en su función histórica, es esta extracción, casi diría que esta traición, del saber del esclavo para conseguir convertirlo en saber de amo“, es decir, que la filosofía ha funcionado como la extracción del saber hacer del esclavo (saber que Lacan usa en un sentido concreto también, como conjunto de

los otros significantes de los cuales el amo se encuentra desconectado) en el sentido en que se establecía en los diálogos de Platón de tomar la esencia, el saber transmisible de las técnicas artesanales. De esta operación distinguida de la filosofía antigua hay, cómo no, un retorno, un excedente, un límite: “Y luego esto se redobla, naturalmente, con un pequeño golpe, un retroceso, que no es ni más ni menos que lo que se llama un lapsus, un retorno de lo reprimido” (Lacan [1969] 1992, 20). Esto es algo característico de los discursos [2]: la operatividad de estos se estructura a partir de una falla, como bien lo plantea Morales (2016, 10) “las estructuras no se entienden por sus mecánicas sino por su caos“, el discurso del amo se entiende y opera a través de la producción del objeto causa de deseo que el amo no puede captar en tanto que sujeto, que ocasiona un giro, una pregunta por el ¿quién soy yo? (ilustrado por el movimiento introspectivo de Descartes), como lo plantea el propio Lacan ([1969] 1992, 22): “Es conveniente distinguir el momento en que surge este viraje de la tentativa de traspaso del saber del esclavo al amo y el de su reinicio, motivado sólo por cierto modo de plantear en la estructura toda función posible del enunciado en tanto se sostiene únicamente en la articulación del significante“. Ahí hay una operación bisagra en el discurso del amo, dónde pasamos de la pregunta hacia al otro (en minúscula, el esclavo) hacia la pregunta al Otro (en mayúscula), como bien concluye Dasuky (2010). Lo verdaderamente relevante de tal exposición es entender que el amo – que dirige todo este dispositivo -, no posee lo llamado como el saber sino que se dirige a tal, el saber se encuentra en ambas situaciones en la posición

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Fotografía extraída de Distrito Psicoanalítico

del esclavo en tanto que saber hacer o en el Otro, pero no en el amo, que simplemente se dirige a él. Esto – tomándome algunas libertades en favor de ser más claro – es lo que nos permite visualizar más cómo se entiende esta inicial relación de dominación: el amo no domina el esclavo en razón de su saber, simplemente le manda, sin necesidad de justificarse. Lacan ([1969] 1992, 32) es ahí claro: “He aquí lo que constituye la verdadera estructura del discurso del amo. El esclavo sabe muchas cosas, pero lo que sabe más todavía es qué quiere el amo, aunque éste no lo sepa, lo que suele suceder, porque de otro modo no sería un amo“. Ahora: no es complicado determinar qué tal forma de dominación dejó de operar hace ya un tiempo pero que, de algún modo, el discurso del amo se mantiene. Esto es clave en la interpretación de los hechos del 68 en Lacan, y – salvando las diferencias – lo esboza bien Zizek (2008): “Los sucesos más visibles y explosivos [del mayo del 68] fueron la consecuencia de un desequilibrio estructural, el paso de una forma de una forma de dominación a otra, […] del discurso del amo al discurso de la universidad“. Hay pues, en el transcurso del tiempo, una modificación del discurso del amo hacia el discurso universitario: el discurso del amo deja de operar bajo su estructura antigua para situar el saber en la posición dominante. “No crean que el amo está todavía ahí. Lo que permanece es

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la orden, el imperativo categórico” dirá Lacan ([1969] 1992, 111). Esa orden, esa ley, será la del saber, la nueva constitución de lo que se denominará como “saber del amo”, extraído, cómo dicho, del esclavo. Lacan afirmará que la ciencia asume la transmutación de la función del amo, para llevar a otro tipo de dominación que también estará (cómo lo estaba el discurso del amo en su forma antigua), sin duda, alejada de la verdad y sometida a la yocracia, es decir, al mito de un Yo ideal, del Yo como un significante en el sentido absoluto. Así, lo que hay fundamentalmente en el paso del discurso del amo antiguo hasta el del amo moderno, para Lacan, es una modificación del lugar del saber, donde juega un importante papel el llamado saber científico. Aún con tal transmutación del lugar del saber hacia la posición dominante, aún con ese nuevo movimiento de la dominación, no está nada cerrado: “la idea de que alguna forma o en algún momento, aunque sea como una esperanza en el futuro, el saber pueda constituir una totalidad cerrada, es algo que no había esperado al psicoanálisis para que pudiera parecer dudoso” (Lacan [1969] 1992, 31). Así pues ¿dónde está el nuevo amo que les recrimina Lacan a los estudiantes? Realmente Lacan no cierra la conversación con el famoso “A lo que ustedes aspiran como revolucionarios es a un amo. Lo tendrán”, a esto, un estudiante exaltado le contestó que ya tenían un amo, al presidente Georges Pompidou, de lo que Lacan se burla: “Ustedes se imaginan que Pompidou es un amo para ustedes. ¿Qué es toda esta historia?”. El nuevo


La trivial • #25 amo para Lacan constituía – en su momento – algo contra lo que realmente también se alzaron los propios estudiantes tanto en el 68 como en las protestas posteriores (de ahí su apoyo a estas): era una nueva dominación de un saber totalizante y jerárquico, de un saber que producía y reproducía tanto la castración como una plusvalía a través de la cual los estudiantes se reducían y igualaban a más o menos unidades de valor. Lacan ya vería algo de bueno en el levantamiento del 68 frente a éste saber cómo dominación estructurado en el discurso universitario, que pocos años más tarde desarrollaría más extensamente en otra forma de dominación, otra modificación al discurso del amo a la que llamaría el discurso capitalista, presentado, como plantea Jorge Alemán (2009, 54), como “un Saber absoluto, un fin de la historia consumado. Como si el carácter inevitablemente contingente del capitalismo en su realidad histórica hubiese podido ser naturalizado y “esencializado” de tal modo que ya no fuese posible concebir su exterior“. Lo que Lacan, por otro lado, no podía aceptar, era una idea ingenua de liberación, el pensar en algún modo de salir de cualquier relación de poder, el pensar en un consenso liberador y completamente satisfactorio: esa era su principal advertencia. Lacan veía claramente un problema en el movimiento liberador clásico consistente en despojarse de toda dominación para dejar paso a algo cómo un individuo previamente constituido: siempre existirán determinadas formas de dominación, relaciones de poder, nuevas organizaciones, por lo que la clave no está en su impugnación, la clave está en su dinamismo que, al final, se define en su orden, estructurado por sus límites. Éste es el doble filo de la posición antiutopista alumbrada por el psicoanálisis, que no deja de advertir sobre el fantasma del consenso desde todos los frentes: no existe ni la soledad absoluta ni la humanidad como algo total y completo, no existe nada cerrado en sí mismo más que como algo fantasmático. La advertencia frente a un nuevo amo no es un grito al inmovilismo, no es una rendición frente todo aparato social, ya que esto implicaría que tal está completamente cerrado. Precisamente esta misma advertencia, pues, tiene una buena noticia: debajo de diversas etapas de dominación siempre existe algo, existe un límite, un cierto caos que permite que las estructuras de discurso, aunque se presenten como estáticas o totalizantes, guarden una contingencia histórica, un punto de fuga para la deconstrucción que nos da la posibilidad de pensar en nuevas formas de colectividad, en nada más y nada menos que un nuevo orden: encontrarlo y repensarlas es la tarea revolucionaria.

Notas [1] El episodio se puede ver en: https://www.youtube. com/watch?v=giDhL1LOEu4 [2] Una excepción a esto (o, al menos, una complejización) la podría constituir, quizás, el carácter específico del discurso capitalista, elaborado por Lacan 3 años más tarde del seminario en cuestión Referencias – ALEMÁN, J. 2009. La metamorfosis de la ciencia en técnica: el discurso capitalista. En: J. ALEMÁN (ed.) Para una izquierda lacaniana… Intervenciones y textos. Buenos Aires: Grama, pp. 47-57. – DASUKY, S.A. 2010. El discurso del amo: de Hegel a Lacan. Escritos, 18(40), pp. 100-124. ISSN: 0120-1263. – DOSSE, F. 1998. History of Structuralism. Volume 2: The Sign Sets, 1967-Present. Londres: University of Minnesota Press. – LACAN, J. [1969] 1992. Seminario 17: El Reverso del Psicoanálisis. Traducido del francés por Enric Berenguer y Miguel Bassols. Buenos Aires: Paidós. – MORALES, H.R. 2016. Historia y estructuralismo: Lacan y el movimiento del 68. Psicoanalítica 3 (2016). ISSN: 2594-0112. – STAVRAKAKIS, Y. 2007. The Lacanian Left: Psychoanalysis, Theory, Politics. Edinburgh: Edinburgh University Press. – ZIZEK, S. 2008. Mayo del 68 visto con ojos de hoy. El País. Disponible en: https://elpais.com/diario/2008/05/01/opinion/1209592812_850215.html

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Lecciones de Lenin, un populista de verdad Por Blai Burgaya

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ara empezar, una definición rápida y simple de lo que es el populismo: es el intento de construir hegemonía para la generación de un nuevo “interés general” que es más que la suma de las partes individuales, en la medida en que para cristalizar debe anclar a su relato determinados significantes valiosos para su sociedad, y apropiarse con éxito de una nominación amplia que exprese la nueva identidad generada y su voluntad de poder. El populismo, entonces, es el estilo discursivo que interpela a los sectores subordinados y excluidos para unificarlos en una construcción bipolar frente al orden existente y las élites rectoras, responsabilizadas de las fallas sociales. A partir de ahí, y entendiendo que esto no es ni mucho menos una definición completa, analicemos algunas de las lecciones que nos dejó Vladimir Illitx Uliánov. De entrada, por lo que respecta a su modelo organizativo, Lenin propugna una “asociación” de los trabajadores, que sería un Partido Comunista, el cual organizaría la lucha de manera coherente, pues él pensaba que los trabajadores menos conscientes podrían perseguir equivocadamente objetivos reformistas a corto plazo, en lugar de objetivos genuinamente revolucionarios. Aquí se nos aparece de forma evidente, que podríamos catalogar esta afirmación como puro paternalismo, un paternalismo similar al que se nombra cuando hablamos sobre los Naródniki y el campesinado. En este sentido, tal vez esto tendríamos que tomárnoslo como un aprendizaje de lo que no hay que hacer. En su libro, El Estado y la revolución, Lenin ([1917] 2012) insiste en que el objetivo final del Estado soviético es su propia disolución. De hecho, en 1919, en una

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conferencia pronunciada en la Universidad de Svierklov, Lenin refiriéndose al Estado burgués, proclamó: “Nosotros hemos arrancado a los capitalistas esta máquina [el Estado] y nos hemos apoderado de ella. Utilizaremos esta máquina, o garrote, para liquidar toda explotación; y cuando toda posibilidad de explotación haya desaparecido del mundo, cuando ya no haya propietarios de tierras ni propietarios de fábricas, y cuando no exista ya una situación en la que unos están saciados mientras otros padecen hambre, sólo cuando haya desaparecido por completo la posibilidad de esto, relegaremos esta máquina a la basura”. Parece un ejemplo evidente de intentar interpelar a los sectores subordinados y excluidos para unirlos en una construcción dual frente al régimen político existente y las élites dirigentes, que son responsabilizadas de los problemas sociales. Por lo tanto, sería fácil inscribir esta parte del pensamiento de Lenin bajo el paraguas de la “hipótesis populista”, pero no por el hecho de querer destruir el Estado (realmente él defenderá la ‘extinción’) sino porque, hablándole a sectores desfavorecidos, Lenin identifica al Estado burgués como el rival a batir y, por lo tanto, culpabiliza de todos los problemas de la sociedad a este Estado burgués, de forma que consigue polarizar el debate: “o estás conmigo y con el proletariado o estás con el Estado burgués”. Así, Lenin crea un sentido de comunidad entre los que se enfrentan a los burgueses. Es decir, Lenin busca crear un “nosotros” entre la gente normal y trabajadora (“los de abajo” o “pueblo”) que se enfrentarán al “ellos” (“los de arriba” o “burgueses”). En ese sentido, podemos decir que Lenin, como los movimientos populistas más actuales, aspiraba a constituir y construir un pueblo. Para terminar con esta reflexión, cabe mencionar que Slavoj Zizek añade algo muy interesante a la caracterización de los movimientos populistas, el modo en que el discurso populista rechaza el antagonismo y construye el


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enemigo: “En el populismo, el enemigo es externalizado o reificado en una entidad ontológica positiva (aunque esa entidad sea fantasmal), cuya aniquilación restablecerá el equilibrio y la justicia. Simétricamente nuestra propia identidad -la del agente político populista- se percibe como preexistente al ataque del enemigo”. Volvamos ahora a El Estado y la revolución, en uno de sus apartados Lenin habla de la experiencia de la Comuna de París, en referencia a ella y a la organización del futuro estado socialista nos dice: “cuanto más intervenga todo el Pueblo en la ejecución de las funciones propias del poder del Estado tanto menor es la necesidad de dicho poder”. Lo que nos interesa aquí, es que Lenin equipara el significante pueblo con el de proletariado, pero no lo equipara con clase trabajadora. Básicamente porque, la clase trabajadora designa un grupo social preexistente, caracterizado por su contenido sustancial, mientras que el pueblo surge como agente unificado por el mismo hecho de la nominación. No hay nada en la heterogeneidad de las reivindicaciones que las habilite para ser unificadas en el pueblo. No obstante, Marx distingue entre clase trabajadora y proletariado; la clase trabajadora es efectivamente un grupo social concreto, mientras que el proletariado designa una situación subjetiva. Y Lenin sigue aquí a Marx en su concepción “no orgánica” del partido como diferenciado de la clase, concebida la propia “clase” como una entidad muy heterogénea y contradictoria, lo mismo que en su profunda sensibilidad para con la especificidad de la dimensión política en medio de las diferentes prácticas sociales. Por todo esto, podemos decir que la creación del significante proletariado, se hace a partir de una concepción simi-

lar a la de pueblo.“El proletariado no es realmente un no-grupo (la negación inmanente de un grupo, un grupo que es un no-grupo), pero no es un grupo y su exclusión de todos los estratos no sólo consolida la identidad de los demás grupos, sino que la convierte en un elemento libre, flotante, que puede ser utilizado por cualquier estrato o clase. Puede ser el elemento que radicaliza la lucha obrera, que empuja a los trabajadores desde las estrategias moderadas y de compromiso a la confrontación abierta, o el elemento utilizado por la clase dominante para corromper desde dentro la oposición a su favor” (Zizek 2010). Para aclarar todo esto, fijémonos en la Constitución Soviética de 1935 (aunque sea posterior a la muerte de Lenin): se retiró la suspensión de los derechos civiles de todos los estratos de la población (kulaks, ex capitalistas…), el derecho a voto se hizo universal, etc. Pero, la idea clave de esta constitución era que, la Unión Soviética ya no era una sociedad de clases: el sujeto del Estado ya no era la clase trabajadora (obreros y campesinos), sino el Pueblo. Se proclamaba que la guerra de clases había terminado ya y se concebía la Unión Soviética como el país sin clases del Pueblo, los que se oponían al régimen ya no eran meros adversarios de clase en un conflicto que desgarraba el cuerpo social, sino enemigos del Pueblo, seres despreciables que había que excluir de la propia humanidad. ¿No es acaso uno de los rasgos básicos de la “hipótesis populista”, la transformación del adversario (político) en un enemigo; de una rivalidad agonística a un antagonismo incondicional? Porque como dice Jorge Alemán, el populismo es Marx más la construcción contingente de un sujeto de la emancipación a partir de los antagonismos instituyentes de lo social.

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‘‘Exactamente al igual que sucede en la fórmula de Lacan con respecto al discurso del psicoanalista, lo que importa con el saber del partido no es su contenido, sino el hecho de que ocupe el lugar de la verdad’’

Finalmente, para ir terminando este pequeño análisis discursivo, Lenin nos dice: “la teoría marxiana es omnipotente porque es verdad”. Realmente, todo depende de cómo entendamos la palabra “verdad” en este contexto: ¿Se trata de un saber objetivo neutral o es la verdad de un sujeto implicado? Obviamente, no es una verdad cualquiera, es su verdad, la verdad de Lenin. Pero su intención, es la de convertir su verdad en la verdad general, la verdad del partido, la verdad única. Por lo tanto, está elevándose a sí mismo y al Partido a encarnación del saber absoluto, a agente histórico que tiene una comprensión perfecta de la situación histórica. Para hablar de esto, sería interesante remitirnos a Bertolt Brecht y un pasaje de La medida, la celebración del Partido. Una lectura atenta, nos hará descubrir que, en su reprimenda al joven comunista, el coro dice que el Partido no lo sabe todo, que el joven comunista puede tener razón a la hora de disentir de la línea predominante del Partido. Así pues, la autoridad del Partido no reside en un saber positivo definitivo, sino en una forma de saber, en un nuevo tipo de saber ligado a un sujeto político colectivo. El punto crucial es el siguiente: si el joven camarada piensa que tiene razón, debería luchar por su postura dentro de la forma colectiva del Partido, no fuera. Resumiendo, lo que el Partido reclama (y lo que reclamaba Lenin cuando afirmaba tener la verdad) es que uno acepte basar el propio “yo” en el “nosotros” de la identidad colectiva del Partido. Exactamente al igual que sucede en la fórmula de Lacan con respecto al discurso del psicoanalista, lo que importa con el saber del partido no es su contenido, sino el hecho de que ocupe el lugar de la verdad. Para concluir, habría que introducir aquí la distinción dialéctica clave entre la figura fundadora de un movimiento y la figura posterior que formaliza este movimiento: Lenin no se limitó a “traducir adecuadamente la teoría marxista en práctica política”: por el contrario, “formalizó” a Marx, definiendo el Partido como forma política de su intervención histórica, del mismo modo que san Pablo “formalizó” a Cristo y Lacan “formalizó”

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a Freud (Zizek 2010). En ese sentido, se puede afirmar que Lenin se dio cuenta de que ante la “objetividad” del marxismo había la necesidad de una “subjetividad”. Esto es justamente de lo que trata el populismo como forma de construcción de un discurso y de nuevas identidades. Zizek también apunta en esa dirección cuando afirma: “uno se siente tentado a cuestionar el propio término “leninismo”: ¿no se inventó con Stalin? y ¿no se puede decir lo mismo del marxismo [como doctrina], que fue básicamente una invención leninista, de tal suerte que el marxismo constituye una noción leninista y el leninismo una noción estalinista? Como dice Íñigo Errejón en el documental Política, manual de instrucciones, “casi todas las innovaciones en el mundo de los movimientos emancipadores han salido matando al padre”. Es decir, son innovaciones que vienen de herejías, que vienen de haber roto los manuales. Como hizo Lenin, haciendo lo contrario de lo que decían los manuales, esto es, que no se podía llevar a cabo una revolución socialista en un país sin un alto grado de industrialización. Frente a eso, Lenin elige intentarlo, yendo en contra de las teorías marxistas. Pero no por voluntarismo, sino por esa idea de que la política no es reflejar lo que ya existe en la sociedad y darle una expresión, sino que la política es crear, inventar algo que no estaba ahí. Lo que pasa es que, después hay muchos sectores que hacen de esa herejía inicial una nueva ortodoxia, cuando en realidad, lo que habría que copiar no es eso, sino la actitud o el estilo. Porque la esencia de un revolucionario tiene que ser ganar, no venerar al dogma. En mi opinión, esa intención de crear una nueva actitud, de darle la vuelta al orden o régimen existente creando un nuevo “sentido común”, es decir, una nueva normalidad a partir de la construcción de nuevos significantes o a partir del combate semántico para apropiarse de los significantes, está muy presente en Lenin. Esto, para mí, significa que la forma en que Lenin pone la teoría


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marxista a su servicio es claramente lo que actualmente solemos definir como populismo. Porque, como se ha dicho anteriormente, el populismo es Marx más la construcción contingente de un sujeto de la emancipación a partir de los antagonismos instituyentes de lo social.

nual de instrucciones [DVD]. España: Mediapro/Reposado

Referencias:

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ReseĂąas y Recomendaciones


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Leonas y Zorras de Clara Serra Por Merlina del Giudice

‘Que el capitalismo siempre sea patriarcal o el patriarcado siempre capitalista es una tentación de la razón de encadenar todo con todo, que todo cuadre de modo perfecto, pero una pretensión metafísica que no sirve para entender el mundo y sus huecos ni para hacer política con ellos.’ Clara Serra, fragmento de ‘Leonas y Zorras: Estrategias políticas feministas’

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l libro de Clara Serra sale apenas un mes después de un 8M orgásmico en el que el movimiento feminista demostró que el hartazgo de las mujeres ya no puede ser ignorado, y sale en medio de cientos de movilizaciones para reclamar una justicia por el caso de La Manada. Nos encontramos ante una avalancha de macro-sucesos en los que el movimiento feminista se esfuerza por demostrar su potencia y su poder, y a mi parecer en un momento idóneo para la publicación de un libro como este, ya que es en estos momentos, en los que nos encontramos en la cresta de la ola, donde es más importante plantearnos según qué aspectos, posiciones y debates sobre el movimiento. Este es el primer libro escrito por Clara Serra, y se nota en su contenido una fuerte influencia de la experiencia vivida de esta autora tanto en el mundo de la política como en el mundo de la enseñanza. Clara Serra es natural de Madrid, licenciada en filosofía en la Universidad Complutense y tiene un Máster en Estudios Avanzados

de Filosofía y otro en Estudios Interdisciplinarios de Género. Ejerció como profesora de secundaria y bachillerato de filosofía durante seis años. Participó activamente en las protestas contra el plan Bolonia y también en la creación de Podemos, donde en 2014 será nombrada responsable estatal del área de Igualdad, Feminismos y Sexualidades. Más tarde pasaría a ser diputada en la asamblea de Madrid donde es Presidenta Comisión de Mujer y Miembro de la Comisión de Sanidad. De primeras el título de la obra ya llama la atención, entre el guiño a la famosa distinción de Maquiavelo y el subtítulo ‘Estrategias políticas feministas’ es difícil resistirse para cualquier persona de esas que se han comido la cabeza con cómo conseguir espacios políticos más feministas. Cabe contextualizar el libro también en términos más académicos: en este momento la teoría política feminista se encuentra en parte absorbida por un debate de los más importantes a discutir para dar los siguientes pasos hacia la emancipación de la mujer y por ende la igualdad, y al cual todo movimiento que en algún momento se vea con posibilidades de ser ganador deberá de enfrentarse. A lo que me refiero es a este debate entre ‘buenas’ y ‘malas’ feministas, en el que algunas autoras y voces del feminismo (se me ocurre, por ejemplo, Jessa Crispin) critican, con buenos argumentos, que la nueva ola que está surgiendo y algunas de las nuevas formas de difusión del feminismo en realidad lo que hacen es vender un feminismo diluido que no lleva a una destrucción real de las raíces del patriarcado. Serra se posiciona desde un

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primer momento en este debate: su libro va dedicado a todas las ‘malas’ feministas, pero aunque el libro no busca criticar y tachar de neoliberal toda la nueva ola feminista, tampoco la idealiza como perfecta. En este debate Serra nos recuerda que el objetivo de las feministas es dejar de serlo, que no sea necesario que lo seamos, y por lo tanto afianzarse en la identidad de feminista no es una buena estrategia ganadora. Así, aunque los miedos a que el capitalismo se refuerce y nos deje con un sucedáneo comercial de feminismo en estos ires y venires de estrategia son normales y totalmente necesarios, no se puede responder a este momento de posibilidad ganadora con posturas casi reaccionarias (que a veces recuerdan a las de la vieja izquierda) sino con estrategias políticas transformadoras y no marginales que no olviden los objetivos reales de las feministas, que no son seguir siéndolo, sino poder dejar de serlo. Partimos aquí, además, de la base de que las relaciones de poder no se pueden destruir: por eso hay que transformarlas. Y hay que ser conscientes de que ese proceso de transformación es lento y las técnicas para conseguirlo pueden cambiar dependiendo del contexto, y también de la necesidad de una gran pluralidad de actores para lograrlo. Y las contradicciones que pueden aparecer son una parte fundamental y necesaria de la estrategia. Así, Serra empieza hablándonos del poder (mediante Butler y Foucault, entre otras/os autoras/es), de como no existe un afuera de este poder y por lo tanto todas somos sujetos construidos por el. Nuestra identidad, nuestra intimidad y nuestros deseos no pueden escapar del

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escenario en el que han sido creados (la idea contraria sería caer en la idea liberal de que pueden existir individuos previos y libres al poder, hechos a sí mismos) y ello no significa que la batalla esté perdida, sino que desde ahí hay que plantear nuevas estrategias. El poder no es cosa de hombres, no es algo que nos podamos permitir regalarles. Por el contrario, y aun siendo seres construidos por este poder, nuestra misión es hacerlo nuestro para poder cambiar las cosas. Es contrario a los propios intereses del movimiento rechazar la obtención de poder, ya que este va a seguir existiendo. Y para ello es necesario ser, precisamente, leonas y zorras. Ser astutas, en todos los campos de la vida, pero quizás especialmente en política, donde está terriblemente mal visto o invisibilizado cuando el sujeto de la astucia es una mujer, y por ello es necesario reivindicar nuestra validez como sujetos estrategas y defender que desde una posición feminista se abren incluso más posibilidades de estrategias ganadoras. A parte, en el libro se tratan temas muy polémicos que no pueden debatirse separados de lo expuesto anteriormente, como por ejemplo los debates referentes a quien es el sujeto del feminismo o el papel de los hombres dentro de la lucha, enlazados con la pregunta de qué papel juega el deseo y la diversión en la lucha por la hegemonía del feminismo. Me parece importante destacar la visión del deseo como algo central para lograr ser atractivas para la gente común, para construir lo que ella llama un feminismo popular. Como ejemplo al respecto tenemos la idea de construir una masculinidad que sea deseable, que sea un horizonte atractivo para los hombres.


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‘‘...podemos encontrar situaciones en las cuales la utilización del feminismo para fines mercantiles por parte del capitalismo nos abra a las feministas muchas posibilidades de hacer feminismo y llegar a más gente’’

Aún tratándose de un libro relativamente corto está lleno de contenido y de posiciones para los debates más actuales, uno de los más vivos está siendo la discusión de si el hecho de que el feminismo está de moda es algo positivo o negativo para el movimiento. Aquí Serra nos plantea ideas muy interesantes, alejándose de posiciones más tradicionales. Este dilema se presenta como uno de los muchos que se encuentran en la hegemonía, y aquí la autora nos plantea pensar políticamente, es decir, pensar en los efectos de una cosa más que en sus causas. Partiendo de esta base que nos hace valorar cada situación concreta frente a la que nos encontramos, podemos encontrar situaciones en las cuales la utilización del feminismo para fines mercantiles por parte del capitalismo nos abra a las feministas muchas posibilidades de hacer feminismo y llegar a más gente. En palabras de la autora: es parte de la estrategia saber encontrar rendijas de oportunidad para hacer política. Nos encontramos, pues, frente a un libro de teoría política en el que no hay solo ideas sueltas sobre el feminismo: la mayoría de los capítulos hilan bien entre sí, y está lleno de ejemplos y referencias de momentos reales en los cuales llevar lo expuesto a la práctica. En este sentido es de agradecer que las estrategias políticas feministas que anuncia el subtítulo no sean solo párrafos de teoría dura, de aquella que cuesta extrapolar a la calle.

las que debaten, teorizan y buscan alcanzar el poder para cambiar las cosas, para las que encontramos guiños cómplices en relación a lo cansino que es ser la que siempre insiste con feminizar un espacio. No obstante, es un libro que puede ser leído por cualquier persona con interés por el tema, ya que aún siendo un libro de teoría política no desprende esa dificultad intelectual (me atrevería a decir de tendencia masculina) que encontramos en muchos libros. No está escrito para ser descifrado, está lleno de ejemplos actuales que ayudan a comprender lo que se nos quiere explicar, en definitiva es un libro para la práctica que pretende ser útil en la lucha. Así, por ejemplo, ya en el principio nos explica la diferencia y el debate que se da en los años 90 entre el feminismo de la igualdad y el feminismo de la diferencia usando como referencia la última película de Mad Max. En resumen, y para no extenderme más, “Leonas y Zorras” es una lectura interesante que desprende experiencia y de la cual podemos aprender. Creo que el libro puede tener un público limitado, no obstante se encuentra lleno de estrategias para construir un feminismo popular. Está lleno de reflexiones necesarias para, en sus palabras, amplificar el campo de lo posible para no quedar atrapadas en la propia impotencia para transformar lo real.

El libro de Serra no es un libro dedicado a iniciar a nadie en el feminismo ni a contar la historia del movimiento. El libro a mi parecer tiene un público: las (y los) feministas que día a día luchan por ocupar y feminizar espacios,

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Populismo para socialdemócratas inquietos Reseña del libro ‘For a Left Populism’ de Chantal Mouffe Por Alán Barroso

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hantal Mouffe es una incondicional de la teoría populista. Junto a su compañero Ernesto Laclau escribió Hegemonía y estrategia socialista en 1985 y hasta el momento no ha dejado de aportar abundantes reflexiones en torno a la democracia radical y al agonismo pluralista además de pensar cómo actualizar los movimientos antagonistas y sus nuevas demandas en un contexto de derrota de la izquierda. Además de haber contribuido extensamente a desarrollar el debate del populismo (en España destaca su libro ‘Construir Pueblo’ junto a Íñigo Errejón) Chantal Mouffe no renuncia a ver sus tesis correspondidas de alguna forma en el entorno político actual, que ella se atreve a enmarcar como “momento populista”, es decir, como un momento de expresión de resistencia contra la condición postdemocrática producto de todas las transformaciones ocurridas desde finales de la década de los setenta que han llevado al afianzamiento de la hegemonía neoliberal y a un escenario post-político donde el conflicto ha sido sustituido por el dogma del TINA (There is no alternative) y del consenso hacia al centro, declarando la obsolescencia de la soberanía popular e impidiendo la posibilidad de una confrontación real entre proyectos de sociedad distintos. Este momento populista en el que la hegemonía dominante comienza a resquebrajarse debido a la proliferación y la multiplicación de demandas democráticas insatisfechas, requeriría entonces de la existencia de fuerzas políticas que se prestasen a la operación de construir una voluntad popular que federara todas esas demandas democráticas y que señalase un “nosotros” popular frente a un “ellos” oligárquico y mafioso.

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En ese sentido, este libro pretende ser, según la propia Chantal, una intervención política. Más allá de presentar la típica definición de populismo como una estrategia discursiva mediante la cual se construye una frontera que divide la sociedad en dos campos y llama a la movilización de ‘los de abajo’ contra ‘los de arriba’, Mouffe pretende proponer una estrategia específica para intervenir políticamente en tiempos de lucha contra la postdemocracia. Esta estrategia obedece, evidentemente, a los preceptos teóricos desarrollados por la teoría populista, pero su preocupación principal, parece ser, es la de lograr convencer de la virtud de esta estrategia populista a un sector importante de personas que intervienen políticamente desde posturas socialdemócratas clásicas y de izquierda tradicional. Tras un repaso breve a la historia reciente y tras la conclusión de que nos encontramos en un momento en el que la lucha contra las formas postdemocráticas de la política es imprescindible y que la incomprensión de esta batalla fundamental en muchos casos se ha llevado por delante a la socialdemocracia clásica, Chantal Mouffe opina que es evidente que el progresismo político (haciendo un guiño al izquierdismo timorato y a los socialdemócratas de espíritu inquieto) no puede resistir más en sus formas tradicionales de actuación y debe actualizarse y asumir nuevas estrategias y formas de intervención política. Esta reflexión se ha visto recientemente secundada por el apoyo de Chantal Mouffe a Jeremy Corbyn y al movimiento Momentum, que ha decidido recuperar eslóganes como el reconocido “For the


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many, not the few” (Para la mayoría, no para la minoría) y apostar por la creación de una frontera política de carácter populista entre un “nosotros” y un “ellos” (Mouffe 2018a). Sin embargo, esta aspiración de transformación y ese anhelo de incorporar a esa socialdemocracia timorata en el sendero del populismo se ve dificultado por una serie de cuestiones, que, más que reticencias de contundencia, son reticencias de prejuicios anclados en un caduco marco racionalista y positivista que genera inseguridades y miedos que Mouffe se afana en atajar. En nuestro país hemos visto como socialdemócratas honestos, como Pérez Tapias en su artículo Republicanismo frente a populismo en el debate de la izquierda, han entendido la importancia teórica del populismo y, al menos, han decidido ofrecerle la atención que se merece comprendiendo los principales rasgos de la “lógica populista”. Sin embargo, y parece que esto es algo generalizado entre la socialdemocracia, lo que más rechazo genera es que se sigue asociando al populismo con demagogia y, sobre todo, que “apela a las emociones más allá de razones y busca eco socialmente transversal interpelando a una sociedad a la que invita a verse como pueblo –lo que no deja de alentar reacciones ultranacionalistas” (Mouffe 2018b).

Son reticencias basadas en prejuicios racionalistas que, aunque ya caducos como dijimos antes, han de ser tomados en consideración con seriedad, puesto que constituyen la base principal de las críticas y recelos más típicos respecto al populismo. Esta posición, temerosa y desconfiada respecto a lo emocional y protectora de la garantía última de la razón, se basa en una división que glorifica la razón y vilipendia la emoción y que desconoce que ambas están íntimamente relacionadas y casi siempre evolucionan juntas. Chantal Mouffe defiende que los afectos juegan un papel decisivo en la constitución de las identidades políticas. De esta manera, la falta de entendimiento de la dimensión afectiva en los procesos de identificación sería una de las principales razones por las cuales la izquierda, encerrada en su marco racionalista, es incapaz de comprender las dinámicas de la política. El deseo es lo que mueve a los seres humanos a actuar y lo que los hace mover en una dirección u otra son los afectos. Las identificaciones que surgen de la cristalización de esos afectos son el motor de la acción política. Puesto que no existen ni identidades esenciales ni una división real que desconecte lo emocional de lo racional, el desprecio de la dimensión afectiva y emocional (en la que se generan las identidades políticas) es desaconsejable y puede llegar a suponer un tremendo lastre para intervenir políticamente, corriendo el riesgo de seguir insistiendo en una inexistente racionalidad del sujeto y obviando el espacio donde se generan las identidades políticas y donde se deben gestar las principales luchas. En distintos países europeos esto ha supuesto que esos

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“más que reticencias de contundencia, son reticencias de prejuicios anclados en un caduco marco racionalista y positivista”

afectos y sentimientos han sido capturados por partidos de extrema derecha que los han articulado de una manera xenófoba y excluyente (Tapias 2018). Se entiende que existe, desde la socialdemocracia, temor a las emociones en política que se vinculan asiduamente al fascismo y al recuerdo de los movimientos de masas de la época de entreguerras. Es preciso superar ese estigma emocional que lastra la comprensión de la política y que obstaculiza una intervención política eficaz y capaz en la actualidad favoreciendo así a otros movimientos reaccionarios. Al mismo tiempo, se mira con desconfianza la construcción de un “pueblo” por razones similares. Se relaciona la construcción de un pueblo con una idea de homogeneidad y de rechazo de la particularidad donde toda diferenciación desaparece para crear un grupo totalmente homogéneo. Nada dista más de la realidad del pueblo que intenta construir el populismo, que lejos de definirse por su homogeneidad se define por la equivalencia establecida entre una multitud de demandas heterogéneas que mantienen su diferenciación interna a la vez que se identifican unas con otras en el rechazo de los poderosos. Es cierto que actualmente, por desgracia, existen discursos políticos que construyen ese pueblo de manera supremacista y racista, pero eso no quiere decir que la única forma posible de existencia de ese pueblo sea de ese modo esencialista y homogeneizador. Precisamente para evitar que ese pueblo sea construido de ese modo reaccionario debemos asumir esa tarea urgente y construirlo nosotros mismos de una manera diversa y que aglutine una pluralidad de demandas en torno a una voluntad democrática común. En resumen, este es un buen libro para personas de tendencia socialdemócrata que compartan un cierto malestar por la situación actual del progresismo, víctima de la derrota constante y de su injustificable impasibilidad, y quiera recuperar la iniciativa y volver a plantar cara a

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las injusticias de manera frontal. Es un buen libro para eso, puesto que además funciona como un tranquilizador de conciencias para los valientes que se atrevan a bajar del carro averiado de la socialdemocracia y comenzar a impregnarse de teoría populista. No deja de insistir en la base liberal y pluralista de su propuesta estratégica además de intentar despejar, una a una, todas las incógnitas y miedos que surgen entorno a ella. En cuanto al estudio de la teoría populista, este libro no propone nada novedoso, más bien es un compendio básico de las aproximaciones habituales con un recorrido histórico que las contextualiza. Sin embargo, tiene un valor considerable si pretendemos que el populismo vaya más allá de eternas (pero necesarias) discusiones teóricas y permita articular demandas y proponer horizontes de futuro posibles, tarea para la que, sin duda alguna, necesitaremos de todos los compañeros de viaje posibles. Socialdemócratas incluidos. Chantal quiere decir: si Corbyn puede, tú puedes. Referencias - MOUFFE, C. 2018a. Corbyn muestra el camino a la socialdemocracia europea (tr. Andrea Sancho). CTXT. Disponible en: http://ctxt.es/es/20180425/Firmas/19194/chantal-mouffe-jeremy-corbyn-tranformacion-partido-laborista-nueva-hegemonia.htm - MOUFFE, C. 2018b. Populists are on the rise but this can be a movement for progressives too. The Guardian. Disponible en: https://www.theguardian.com/commentisfree/2018/sep/10/populists-rise-progressives-radical-right - TAPIAS, J.A. 2018. Republicanismo frente a populismo en el debate de la izquierda. CTXT. Disponible en: http://ctxt.es/es/20180822/Firmas/21286/jose-antonio-perez-tapias-populismo-idea-socialista-republicanismo.htm


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Cuatro películas muy políticas que no hablan de políticos Por Blai Burgaya

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uándo se habla de cine político se hace referencia habitualmente a tres tipos de películas: a) los biopics sobre políticos o personajes del mundo político; b) películas que recrean un hecho o proceso histórico concreto; y c) películas que critican modelos de sociedad o económicos… Pero cuándo se hace esta identificación tan concreta se olvida que todo el cine es político, aunque algunos films pueden tener más contenido político que otros. Básicamente porque toda historia tiene un punto de vista y pretende llegar a un grupo más o menos específico de espectadores, con lo cual, siempre hay contenido político detrás. Obviamente la diferencia se encuentra en la claridad con la que se expone el contenido político, pero este siempre está presente. En este sentido, hay películas que sin tener un contenido político muy obvio, llevan consigo reflexiones muy profundas sobre el funcionamiento de los individuos o de nuestras sociedades, porque “lo político” está en todas partes. Así pues, os proponemos cuatro películas que tienen un visionado muy ameno, pero con un contenido que hay que “masticar” durante días, porque para nosotros las buenas películas son las que producen esta sensación.

1. “Paterson” de Jim Jarmusch (2016): Paterson es un conductor de autobús que reside en la pequeña ciudad de Paterson, Nueva Jersey (sí, tienen el mismo nombre). Cada día Paterson sigue una simple y repetitiva rutina. Por el contrario, el mundo de su esposa Laura es siempre cambiante e inestable. La película contempla silenciosamente los triunfos y derrotas de sus vidas

diarias, recreándose en la poesía que surge en los más pequeños detalles. Ante la desazón a la que invita la oscuridad de nuestro mundo, una película como ‘Paterson’, que observa el mundo desde delicadas coordenadas poéticas, deviene una obra profundamente subversiva, un soplo de esperanza. Contra la cultura del odio, la ternura de despertar abrazado a la mujer amada. Contra el exitismo, la modestia de entender la creación artística como una labor íntima y cotidiana. Contra la ignorancia, una invitación a descubrir las rimas de la realidad, condensadas en los poemas de William Carlos Williams o Rod Padgett, cuyos versos libres marcan la cadencia meditativa de esta maravilla de Jim Jarmusch.

2. “Arrugas” de Ignacio Ferreras (2011): Esta es una película de animación que se centra en un espacio muy habitual en nuestro paisaje urbano, pero al que raramente prestamos atención. La historia de Emilio y Miguel, dos ancianos recluidos en un geriátrico que se hacen amigos cuando al primero le diagnostican un principio de Alzheimer, es una de esas historias que nos hace reflexionar poniéndonos frente a algunos momentos de absurdidad que se viven en nuestra sociedad actual. Así pues, Arrugas, con bonitos y enternecedores momentos de comedia, nos recuerda que todos seremos mayores y que, tal vez, el culto a la juventud que practica nuestra sociedad nos lleva a relegar a los ancianos a la condición de colectivo excluido.

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‘‘una película como ‘Paterson’, que observa el mundo desde delicadas coordenadas poéticas, deviene una obra profundamente subversiva, un soplo de esperanza’’

3. “París, Texas” de Wim Wenders (1984): Cerca de la frontera entre México y Texas, un hombre que padece de amnesia aparece en el desierto. Después de caminar durante varios días se desploma. En el centro de salud donde es ingresado se averigua su nombre, Travis, y que ha estado perdido durante cuatro años. Hasta allí se desplaza su hermano, que había denunciado su desaparición años atrás y lo lleva a su hogar en Los Ángeles. Partiendo de este marco, se desarrolla una historia llena de emociones reprimidas y conversaciones con las miradas y los silencios. Una película que consigue emocionar sin contarnos nunca todo lo que está sucediendo, pero sin más pretensiones que la de contar una historia.

4.“Everyday Rebellion” de Arash T. Riahi y Arman T. Riahi (2015): ¿Qué tienen en común el movimiento Occupy Wall Street con los indignados de España o la Primavera Árabe? ¿Hay alguna conexión entre la lucha del movimiento iraní para la democracia y la revuelta de Siria? ¿Cuál es el enlace entre las activistas ucranianas de Femen y una cultura islámica como Egipto? Los motivos para protestar de todos ellos son diferentes, pero las tácticas no violentas que utilizan en sus luchas están muy conectadas. También lo están los activistas que comparten estrategias, nuevas ideas y métodos establecidos. Everyday Rebellion es una historia sobre la riqueza de las protestas pacíficas, representadas cada día por gente apasionada en España, Irán, Siria, Ucrania, EEUU, Reino Unido, Grecia...

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