Semanal25062017

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25 de junio de 2017 • Número 1164 • Jornada Semanal

Eve Gil

Intimidades

Gabriela Rábago Palafox: jugar al miedo

E

L PROTEICO VALENCIANO Gonzalo Moure, autor de al menos treinta libros de ficción en los que plantea problemas políticos, sociales y desde luego existenciales, se dirige a lectores niños y adolescentes debido a su vocación por promover la lectura, pero también, porque: “…mi primera novela tenía, por necesidades puramente prácticas del argumento, a dos niños como protagonistas. Y me tuve que meter en su mente, y me di cuenta de que me resultaba asombrosamente fácil… Y seguí por ese camino, ampliándolo a la adolescencia, a ese maravilloso momento en el que elegimos, por primera vez, nuestro destino”. En su novela

El síndrome de Mozart (Premio Gran Angular 2003) un neurólogo, el padre de Irene, la protagonista de diecisiete años, induce a su hija a conocer y a tratar a Tomi, quien según la hipótesis paterna padece el síndrome de Williams, el mismo de Mozart, la que de probarse desmentiría los diagnósticos por otras “anormalidades” del genio de Salzburgo, como la depresión maníaca o el síndrome de Tourette. El especialista Mario Arellano Penagosa anota que “en 1885, el neurólogo francés Guilles de la Tourette describió el síndrome que lleva su nombre, como una afectación nerviosa caracterizada por incoordinación motriz, presencia de tics, ecolalia, coprolalia, conducta obscena y otras manifestaciones de desorden neurológico…, se supone que Mozart estuvo afectado de este síndrome, y así fue asentado durante el Congreso Mundial de Neurología efectuado en Viena en 1985”. El deseo del neurólogo de la novela de confirmar el síndrome de Williams en Mozart propicia a contracorriente la iluminación de Irene, en episodios encadenados mediante una frase final, que sirve a su vez de título al capítulo siguiente, manteniendo la linealidad temporal pero intercambiando la voz protagónica por la voz del narrador externo. Un ejemplo, Yárchik, joven ucraniano del que Irene cree estar enamorada, dice: –Fue ella la que te convenció paraabandonar el piano fue una decisión dolorosa para mí… –comienza diciendo Irene en el siguiente capítulo. Porque la novela trata sencilla y ricamente de la música como aventura y como forma superior de comunicación. Al respecto, Yárchik asevera contundente: “La música es la explicación de lo que no tiene explicación. [Porque] Ni las palabras se pueden explicar con música, ni la música se puede explicar con palabras.” Entonces, como sucedía con Mozart, para Irene parece haber dos Tomis

“muy distintos: uno era un chico inseguro, nervioso y huidizo. El otro era un artista, una excepción de la naturaleza”.“El Tomi inquieto y desconcertante de los tiempos muertos, dejaba su lugar a un Tomi interesante y experto.” Y lo que empieza con un diálogo entre un violín y una armónica, asciende a la interpretación de la Sonata para violín y piano 360, de Mozart, del que Tomi despliega el Andantino como si llevara dos siglos ensayándolo cuando en realidad lo desconocía hasta ese momento.“Y Mozart resucitó durante unos minutos”, exclama Irene, porque “la música no se crea, se descubre, como un teorema…” “Mi padre se equivocaba, no era Mozart quien tenía el síndrome de Williams, sino ellos los que tienen el síndrome de Mozart.” “¿Quiénes son los anormales y quiénes los normales?”, pregunta Irene, si el lenguaje musical, como el lenguaje de las manos da “una explicación mucho más sencilla del mundo que la que intentamos dar nosotros con las palabras, las viejas y traidoras palabras”. En esas andaba yo cuando el rubor de hurgar en mi intimidad, ventilando cartas y anécdotas familiares, reportes psiquiátricos y ajustes de cuentas con mi papá, mi abue y las palabras, palideció ante la obscenidad del gobierno de Peña Nieto, que “se infiltra en los teléfonos inteligentes y otros aparatos para monitorear cualquier detalle de la vida diaria de una persona por medio de su celular: llamadas, mensajes de texto, correos electrónicos, contactos y calendarios. Incluso puede utilizar el micrófono y la cámara de los teléfonos para realizar vigilancia; el teléfono de la persona vigilada se convierte en un micrófono oculto”. Entonces, ¿por qué no intentar usar en forma distinta las viejas y traidoras palabras para rascarle el alma a nuestra cotidianidad de país en guerra, de mundo a punto de estallar, de vida en trance de extinción irreversible? •

TOMAR LA PALABRA

Agustín Ramos

L

A OBRA DE GABRIELA Rábago Palafox parece más extensa que su vida. Cuando murió, en circunstancias más especuladas que aclaradas, a los cuarenta y seis años (nació en Ciudad de México, en 1950), llevaba largo trecho como escritora. Fue la primera mujer galardonada con el Premio Puebla de Ciencia Ficción con un cuento considerado clásico,“Pandemia”, que resume espléndidamente sus obsesiones literarias. En dichas obsesiones, presiento, está la clave de una apasionante biografía de la que no disponemos de momento. Pero me place imaginarla tan sensible a los fantasmas y otros fenómenos paranormales como Octavio, el niño narrador de Todo ángel es terrible… o como Fernanda, su posible alter ego y protagonista de La muerte alquila un cuarto, quien escribe relatos de ciencia ficción y reconoce haber sido una niña asustadiza que disfrutó, como el pequeño Octavio, de la sensación de miedo.“Jugar a tener miedo”, le llama: “Ahora me doy cuenta de que ese miedo, pese a sus proporciones, era un espantajo de cartón.” La contratapa de La muerte alquila un cuarto nos hace interesantes revelaciones que pudieran contribuir al armado de su perfil biográfico: nació en San Pedro de los Pinos en una casa embrujada, como Octavio. En 1981 rechazó la beca del Internacional Writing Program de la Universidad de Iowa, se nos dice, por razones amorosas y apego al sol. Aunque no sea propiamente ciencia ficción, Todo ángel es terrible, su primera novela, se desarrolla en los límites de la realidad y la fantasía. Narrada por un adulto que recuerda un episodio particularmente doloroso de su infancia –se dirige a alguien especial, indudablemente su amante–, recrea como muy pocos la intimidad de un niño y nos hace ver que la inocencia no es para nada inocua. Octavio, además de inocente, es tierno, pero una serie de circunstancias despierta en él un instinto de destrucción. ¿Pierde la inocencia cuando azota contra el suelo a Soponcio, la tortuga? ¿Cuándo estrangula a la gata Carina, acción que, afirma, le produce una mezcla de placer y tristeza? ¿Cuándo sorprende a su hermano Andrés en pleno intercambio erótico con Bill? Procede a chantajear a su hermano: o le entrega su anillo o le dirá todo al abuelo. Quizá sea justo aquí donde Octavio pierde la inocencia. En La muerte alquila un cuarto tienen cabida la ciencia ficción, la fantasía y la trama policíaca. Una pareja de amantes, el fotógrafo Míquel y la escritora Fernanda, habitan una “romántica” vecindad de Ciudad de México, frente a un colegio de señoritas muy afectas a espiar a los vecinos, y en forzada convi-

vencia con una pintoresca familia de gitanos. Llevan una relación estrecha con otras tres parejas de artistas: Saltiel y Marlina; Jacobo y Rafael y África y Beatriz. El clima de convivencia se enturbia tras la muerte de Marlina: una bomba molotov le ha golpeado la cabeza durante una gresca en El Chopo, pero Jacobo está convencido de que fue un asesinato. ¿Por qué? ¿Por quién? Uno a uno empiezan a morir o a sufrir atentados y de pronto el asunto pareciera tener una explicación sobrenatural. La muerte alquila un cuarto es también una denuncia contra la discriminación que sufren los homosexuales y los enfermos de sida, tema asimismo de “Pandemia”, publicado en el primer número de ¡Nahual! (1995), fanzín que es casi leyenda en el medio de la ciencia ficción mexicana pese a sólo alcanzar seis números. En 1988, año en que el citado texto resultó premiado, al sida se le consideraba una plaga apocalíptica, y como tal se le aborda. Un mortífero virus ha ido despoblando el planeta y, aunque sus primeras víctimas fueron homosexuales y prostitutas, no tarda en alcanzar a niños y amas de casa. Las características del virus hiv, htlv/ iii o lav , coinciden plenamente con las del sida. La denuncia social es otra constante en la narrativa completa de Gabriela, como en otro de sus relatos célebres,“Resurrección”, publicado en la primera antología de ciencia ficción mexicana, Más allá de lo imaginado, de Federico Schaffler (Tierra Adentro, 1991): un niño resucita la erradicada doctrina del cristianismo a través de esculturas macabras. Nos hace ver al cristianismo, el fabricado por los hombres, como una perversión del genuino. Post mortem se incluyó un cuento de su autoría, “La pluma de Bartolomé”, en la antología Ginecoides (las hembras de los androides) (Lumen, 2003) donde figura otra autora mexicana poco valorada: la tamaulipeca Olga Fresnillo, también ganadora del Premio Puebla en 1992 y más apegada a la ciencia ficción tradicional •

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BIBLIOTECA FANTASMA

ARTE Y PENSAMIENTO ........


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