La Jornada del Ecológica

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Directora general: Carmen Lira Saade Director fundador: Carlos Payán Velver
278 Números anteriores Correos electrónicos: ivres381022@gmail.com • estelaguevara84@gmail.com versusGeocracia mercadocracia e co l og
julio 2024
Director: Iván Restrepo Editora: Laura Angulo
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Presentación

Álvaro de Regil Castilla Director ejecutivo de La Alianza Global Jus Semper

Esta es una síntesis de la investigación iniciada en 2020 para el desarrollo de un nuevo paradigma verdaderamente sostenible que he denominado Geocracia o gobierno por la Tierra. Su fin es proponer una nueva concepción de la vida para la especie humana en armonía con nuestro hogar, el planeta Tierra, y todos los organismos vivos.

Vivir en armonía con él requiere que todo lo que la especie humana consuma lo haga sosteniblemente. Es decir, que lo que consumamos en un año para satisfacer todas nuestras necesidades reales suceda de tal forma que el planeta pueda reponerlo en el mismo periodo de tiempo. Si consumimos más en ese término, nuestras

En portada, foto: Jess Bailey/Pexels

Abajo: formaciones de piedra gris

Foto: Mike Birdy/Pexels

formas de vida siguieron una trayectoria insostenible. Vivir sosteniblemente es una condición ineludible para nuestra existencia.

Si deseamos legar a las siguientes generaciones humanas un futuro donde puedan interactuar con el planeta disfrutando de una vida digna y satisfactoria, desarrollando todas nuestras capacidades y

asegurando el futuro de todas las especies es indispensable hacerlo de manera sostenible a largo plazo. Agradezco a La Jornada Ecológica la oportunidad de dar a conocer a un público más extenso una síntesis de la investigación que he venido realizando en bien del planeta Tierra y sus habitantes humanos y no humanos.

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Nos enfrentaremos a catástrofes planetarias si no viramos el rumbo

13 millones de toneladas de plásticos acaban en los océanos cada año

Foto: Alexander Tidd/Marina de EU/PNUD

E n los últimos dos años, el informe completo sobre la Mitigación del Cambio Climático elaborado por los científicos del Panel Intergubernamental del Cambio Climático de la ONU (IPCC, por sus siglas en inglés), así como las investigaciones de otros centros, como el Centro de Resiliencia de Estocolmo, han confirmado que seguimos una trayectoria fatal.

A menos que viremos rápidamente en la dirección contraria, las probabilidades de que nos enfrentemos a catástrofes planetarias que pongan en grave riesgo la existencia de vida en nuestro planeta en

los próximos veinte años son realistas y probables. No es sorprendente que sigamos viendo que tal amenaza existencial –resultado directo de las estructuras socioeconómicas dominantes del capitalismo– continúe cayendo en los oídos sordos de quienes detentan el poder, particularmente en el Norte Global, precursor abrumador de la crisis planetaria a la que nos enfrentamos.

En su lugar, estas élites persisten en una narrativa que hace creer a la mayoría de la gente que todo lo que tenemos que hacer es disminuir nuestras emisiones de

ÁEl autor

lvaro de Regil Castilla es fundador y director ejecutivo de La Alianza Global Jus Semper desde 2003. Su misión es provocar la toma de conciencia y contribuir a la generación de ideas para la visión transformadora que daría forma al paradigma verdaderamente democrático y sostenible de la Gente y el Planeta y no el mercado. Para mayor información visite el portal en su versión en castellano aquí: https://jussemper.org/Inicio/Index castellano.html

Este texto fue originalmente publicado en inglés por la revista Monthly Review en 2023: https://mronline.org/2023/04/08/ the-unbearable-unawareness-of-our-ecologicalexistential-crisis/

CO2 para abordar el cambio climático sin cambiar los sistemas de estilo de vida consumista necesarios para que el capitalismo se sostenga. Impulsan, explícita e implícitamente, la idea de que las proezas tecnológicas resolverán nuestros problemas para que podamos seguir confiadamente persiguiendo nuestros impulsos consumistas en nuestra búsqueda de la felicidad. Basándonos en el historial de los centros de poder, es evidente que los humanos y los no humanos seguramente llegaremos a nuestra desaparición en las próximas décadas

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a menos que la gente común se libere de la delirante narrativa avanzada por éstos que ha dominado a la opinión pública. No hay posibilidad de que las generaciones futuras disfruten de una vida sostenible y digna a menos que cambiemos radicalmente nuestra cultura y nuestros hábitos de vida y aprendamos a vivir en armonía con nuestro hogar, el planeta Tierra. El gran reto es provocar la toma de conciencia y el pensamiento crítico entre el ciudadano común.

La fractura planetaria

La fractura planetaria es esencialmente, en marcado contraste con la forma en que viven los no humanos, el resultado de la alienación de los seres humanos del resto de la naturaleza al no vivir en armonía con los procesos naturales de la Tierra. Como resultado directo de los albores de la Revolución Industrial, las sociedades humanas pasa -

ron de pequeñas comunidades rurales a zonas urbanas. La producción de bienes pasó de las fuentes de energía tradicionales, como los molinos de agua, a la energía de vapor que utilizaba combustibles fósiles mediante la combustión de carbón. Dicho hito produjo las sociedades de consumo esenciales para sostener el capitalismo, invadiendo gradualmente el medio ambiente, contaminando el aire y los ríos, agotando los nutrientes necesarios del suelo para los productos agrícolas, talando los bosques e industrializando la producción de alimentos de origen animal.

El capitalismo, imbuido de un dualismo que separa al ser humano de la naturaleza, consideraba los recursos naturales del planeta como un “don de Dios” que debía utilizarse inexorablemente para la reproducción y la acumulación de riqueza de los dueños de los medios de producción, todo ello en pos de una espiral

interminable de producción, consumo y crecimiento de los beneficios.

Con la Segunda Guerra Mundial llegó la gran aceleración del impacto humano sobre el planeta que fue consolidando la fractura planetaria ya detectada en el siglo XIX por Karl Marx y otros. En efecto, siguiendo los trabajos del químico agrícola Justus von Liebig sobre la pérdida de nutrientes del suelo (“nitrógeno, fósforo y potasio”) con la “segunda revolución agrícola” a mediados del siglo XIX, Marx desarrolló el concepto de fractura metabólica.

Marx detectó que las relaciones sociales del capitalismo producían la fractura de los seres humanos en su relación con el metabolismo de la naturaleza. Esta fractura es, desde luego, mucho más compleja y profunda en nuestra época.

Al intensificar la mecanización y la industrialización de los estilos de vida de los consumidores, todo ello anclado

en el uso de combustibles fósiles, concretamente petróleo, carbón y gas natural, el capitalismo también produce una miríada de productos y servicios absolutamente innecesarios destinados a satisfacer necesidades creadas artificialmente que no hacen más que exacerbar la fractura ecológica entre los humanos y el planeta, todo ello en aras de una mayor acumulación para los dueños de los medios de producción.

Así, oímos hablar todo el tiempo del calentamiento global y del cambio climático, pero de forma engañosa. Los medios de comunicación corporativos y los gobiernos se centran en los efectos del cambio climático sobre la sostenibilidad de las estructuras que permiten que la producción y el consumo se reproduzcan y acumulen para el capitalismo monopolista y transnacional actual. Empero, nunca cuestionan su sostenibilidad. De aquí que se embarquen en su discurso de

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Foto:

A menos que cambiemos radicalmente nuestras estructuras socio-económicas –cómo vivimos, cómo trabajamos, producimos, nos movemos, nos reproducimos, nos comunicamos, viajamos, jugamos, nos entretenemos, etcétera– nos acercamos rápidamente a un riesgo existencial real.

prodigios tecnológicos para apaciguar a sus “unidades de consumo”.

Los oímos hablar de los informes deliberadamente censurados del IPCC y de las conferencias de la ONU sobre el cambio climático (COP1 a COP28), despojados de las recomendaciones clave de los científicos, como la imperiosa necesidad de disminuir la producción y el consumo, ya que estos son los principales impulsores de las emisiones de gases de efecto invernadero.1 Nos mantienen deliberadamente ignorantes sobre la causa subyacente del cambio climático.

Los nueve límites planetarios de la sostenibilidad

A pesar de lo anterior, el cambio climático es solo uno de los nueve límites planetarios que el capitalismo actual ha transgredido o está a punto de transgredir, con umbrales probablemente irreversibles. Esto constituye la fractura metabólica ecológica planetaria producida por la humanidad a través de un sistema económico que requiere un crecimiento incesante en la producción y el consumo de productos y servicios que afectan al metabolismo natural de nuestro planeta. Los científicos han determinado que los nueve límites (el cambio climático, la acidificación de los océanos, el agotamiento del ozono estratosférico, los flujos biogeoquímicos de los ciclos del nitrógeno y el fósforo, el uso del agua dulce, el cambio en el uso de los suelos, la pérdida de integridad de la biosfera, la carga de aerosoles atmosféricos y las nuevas

entidades) son indispensables para mantener la estabilidad de la Tierra y permitir a los seres humanos y no humanos vivir de forma sostenible y en armonía con nuestro hogar.

Cinco de los nueve límites planetarios han sido traspasados por la actividad humana, según se informa en el informe de un equipo internacional de dieciocho investigadores publicado en la revista Science. Estos límites son el cambio climático, la pérdida de integridad de la biosfera, el cambio en los sistemas del uso del suelo, la alteración de los ciclos biogeoquímicos (fósforo y nitrógeno) y las nuevas entidades. 2

De tal suerte que, a menos que cambiemos radicalmente nuestras estructuras socio-económicas –cómo vivimos (cómo trabajamos, producimos, nos movemos, nos reproducimos, nos comunicamos, viajamos, jugamos, nos entretenemos, etc.)– nos acercamos rápidamente a un riesgo existencial real. Los científicos consideran que el cambio climático y la integridad de la biosfera son “límites básicos”. Una alteración significativa de cualquiera de ellos “conduciría al Sistema Tierra a un nuevo estado”, lo que implica un estado mucho menos habitable.

En este sentido, el geólogo Will Steffen afirmaba que transgredir un límite aumenta el riesgo de que las actividades humanas lleven inadvertidamente al Sistema Tierra a un estado gravemente inhóspito, perjudicando los esfuerzos por reducir la pobreza y provocando un deterioro del bienestar humano en muchas partes del mundo, incluidos los países ricos.

Los ambientalistas ecosociales Foster, Clark y York explican que los límites del cambio climático, la acidificación de los océanos y el agotamiento del ozono estratosférico pueden considerarse puntos de inflexión en los que, si cruzamos sus umbrales, haremos que la Tierra sea incapaz de sustentar la vida, mientras que los límites de los ciclos del nitrógeno y el fósforo, el uso del agua dulce, el cambio en el uso del suelo y la pérdida de biodiversidad se consideran el inicio de una degradación ambiental irreversible. Al elegir los humanos vivir alienados del metabolismo del planeta –demandando y consumiendo recursos para satisfacer nuestras necesidades, muchas de las cuales son completamente superfluas– nos convertimos en los impulsores directos del cambio climático y de la fractura planetaria, de ahí el concepto de Antropoceno impulsado por el capitalismo. El uso actual del término procede del químico atmosférico ganador del premio Nobel Paul J. Crutzen

Notas

cuando declaró, basándose en una comprensión directa del cambiante Sistema Tierra, que hemos pasado del Holoceno a la época del Antropoceno. Unos años más tarde, Steffen y el historiador medioambiental John McNeill declararon: “El término Antropoceno... sugiere que la Tierra ha abandonado ya su época geológica natural, el actual estado interglacial llamado Holoceno”. Andreas Malm sostiene que la época del Capitaloceno es un término más adecuado porque no se trata de la geología de la humanidad, sino de la acumulación de capital. La cuestión global de esta reflexión es que la Edad Capitalocéntrica representa una amenaza existencial realista para los humanos y los no humanos. De aquí que, a menos que sustituyamos las estructuras del capital con la máxima urgencia, nos enfrentaremos a nuestra desaparición en las próximas décadas, hasta el punto de que si hay algún superviviente, no reconocerá nuestro planeta tal y como lo conocemos hoy.

1 Los medios de comunicación corporativos y los gobiernos censuraron el informe del IPCC Mitigation of Climate Change report y difundieron una versión edulcorada, escrita por y para los gobiernos, titulada Summary for Policymakers (IPCC, Climate Change 2022: Mitigation of Climate Change). Este “resumen” eliminaba las conclusiones más importantes de los científicos del informe original. Para más información sobre los informes filtrados, véase también Los Editores de Monthly Review: “Los Informes Filtrados del IPCC,” — La Alianza Global Jus Semper, (enero 2022).

2 Un estudio publicado en 2022 informa de que “se ha superado el espacio operativo seguro del límite planetario de nuevas entidades, ya que la producción y las emisiones anuales aumentan a un ritmo que supera la capacidad mundial de evaluación y vigilancia.” Véase: Linn Persson et al., Fuera del Espacio Operativo Seguro del Límite Planetario para Entidades Noveles — La Alianza Global Jus Semper (marzo 2023).

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l secuestro de la democracia por la mercadocracia E

El sentido común convencional impulsado por el mercado, los gobiernos y los medios de comunicación corporativos (o sea el capitalismo) es que la mayoría de las naciones disfrutan de un entorno democrático. Esto no puede estar más lejos de la realidad, pero la mayoría de la gente cree que en efecto vivimos en sociedades democráticas. Empero, las pruebas desmienten tal mito. Demuestran que lo que los gobiernos consideran democracia es un engaño, ya que la verdadera democracia es un entorno totalmente distinto al que padecemos bajo el capitalismo. Padecemos y no disfrutamos de un paradigma mercadocrático que reina supremo sobre las vidas de nuestras sociedades. En lugar de una estructura social diseñada para procurar el bienestar de todos los rangos de la sociedad –con especial énfasis en los desposeídos–, tenemos un sistema de consumidores individualistas alienados, desentendidos de los asuntos públicos. Es un sistema diseñado para maximizar la acumulación de capital de los “señores” del mercado. Se trata de la pequeña élite de inversores institucionales de los mercados financieros internacionales y sus corporaciones en esta era del capital monopolista imperial. Se trata de un sistema impuesto por las oligarquías actuales a expensas de la mayor parte de la población mundial y de nuestro hogar, el planeta Tierra. El factor fundamental que explica el entorno mercadocrático que ha consolidado el capitalismo es que las “instituciones democráticas de la sociedad” han sido secuestradas

mediante la corrupción para imponer el capitalismo en todas las esferas de la vida pública. El entorno democrático es una parodia de la democracia representativa para imponer la mercadocracia, con un coste cada vez mayor para todo el espectro de los derechos humanos.

Al desmontar la impostura democrática se pone al descubierto la cruda incongruencia entre el discurso político establecido y la realidad que padecen las sociedades. El dogma

En página 6, cuadro abstracto rojo y negro

Foto: Alex Montes/ Pexels

Víctimas de un huracán en Haití, recogen ayuda humanitaria que les cae del cielo

Foto: Logan Abassi/ Naciones Unidas

establecido es que los habitantes de muchas naciones, tanto en las metrópolis del sistema como en la periferia, ya “disfrutan” del resultado de las luchas de las sociedades por construir paulatinamente un acuerdo, el contrato social, que determina las reglas de convivencia armónica que el pueblo, la ciudadanía, define cómo deben conducirse todas las cosas que pertenecen a la cosa pública.

Sin embargo, la verdadera democracia sólo puede mate -

rializarse si la agenda pública es determinada y controlada libremente por los ciudadanos. Ningún interés especial puede interferir en el proceso mediante partidos políticos o grupos de cabildeo a sueldo. En su lugar, tenemos sistemas políticos que los detentadores del poder económico han corrompido por completo. Ellos controlan la cosa pública mediante el control de la agenda pública, el elemento crítico en su diseño. Esta diminuta oligarquía, que comprende

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menos del 1 por ciento de la población, controla a los políticos de los poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial, financiando sus campañas políticas y asociándose con ellos en sus empresas privadas. Los políticos se convierten en agentes del mercado que impulsan su supuesta agenda pública. Así, la democracia representativa es un nefasto sobrenombre para el régimen mercadocrático que padecemos.

La connivencia tácita entre quienes controlan las esferas pública y privada garantiza que el poder legislativo siga en manos de “legisladores” que representan los intereses de las élites del mercado. Utilizando la terminología de Jeffrey Winters para las oligarquías, las oligarquías civiles se centran en bajar los impuestos y reducir las normas que protegen a los trabajadores y a los ciudadanos de las fechorías empresariales, precisamente el mantra neoliberal que domina la política económica actual.1 Estas construyen instituciones “democráticas” que las protegen legalmente de las acciones judiciales con -

tra su mal comportamiento. Y, como explica Winters, sostienen todo esto mediante la financiación de campañas políticas y un cuadro de cabilderos profesionales que les permiten ejercer una influencia indebida sobre la política. De este modo, deciden qué temas de la cosa pública se abordan, y sólo en la dirección que beneficia a sus propios intereses privados. De aquí que, en lugar de vivir en sociedades democráticas, vivamos en sociedades mercadocráticas bajo la dictadura de los dueños del mercado. Además, el secuestro de la democracia se ha llevado al extremo, donde la mercadocracia encarna la economía de casino controlada por la especulación pura y dura en los mercados de inversión. Así, casi todos los aspectos de la vida humana se han bursatilizado para la especulación financiera. El capital monopolista también ha producido un gran salto en la desigualdad. Esto se observa mejor en la mercantilización del trabajo humano, con millones de personas padeciendo una vida muy

precaria, bregando en una ética de moderno trabajo esclavo. Foster, Jamil Jonna y Clark sostienen que, para comprender el funcionamiento interno del capitalismo financiarizado actual, es esencial entender su nexo monetario corruptor y corrosivo que se extiende a todos los aspectos de la existencia humana. La codicia y el poder están subsumidos en su médula y constituyen su fuerza motriz.

El propósito de la democracia es conciliar el interés público (el bien común) con el interés individual (el bien privado), de modo que la libertad del individuo no busque su interés privado en detrimento del interés público. En marcado contraste, partiendo de la libertad individual, el capitalismo persigue el interés privado del individuo sin tener en cuenta su impacto en el bienestar de todos los demás participantes en el sistema. Los principios fundamentales de la verdadera democracia, como la igualdad, la justicia social, el bienestar y la regulación, son anatema para el capitalismo y la mercado -

cracia. La maximización de su riqueza es su único sentido moral. Hay dos ejemplos impecables y paradigmáticos de la connivencia cuidadosamente calculada entre los intereses privados y los políticos para suplantar los instrumentos reguladores de un entorno democrático e imponer la mercadocracia.

Un ejemplo es la eliminación de la Ley Glass-Steagall estadunidense de 1933. Esta ley se instituyó como reacción directa a las prácticas económicas y bancarias que produjeron el desplome del mercado de 1929. La ley separó deliberadamente la banca comercial de la banca de inversión para prohibir que los préstamos y ahorros comerciales se bursatilizaran en los mercados financieros. Además, la ley prácticamente prohibía cualquier préstamo destinado a operaciones especulativas y eliminaba la omnipresente posibilidad de los conflictos de intereses. Sin embargo, en 1999, el núcleo de la Ley Glass-Steagall fue derogado por el Congreso estadunidense como cul -

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Foto: El Nuevo Día

minación de un esfuerzo de cabildeo de 300 millones de dólares por parte de los sectores bancario y de servicios financieros. Su peor efecto fue un cambio cultural, que sustituyó las prudentes prácticas tradicionales de la banca comercial por una fiebre especulativa, en la que los principales actores bursatilizaron la banca comercial.

El otro ejemplo es el caso Citizens United contra la Comisión Electoral Federal, decidido por el Tribunal Supremo estadunidense en 2010. La decisión equivalía a la homologación del capital con los seres humanos en forma de corporaciones. La idea que impregna la cultura estadunidense de que las empresas deben ser consideradas personas jurídicas con derechos individuales, como si fueran personas físicas, fue finalmente refrendada. La sentencia equiparó la persona de las corporaciones a la de los ciudadanos, permitiendo a éstas ejercer su “derecho” a la libertad de expresión en las cam -

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menos que los pueblos del mundo rompan el consenso impuesto por el sistema, tomen conciencia y se organicen para construir un paradigma radicalmente distinto y genuinamente sostenible, asistiremos a la consolidación absoluta de la mercadocracia.

pañas políticas, permitiéndoles gastar tanto como quieran para apoyar u oponerse a candidatos individuales. Así, las empresas son libres de apoyar financieramente las agendas políticas de su elección y, con frecuencia, de su diseño. Con algunas variaciones, los recintos gubernamentales han sido invadidos por el poder corporativo en todo el mundo. En marcado contraste con una esfera verdaderamente democrática, el mercado ha invadido la esfera pública y dicta la vida de las sociedades en todo el mundo.

La mercadocracia tiene dos características distintivas: en primer lugar, contrariamente a su pretensión de generar prosperidad, ha desarrollado tremendas e insostenibles desigualdades y destrucción medioambiental en todas partes. Es intrínsecamente injusta y un paradigma en beneficio propio para los centros de poder económico y político y sus estructuras cuidadosamente protegidas por el consenso fabricado a tra -

Foto: Pattama

Chomsree/Pexels

vés de sus aparatos mediáticos dominantes, destinados a mantener a la mayoría ajena al entorno mercadocrático. En segundo lugar, los gobiernos no aplicaron este proceso democráticamente. Nunca se ha informado a la gente ni se le ha pedido que apruebe las estructuras actuales mediante un referéndum debidamente informado tras un proceso de propuestas, debates y resoluciones. Giorgos Kallis lo resume sucintamente: “El ‘libre mercado’ no es un proceso natural; se ha construido mediante la intervención deliberada de los gobiernos. La repolitización de la economía exigirá un cambio institucional arduamente

combatido para devolverla al control democrático”. Dale Jamieson sostiene que estamos bajo el control de un sistema monstruoso, y escribe: “Parece como si viviéramos una extraña perversión del sueño de la Ilustración. En lugar de que la humanidad gobierne racionalmente el mundo y a sí misma, estamos a merced de monstruos que hemos creado”.

A menos que los pueblos del mundo rompan el consenso impuesto por el sistema, tomen conciencia y se organicen para construir un paradigma radicalmente distinto y genuinamente sostenible, asistiremos a la consolidación absoluta de la mercadocracia.

1 Según Winters, el motivo existencial de todos los oligarcas es la defensa de la riqueza. La forma en que responden varía en función de las amenazas a las que se enfrentan, incluido su grado de implicación directa en el suministro de la coerción subyacente a todas las reivindicaciones de propiedad y si actúan por separado o colectivamente. Estas variaciones dan lugar a cuatro tipos de oligarquía: guerrera, gobernante, sultanista y civil. Jeffrey A. Winters, Oligarchy (Cambridge: Cambridge University Press, 2011).

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esmitificando la ilusoria narrativa del capitalismo “verde” D

E l hecho de que vivamos bajo la dictadura del mercado no significa que éste no trabaje para disminuir la creciente conciencia sobre su naturaleza depredadora. Lo hace presionándonos para que lo apoyemos y para que creamos que siempre progresa en beneficio de todos, encontrando soluciones a todos los obstáculos que le ponen los humanos o la naturaleza. Su implacable propaganda intenta convencernos de que el capitalismo y el estilo de vida hedonista que inculca son sostenibles.

Quienes mueven los hilos del paradigma mercadocrático se esfuerzan por mantener viva la fantasía prometeica (innovativas y muy ingeniosas) de que sus proezas tecnológicas domesticarán al planeta, controlarán el cambio climático y sostendrán el estilo de vida consumista de las generaciones futuras, ahora que sus efectos y la ruptura de otros límites planetarios empiezan a emerger en la conciencia de una creciente mayoría. El mensaje implícito es que la gente vivirá en la dicha, disfrutando de un alto nivel de vida material y consumiendo tantos recursos de la Tierra como puedan permitirse, cortesía de la soberbia tecnológica del siglo XXI. Esta narrativa está anclada en el virtuosismo de la “cuarta revolución industrial” (4RI) y sus proezas tecnológicas, como la inteligencia artificial, el aprendizaje de máquina, los drones autónomos y de movilidad aérea urbana, los sistemas de vigilancia y la robótica, entre otros. La idea es pasar de la actual revolución digital a la 4RI, que promete cumplir muchos de los

llamados objetivos de desarrollo sostenible.

La supuesta 4RI y sus aplicaciones se están utilizando para preservar la esfera mercadocrática lanzando “el gran reinicio”. Presentado como la solución a los problemas existenciales de la humanidad, el Foro Económico Mundial (FEM) de Davos, Suiza, posiciona este” reinicio” como la forma en que las sociedades deben hacer frente a nuestros problemas existenciales de sostenibilidad. La pretensión es reestructurar completamente a la sociedad hacia un nuevo paradigma capitalista, anclado en la 4RI:

Página 10: Myrland Nordland, Noruega

Foto: Stein Egil Liland/ Pexels

México, tercer generador mundial de basura electrónica

Foto: DGCS UNAM

“A medida que nos adentramos en una ventana de oportunidad única para dar forma a la recuperación, esta iniciativa ofrecerá ideas para ayudar a informar a todos aquellos que determinan el futuro estado de las relaciones globales, la dirección de las economías nacionales, las prioridades de las sociedades, la naturaleza de los modelos empresariales y la gestión de un patrimonio común global. Basándose en la visión y la vasta experiencia de los líderes comprometidos en las comunidades del Foro, la iniciativa

Gran Reinicio tiene un conjunto de dimensiones para construir un nuevo contrato social que honre la dignidad de cada ser humano… Tendremos un mundo más enfadado… pero la 4RI impactará completamente en nuestras vidas, nos cambiará realmente a nosotros, nuestra propia identidad, lo que por supuesto dará vida a políticas y desarrollos como el tráfico inteligente, el gobierno inteligente, las ciudades inteligentes”. El argumento se presenta como una idea para el bien de la gente y los bienes comunes globales. Pero, ¿con qué auto -

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ridad pretenden impulsar una iniciativa que cambiará nuestras vidas por completo, así como nuestras propias identidades? En plena congruencia con la mercadocracia, ¿con qué autoridad pretenden “construir un nuevo contrato social”? ¿Han preguntado a los demos si queremos tecnologías que nos privarán de nuestra identidad y nuestra dignidad? Se trata de una absurda y cínica iniciativa para acelerar la implantación de la 4RI estrictamente desde la perspectiva de la élite global para maximizar su riqueza y poder. Esta narrativa es coherente con la solución profusamente avanzada por los gobiernos, a saber, los “nuevos tratos verdes” de Estados Unidos y la Unión Europea. El contexto es la idea del “lavado verde” para resolver los problemas ecológicos manteniendo intacta y bajo control la naturaleza del capitalismo. Éste promete reducir las emisiones de CO 2 manteniendo un crecimien -

to incesante, un consumo sin fin y una enorme desigualdad, lo que constituye una evidente contradicción: la promesa de resolver el problema manteniendo la causa directa del mismo. El contexto subyacente del “green new deal” está anclado en una economía capitalista. Sus objetivos incluyen lograr las reducciones de gases de efecto invernadero y de emisiones tóxicas necesarias para mantenerse por debajo de 1.5 0 C de calentamiento mediante una “transición justa y equitativa de los trabajadores”, que incluya la creación de millones de empleos sindicales buenos y bien remunerados y el fomento de los convenios colectivos.

El abismo entre lograr una transición justa y permanecer en un entorno de trabajadores y la creación de millones de empleos sindicales de “altos salarios”, que implica una relación capital-trabajo, valor de cambio, cadenas de suministro globales de explotación

Botellas de plástico en la Ciudad de México

Foto: Greenpeace

laboral, crecimiento económico y consumo incesante de recursos y de bienes y servicios, es sorprendente.

Por supuesto, el proyecto de ley no explica cómo pretende reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y tóxicos y al mismo tiempo permanecer en un entorno capitalista que requiere un crecimiento incesante para la acumulación de capital. La palabra decrecimiento, referida a la reducción de la producción y el consumo, no existe en el documento.

La verdad fundamental que echa por tierra tal narrativa se basa en el simple sentido común, debidamente respaldado por las ciencias naturales o la física. La humanidad no puede reducir drásticamente las emisiones de CO2 sin reducir drásticamente la producción y el consumo, porque estos, junto con el crecimiento de la población, son los principales impulsores no sólo de las

emisiones de gases de efecto invernadero, sino de toda la fractura planetaria causada por la transgresión capitalocéntrica de nuestros nueve límites planetarios.

Si la naturaleza del capitalismo es la producción y el consumo incesantes para satisfacer la acumulación de riqueza entonces permanecer dentro del espacio seguro de nuestros límites planetarios bajo el capitalismo es intrínsecamente insostenible. Todos los seres vivos interactúan metabólicamente con la naturaleza para mantenerse. Toman nutrientes de sus ecosistemas y, en esta interacción, “ayudan” –consciente o inconscientemente– al planeta a reponer sus recursos para que se mantenga un equilibrio sostenible.

Las acciones de todas las especies en esta interacción y las condiciones impuestas por la naturaleza transforman los procesos y los resultados de sus intercambios dinámicos.

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Esto constituye las interacciones metabólicas entre todas las especies y la naturaleza. Los humanos, como otra especie, también tenemos una “interacción metabólica con la naturaleza”.

Como dependemos de la naturaleza para mantenernos y reproducirnos, nuestra actividad interactúa con los ecosistemas en los que actuamos y, combinada con las condiciones impuestas por la naturaleza, produce resultados que influyen en los ecosistemas y pueden transformarlos. A medida que tomamos conciencia de nuestra relación social mutuamente dependiente con la naturaleza, podemos intentar mantenerla cuidando nuestro planeta, tratándolo como a un amigo y nuestro hogar, o podemos no hacerlo, como ocurre con el capitalismo.

Para que el capitalismo prospere y cumpla todos los sueños de la élite que lo impulsa es necesario el consumo infinito de recursos y la transgresión de estos límites, haciendo caso omiso del hecho irrefutable de que vivimos en un planeta con recursos finitos, lo que convierte al sistema mercadocrático en delirante y totalmente insostenible.

Los científicos lo saben desde el siglo XIX. La soberbia tecnológica no puede abolir las matemáticas de la acumulación capitalista ni las leyes de la termodinámica. Su segunda ley establece que la transformación de la energía no es completamente reversible (la transformación de una cantidad de energía en desperdicios).

Por lo tanto, no es posible no tener consecuencias en la economía, que se basa

en dichas transformaciones. Si la economía hubiera reconocido la naturaleza del proceso económico, podría haber sido capaz de advertir a sus colegas para la mejora de la humanidad –las ciencias tecnológicas– que lavado -

ras, automóviles y superjets ‘más grandes y mejores’ deben conducir a una contaminación ‘más grande y mejor’, escribió Georgescu Roegen. Si no fuera por esto, todos los seres vivos de este planeta podrían consumir los recursos

del planeta eternamente sin que se agotasen. Y aunque la tecnología puede aumentar la eficiencia energética para reducir la huella ecológica de la actividad económica, aumenta exponencialmente el uso de nuevas tecnologías que incrementan el impacto medioambiental.

Es la paradoja del efecto rebote. Una mayor eficiencia, paradójicamente, se convierte en una mayor utilización del recurso.1 Por ello, la narrativa predominante de que no tenemos que preocuparnos porque la tecnología nos permitirá continuar con nuestras vidas consumistas porque, por ejemplo, la sustitución de nuestros vehículos de gasolina por otros cargados con litio resolverá el problema, es un engaño deliberado para proteger el régimen mercadocrático y mantenernos inconscientes de la causa raíz.

De aquí que capitalismo y sostenibilidad sean una incoherencia. Son totalmente incompatibles, ya que el primero exige un crecimiento incesante mientras que el segundo requiere una disminución drástica de nuestra huella ecológica hasta que alcancemos un estado estacionario que pueda sostenerse permanentemente a lo largo de muchos siglos.

Los grilletes de la adicción al consumismo

El capitalismo es tan resistente que ha potenciado un ambiente mercadocrático adornado con la parodia de la democracia representativa que padecemos. Empero, su poder de embrujo apela con fuerza a nuestros instintos

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Si la mercadocracia es tan descaradamente injusta, inhumana y depredadora, y apuesta por nuestros instintos más perversos de egoísmo y hedonismo, ¿por qué la gente no se rebela contra los grilletes del consumismo, sino que permanece fiel a la trayectoria de perdición del sistema actual?

más individualistas y egoístas. Lo hace precisamente a través del encanto del consumismo, condición indispensable para que el capitalismo exista, prospere y se sostenga. De este modo, este entorno nos ha despojado de nuestra identidad y nos ha reducido a meras “unidades de consumo” instrumentales al servicio del sistema. Nuestra escala de valores y nuestro carácter moral general están anclados en el consumo, que debemos practicar a diario para existir, ya que se nos ha inculcado una cultura consumista.

¿Qué es el consumismo?

El consumismo es un acto de devoción a la religión del régimen mercadocrático, una especie de semidiós que nos bendice cada día con la gratificación instantánea que obtenemos al consumir lo que compramos. Lo hacemos inconscientemente, profesando lealtad a los deseos que creemos que llenarán el vacío creado por el mundo abrumadoramente materialista en el que vivimos.

En un mundo así, nuestros instintos humanistas se suprimen en favor de una escala moral anclada más en lo que tenemos que en lo que hacemos –como en el dilema planteado por Erich Fromm en Tener o ser, entre la cultura del tener y la cultura del ser– para sentir que existimos. Vivimos y morimos por nuestra capacidad de tener y, por tanto, de existir.

En lugar de sociedades democráticas, nos hemos convertido en sociedades de consumo por dos razones principales, que proporcionan un proceso autorreforza -

dor de producción y consumo que beneficia a la acumulación de capital. En primer lugar, las sociedades de consumo son esenciales para que el capitalismo exista y prospere. Es una condición indispensable para la reproducción y el implacable y creciente proceso de acumulación capitalista global. La segunda razón es inherente a nuestra transformación de seres humanos a unidades de consumo alienadas, en las que nuestra capacidad de consumir es la única forma que tenemos de existir y de sentir que nos hemos ganado un lugar en este mundo. Esto se materializa en la combinación del disfrute de la vida burguesa (para quienes pueden permitírsela) y la lucha por sobrevivir y competir para convertirse en miembros de la burguesía –las clases consumidoras medias y altas– para quienes aún no han alcanzado ese nivel, los socialmente considerados pobres y desposeídos.

Todos necesitan existir, así que todos compiten por adquirir la capacidad de consumir para tener. Es un comportamiento parecido al síndrome de Estocolmo, en el que las personas con cierto grado de conciencia sobre la vacuidad de los valores de consumo deciden apostar por aumentar su consumo y sus posesiones tanto como puedan permitirse, tras considerar que el sistema es imbatible. De este modo, las necesidades existenciales de las personas y la necesidad de acumulación del capitalismo se refuerzan mutuamente, haciendo de la mercadocracia un paradigma muy resistente. Como en muchas religiones en las que se nos promete

otra vida si vivimos la actual como buenas personas y de acuerdo con las enseñanzas del credo que profesamos, el consumismo actúa como un señuelo, una promesa, ofreciéndonos una identidad existencial materialista y la felicidad a través de un estatus social admirable si nos adherimos fielmente a la práctica religiosa del consumo.

Los grilletes de la adicción al consumo

El poder del paradigma mercadocrático nos ha colocado en una trampa existencial. Esto nos ha privado de nuestra identidad y dignidad, con una creciente desigualdad, imponiendo a miles de millones de personas una vida de indigencia y explotación, y la aparición de miles de millones de precarizados y desposeídos, donde la mayoría de nosotros, en mayor o menor grado, hemos jurado lealtad, como zombis, a una especie de credo existencial consumista.

Si la mercadocracia es tan descaradamente injusta, inhumana y depredadora, y apuesta por nuestros instintos más perversos de egoísmo y hedonismo, ¿por qué la gente no se rebela contra los grilletes del consumismo, sino que permanece inconscientemente fiel a la trayectoria de perdición del sistema actual? Malm propone, como algunas de las razones, un estado de negación organizado y colectivo, la complejidad del carácter abstracto de la crisis planetaria, la inconveniencia que plantea la idea de que lo que hacemos al consumir los recursos de la Tierra contribuirá a matar a seres humanos y no humanos en

otros continentes, sobre todo cuando hay enormes distancias entre víctimas y victimarios, y la percepción de que nos enfrentamos a un problema sin solución en el que chocaríamos contra un muro de ladrillo. Malm se pregunta por qué nos resignamos a ese destino, e incluso lo consentimos explícitamente. Propone que lo hacemos por el poder de un sistema de ideas que está tan profundamente arraigado en la propia materialidad de la sociedad burguesa que resulta invisible, inaudible, aplastantemente eficaz porque no se enuncia y se da por sentado. Esto nos incapacita para actuar contra las fuerzas que han tomado el control de nuestras vidas, de la sociedad y de cómo se trata y cuida el planeta. Malm propone el Aparato ideológico del Estado de Louis Althusser para abordar el problema. El aparato recluta a sus súbditos por interpelación o llamando, “oye, tú ahí”. Si te das la vuelta, has sido reclutado. Así, si te enseñan a apreciar el valor de uso de un producto o servicio, como la calefacción central o el transporte individual o la última prenda de moda, es la mercancía material la que realiza la interpelación magnética. Nos convertimos en partícipes de la mercadocracia, en complacientes receptores de sus beneficios y bendiciones, y en súbditos del acto de consumo.

Este ritual material fomenta una lealtad tan profunda que se vuelve inconsciente, tan complejo que si nos despojan de ella, perdemos nuestro ser, para consumir, para tener, para existir. Nos convertimos en sujetos complacientes del

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sistema y ajenos a sus daños corrosivos.

Hoy, la publicidad nos interpela cada segundo del día. Pero es tan poderosa que también nos interpela la presión de grupo y el “deseo” inculcado por el sistema de buscar un estatus social más significativo teniendo más posesiones. Si no expresamos nuestros símbolos de estatus, perdemos nuestro sentido de la identidad. En las sociedades consumistas actuales se nos anima activamente a expresar nuestro sentido de identidad a través de nuestras posesiones materiales, y perderlas puede significar, por tanto, perder nuestro sentido de identidad.

La psicoanalista Sally Weintrobe propone esto como un factor crítico detrás de la inacción popular ante el cambio climático. Somos lo que somos por lo que tenemos, no por nuestras cualidades y valores intrínsecos. Por ello, como creyentes practicantes de la mercadocracia, que exige una espiral interminable de producción/consumo/acumulación, nos vemos arrastrados a un consumo cada vez mayor. Si perdemos nuestro poder de consumo, dejamos de existir. No somos más que unidades de consumo, zombificadas por la religión mercadocrática que nos posee como un semidiós. Hemos sido ungidos como súbditos y despojados de nuestro ser como parte de la naturaleza. Así que nos resignamos a nuestro destino de perdición.

Malm sostiene que esta condición es aun más pronunciada entre los más ricos. Si se es miembro del precariado, puede haber una reacción positiva para contrarres -

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tar la interpelación, oponerse a la mercadocracia, convertirse en un hereje del mercado. La eficacia de la contra-interpelación es directamente proporcional al poder adquisitivo, escribe Malm. Así, las clases medias y altas del Norte y del Sur Global prefieren ignorar las crecientes advertencias sobre el cambio climático y la fractura planetaria, y se resisten incluso a las políticas que tratan de mitigar sus causas profundas. En cambio, los desposeídos tienen poco que perder si reaccionan contra el sistema, si no conducen ni viajan, y si sólo consumen apenas lo necesario para sobrevivir en los márgenes del sistema. Por consiguiente, la única solución real es reducir drásticamente el consumo utilizando la lógica del mercado. Sólo organizando un movimiento revolucionario de no cooperación, de frugalidad, de boicot permanente, construyendo al mismo tiempo un bien común sostenible, anclado en los principios de geocracia, “gobierno por la Tierra”, un paradigma ecosocial.

Sólo una pequeña porción de la humanidad es responsable

Los consumidores pudientes son los precursores del Antropoceno, ya que son responsables de la inmensa mayoría de las emisiones de dióxido y, por tanto, del traspaso de otros límites planetarios. Esto es especialmente cierto en el Norte Global, pero también en las clases altas del Sur Global que aspiran a emular los estilos de vida y principios consumistas del Norte. Según un estudio reciente, el 10 por ciento más rico de la población mundial fue responsable del 52 por ciento de las emisiones de carbono acumuladas entre 1990 y 2015, agotando el presupuesto mundial de carbono en casi un tercio, mientras que el 50 por ciento más pobre fue responsable de sólo el 7 por ciento de las emisiones acumuladas y utilizó sólo el 4 por ciento del presupuesto de carbono disponible. Otro estudio concluye que las personas acomodadas, las más reticentes a poner fin a su fidelidad al credo mercado -

crático, constituyen la fuerza motriz fundamental responsable de la fractura planetaria. Otra evaluación, que profundiza en los obstáculos psicosociales para sustituir la cultura dominante del consumismo, lo contempla desde la perspectiva de la teodicea secular, de forma similar a mi afirmación de que el capitalismo nos ha inculcado el consumismo como una religión. Según Tim Jackson, el poder evocador del consumismo nos permite encontrar sentido a nuestro lugar en el mundo adoptando una especie de teodicea secular. Según el diccionario de Oxford, la teodicea es “la reivindicación de la providencia divina en vista de la existencia del mal”. En la tesis de Jackson, el consumismo representa la sustitución de una teodicea religiosa por una secular, como una nueva religión. La religión secular actúa como mecanismo compensatorio del vacío creado por el papel declinante de la religión y la búsqueda de sentido a nuestra existencia en vista del bien, el mal, el sufrimiento, la injusticia y la anomia, siendo esta última la ausen -

cia de normas sociales y éticas en una sociedad. Por lo que Jackson sostiene que los bienes materiales tienen un poder evocador cuyo principal objetivo es ayudar a crear un mundo social y encontrar un lugar creíble en él a través de su posesión, consumo y uso. La ‘generación de las compras’ es instintivamente consciente de que la posición social pende del poder evocador de las cosas. La corriente subyacente es la ansiedad existencial que padecen las sociedades.

“Nuestro fracaso sistemático a la hora de abordar la ansiedad existencial –argumenta– despoja a la sociedad de sentido y nos ciega ante el sufrimiento ajeno; ante la pobreza persistente; ante la extinción de especies; ante la salud de los ecosistemas globales”. De este modo, el consumismo es el medio de aumentar nuestra autoestima –engañosamente, sostengo– ante un mundo cada vez más hostil que nos hace más conscientes de la muerte. También es una forma de soñar con cosas más elevadas y escapar de nuestra realidad, de encontrar placer en un mundo que per-

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Foto: Greenpeace

cibimos cada vez más carente de esperanza. Además, el consumismo se ha apropiado de la importancia funcional de la teodicea para reivindicar lo divino frente al mal. La gratificación instantánea del consumismo es perversamente seductora –y adictiva–, pues tiene que reforzarse exigiendo más consumo.

De ahí que Jackson argumente que el consumismo parece un ejercicio continuo de negación de nuestra mortalidad y del sufrimiento generalizado en el mundo. Sin embargo, presagia que, dado que el consumismo parece estar profundamente involucrado en el mantenimiento del mundo –lo que él llama el pabellón sagrado de la sociedad capitalista– al disfrazar nuestras ansiedades existenciales, cualquier intento de exhortar a la gente a abandonarlo está abocado al fracaso. Es como pedir a la gente que se arriesgue a una especie de suicidio social. Si dejamos de poseer y consumir, dejaremos de existir. Estos son los grilletes que nos mantienen en la “jaula de hierro del consumismo” de Jackson. Así que permanecemos casi inconscientes.

Despertar nuestra conciencia para movilizarnos

Si exhortar a la gente a abandonar su devoción al consumismo equivale a pedirle que se suicide, que pierda su falaz identidad, entonces debe ser que la catastrófica situación del mundo no tiene remedio precisamente porque se supone que el consumismo aporta esperanza a nuestra existencia, donde la capacidad de consumir desdibuja

El capitalismo no puede existir sin el consumismo y viceversa. De ello se deduce, como han puesto claramente de manifiesto estudios recientes, que debemos centrarnos en las verdaderas necesidades humanas, en lugar de en los deseos inducidos.

cualquier visión de ultratumba o distópica, lo opuesto de lo utópico o ideal. No obstante, dado que la mayoría de la población mundial constituye los desposeídos del paradigma mercadocrático y soporta una vida en la que sólo consume una fracción de lo que consume el 10 por ciento más rico, no cabe duda de que existe la esperanza de que podamos despertar su conciencia.

Podemos hacer que se den cuenta de que ellos y las generaciones futuras pueden vivir una vida sostenible y digna si sustituyen su consumismo inoculado y se organizan para construir un nuevo paradigma radicalmente distinto. Para lograrlo, debemos cambiar la percepción de las sociedades en las que vivimos y de las cosas de la vida que nos permiten disfrutar de una existencia digna y feliz en armonía con nuestro planeta. En primer lugar, debemos desmentir la idea de que vivimos en un entorno democrático y, en segundo lugar, debemos refutar los postulados de las sociedades de consumo que dominan el mundo.

Toma de conciencia

Para empezar, la gente debe tomar conciencia de que su percepción de que las llamadas instituciones democráticas de la sociedad gobiernan la mayoría de los países es un engaño. La gente asume que los gobiernos son los responsables de abordar los retos que plantean el cambio climático y otros problemas medioambientales. Pero la mayoría sigue sin ser consciente del contubernio tácito entre los gobiernos y quie -

nes controlan el capitalismo monopolista para proteger la causa subyacente de nuestros problemas planetarios. Además, consideran estos problemas como un asunto público, en el que los ciudadanos individuales tienen poco que hacer más allá de su demanda implícita de que los gobiernos aporten soluciones concretas. Oyen hablar del cambio climático y de los “nuevos tratos verdes” y lo toman como una prueba de que los gobiernos están trabajando concienzudamente para abordar el problema. Pero, para la gran mayoría, nunca, ni en lo más remoto de su imaginación, han imaginado la necesidad de cambiar sus estilos de vida, el sistema o sus principios culturales de poseer y consumir y lo que se supone que constituye una existencia satisfactoria.

Desde luego, jamás han visto a sus gobiernos cuestionar los principios de las sociedades de consumo del capitalismo. De este modo, el primer elemento de la narrativa promovida por quienes trabajamos activamente para despertar la conciencia de la gente para que se implique en la cosa pública es desenmascarar el engaño democrático. Necesitamos una narrativa que provoque un pensamiento crítico que explique por qué constituimos sociedades de consumo –y no democráticas– y cómo eso hace que nuestras vidas sean totalmente insostenibles.

Debemos explicar que la causa fundamental de nuestra

crisis planetaria es el consumo, impulsado por un sistema que requiere un crecimiento incesante del consumo para mantenerse. Que las emisiones de CO2 , la pérdida de biodiversidad, la creciente escasez de agua dulce, la pérdida de nutrientes del suelo, las pandemias, la aparición de nuevas enfermedades transmitidas por los animales y muchos otros problemas medioambientales se deben a nuestro consumo excesivo de los recursos del planeta y de las especies no humanas, transgrediendo nuestros límites planetarios.

Debemos convencer a la gente de que no hay otra alternativa para salvar el hogar de las generaciones venideras, más que eliminar la causa de raíz. Esto significa reducir radicalmente nuestro consumo, lo que sólo puede hacerse cambiando nuestras culturas y estilos de vida por los de una vida frugal pero digna, placentera y verdaderamente sostenible.

Tenemos que decir asertivamente que hay que sustituir el capitalismo, porque la única forma de sustituir nuestro consumismo y salvar nuestro hogar es sustituir el sistema que lo impone, porque es la única forma en que puede sostenerse. El capitalismo no puede existir sin el consumismo y viceversa. De ello se deduce, como han puesto claramente de manifiesto estudios recientes, que debemos centrarnos en las verdaderas necesidades humanas, en lugar de en los deseos inducidos.

1 La paradoja de Jevons se materializa cuando las nuevas tecnologías aumentan la eficiencia y –según una lógica de mercado– incrementan la demanda debido a un repunte de los niveles de consumo.

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Bienestar de florecimiento humano frente al malestar consumista

E l otro gran reto es demostrar que existe una solución muy positiva y gratificante, que la solución a nuestros problemas radica en cambiar nuestra cultura de consumo, pasando de una basada en la maximización de muchos deseos inducidos e innecesarios impulsada por el mercado y las clases acomodadas a la satisfacción de necesidades verdaderas y universales que nos permitirán reducir drásticamente nuestro consumo de energía.

Desvincular el bienestar humano del uso de la energía y del consumo de muchos otros recursos naturales nos situará en una trayectoria sostenible para las generaciones futuras. Esta transición representa un cambio del actual bienestar/malestar hedonista al bienestar eudemónico, el estado de satisfacción al vivir en armonía con nuestro planeta. Aunque existe un debate sobre qué es el bienestar, la creciente evidencia de nuestra fractura planetaria, especialmente con los cambios climáticos más evidentes, expone la insostenibilidad del bienestar/malestar hedonista y el surgimiento del bienestar eudemónico como la cultura a adoptar.

El bienestar hedonista es el canon del consumismo capitalista. Se materializa en la búsqueda individualista del poder adquisitivo para maximizar el consumo con el fin de satisfacer deseos inducidos –transformados en necesidades por nuestras culturas consumistas—que van mucho más allá de las necesidades humanas reales y universales.

Estos deseos se presentan para proporcionar satisfacción y placer en una po -

sición aislada, individualista y atomizada en el tiempo y el espacio, desvinculada de nuestra comunidad y sin tener en cuenta los impactos negativos sobre nuestras comunidades, ecosistemas y el planeta en su conjunto. Ese bienestar, afirman William Lamb y Julia Steinberger, sugiere que una buena sociedad se construye sobre la base de que los individuos maximicen su propia felicidad, una postura que se asocia más estrechamente con el utilitarismo, lo pragmático. El indicador clave del progreso bajo el entorno hedonista es el crecimiento del producto interno bruto (PIB) impulsado por el consumo de todo lo consumible, junto con la riqueza monetaria.

Página 18: Nunca sobre en gesto de agradecimiento

Foto: Chetan Vlad/ Pexels

Anaqueles atascados de comida “chatarra”

Foto: La Jornada

El bienestar eudemónico, en contraste, está anclado en el florecimiento humano y el enfoque de las capacidades, el marco de las necesidades humanas universales que permite a los seres humanos lograr su máximo potencial en la sociedad, y abordar las causas subyacentes de la pobreza multidimensional, como las cuestiones de poder, conflicto y equidad. El florecimiento humano permite a las personas participar plenamente en nuestra comunidad en la forma de vida que elijamos en el contexto más amplio de nuestra sociedad. Una esfera eudemónica permite incluir en el análisis un sentido de pertenencia social a nuestra comunidad tanto en el pasado como en el futuro, escri -

ben Lina Brand-Correa y Julia Steinberger, en lugar de la esfera hedonista, individualista y atomizada. Además, incorpora diversos puntos de vista interculturales sobre lo que constituye una vida bien vivida para evitar cualquier problema de paternalismo cultural y respetar las preferencias culturales. Sigue un enfoque multidimensional que abarca las necesidades físicas y sociales y sus elementos psicológicos. Los indicadores clave del progreso en el entorno eudemónico son el drástico descenso de las emisiones de CO2 impulsado por las drásticas reducciones del consumo de energía, junto con numerosos indicadores no monetarios de bienestar centrados

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El ecosocialismo está anclado en la democracia real y directa, con el objetivo de construir paradigmas geocráticos donde la Tierra nos gobierne.

en el florecimiento humano y la satisfacción de las necesidades universales.

Existe toda una serie de temas eudemónicos comunes desarrollados por científicos sociales que abordan las necesidades y capacidades humanas. El bienestar eudemónico da primacía a los umbrales de consumo, a partir de los cuales se han satisfecho nuestras necesidades reales y se alcanza el bienestar. Brand-Correa y Steinberger explican que el bienestar eudemónico propone un conjunto de necesidades universales, donde la idea central de la necesidad humana es que hay un número finito de necesidades harto evidentes (es decir, universales, reconocibles por cualquiera), inconmensurables (saciables, irreductibles y no sustituibles).

Argumentan que si los esfuerzos de las sociedades –y los sistemas energéticos– se centraran en satisfacer las necesidades humanas (y no los deseos inducidos), sería muy posible alcanzar el bienestar universal dentro de los límites planetarios.

Doyal y Gough proponen un enfoque jerárquico de las necesidades humanas, que va desde los objetivos universales, pasando por las necesidades básicas, hasta las necesidades intermedias o características universales de satisfacción. Éstas se estructuran en dos categorías básicas de necesidades humanas no sustituibles, organizadas como “físicas” y “autonomía”.

La primera incluye alimentos nutritivos y agua limpia, vivienda protectora, entornos vitales y laborales no peligrosos, control de la natalidad y maternidad seguras,

atención médica adecuada, relaciones primarias significativas, seguridad en la infancia, seguridad física y económica, y educación adecuada. La última se refiere a la salud mental, la comprensión cognitiva y las oportunidades de participación.

Las necesidades básicas son universales, mientras que muchos satisfactores intermedios son cultural y temporalmente variables. Nuestra tarea consiste en insistir y persistir ante los demás miembros de nuestras comunidades en que el bienestar eudemónico es un enfoque muy positivo y agradable para garantizar un futuro sostenible, mucho más gratificante que el actual enfoque individualista, atomizado, alienado, materialista e insostenible del bienestar.

Por último, el tamaño de la población mundial es también un elemento clave a valorar en la transición a un futuro sostenible. El informe del IPCC sobre la Mitigación del Cambio Climático establece reiteradamente en varios capítulos que los dos motores del CO2 son el crecimiento económico y el demográfico. Las advertencias de los científicos señalan a la población, el crecimiento económico y la opulencia como motores de la insostenibilidad planetaria.

Por consiguiente, la cuestión de la población debe abordarse pidiendo a la gente que considere que, para que la trayectoria de decrecimiento del consumo energético tenga éxito, es primordial disminuir la población humana mundial. Sin duda, las personas siempre tendrán derecho a decidir si quieren contribuir a salvar nuestro hogar

teniendo menos hijos o ninguno, mas deben ser conscientes de que reducir la población es un elemento crucial de nuestro esfuerzo. Así las cosas, para sustituir a la mercadocracia necesitamos organizarnos para construir un nuevo paradigma verdaderamente democrático en el que forjemos un nuevo contrato social de democracia directa, en el que el pueblo esté siempre en el asiento del conductor para controlar la agenda pública.

De esta forma, la sociedad puede trazar el croquis para llevar a cabo los planes para embarcarse en una transición que sustituya el paradigma actual por lo que denomino el “paradigma geocrático”, en pos del bienestar de la gente y del planeta y no del mercado. Esto, por supuesto, debe llevarse a cabo en todas las sociedades. Es un esfuerzo de enormes proporciones que tardará décadas en completarse, suponiendo que aún estemos a tiempo de llevarlo a cabo. Propiciamente, hay un claro aumento de la concienciación y el activismo que conllevan los elementos necesarios para el surgimiento de un movimiento global de ciudadanos concienciados y consternados. Pero, ¿cómo construir la geocracia? Este documento no pretende proponer todo el proceso para construirla. Esto sólo es posible a través de un esfuerzo de trabajo continuo que será definido por las comunidades a través del consenso democrático y que producirá muchas versiones diferentes de estructuras geocráticas verdaderamente sostenibles. No obstante, para aspirar siquiera a materializar nuestro sueño, necesitamos

organizarnos y, mediante el consenso, confluir en un movimiento global capaz de trascender el statu quo.

Primer paso ¿Cuál es el primer paso? ¿Cómo romper con la alienación y el consumismo y provocar la toma de conciencia y un pensamiento crítico? Hemos de trabajar para crear un movimiento de base ascendente, una red de personas que comience localmente y crezca exponencialmente a través de la polinización cruzada positiva dentro de nuestra esfera de influencia y confianza, hasta que “universalicemos” el movimiento tras alcanzar una masa crítica. Necesitamos millones de pequeñas unidades de ciudadanos que converjan gradualmente para formar asambleas locales, regionales y nacionales. Una vez consolidado el movimiento, podemos organizar un movimiento mundial a través de asambleas nacionales para redefinir su misión hacia el objetivo de salvar nuestro hogar, estableciendo un nuevo contrato ecosocialista propuesto en geocracia. La unidad más pequeña de personas puede describirse mejor como una “célula ciudadana”. Aquí es donde podemos comenzar todo el proceso de des-alienación global para producir un pensamiento crítico sobre la inminente necesidad de transición hacia un nuevo paradigma eudemónico que sea verdaderamente sostenible para el bienestar de las personas y del planeta. Además, los pueblos del Sur Global deben asumir un papel protagónico, dada su lucha de

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décadas por organizarse contra la explotación extrema y la precarización de sus vidas y la depredación de los ecosistemas que los han obligado a padecer el abismo ecosocial impuesto por el desarrollo de las cadenas globales de suministro de materias primas y los procesos de extracción de recursos en beneficio del capital monopolista global. Del mismo modo, los jóvenes también deben tener prioridad en su implicación y contribuciones, porque su futuro enfrenta un extremo peligro.

Ecosocialismo: decrecimiento con equidad y bienestar eudemónico, la única salida

La única manera de asegurar una trayectoria sostenible para las generaciones futuras de todos los seres vivos es reduciendo drástica y radicalmente nuestro consumo de los recursos de la Tierra; un empeño que muchos pueden seguir considerando una utopía. Sin embargo, ignoran, olvidan o menosprecian que las leyes naturales rigen nuestro planeta y a todos sus habitantes –las leyes de la física frente a la física del capitalismo– que trascienden el pensamiento político, económico y filosófico. Así pues, la visión utópica de un nuevo paradigma liberado de los grilletes de la mercadocracia constituye una solución muy realista y la única para evitar el riesgo existencial que se cierne unas pocas décadas más adelante. Si nos negamos o fracasamos en sustituir el capitalismo, las leyes naturales que rigen nuestro hogar nos enviarán a un final bastante dis -

tópico de nuestro mundo tal y como lo conocemos. Por consiguiente, la única salida –si aún estamos a tiempo– es dirigir nuestra trayectoria de perdición hacia un entorno en el que nuestro consumo de los recursos de la Tierra –nuestro metabolismo social– fluya en armonía con el ritmo metabólico del planeta.

Esto significa que debemos embarcarnos en una trayectoria de decrecimiento hasta que alcancemos un entorno económico estacionario sostenible. Igualmente importante es que el decrecimiento de nuestro consumo se produz -

ca con equidad. De aquí que la búsqueda del bienestar sostenible de las personas y del planeta deba ser inequívocamente un planteamiento ecosocialista porque ninguna otra perspectiva social y ecológica puede ofrecer una transición segura y justa hacia nuevas estructuras sociales. El enfoque ecosocialista difiere de otros enfoques que proponen reformas que creen que las transformaciones, como desvincular el PIB de los impactos medioambientales, pueden lograrse en una economía capitalista y en los supuestos Estados democráticos centralizados. Estos en -

foques incluyen el ecomodernismo prometeico promovido por grupos como el FEM y los objetivos de desarrollo sostenible de la ONU, que hacen caso omiso de las injusticias sociales y medioambientales inherentes al crecimiento económico constante. En gran contraste, el ecosocialismo está anclado en la democracia real y directa, con el objetivo de construir paradigmas geocráticos donde la Tierra nos gobierne. Thomas Wiedmann, Manfred Lenzen, Lorenz Keyßer y Julia Steinberger presentan un fascinante análisis que incluye una tabla en la que se

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Foto: Dastan Khdir/ Pexels

evalúan los distintos planteamientos que apuestan por un crecimiento económico reformado pero impulsado por el mercado y los planteamientos radicales del ecosocialismo y el eco-anarquismo.

Como ya he comentado, nuestra propuesta apuesta por los movimientos sociales de base a través del surgimiento de células ciudadanas hasta construir una masa crítica con el poder de forzar un nuevo contrato social para construir el paradigma geocrático.

Geocracia o “gobierno por la Tierra”

En este paradigma la humanidad vive organizada para cuidar bien de su hogar como su amigo, el planeta del que dependemos para vivir. En lugar de competir por poseer y consumir para sobrevivir, la gente disfruta de una vida digna sin todos los excesos del consumismo. En geocracia, muchas necesidades básicas, como la salud, la educación y el agua –actualmente convertidas en meras mercancías– son derechos universales con acceso garantizado a todas las personas para que vivan cómoda pero frugalmente.

No hay alternativa si queremos evitar la catastrófica trayectoria de exterminio que

estamos experimentando rápidamente, a menos que prefiramos asegurarnos alcanzar nuestra desaparición final en las próximas décadas.

Dado que la premisa fundamental de geocracia es rescatar y preservar el planeta a niveles sostenibles, debemos situarlo en el centro de nuestra visión colectiva, en torno a la cual desarrollamos, organizamos y estructuramos los pilares fundamentales y los componentes básicos de las nuevas formas de organización humana.

De este modo, desprendiéndonos de la visión del planeta como nuestro cofre del tesoro en lugar de nuestro hogar, podemos imaginar cómo cuidarlo de forma sostenible.

Para salvarnos a nosotros mismos salvando nuestro planeta, necesitamos crear una civilización ecológica en la que limitemos nuestra presencia en el planeta de acuerdo con los límites planetarios necesarios para permitir que la naturaleza nos gobierne, en lugar de intentar incesantemente conquistar las leyes naturales. Debemos rendirnos al planeta, capitular como conquistadores y dejar que la Tierra tome las riendas y nos gobierne.

De aquí que necesitemos un nuevo contrato so -

“chatarrizados” en Tacoma, Estados Unidos, 2004

Foto: Chris Jordan

cial diseñado para construir un paradigma radicalmente distinto que se ocupe exclusivamente de las personas y del planeta. En geocracia, el mercado es sólo un vehículo para el comercio de los bienes y servicios considerados apropiados en el nuevo diseño. Esto requiere una ruptura total con los principios del capitalismo.

En su lugar, necesitamos una nueva economía en términos de su huella ecológica que reduzca su tamaño embarcándose en una estrategia de decrecimiento de nuestro consumo durante décadas hasta que alcancemos la sostenibilidad humana y medioambiental y pasemos a un estado estacionario o economía de estado estable sin crecimiento, como proponen Herman Daly y otros. Así, las nuevas estructuras sociales pasarían del bienestar hedónico actual a estilos singulares de vida de bienestar eudemónico.

Pasaríamos de sociedades de deseos inducidos a sociedades de necesidades reales, de ser unidades de consumo individualistas a sociedades colectivistas que contribuyen y comparten el bienestar general de nuestras comunidades y ecosistemas.

Geocracia se estructura en tres pilares: real democracia,

justicia social y salud medioambiental. Los tres pilares son interdependientes. No podemos alcanzar un pilar sin que se materialicen los otros. La democracia real es la democracia directa, que sitúa a la ciudadanía en el asiento del conductor de la agenda pública.

La toma de decisiones fluye en sentido ascendente para todas las cuestiones relevantes que afectan a la sostenibilidad de las nuevas estructuras. Y todo esto tiene lugar de forma fluida, evolucionando y ajustándose constantemente a medida que las ágoras se reúnen para proponer, debatir y resolver el curso de acción acordado sobre cuestiones concretas.

La justicia social faculta a las personas para trabajar con arreglo a modalidades de organización y producción totalmente distintas del capitalismo y obtener una remuneración por su trabajo como parte de su contribución al bienestar de la comunidad y sus sistemas ecológicos. La remuneración es de naturaleza digna, que permite a las personas satisfacer todas sus necesidades de alimentos, vivienda, ropa, energía, agua, transporte, educación, atención médica y todos los demás insumos necesarios para disfrutar de una calidad de vida digna, pero de forma frugal, cómoda y sostenible para lograr un bienestar eudemónico.

Para alcanzar la salud medioambiental, donde reducimos nuestro consumo de forma gradual pero radical, necesitamos redistribuir la riqueza en un acto de equilibrio que aborde simultáneamente la salud medioambiental y la justicia social.

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Autos

Esto requiere un desarrollo humano verdaderamente sostenible con niveles de consumo radicalmente diferentes. De tal forma que para satisfacer las demandas sociales de 3 mil 600 millones de personas que padecen una pobreza extrema o relativa, las políticas de desarrollo que afectan a toda la población deben basarse en la redistribución de la riqueza y no en el crecimiento como fin en sí mismo.

Con el tránsito de la mercadocracia a la geocracia ecosocialista se reconceptualizan conceptos fundamentales en la valoración de la actividad en las distintas formas de organización social (nación, provincia, municipio, ciudad, comunidad, etc.), al pasar de sociedades mercadocráticas de consumo a sociedades sostenibles y verdaderamente democráticas. Estos conceptos son desarrollo, progreso y sostenibilidad y están estrechamente relacionados y son interdependientes.

Para profundizar en el imaginario del nuevo paradigma geocrático, he reunido una lista no exhaustiva y fluida de “diecinueve componentes medulares de una ecología planetaria sostenible”, desarrollada previamente para geocracia en 2020 (p. 40).

Decreciendo hasta el estado sostenible

En congruencia con una transición segura y justa, ¿cuál es el fin de nuestra trayectoria de decrecimiento? Muchas evaluaciones creen que debemos reducir nuestra huella ecológica en un tercio para 2050 a más tardar;1 otras subrayan que la demanda final de energía debe reducirse 40

Gráfico 1: Consumo por hectáreas per cápita 2015 - < 2050

Gente acomodada Norte y Sur Gente pobre Norte y Sur Consumo total global de hectáreas

Gráfico elaborado por el autor en paralelo al escenario de reducción rápida de la Global Footprint Network, que defiende la necesidad de reducir nuestro consumo de energía en aproximadamente un tercio de aquí a 2050. Véase A Time for Change –Global Footprint Network Annual Report 2008 y National Footprint and Biocapacity Accounts, 2019 Edition.

por ciento. Una renta básica universal, remuneraciones laborales y derechos de seguridad social que garanticen un nivel de vida digno a los desposeídos, si van seguidos de una drástica reducción del consumo y el despilfarro por parte de los ricos, inclinarían la curva hacia una trayectoria de consumo sostenible.

El gráfico 1 ilustra cómo esta tendencia podría disminuir nuestra huella global y, al mismo tiempo, resultar en equidad con remuneraciones dignas para 2050. Siguiendo una trayectoria decreciente hasta consolidar una economía de equilibrio, los ricos tendrán que reducir su consumo de hectáreas per cápita hasta en tres quintas partes, mientras que los pobres lo multiplicarán hasta por tres. En la “transición segura y justa” hacia un Paradigma Geocrático, las remuneraciones del capital y el trabajo desaparecen gradualmente a medida que realizamos con éxito la transición hacia una ecología subyacente planetaria sostenible. En un entorno en el que la Tierra nos gobierna conforme aumentamos el consumo y la huella de los desposeídos, los estratos sociales con

En página 24: Viet Hai, Hai Phong, Viet Nam

Foto: Taryn Elliott/ Pexels

una huella ecológica insostenible tendrán que reducirla drásticamente. No obstante, el resultado es una disminución sustancial de la huella humana global sobre la Tierra.

Para concluir…

Asimismo, debemos crear nuestra célula ciudadana y pedir a quienes muestren consternación por el estado de nuestro hogar que hagan lo mismo. Debemos romper el estado de inconsciencia, complacencia y conformismo, y organizarnos para forzar a los gobiernos a un nuevo contrato social en pos del bienestar de las personas y del planeta.

Si fracasamos, estaremos firmando nuestra completa extinción en un futuro mucho antes del próximo siglo. Parafraseando la cita de Joseph de Maistre, cada pueblo tiene el gobierno que se merece, tendremos el futuro que nos merecemos. Si no rompemos los grilletes del capitalismo y aprendemos a cuidar de nuestro hogar, llegaremos al despeñadero final que se avecina en las próximas décadas.

Ciertamente existe la esperanza de que podamos detener la fractura planetaria directamente producida por el capitalismo, implacablemente impuesta e instigada por las clases acomodadas tanto en el Norte Global como en el Sur Global. Sin embargo, para lograrlo, debemos romper la insoportable inconsciencia de nuestra crisis planetaria deliberadamente impulsada por el control que el sistema ejerce sobre la opinión pública y su aparato de propaganda. Es esencial concienciar a la ciudadanía mundial y provocar un movimiento revolucionario hacia una transición ecosocialista. Para ello, debemos empezar por dar el ejemplo, en la medida de lo posible, cambiando nuestro estilo de vida.

1 Muchos científicos medioambientales consideran que nuestra huella debe reducirse sustancialmente a un ritmo más rápido de aquí a 2050. Véase David S. Wood and Margaret Pennoc, Journey to Planet Earth. Plan B: Mobilizing to Save Civilization, Educators Guide. (Washington, DC: Screenscope, 2010).

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