Travesía del conocimiento c - Manuel Álvarez torneiro

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CUARTO DE ESTAR

En sus conversaciones amarillea el día y huele a casa abierta por el lado del huerto; huele a casa común.

Se acompañan con gestos, hacen pausas donde la memoria tiende a ser pudorosa; recurren al acento algodonoso de la resignación, atenuado órgano.

Aún tejen los estambres que exigen los inviernos, aún recorren el pedregoso mapa de los años y hay en sus labios nombres que titulan la vida, historias de quirófano y exilio, primaveras madrastras, desvelamientos, los panes imposibles y el dril, color pesar, que siempre visten.

Y un recuento de deudas: palabras como hachones apagados que nos tiznan, cristales fragilísimos, los torsos reventados en la inmisericordia, lluvias de una inocencia que castiga.

Y algo que nunca mata definitivamente.

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EL INCENDIO

Nadie avisó y el mundo estaba ardiendo.

Espectros en bandada acosaban al ángel de los claros avisos

o bien se procuraba la dicha de ser nada; como mucho, vivir en la memoria, atender al oráculo, sin más, o ir de tumbo en tumbo, heroicos de bolero, maquillados, anticipadamente seniles, póstumos desde el día de negar la apertura de la rosa.

Y el mundo estaba ardiendo, violáceo e incumplido.

Y ellos, sentados, contemplando el fuego, la gran quema, criminalmente humanos, oficialistas fieles, grises subordinados, apurando las ubres del momento, lavándose las manos cada poco, reafirmándose en su inocencia siempre tan dudosa.

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LA ASCENSIÓN

Arriba. Era el mandato. Y subimos, entonces. Y era noche. Y era noche otra aurora y era un esfuerzo alzándonos, remontando el centeno de las penas, las astillas, los préstamos, los lunes, el rancio plato de ayunar, la rabia con su lágrima inútil: un levísimo azul enceguecido.

Arriba. Era el mandato de la necesidad: soltar el lastre, soplar en los rescoldos merecientes.

Algún engaño hubo. Solo desde la altura se ve claro: los rezos masticados en el miedo, los coros de condena para los mismos siempre.

Acostado en la hierba (el tiempo ya a la espalda), dormir es el deseo.

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PROHIBICIÓN

Prohibido cantar entre ruinas.

Prohibido enredar lirio y penuria.

Prohibida la risa más roja que el geranio.

Que siempre sea un Sáhara la deriva del necio, calderilla la usura. Que estornude Manhattan.

Sea un error el libro burocrático.

Que nos dé muerte el himno de un otoño.

Que nos gobierne el aire y nos eternice en su albedrío.

Que amanezca en la frente de los que van llegando.

Pequemos por los sueños y seamos, por ello, condenados. Y volvamos a hacerlo.

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Es Juan que alguien vería cualquier tarde haciendo un solitario, ganándole otra ronda a la impaciencia. Es Juan, lector de nadie y sentenciando, empadronado en su rincón de sombra prestado a los amantes por un tiempo cuando cae la noche...

Es Juan bebiendo a morro y eructando. Juan oyendo en francés una disputa de dos que pasan cerca;

Juan que no tiene perro que le ladre.

Juan el desvalijado mucho antes de su muerte.

Juan el que habla a solas con medido entusiasmo.

Juan el novio imposible de las tres Beatrices de la calle con tienda abierta, escandalosamente: chacinería, fruta, panes varios.

Juan con su esguince, con su contractura, con su barba terrible y sus greñas de Cristo; fracaso de banderas y evangelios.

Juan a punto de nada y resistiendo.

Juan a más no poder y a todo trapo, con un jersey de muerto tan sobrado en los hombros. Sencillamente Juan, como Dios manda.

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JUAN

NOTAS DE CAMPO

Vivir cierto futuro en esta espera.

Atardecida y tanto aún procuras la rosa, fiebre de una belleza en las horas pobladas de minúsculos ritos, en la frondosidad que la alondra abandona.

Donde acecha la noche tu riges, nobilísima: la libreta de campo rebosante de notas, los fuegos circulares de las dalias, el tiempo de los bulbos, estaciones y lunas.

Oyes alta la tarde en su tránsito sepia, la desesperación de los amantes yendo al vacío de las despedidas. Oyes crecer la menta de tu origen, el agua niña y madre; miras los aligustres devastados, el orden de las piedras en su gris hechizadas.

Ahora te contemplo como pensando el mundo.

En tus notas de campo aún es posible un huerto.

Y el limonero en llamas intenta corregirme la tristeza.

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