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EL INCENDIO
Nadie avisó y el mundo estaba ardiendo.
Espectros en bandada acosaban al ángel de los claros avisos o bien se procuraba la dicha de ser nada; como mucho, vivir en la memoria, atender al oráculo, sin más, o ir de tumbo en tumbo, heroicos de bolero, maquillados, anticipadamente seniles, póstumos desde el día de negar la apertura de la rosa.
Y el mundo estaba ardiendo, violáceo e incumplido.
Y ellos, sentados, contemplando el fuego, la gran quema, criminalmente humanos, oficialistas fieles, grises subordinados, apurando las ubres del momento, lavándose las manos cada poco, reafirmándose en su inocencia siempre tan dudosa.