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Los funerales de la clase política

Escribe: Alberto García Campana (*)

PARTIDOS DESCALIFICADOS. Los partidos políticos representados en el parlamento nacional vieron en el gobierno de Dina Boluarte la posibilidad de manejar los hilos del poder y terminar con lo que poco que quedaba de Perú Libre. Sin embargo, la respuesta de la calle estuvo muy lejos de la complacencia, de la resignación y del silencio.

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Antes del siete de diciembre pasado, los partidos políticos tenían, mayoritariamente, una actividad febril orientada a afinar sus estrategias para posicionarse bien frente a lo que pudiera ocurrir. Los dirigentes de las organizaciones políticas se esmeraban en competir por aparecer más en los medios, asumiendo incluso posturas impropias de la experiencia, como Lourdes Flores (PPC), Jorge del Castillo (Apra) y Raúl Diez Canseco (AP) marchando acalorados y coreando con voz adolescente consignas contra el presidente Pedro Castillo. Eso era antes que el profesor chotano intentara dar un golpe de Estado, sin haber siquiera tanteado si tendría el respaldo de las fuerzas armadas, las que tienen el poder real en el Perú. Castillo tuvo un final digno de su go- bierno; en la soledad total y en la oscuridad definitiva.

Pero, lo que sucedió después no entraba en los cálculos de los partidos políticos. Los dirigentes de esas organizaciones convencionales jugaban a seguir hurgando a Castillo para cansarlo y lograr su renuncia o, en el otro escenario, soportarlo hasta julio del 2026, tratando de llevar agua a sus molinos, es decir, tratando de aprovechar el desgaste del gobierno de Perú Libre para ganarse el respaldo ciudadano. Insultar cotidianamente a Castillo parecía se la ubica estrategia válida.

El tiro por la culata

Caído Castillo, por sucesión constitucional asumió la jefatura del Estado la hasta entonces vicepresidenta Dina Boluarte. De trayectoria política modesta, casi como una burócrata sin mayor brillo, la abogada apurimeña cometió un primer y definitivo desacierto cuando en el momento de la juramentación al cargo, dijo que gobernaría hasta el 28 de julio del 2026. Fue en ese instante en que se encendieron las alarmas, especialmente en los sectores que mal que bien habían sostenido a Castillo y consideraban -o quizás todavía consideran- que el profesor chotano había sido víctima del odio y la venganza de los sectores que nunca reconocieron su victoria electoral.

Se le reprochó entonces a Boluarte Gamarra su ausencia de lealtad para con el caído presidente y se le recordó su promesa de macharse junto a su compañero de fórmula si es que éste era vacado por el Congreso, tal como finalmente sucedió, pero con la inmensa ayuda proporcionada por el propio Castillo, al pretender una ruptura trasnochada del orden constitucional.

Los partidos políticos representados en el parlamento nacional vieron en el gobierno de Dina Boluarte la posibilidad de manejar los hilos del poder y terminar con lo que poco que quedaba de Perú Libre. Sin embargo, la respuesta de la calle estuvo muy lejos de la complacencia, de la resignación y del silencio.

El silencio de los corderos

El rechazo masivo de la población no solo se dirigió a los congresistas, sino a los partidos políticos. Algunos líderes guardaron poco viril silencio, pero otros perpetraron graves atrocidades políti- cas, como Antauro Humala, de quien sus seguidores esperaban una postura crítica contra todos, incluida Boluarte, pero para sorpresa y desencanto de muchos, salió a reconocer al gobierno de la señora Boluarte. Allí quedó Antauro Humala. De él sólo se ha vuelto a saber que no quiere volver a prisión.

Lo mismo sucedió con Flores Nano, con Del Castillo, con Acuña, con Diez Canseco y otros representantes de la casi extinta fauna política peruana, quienes se vieron sorprendidos en medio del diluvio. No se les vio más en las pantallas de la TV, sus rostros desaparecieron de los diarios y sus voces no se escucharon en las emisoras.

Pero no solamente fueron ellos los aplastados por el alud, también los fueron los rostros de aquella izquierda moderada que una vez más fue envuelta por el lodo. No se escuchó a Verónica Mendoza, a Marco Arana.

Quienes sí, sin rubor alguno, se pusieron a bailar sobre el cadáver del gobierno de Perú Libre, fueron los parlamentarios del fujimorismo, de Avanza País, de Renovación Popular, de Podemos, de APP, de Somos Perú y de todos los grupos que entran en pánico al escuchar la palabra Asamblea Constituyente.

Desafiantes y prepotentes, incluso algunos de éstos se mostraron indiferentes frente a los compatriotas caídos en Andahuaylas, en Arequipa, en Ayacucho, en Juliaca y en el Cusco. Y esto enervó aún más los ya exaltados ánimos de la población.

La presidente Boluarte encontró en el premier Alberto Otárola a su mejor escudero, sólo que a veces da la impresión que Otárola es el jefe de Estado, y que Boluarte es apenas una figura decorativa en condición de rehén. Otarola ha dicho que Boluarte no va a renunciar a la presidencia, y esa afirmación ha sembrado nuevas dudas sobre quién es el que realmente despacha en Palacio de Gobierno.

Otra vez, en el limbo

Con elecciones generales en abril del próximo año, o talvez -ojalá- adelantadas para finales de este año, el panorama electoral se presenta aún más borroso. Los partidos no han hecho acto de presencia en el escenario de grave crisis política y social que golpea al país. Los dirigentes políticos han optado por el silencio, que en este caso es cobardía. Los que se atreven a hablar lo hacer para exacerbar aún más los ánimos de la población. A la exigencia de renuncia de Boluarte, cierre del Congreso y adelanto de elecciones, se ha sumado un cuarto reclamo, que es el de la convocatoria a Asamblea Constituyente, precisamente el factor que ha unido en contra de esta posibilidad a casi todos los partidos políticos.

La derecha y el centro no quieren nueva Constitución, pero el pueblo lo exige en las calles. En este escenario, probablemente quienes logren posicionarse mejor de cara a las elecciones generales anticipadas, sean los partidos que concilien, aunque sea demagógicamente, con la exigencia popular de Asamblea Constituyente.

Antes de la crisis que empezó en diciembre y se prolonga hasta hoy, el centro representado por Martín Vizcarra, Francisco Sagasti o Johny Lescano, se vislumbraba como alternativa de gobierno. Igual la izquierda, tal vez con la misma Verónica Mendoza, Marisa Glave o Indira Huillca, pero el silencio de todos estos los ha convertido en responsables de la crisis, porque se peca por acción o por misión.

El sepelio político más espectacular ha sido el de Antauro Humala. Muchos lo imaginaban al frente de las huestes combativas a pedrada limpia, desafiantes, pero ha optado por el encierro voluntario y el silencio cómplice.

Lo mismo, o tal vez peor Esa es la reflexión de muchos compatriotas. Si las elecciones se realizan en octubre de este año o abril del próximo, da lo mismo, porque serán los mismos ineptos e incapaces los que postulen y sean elegidos.

La responsabilidad, en consecuencia, de los partidos políticos y de los movimientos regionales es devolverle la confianza al electorado, y ello se logrará solamente si es que a los votantes se les ofrece propuestas viables, inclusivas, factibles y serias, y al mismo tiempo se coloque en la parrilla de candidatos a personas de comportamiento público intachable, de reconocido prestigio personal, de identificación con las necesidades del pueblo y de compromiso con el presente y con el futuro.

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