
2 minute read
¿Por qué nos llaman terrucos?
from Pulso Regional
by josvicsa
nos dicen cómo debemos ser gobernados, el empleo barato, la inmaculada labor de la policía nacional.
Escribe: Oswaldo Bolo-Varela (*)
Advertisement

Nos llaman terrucos porque quieren invalidar nuestros reclamos. Nos dicen terroristas y, al decírnoslo, quieren que nos calmemos, que nos quedemos callados, que tengamos miedo de lo que nos harían si fuésemos detenidos, encarcelados. Nos terruquean porque es una forma de contener la protesta: la indignación, la rabia desbordada, el dolor frente a su violencia.
Nos llaman terrucos porque desprecian nuestra raza, nuestra cultura, nuestras demandas de justicia e igualdad social. Es una nueva forma de racismo cultural. Ya no solo les basta denigrar nuestras tradiciones, nuestro color de piel, la forma en la que hablamos. Al decir que somos terroristas también desprecian nuestras convicciones políticas, las razones de nuestros reclamos.
Nos llaman terrucos porque pueden hacerlo. Los grandes medios de comunicación están a su favor y repiten las acusaciones, el desprecio, la difamación. Su policía los defiende y los legitima con balas, perdigones y lacrimógenas (el cotidiano abuso). Hacen leyes a su antojo, gobiernan desde la cómoda posición de su escaño (o desde la playa), dicen barbaridades, se niegan a escuchar, protegen violadores, hacen tik toks, se toman fotos mientras la gente muere.
Nos llaman terrucos porque ese cáncer nacional llamado fujimorismo y aliados siguen vivos y repotenciados. Están incrustados en el Poder Judicial, en las formas de entender la política, en la educación, en los puestos del país que deciden las cosas importantes. El uso político del miedo (la acusación de que “todos son potenciales terroristas”) es una herencia fujimorista; también la glorificación de los militares y policías, la negación de sus crímenes, la impunidad. Los mismos gestos que hoy vemos en quienes nos acusan de ser terroristas, violentistas, vándalos. Nos llaman terrucos porque la derecha (y sus múltiples variantes: centristas, radicales y extremistas) son quienes colocan las reglas del juego. Nos han conducido a hablar su lenguaje, a discutir bajos sus términos. Que la protesta tiene que ser pacífica, que cómo vamos a reclamar así, que cómo vamos a pedir eso que no sabemos, que no podemos. El sueño húmedo de la derecha es que nos quedemos callados y felices viendo cómo ellos se siguen tragando –con angurria y obscenidad– el botín nacional: hay que celebrar el crecimiento económico, la estabilidad del mercado, a los rancios políticos que
Nos llaman terrucos porque Sendero Luminoso nos legó el trauma nacional de su revolución armada. Sus asesinatos, su violencia, el desprecio por lo indígena son también algunas razones por las que reclamar conlleva algo de miedo, ser de izquierda posee un descrédito, organizarse políticamente está mal visto. Y la izquierda actual (incluido el sector corrupto) no ha sabido cómo sacudirse el fantasma, cómo deslindar, recuperar las exigencias y estar a la altura de su época. Sigue dejando que nos terruqueen (incluso a veces se terruquea a sí misma en su afán de quedar bien con esos interlocutores que le preguntan si Cuba es una dictadura o si ellos leen a Marx).
Pero también nos llaman terrucos porque nos tienen miedo. Insultar, querer manchar, agredir siempre es una señal de terror. Y entonces quieren asustarnos, contenernos, reprimirnos. ¿Quieren que nos calmemos? Dennos justicia. La justicia nos calma. Castiguen a sus asesinos, lárguense del gobierno, déjennos decidir nuestra vida política. Dejen de mirarnos con compasión, de tratarnos como ignorantes, como si no conociéramos las razones de nuestra rabia e indignación. Sigan diciéndonos terrucos, no les tenemos miedo.
(*) Docente titular de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Prepara un libro sobre el terruqueo y la estigmatización de la disidencia social.