Bloque 1

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SELECCIÓN DE TEXTOS PARA COMENTARIO BLOQUE 1: Las nuevas tecnologías de la comunicación y la información

JOSÉ TOMÁS RÍOS IES PRÍNCIPE DE ASTURIAS


TEXTO 1.

'Twitter no nos causa problemas, sino que ayuda a resolverlos' A Jennifer Preston le gusta contar como ejemplo de su trabajo qué pasó aquel lunes de abril. La redacción del New York Times estaba llena con cientos de personas reunidas para escuchar el anuncio de los Pulitzer a las tres de la tarde. Faltaban cinco minutos cuando el jefe de Nacional se acercó a ella y sólo le dijo: "Jennifer, atentado en Boston". Preston corrió a su mesa, que está en medio de la redacción, y entró en Twitter mientras sus colegas la rodeaban sujetando vasos de plástico con champán, preparado para los premios que recibía el Times (cuatro). "Ésta puede ser la entradilla de tu historia", sugiere a EL MUNDO Preston, interrumpiendo su relato. Ese día abrió The Lede, el blog de noticias del Times, y se puso a buscar una foto. Quería que ésa fuera la primera entrada. "En lugar de un tuit, lo que necesitaba era mostrar a nuestros usuarios una imagen.Si no enseñas la foto, no tienes historia", explica Preston, que, utilizando la geolocalización de Twitter, encontró la primera imagen colgada por un testigo. Era de un estudiante de fotoperiodismo que estaba en la línea de meta y que disparó su cámara tras oír la primera explosión y capturó la segunda. El chico tenía un blog sobre transporte y así la reportera pudo verificar que era «una persona real». La segunda entrada de Preston fue la señal de una televisión local que sabía que daría la mejor información (ella creció en Boston). Mientras colgaba la primera foto, Preston estaba temblando. Su hermano, Joseph, trabaja para la firma local de zapatillas New Balance, que tiene sede en Boston, y patrocinaba el maratón. Mientras rastreaba información, ella mandó un mensaje directo a otro hermano, Mark, director político de la CNN: "Encuentra a Josep". Al rato, supo que los miembros de su familia estaban bien. Ese día y esa frenética semana, Preston tenía que decidir en segundos qué fuentes eran las buenas en una noticia donde medios como AP o la CNN difundían información equivocada por la confusión de los propios policías. El Times fue el que menos detalles erróneos publicó. "Yo no ponía nada que no confirmaran antes nuestros reporteros. En el blog aplicamos los mismos estándares que con cualquier artículo. El equilibrio entre rapidez y precisión es muy importante. Ya que las redes sociales han cambiado la manera en que hacemos reporterismo tenemos que gestionar esa conversación. Y utilizar la información para presentarla bien en nuestros sitios, no en Twitter, para contar una historia", explica esta periodista, que fue la primera jefa de redes sociales del New York Times. "Cuando hay una noticia de última hora, todos queremos encontrar contenido preciso y relevante. Es importante darlo bien para que la gente no se vaya a otro sitio. Twitter nos está ayudando a arreglar ese problema, no nos causa problemas, sino que es una gran oportunidad para resolverlos. No es el enemigo", dice Preston.Durante años, parte de su misión ha sido evangelizar a sus colegas y a la empresa sobre cómo utilizar las redes sociales. A los reporteros les mostraba cómo encontrar gente interesante a la que seguir y cómo emplear Twitter para "identificar tendencias y encontrar fuentes". "No me interesaba que tuitearan", dice. "Es muy importante para los periodistas utilizar estas herramientas con sabiduría y aplicar los estándares más altos. Eso no ha cambiado nada en 30 años. Si no es correcto, está equivocado. Si no sabes algo, el mejor regalo que puedes hacerle a tu lector es decirle que no lo sabes. Ponte del lado de tu lector", dice Preston, que aún sigue preguntando si se identificó la fuente del vídeo del accidente de tren de Santiago. Ella lo colgó después de consultar con un amigo de ETB y de ver que EL MUNDO y El País lo utilizaban, pero aún tiene dudas sobre el caso. Entonces dejó muy claro en su post que se desconocía el origen.

TEXTO 2.

El anonimato en Internet El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha fallado que los titulares de un medio digital son responsables de los mensajes difamatorios de sus lectores a los que dan difusión, especialmente cuando se trata de comentarios firmados con seudónimo no identificable, es decir, de autor anónimo. Ha resuelto así un recurso de Delfi, un sitio en internet que había sido ya condenado por los tribunales de su país, Estonia, que habían sentenciado quelos atentados al honor de las personas no pueden quedar impunes y de ellos debe responder el medio si no se puede localizar e identificar a sus autores.


Este fallo del Tribunal de Estrasburgo es conforme al estatuto de la libertad de expresión, que dispone unos límites basados en la protección de los derechos personales, especialmente el derecho al honor, a la intimidad y a la propia imagen, tal como está previsto en el Convenio de derechos Humanos y que la legislación de los países de la Unión Europea han trasladado a su propia legislación. Esta sentencia, nada polémica, llega a renglón seguido de la que ha echado abajo la doctrina Parot, que está siendo, por el contrario, especialmente polémica en España por sus consecuencias negativas para la lucha penal contra el terrorismo. En el caso Delfi, los jueces de Estrasburgo no han hecho más que aplicar la protección de los derechos de la personalidad. De las transgresiones son responsables sus autores, pero cuando éstos no constan han de serlo los titulares del medio. Se trata de un límite a la libertad de expresión, sin duda alguna, y con ello argumentó Delfi ante el Tribunal Europeo, pero es un límite necesario que tiene un "objetivo legítimo", dice el propio Tribunal, porque los derechos humanos no pueden ser lesionados gratuitamente. Y unos insultos son agresiones injustificadas al derecho al honor. Este episodio, resuelto con la aplicación de una norma de conducta sensata que todo el mundo puede entender, invita a considerar lo que ocurre en otros territorios de internet donde con frecuencia se difunden insultos, ofensas, amenazas, difamaciones en cualquiera de sus formas contra personas que tienen muy difícil o imposible su defensa. Así ocurre en redes sociales como Twitter o Facebook, donde ciertos participantes producen mensajes ofensivos bajo el amparo del anonimato. Personas que se han visto atacadas de forma reiterada no han tenido otra forma de respuesta que cerrar sus cuentas y dar la espalda a las redes sociales desde entonces. Una de las normas elementales de la comunicación desde siempre es la identificación de los autores. Algunos emplean seudónimos, pero quienes se esconden bajo ellos deben ser conocidos por los responsables de los medios que acogen sus mensajes y son en todo caso identificables. No es de recibo difundir mensajes anónimos. En los medios serios de internet, los lectores que responden a los artículos publicados son acogidos después de haber cubierto un trámite de registro identificatorio y aunque su comentario aparezca firmado por un nombre fingido el medio sabe quién se halla detrás. En esos medios serios también se rechazan los mensajes ofensivos, injuriosos o calumniosos, además de otros de mal gusto, ineducados o groseros. Si en un periódico impreso no caben mensajes que insulten y ofendan gratuitamente, y menos bajo el abrigo del anonimato, tampoco han de encontrar hueco en internet. Es una esencial regla de juego que ha de prevalecer en el ancho y vertiginoso espacio de comunicación que han hecho posible las nuevas tecnologías, y que debe evitar que otros lo conviertan en unalmacén de insidias.

TEXTO 3.

Estamos a la intemperie He recibido estos días un mensaje por correo electrónico que es un testimonio de la fragilidad de nuestra vida privada ante la pujanza de la tecnología. Una conocida firma de venta de ebooks me invita/apremia a comprar los títulos que yo he ido apartando en mi aparato electrónico para posibles próximas adquisiciones, cuando tenga tiempo de leerlos o necesite de ellos para lo que sea. Resulta que ese archivo figura en la librería o ésta tiene acceso a él, por lo que mis preferencias, mis curiosidades y mis aficiones bibliófilas, y todo lo que de ellas pueda resultar, han pasado a ser dominio de otras personas desconocidas para mí, que han entrado en un ámbito de mi intimidad sin que yo pudiera sospecharlo. Es posible que la firma comercial defienda su intrusión alegando que lo que yo digo o hago en una página web suya son datos que forman parte de su conocimiento, pues se trata de información que yo facilito de manera espontánea y voluntaria. Ya. Pero no es admisible que esa página web pase a utilizar tales datos, de momento, que yo sepa, para incitarme a comprar o para, es un suponer razonable, informes sobre hábitos de lectura o para comerciar con ellos. Porque eso no entraba en mis propósitos. Los almacené para que me sirvieran a mí, no para que otros los aprovecharan. Si hubiera querido entregárselos, lo habría hecho, pero no los he archivado para ellos. Y yo soy el propietario de esos datos. Añadiré, para que no quede duda, que me importa un pito que la librería que me vende ebooks descubra que me interesa la literatura inglesa, la historia del siglo XIX o la poesía de Quevedo. Lo que me importa de verdad es que alguien hurgue en mis anotaciones. Sí, ya sé que el derecho de esa empresa a husmear puede venir en un larguísimo contrato editado en un tipo de letra ilegible. Puedo admitir que todo sea legal y la culpa corresponda otra vez al consumidor. Lo que no admito es la invasión subrepticia -en cuanto que el contrato indescifrable es una forma de ocultación- de la intimidad . De momento, lo que ha logrado esa librería virtual es que vuelva a tomar notas con papel y lápiz como hago -y sobre todo hacía- al visitar librerías reales, donde el fisgoneo es al menos un hábito de mal gusto. Éste es un episodio pequeño, pero una anécdota de la vida cotidiana demillones de personas; su importancia está precisamente en que sea tan habitual hoy como el respirar. Significa que Internet ha


abierto las puertas de nuestras casas y, de pronto, hemos perdido anchas parcelas de privacidad. Internet es una maquinaria utilísima para muchísimas cosas. Pero al tiempo que nos permite comunicarnos instantáneamente, consultar archivos y repertorios inaccesibles antes, seguir la actualidad al segundo o leer un periódico de cualquier país desde el momento que se edita, ver televisión, escuchar radio o música de todo tipo, al tiempo que nos facilita todo eso y más, nos roba intimidad. Es como si quisiera cobrarse con la merma de ese derecho de la persona el servicio que nos ofrece. Si pasamos a mayores en esta radical mutación de nuestra estabilidad, que sucede inexorable pero lentamente sin que nos demos cuenta, este verano hemos tenido constancia de la invasión masiva, políticamente ordenada y jurídicamente asentida (las leyes contra el terrorismo que nos restan libertad y mucho más), de la intimidad de millones de personas, vigiladas tecnológicamente por agencias de los Gobiernos de Estados Unidos y de Gran Bretaña. Las revelaciones de un espía americano, ex técnico de la NSA,Edward Snowden, nos alertan de esa invasión, que lamentablemente tenemos que sospechar que realizan también otros Gobiernos. Hemos de ser conscientes de que Internet y las comunicaciones hoy no son seguras, aunque de poco vale tal certidumbre. Cualquiera puede conocer lo que escribimos, lo que recibimos, lo que consultamos, y confeccionar con ello una pauta de nuestro comportamiento. Si a eso se añade el control organizado, o sea el espionaje, sobre las conversaciones telefónicas, estamos ante una violación regularizada, constante e interesada de nuestra intimidad. Ante la vigilancia que padecemos, es lógico temer que quede en palabras más que en hechos ese derecho humano, que en nuestra Constitución se conceptúa de fundamental, que llamamos derecho a la intimidad. Porque, en la realidad de cada día, estamos a la intemperie. El derecho a la intimidad sufre con cierta frecuencia lesión por medios de comunicación que no respetan su carácter de límite a la información, límite no estable y condicionado al interés público de los hechos que pertenecen a su esfera. Pero estos daños son a veces agua de borrajas ante el atropello sistemático que causa el rastreo que facilita la red y posibilita la comunicación inalámbrica. Ya no tiene sentido la broma de saludar al espía como cuando 40 años atrás manteníamos una conversación telefónica sobre asuntos políticos que, aún así, tratábamos con abundancia de eufemismos. Hoy tendríamos que saludar a un equipo y no sé si incluso a una legión de espías. Y, aunque nos acostumbremos a esta anormalidad, la verdad es que no tiene ninguna gracia. TEXTO 4.

'Hashtag' los huevos Más de la mitad de los españoles es adicta al móvil, pero a casi nadie le gusta escuchar. Consultamos el teléfono una media de 34 veces al día, pero muy pocos le consultan ya al abuelo. Crece la nomofobia, que es el miedo irracional a salir de casa sin el aparato, porque nos asusta el silencio. El 40% de los jóvenes confiesa que no puede vivir sin su smartphone, como si hablara de un enamoramiento, porque novias habrá muchas, pero último modelo de Apple sólo hay uno. Sí, el mundo es un enorme jeroglífico donde cada vez se entiende menos: antes para saber de tus amigos tenías que salir, hoy es mejor tener un cargador a mano. (...) Querido amigo, te escribo estas líneas apresuradas desde un portátil, chico, porque pasas tanto tiempo incomunicando que es imposible charlar contigo ni saber de ti. Estás en Facebook. Estás en Linkedin. Estás en Twitter. Estás "en línea" en el WhatsApp. Estás 'on'. Estamos de ti 'hashtag' los huevos: la última vez que algunos escuchamos tu voz al otro lado de la línea, ya ves, pensamos que era una psicofonía. Cuantas más redes sociales, menos quedamos a pescar. Cuanta mejor conexión tienes a internet, más desconectado estás. Cuanto más navegas, menos te mojas. Cuanto más postureo virtual, menos abrazos reales. Cuanto más te asomas a la pantalla, menos nos vemos. Cuantos más mensajes mandas, menos dices. Cuantas más veces haces clic, menos veces haces muá. (...) De los besos. De los besos arriesgados. De los besos apostados, sabemos más desde que somos una familia como mandan los cánones: la madre en su foro en la red; este padre tecleando con dos pulgares; los niños rompiendo jarrones con el balón. -Papá, si no dejas el móvil te quedas sin beso.


Tres días después de buscar el Nokia del trabajo, tres días después de pensar que me había quedado sordomudo, tres días después de sufrir el mono, encontré el objeto del secuestro: el teléfono estaba en un cajón del mayor, boca abajo, entre los cromos de Ben Ten y las peonzas, con la batería apagada y silente, como un gorrión muerto y frío. Al tiempo, nos moriremos y nos mandarán un ramo de 'followers' al sepelio. Palabra de El Roto: "Tenía cientos de amigos en Facebook, pero le falló el ordenador y ninguno acudió a su entierro"

TEXTO 5.

El trampolín El sueño de la razón produce aguafuertes goyescos y el sesteo en Twitter alumbra Faletes. Que son como sirenitas después de unas opíparas navidades. Cogen carrerilla, se lanzan al vacío, boing, y en su salto nos mojamos todos: algo pasa aquí cuando hacer el merluzo es 'trending topic'. Los hay que usan la red como jabón y los que la prefieren como laxante. Los que la frecuentan como zulo y los que se acodan en ella como en la barra de un bar de borrachos. Los hay que montan hogueras y los que se arriman al fuego después de una adolescencia de frío. Por ahí viene Alfredo Sánchez Sansano. A ver si hay calor. Frente a la bobada coral en la nube, frente al doble mortal con tirabuzón de lo inane, hay un montón de gente para la que internet es mucho más: la única forma de dar una paseo; la mejor manera de imaginar el 'botellón' que nunca hizo; la ventana por la que aventar la soledad. A Alfredo, el celebérrimo salto vertical del artistazo le pilló en posición horizontal. Como todo desde hace tiempo. El chaval de 27 años lleva los últimos cuatro en cama a cuenta de una putada que arrastra desde niño y que se llama distrofia muscular de Duchenne. Como está ciego, el padre le enciende el ordenador cinco horas en la mañana para que el hijo 'mire'. Como no puede mover ni un músculo, la madre le coge el relevo al esposo y se tira otras cinco horas en la tarde para que el hijo 'camine'. El chaval dicta a través del respirador artificial y los escribas toman nota. Y allí lanza Alfredo esta botella con mensaje dentro. Que "internet es mi vida". Que "internet me ayuda mucho a tener amigos". Que "con internet es como si estuviera ahí fuera". Que "me enfado mucho cuando pierdo la conexión". Que "a mí no me molestan los amigos, sino todo lo contrario". "Yo era contrario a esto de las redes sociales", nos cuenta José María, el padre, que dejó su trabajo de comercial para coserse a la cama en cuanto el hijo empeoró. "Pero desde que Alfredo se me quedó así, bueno, imagina, me di cuenta de lo que significan". En casa no trabaja nadie porque todo el trabajo es para este chico parado. Las recetas que antes eran color rojo-gratuito son hoy color verde-pago, el cambio cromático del nuevo modelo sanitario. La pensión se ha mutilado vía presupuestos. "Somos pobres, pero ricos: tenemos a nuestro hijo". -Enciéndeme el ordenador, anda, papá. A simple vista y sin querer, Yola Berrocal tiene más de 36.700 seguidores en la red. A simple vista y queriendo, Alfredo acepta amigos en Facebooky demás lares, porque salir a la calle está imposible y la última vez que lo hizo fue en mayo de 2012, cuando tuvieron que desplazarlo subido en su cama como en una alfombra voladora. Alfredo tuvo Twitter, pero no incendió la red. Alfredo ya no ve, pero recuerda perfectamente los colores de guerra de William Wallace en 'Braveheart', dice el padre. O cómo eran los amaneceres en su Crevillente. Esa luz. Es Alfredo el que se acerca ahora al trampolín asomándose al vacío. No me sean Faletes y mójense. Porque hay quien tiene sed y en un clic cabe una cantimplora entera TEXTO 6.

No retuitear Cada vez que veo a un compañero entrar compulsivamente en Twitter para ver si han 'retuiteado' su último reportaje o verificar que no ha bajado de los 1.332 seguidores, uno se acuerda calladamente del cocinero Bernard Loiseau,aquel chef que se disparó con una escopeta de caza en la cabezadespués de que una guía gastronómica rebajara la calificación de su restaurante.


No digo yo que el desenlace funesto vaya a alcanzar a todos los colegas por un quítame allá esos 'followers'. Pero sí que hay cierta pulsión enfermiza con el clic autopromocional, una desmedida obsesión por vendernos. Como si intuyésemos que, en medio de este cataclismo oscuro, tuviéramos que lanzar un bengala que dibujara nuestro nombre iluminado en el cielo. En la insana pirotecnia del ego, el que pierde es siempre el lector. Para hacer carrera en la profesión, antes tenías que pelarte el culo, despanzurrarte en el barro y hasta acumular media docena de querellas. Para hacer carrera hoy, basta con que manejes todas las teclas del márketing. "Da igual que no se tenga nada que decir", me confesó un amigo. "Lo importante es estar". Fue Santiago Segurola el que una vez dijo que no entraba en Twitter porque no le gustaban "los bares de borrachos". Uno entiende el desahogo, pero sólo suscribe la mitad del aserto del maestro: porque en los bares de borrachos tú sí puedes oler a ginebra, tú sí puedes ver unos ojos vidriosos como los del último Claudio Rodríguez, tú sí puedes escuchar el sonido de una tragaperras. Y todo eso es materia prima que a un reportero le sirve. Ya lo escribí hace tiempo: antes, cuando alguien tenía algo importante que decirte, te mandaba un telegrama; hoy, cuando alguien no tiene absolutamente nada que contarte, te envía un 'tuit'. Frente a los nobles motivos que justifican las redes sociales (qué se yo, compartir un texto de Gay Talese, ayudar a frenar un desahucio, no perder un contacto de la infancia, tratar de salvar al Real Oviedo), hay toda una marejada/marejadilla de ágrafos arribistas que vienen a escribirlo todo en 140 caracteres. Son esos mismos que ya te miran por encima de la tableta digital, en una metáfora de estos tiempos en que el continente es más importante que el contenido. Mi hijo mayor tiene ocho años y una necesidad animal de hacer cosas con su padre. Entre otras cosas, porque la manada sólo está junta tres cuartos de hora al día, esos 45 minutos que van desde que suena el despertador hasta que entra al colegio. Esa espiral estresante del desayuna-recoge-lávate los dientesvístete-prepara tu mochila-ponte el abrigo-te quiero mucho. Ocurrió una tarde de sábado en que teníamos delante el 'Cocodrilo sacamuelas' y me tocaba turno. Alguien me envió un mensaje y lo contesté. El intercambio anodino se prolongó durante cinco minutos. Cuando volví a la realidad, el momento se había escapado. "Quieres al móvil más que a mí", zanjó. Su hermano (cinco años) no dijo nada. Pero una hora después tiraba el Nokia por el retrete como quien se deshace de un competidor. La tecnología es maravillosa cuando no nos esclaviza: lo urgente nunca puede estar por encima de lo importante. Hoy, el móvil queda aparcado al salir del trabajo. Sólo cuando no están ellos, doy de comer a mi tamagotchi. Todavía hay gente que me dice que porqué no me abro una cuenta en Twitter.

TEXTO 7.

Cultivar la reputación en redes sociales es clave para un reportero' Anthony de Rosa escribió sus primeros artículos, sobre música y béisbol, siendo un adolescente. Pero fue una entrada de su blog personal en Tumblr lo que llamó la atención de los responsables de la agencia Reuters, donde trabajaba en un proyecto para gestionar mejor los datos de la organización. "Era un artículo que desarrollaba la idea de que quienes escribíamos en redes sociales éramos una especie de siervos en un nuevo feudalismo digital. Pero aquello, irónicamente, me ayudó a conseguir mi primer empleo como periodista", explica De Rosa desde su luminosa oficina de Nueva York. Así fue como De Rosa se convirtió en el primer responsable de redes sociales de la agencia Reuters y como ganó prestigio como reportero cubriendo historias como el impacto el huracán Sandy, la carrera por la Casa Blanca o el atentado de Boston. Lo más difícil fue encontrar la forma de integrarme en el trabajo de la redacción", afirma. "No todos los periodistas comprenden el valor de las redes sociales. Muchos me trasladaron la queja de que estaba añadiendo una cosa más en la lista de sus responsabilidades, y no les culpo porque tienen muchas cosas que hacer. Pero cultivar la reputación en las redes sociales es clave para un reportero. Así la gente reconoce tu trabajo y es consciente de que estás siguiendo un asunto de cerca. Es algo que potencia la imagen del medio y el prestigio del periodista". De Rosa dejó Reuters en junio para dirigir Circa, una empresa que se presenta como el primer medio pensado exclusivamente para dispositivos móviles. Pero conserva un buen recuerdo de sus dos años en la agencia y subraya que fueron una escuela de rigor: "Reuters me inoculó el miedo a publicar algo que no es cierto y creo que es un temor que todos deberíamos tener. Si sólo hubiera trabajado en medios meramente digitales, no tendría tanto cuidado en asegurarme de que cito fuentes fiables".


De Rosa ejerció como enlace entre la redacción de la agencia y las redes sociales. Pero no siempre fue sencillo introducir cambios para mejorar el flujo de la información. "Lo malo de trabajar en una organización tradicional es que es difícil ser innovador", explica. "Hay muchas dinámicas que funcionan desde hace demasiado tiempo y que cuesta mucho cambiar. Las redacciones aún están atrapadas en esos sistemas y hay gente que no está lista para abrazar el cambio". Así fue como De Rosa desembarcó hace unos meses en Circa: una empresa cuyo objetivo es adaptar la información a los dispositivos móviles y cuyos impulsores son el empresario surcoreano Ben Huh y el visionario californiano Matt Galligan. El objetivo es adaptar el artículo periodístico al lenguaje de los teléfonos móviles y a las necesidades de los ciudadanos. De esas metas se desprenden las dos novedades fundamentales de su aplicación. La primera ofrece a los lectores la posibilidad de suscribirse gratuitamente a cualquier noticia que les interese. La segunda es la descomposición de cualquier historia en lo que sus fundadores denominan elementos atómicos: fragmentos que caben en la pantalla de un iPhone y que pueden ser gráficos, fechas, imágenes o citas que aportan contexto relevante a la información. "Lo que más me llamó la atención del proyecto fue su intención de reinventar el artículo periodístico y adaptarlo a la forma en que consumimos información", explica De Rosa. "Muchos medios empiezan ahora a adaptar su estructura y su flujo de trabajo al consumo de noticias a través del teléfono. Pero, por ahora, ninguno ha atajado los problemas que plantea para las noticias ese nuevo entorno. Cada vez más gente se informa a través de dispositivos móviles y los responsables de los medios tradicionales deben pensar a fondo cómo atienden las necesidades de esa nueva audiencia".


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