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7 6. Sueños de correr

Capítulo 6

SUEÑOS DE CORRER

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Talkeetna. Alaska

Tan pronto como salí de la barraca, busqué aunque fuera una vislumbre del Denali. Pero la gran montaña se escondía detrás de la cortina de niebla y nube.

Pensé en el día en que había escuchado por primera vez el Proyecto de los 50 picos. Ni siquiera estaba seguro de que alguna vez volvería a caminar, mucho menos escalar una montaña. Había llegado tan lejos ... ¿será que todas mis esperanzas y mis sueños volverían a terminar una vez más en desilusión?

El vehículo cargado corría por la carretera costera del Pacífico. -¡Sí, Señor Huston, hágalo otra vez! - gritaban los niños-. ¡Hágalo otra vez! ¡Quítese la pierna otra vez!

El chofer del vehículo se sonrió al ver que los niños me rogaban que me quitara la pierna artificial otra vez.

Habíamos pasado un día maravilloso en la playa, pero yo había tenido dolor todo el día por causa de las partículas de arena que se las arreglaban para meterse entre la prótesis y mi muñón. Por tanto, cuando hubimos cargado la camioneta para volvernos al Hospital de Adolescentes Psiquiátricos, me aflojé la pierna artificial. Los muchachos dieron verdaderos alaridos de risa cuando les permití tomar mi pierna y colgarla fuera de la ventana del vehículo para que la vieran los vehículos que pasaban.

A mí me encantaba trabajar con los niños. Muchas de las recompensas eran instantáneas. Pero a mi esposa no

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le gustaba. Jessie quería que yo dejara mi empleo en el hospital y que nos mudáramos más cerca de Hollywood. -Pero yo estoy haciendo lo que siento que Dios quiere que yo haga -respondí. -¿Dios? -replicó con furia-. No se preocupa por nosotros.

Yo quedé asombrado. . -¿Y qué si tienes que responder ante Dios por lo que estás diciendo? -¡Yo no tengo que responder ante nadie! -dijo con una carcajada.

Su vehemencia me desarmó. Yo creía que me había casado con una mujer que era espiritual. que creía en Dios como yo. Con la continua presión, me ablandé. Estuve de acuerdo en abandonar mi empleo y mudarnos a Hollywood. Avisé dos semanas antes al dueño de nuestro departamento.

Una noche, mientras me preparaba para asistir a la reunión de oración de la iglesia, le pedí a Jessie que fuera conmigo. Ella no había asistido a la iglesia durante algún tiempo, y yo estaba preocupado. Yo notaba que ella parecía agitada y nerviosa, pero no le di mucha importancia, pues con frecuencia estaba intranquila. -¿Estás segura de que no quieres ir conmigo? -le pregunté.

Ella movió la cabeza. -No, de veras que no. - Bien, ¿quieres que yo me quede aquí contigo? -Oh, no -contestó rápidamente-. Estaré bien, de verdad. -Muy bien -la besé en la mejilla y salí-. Pasaremos un buen tiempo juntos cuando yo regrese, ¿está bien? -Está bien.

Disfruté mucho la reunión y luego me dirigí a mi casa en un estado mental bastante placentero. Cuando estacioné el automóvil enfrente del edificio, pensé qué extraño

era que todas las luces del departamento estuvieran apagadas. Subí las escaleras y abrí la puerta del frente. -¿Jessie? ¿Jessie?

Quizá está dormida, pensé. Yo esperaba escuchar la televisión encendida y encontrarla arrellanada en el sofá, pero todo estaba en silencio. Caminé de puntillas hacia la sala de estar, colgué mi saco, e inmediatamente sentí que algo andaba mal. El sonido de mis pasos hacía eco en las paredes mientras cruzaba la sala y me dirigía a nuestra recámara. La cama había desaparecido. Encendí la luz y observé el cuarto. Las puertas corredizas del closet bostezaban oscuras y vacías donde había estado su ropa. Las fotos enmarcadas, sus frascos de perfume, faltaban. Los cajones del peinador estaban vacíos y tirados en el piso. Sobre el escritorio, encontré una nota. Se me hizo un nudo en la garganta cuando leí su mensaje. "Querido Todd, lo siento, pero estoy muy confundida. Necesito alejarme por un tiempo para pensar acerca de nosotros y nuestras relaciones. Espero que encuentres motivos en tu corazón para perdonarme".

El papel cayó al piso. Me incliné para recogerlo y noté que el cajón de arriba estaba medio abierto. Terminé de abrirlo y noté que nuestra che-quera no estaba. El rimero de recibos de agua, luz, etc., todavía estaba allí, pero la chequera había desaparecido. Corrí por todo el departamento buscando algún rastro de Jessie. Solo el aroma de su perfume flotaba en el ambiente para recordármela. Aturdido, me hundí en el sofá.

No podía creerlo. Se había ido. Solo había estado conrnigo todo el tiempo necesario para obtener su tarjeta verde, una visa permanente que requería que estuviera casada. Hundí la cabeza entre las manos. "¡Oh, Dios! ¿Qué haré D.hora? ¡Esto es más de lo que puedo soportar!"

De repente me sentí claustrofóbico. Tenía que salir. No r adía soportar estar solo en nuestro departamento. Había demasiados recuerdos dolorosos allí. Doquiera volteaba la

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vista, miraba a Jessie. Tomé mi suéter y salí rumbo a la noche. ¿A dónde me llevará todo esto? ¿Qué haré ahora?

Anduve vagando por la playa. El agua lamía gentilmente los pilotes de madera de los muelles. Las estrellas se destacaban en relieve sobre el cielo iluminado por la luna. Las campanas de los botes anclados en la bahía repicaban ligeramente. Las luces de la ciudad punteaban de luz las faldas de las colinas detrás de mí. Nunca antes me había sentido tan solo durante toda mi vida.

Me sentía como una isla desierta, totalmente aislada y vacía. Sintiendo profundamente mi desgracia, clamé: "¡Oh, Dios! ¿Qué debo hacer ahora? Ella quería vivir cerca de Hollywood, así que dejé todo por ella. Ahora no tengo empleo, ni lugar donde vivir, y centenares de dólares en cuentas por servicios que pagar. ¿Qué quieres para mí?"

Día tras día me dediqué a buscar trabajo. Noche tras noche descendía a la playa a contemplar el agua, hasta que la pálida luz del amanecer aparecía detrás de las colinas del oriente. Entonces regresaba al departamento, me bañaba, y salía de nuevo en busca de empleo. Una noche, después de un día particularmente desesperante, me senté sobre los pilotes de la bahía escuchando en silencio los sonidos de la noche alrededor de mí. Ya había pasado el punto donde le pedía respuestas a Dios. Como Elías, buscaba una respuesta por mí mismo. Había corrido delante de Dios antes con Jessie. En esta ocasión, fuera lo que fuere que decidiera hacer, esperaría para escuchar la voluntad de Dios.

Entonces me vino la idea: trabajar con los que tenían miembros amputados. "¿Gente con miembros amputados, Señor? ¿Cómo puedo ganar dinero trabajando con ese tipo de gente? No se puede ganar dinero dedicándose a eso. ¡Necesito dinero para sobrevivir!"

De nuevo escuché el mensaje. -Trabaja con los que tienen miembros amputados.

No podía yo negar el mensaje: Tenía que someterme. "Tú sabes que doquiera estés yo quiero estar. Hice esa promesa hace mucho tiempo, y la he cumplido. No siempre ha sido fácil, pero la he cumplido".

Tomé una profunda respiración, y murmuré: -Está bien, Señor. Si tú provees para mí la oportunidad, haré esa obra.

Esa decisión calmó algunas de las tormentas que azotaban mi cerebro. Solo el dolor emocional permanecía. Supliqué a Dios que sanara las cicatrices emocionales. -Si Jessie se fue para el bien de ambos, ayúdame a perdonarla.

Una paz refrescante invadió todo mi ser. Me incliné hacia atrás y contemplé las estrellas, las nubes, la luna: la tela de un artista en constante movimiento. Fue como si el cielo se hubiera abierto y yo supiera sin ninguna duda que Dios había creado todo lo que yo necesitaba para que su plan fuera una realidad en mi vida.

Pocas semanas más tarde, supe que mi esposa había volado rumbo a Nueva Zelanda y vuelto a Estados Unidos sin comunicármelo. Más o menos por este mismo tiempo encontré trabajo en NovaCare: la compañía más grande de piernas artificiales del mundo. Comencé como director clínico de su Amputee Resource Center, visitando personas a quienes se les había amputado recientemente algún miembro en el hospital. y enseñando a los profesionales de la salud acerca de la psicología de la amputación. Viajé a Wáshington, D. C., para entrevistarme con la Coalición de Amputados de Estados Unidos, para negociar con los senadores y congresistas, cómo mejorar el cuidado de la salud de los que tenían algún miembro amputado.

Con mi situación financiera otra vez en orden, enfoqué de nuevo mi atención en mi matrimonio destruido. Mis amigos me animaron a demandar a Jessie y hacer que la arrestaran por fraude y deportada. Me puse en contacto

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con ella y le conté acerca de mi nuevo empleo al servicio de los amputados. -¡No se gana dinero allí! ¡Sé hombre y busca un empleo de verdad! -fue su respuesta.

Nuestro tema de discusión se volvió hacia su partida y su status de ciudadanía. -Por supuesto-le dije-, sabes que podría ir a las autoridades y pedir que te deporten. - ¡Si intentas eso, mentiré! -y el frío acero de su voz me heló el corazón-. Si intentas acercarte a mí, diré tal cantidad de mentiras con respecto a ti, que nunca jamás te creerá nadie.

Colgué el auricular, desalentado y enfermo del corazón.

¿Cómo podía la mujer que yo amaba volverse tan implacable contra mí? ¿Cuándo se había endurecido su corazón?, me preguntaba mientras ella continuaba sus andanadas contra mí y mi nueva posición. ¿Será que alguna vez me

amó de verdad?

Me froté la parte superior de la pierna. Había sido un díá particularmente difícil, y la pierna artificial había abierto viejas ampollas en el muñón de la pierna amputa-

da. Si ella me amó, ¿cuándo se .apartó de Dios y de mí?

Ahora que trabajaba tiempo completo otra vez, consideré la posibilidad de obtener una nueva prótesis, una más ligera, que me permitiera una mejor movilidad. Desde la operación cuando tenía 21 años, había usado una pierna artificial de madera. Era pesada e incómoda, lo que hacía muy difícil y doloroso caminar y trabajar. Yo la había roto varias veces, de modo que se parecía a la acera de la calle frente a mi oficina: parchada, pero reparada.

Cuando leí las cláusulas de los beneficios de mi empleo, descubrí que los beneficios de seguro de la compañía me pagaría mil dólares por una pierna artificial. Yo necesitaba una con urgencia. Mi vieja prótesis de ocho años de vida se había roto y reparado tantas veces, que no podía asegurar durante cuánto tiempo más serviría.

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Comencé a buscar una nueva. La mejor oferta que pude encontrar me costaría 1.soo dólares más de lo que me daba el seguro. Y yo no tenía esa cantidad. De hecho, no había tenido dinero desde que Jessie prácticamente había limpiado nuestras cuentas de ahorros. No podía financiar la pierna artificial, y tampoco podía darme el lujo de andar sin ella. Así que le llevé mi problema a Dios. -Tú sabes, Padre, que no puedo hacer ese gasto. Y sin embargo, si no tengo esa pierna, no puedo trabajar ni ganarme la vida. Por favor, ayúdame a saber qué hacer.

Más o menos por el tiempo en que terminé de llenar toda la papelería que necesitaba para ordenar la prótesis, mi empleador cambió de compañía de seguros, obligándome a comenzar de nuevo todo el proceso de cualificación. También supe que ninguna compañía me pagaría el tipo de pierna que yo necesitaba realmente.

Después de meses de negociaciones para saber cuál pierna artificial sería mejor para mí, la nueva compañía de seguros estuvo de acuerdo en pagarme por una pierna de carbón de grafito. Desafortunadamente, esta pierna no era la que mi médico me recomendaba ni la que yo sentía que necesitaba. Seguiría partiéndose por la mitad siempre que yo la sometiera a una tensión física. Con ella, no sería más activo que con la pierna de madera que ya tenía.

Por este tiempo un amigo me invitó a asistir a unas reuniones en una convención de negocios en Irvive, California. En el curso de las reuniones, las cincuenta personas que asistían se dividieron en grupos de cinco. Nuestro grupo encontró un rincón tranquilo y formó un círculo. · ['res de los miembros de nuestro grupo trabajaban para PacifiCare, la compañía de seguros que daba protección a mi empleador. De hecho, Jeff Folick, presidente de Pacificare, era parte de mi grupo.

Nuestro líder repitió de nuevo el propósito del grupo. "Se supone que debemos responder por turno, dos pregun-

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tas: ¿Cómo quiero ser visto por otras personas y por qué quiero que me recuerden?"

Los miembros de nuestro grupo se presentaron uno por uno y contestaron las preguntas: -A mí me gustaría ser recordado por ayudar a los niños que han sido objeto de abuso sexual. -A mí me gustaría que se me recordara por promover la paz mundial. -Yo quiero que la gente me recuerde por mis servicios a la comunidad.

Cuando llegó mi turno, comencé, diciendo: -Pienso que es maravilloso lo que cada uno dijo en cuanto a las razones por las que le gustaría ser conocido. Pero yo creo que es importante tomar la filosofía y aplicarla en el lugar de trabajo. Por ejemplo ...

Y aquí les conté mi historia acerca de mi lucha tratando de obtener la pierna que los médicos recomendaban y no poder comprarla porque la que necesitaba costaba unos pocos dólares más. "La que compré tardaron siete meses para prepararla y se ha roto dos veces durante el breve lapso en que la he tenido. Por supuesto, yo soy solo una de las personas con ese problema. Pero cada uno de ustedes encuentra muchas personas como yo cada día. Si podemos tomar nuestros elevados ideales y usarlos para resolver los problemas o simplificar la vida de aquellas personas que vienen a nosotros, habremos alcanzado nuestro blanco; incluso si no logramos restablecer la paz mundial. Al menos, nuestro rinconcito del mundo puede ser más humano y más interesado en el bien de los demás".

Cuando terminé de hablar, el presidente de la compañía de seguros dijo: - Quiero hablar con usted acerca de esto.

Hacia las 10:30 de la mañana del día siguiente recibí una llamada de su organización. El representante me dijo: -Compre la pierna que usted guste. Comience inmediatamente con las pruebas. Nos haremos cargo del costo.

Casi no podía creerlo. Pero inmediatamente pude ver la mano de Dios al ponernos a Jeff y a mí en el mismo grupo. La Flex-foot Reflex VSP era exactamente lo que yo había esperado que sería. Di mis primeros pasos. No lastimaba. Estaba hecha de material ligero con amortiguadores de choque transistorizados de modo que el muñón no resentía los golpes como ocurría con las otras prótesis. Yo me podía mover con más libertad y menos dolor.

Por primera vez en diecisiete años comencé a esperar que mi invencible sueño se convirtiera en realidad. Quizá sería posible algún día correr a través de un prado, no en Kansas, sino en la isla Balboa.

Mi sueño se desvanecía cada vez que pensaba en Jessie. Ahora, yo podía ser lo que ella decía que esperaba de su esposo. No, me decía a mí mismo. Esta pierna no hará una diferencia para ella. Ella no será verdaderamente feliz hasta que sea feliz con ella misma. Acéptalo, Todd; tu matrimonio ha dejado de existir. Es tiempo de hacerle frente a esa realidad. Es tiempo de que asimiles esa idea. Dios te ha dado una oportunidad de hacer las cosas que realmente quieres hacer. Ocúpate sirviéndole.

Y allí estaba yo, a los 31 años de edad, deseando aprender a correr de nuevo. No había yo corrido desde que tenía 14 años. Hablando con amigos míos que también tenían piernas amputadas que corrían regularmente, me hicieron creer que mi blanco era alcanzable. Si ellos lo pueden hacer, yo también puedo. Yo estaba decidido. Amigos que no tenían problemas de amputación y que corrían regularmente, también me animaron.

La neblina se hizo a un lado del Océano Pacífico la mañana en que me dirigí hacia la playa, listo y ansioso de iniciar mi primera carrera. Aspiré profundamente, estiré los brazos y los moví rápidamente de un lado a otro. Me sentía exuberante y vivo. No quería forzarme demasiado en mi primera sesión, de modo que decidí correr alrededor de la isla una vez y luego descansar.

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Con ese plan, ataqué el sendero, y luego me hice a un lado porque una señora corría a mi lado. Nos dijimos adiós. Yo corrí unos 30 metros, y entonces me desplomé al lado de una cerca.

Mi respiración se volvió muy agitada, mientras agarraba aire penosamente. Las gaviotas que volaban sobre mí me escarnecían con sus reclamos. No podía creerlo. Mis piernas se negaban a cooperar una con la otra. Se golpeaban la una a la otra, haciéndome tropezar y tambalear. Me entró el temor de caer de bruces en cualquier momento.

Llegué dando tumbos a una banca y me desplomé sobre ella, con la cabeza hundida entre las manos. Oh, Dios, ¿estoy tratando de hacer lo imposible? ¿He recibido la pierna demasiado tarde? ¿Estoy atrapado para siempre e incapacitado para realizar alguna vez mi sueño de volver a correr? El atleta que podía dejar atrás a sus oponentes en las pistas de la escuela secundaria era ahora vergonzosamente incapaz de coordinar sus movimientos. Regresé dando tumbos a mi departamento, desanimado.

Todo lo que yo quería era arrastrarme hasta mi cama y hundir la cabeza en las almohadas. Pero como había dicho a muchos de mis amigos que iba a empezar a correr bajo un programa fijo, no podía esconder mi derrota. -¿Abandonar el programa? ¡Tú no eres un desertor!

Cuando me quejé de mi debilidad ante la señora que había corrido a mi lado la mañana anterior, ella se rió. -Pues usted sabe que lo mismo les pasa a los corredores que tienen dos piernas. También nos caemos y se nos acaba la respiración cuando comenzamos.

Solo en mi cuarto, esa noche, recordé las pruebas por las que ya había pasado: el accidente, las muchas operaciones, la adicción a las drogas, las lentas y dolorosas convalescencias, los regaños de mi esposa, y nuestro subsecuente divorcio. Aquellas fueron verdaderas montañas, Todd, me dije. Aprender a correr de nuevo es cosa de niños en comparación con lo que ya has hecho.

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Sin embargo, la imagen de mí mismo tropezando conmigo mismo, mientras trataba de correr, me perseguía burlescamente. Todos los demonios de la inseguridad gritando en mi cerebro se burlaban de mis sueños. Yo sabía que tenía que correr. Correr sería la forma de vencer una barrera psicológica así como una barrera física. Si alguna vez había de experimentar mi sueño de ser activo, ir de caminata y de campamento, de hacer todas las cosas que me gustaban hacer de niño, tenía que empezar corriendo. Si me detenía ahora, probablemente me la pasaría sentado todos los días de mi vida -siempre soñando, pero nunca haciendo.

La siguiente mañana, até con correas mi nueva pierna, apreté las agujetas de los zapatos, y ajusté la banda para contener el sudor sobre mi frente. Eché el pecho hacia adelante y retraje la barbilla. Lo voy a hacer, Señor. Lo voy a hacer.

Cuando la niebla de la mañana se levantaba del océano, comencé a correr, a tropezar, a caminar. Decidí correr los 30 metros de nuevo. No había corrido más que unos pocos metros cuando Eleanor, la señora mayor, pasó corriendo como flecha a mi lado. -Sigue adelante sin desmayar -me gritó por sobre el hombro, mientras desaparecía tras la siguiente curva del sendero.

Yo persistí. Durante una semana corrí los 30 metros. A la siguiente semana doblé la distancia, corriendo los primeros 30 metros y caminando los siguientes 30. Pero era una verdadera lucha. Cada mañana, cuando Eleanor me pasaba, me gritaba palabras de aliento.

Después de un mes de correr cada mañana, completé el círculo de la isla por primera vez: 4 kilómetros. Totalmente exhausto, con las piernas como hule, me arrastré rengueando hasta mi departamento y llamé a mis padres para compartir con ellos las emociones de mis hazañas. Ellos trataron de comprender, pero no pudieron, la razón de mi entusiasmo. Mis amigos locales comprendían mejor cómo me

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sentía yo; pero ni siquiera ellos podían comprender en su totalidad lo que aquellos 4 kilómetros significaban para mí.

Yo continué corriendo cada mañana, cada vez más y más lejos. Una mañana, cuando el sol apenas pintaba de colores las crestas de las montañas de la costa, decidí que era tiempo de cumplir mi sueño. Correría la polvorienta brecha a través de un campo lleno de hierba, no en Kansas, sino detrás de la bahía, entre la Isla Balboa y N ew Port Beach.

Me lancé a correr, subiendo y bajando las suaves colinas. Ese día dejé atrás los dolores de mi alma, todos los dolores de mi cuerpo, dejé atrás también mi soledad y mis temores. Fue como si de repente me hubieran libertado de una prisión de máxima seguridad. Ninguna pared era demasiado alta, ningún barrote demasiado fuerte para detenerme ahora. Sabía que Dios y yo, juntos, podíamos hacer cualquier cosa.

En solo tres meses superé la distancia que corría desde Isla Balboa hasta Laguna Beach, unos 20 kilómetros subiendo y bajando las colinas, sin detenerme.

Mi siguiente blanco fue navegar en roman en el mar. Siendo que conservaba la fortaleza en la parte superior de mi cuerpo, los días que pasé navegando en el mar fueron refrescantes y vigorizadores. Remar fortaleció mi sistema cardiovascular. Después añadí las caminatas y el ciclismo de montaña a mi lista de deportes. Los senderos para correr que había alrededor de Laguna Beach me ayudaron a ejercitarme mucho todos los días muy temprano por la mañana y luego los fines de semana.

Mi nueva agilidad me ayudó a recordar los buenos tiempos cuando había ido de campamento como Boy Scout. Por tanto, decidí comenzar a acampar lo antes posible. Pero no estaba seguro de poder cargar sobre mis espaldas todo el equipo necesario mientras me abría paso por el terreno agreste.

Mi primera visita a una tienda de artículos para campamento en diecisiete años me produjo casi un shock. Ni

siquiera podía identificar la mitad de los artículos que se vendían allí. Pero sí reconocí los exorbitantes precios. Suspiré profundamente, y con renuencia, abandoné la tienda. Acampar utilizando aquellos precios era una actividad que podía esperar. Quizá con el tiempo, me dije. Todavía tienes tu ejercicio de remo y también puedes correr gratuitamente.

Más o menos por este tiempo fue cuando llegó la carta con el Proyecto de los Cincuenta Picos. Algo se estremeció dentro de mí. ¡Este es un camino por el que puedes regresar a una vida al aire libre mucho más activa! Pero ¿escalar montañas? Yo no estaba demasiado seguro de poder hacer aquello. Mostré la carta a un par de amigos en la oficina. Algunos pensaron que sería una gran aventura; pero otros me pusieron en guardia contra los peligros.

Todos los cincuenta picos más altos habían sido escalados por 31 personas, pero a ninguna de ellas les faltaba una pierna. Yo sabía que quería ir, pero tenía miedo, miedo de fracasar. Ya había experimentado demasiados fracasos: mi pierna, mi matrimonio ... ¿podría soportar otra derrota?

Pero ¿no he aprendido que con Dios podemos vencer casi cualquier desafío? Pero en todo caso, ¿dónde comenzaría yo? ¿Qué necesitaría de equipo y provisiones? ¿Qué tipo de programa de entrenamiento necesitaría yo practicar para ponerme en forma y realizar una ascensión tal? ¿Era este el plan de Dios para mí?

Durante toda aquella larga e intranquila noche, las preguntas revolotearon en mi mente. ¿Es esta la oportunidad que pedí en el muelle la noche que Jessie me dejó? ¿Podría Dios estar planeando trabajar a través de este desafío para glorificar su nombre?

El graznido de las gaviotas en busca de alimentos para el desayuno deben haberse oído sobre la bahía cuando al fi.n quedé profundamente dormido. Yo sabía que era mejor dejar esto -como todo lo demás- en manos de Dios. Mi úl-

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timo pensamiento fue una oración: "Señor, yo no sé si tú quieres que yo haga esto o no. Si quieres, permite que todo salga bien. Si no, me sentiré feliz olvidándome de todo lo relacionado con esto".

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