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12. Meseta congelada

Capítulo 12

MESEIA CONGELADA

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Glaciar Kahiltna

Mientras los curtidos montañistas hacían bromas, mis propios pensamientos se volvieron a la aventura que tendría lugar al día siguiente. Un poco más tarde me metí en mi bolsa para dormir, me acosté de lado, y musité ante la grabadora: "Siempre que pienso en lo que Dios está haciendo por mí me lleno de asombro. ¿Por qué yo? Tanta gente está orando por mí. Me siento abrumado, y sin embargo, asustado".

Fijé la vista en el domo semioscuro de la bolsa de dormir que tenía sobre la cabeza y pensé en el propósito que tenía para escalar la montaña. Pensé en todas las personas que escucharían mi historia y se animarían a escalar sus propias "montañas" , cualesquiera cosas que fueran esas montañas. Luego recordé las historias de horror acerca de las avalanchas, de rocas que se deslizan, y las grietas. Como un niño que cumple un deseo de cumpleaños, cerré los ojos y oré: "Señor, te necesito más que nunca. Ayúdame a ser fuerte y permanecer cerca de ti".

Despertamos con un cielo azul y brillante luz del sol. Después de un desayuno de avena rehidratada, chocolate caliente, los cuatro que formábamos mi equipo nos atamos a las cuerdas y caminamos g kilómetros hasta el glaciar. La luz del sol chispeaba sobre las murallas de hielo y las grietas, creando un caleidoscopio de colores azules y blancos que rodeaba las crestas de las rocas.

A cualquier lado que volteáramos veíamos elevadas montañas. Sin embargo, más allá de la belleza del glaciar,

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más allá del ejército de los picos menores, uno podía sentir la presencia de La Montaña, siempre La Montaña. -Es tan alta-dije, mientras volteaba para verla.

Elevándose a casi 5 kilómetros sobre nosotros, La Montaña me quitó el aliento. Todos los superlativos que conocía empalidecieron a la sombra del gigante. Me sentí como un liliputiense que iba subiendo en manos de Gulliver en la Tierra de los Gigantes. Era impresionante.

Las conversaciones en el glaciar siempre se realizaban en tonos mesurados, como si estuviéramos en una catedral. Siendo un novato ingenuo, yo hablaba con otros montañistas, ansiosos como yo, de comenzar su ascenso. Hablé con los montañistas que ya regresaban, quemados por el sol, casi exhaustos para contestar: -Está escabroso allá arriba -admitió uno mientras pasaba tambaleante frente a mí. "Escabroso allá arriba", pensé en sus palabras cuando nos dirigíamos de vuelta a nuestro campamento. ¿Cuán escabroso es escabroso? Me pregunté a mí mismo.

No había parecido tan escabroso el ascenso en Utah. La mujer rubia sonrió de nuevo. -Tú eres el tipo que, según las noticias, quiere batir el récord para subir los cincuenta picos más altos de Estados Unidos, ¿verdad? -Me imagino que sí-le dije, extendiéndola mano-. Me llamo Todd Huston. -Me llamo Bárbara -se inclinó para ver a su perro mitad labrador y mitad indescifrable- y este es Kona. -Hola, Kona- dije y palmeé el lomo del animal; él me recompensó lamiéndome la mano-. ¿Eres guardabosque o algo así?

Bárbara se rio: -No, ¿por qué lo preguntas? -Das la impresión de pasar mucho tiempo al aire libre. Estás en buena condición física -comenté.

Ella volteó la cabeza hacia un lado y se ria:

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-Paso mucho tiempo al aire libre. Soy guía de montañismo en Telluride. - Lo sospechaba- dije, tronando los dedos. ¿Qué haces cuando no estás guiando grupos en la montaña? -Bueno -dijo ella, titubeando un poco-, me voy a esquiar un poquito. -¿Por qué tengo la impresión de que hay mucho más de historia que lo que me estás diciendo? -respondí curioso. -Está bien, te lo diré. Soy miembro de United States 1993 Women's Extreme Ski Team. -¿De veras? ¿Y qué estás haciendo aquí en King's Peak?

Supe más tarde que también era campeona de "93 Extreme Ski".

Ella me saludó con la mano por encima de la cresta de las rocas, mientras decía: -Lo mismo que tú. Escalando montañas.

Le presenté a Whit y a Rick. Los cuatro hablamos durante un rato acerca de las montañas que habíamos escalado y las que esperábamos escalar. -De aquí iré a escalar el Gannet Peak de Wyoming-dijo Bárbara, cambiando el peso de su cuerpo de un pie al otro; Kona se echó a sus pies para dormir una siestecita-. He escuchado que es una subida difícil y agotadora. -Nosotros también vamos hacia allá -le dije-. ¿Cuántos son en tu equipo de montañismo? -Voy sola. -Oh -dije yo con una sonrisa-. Podrías llevar a otros montañistas contigo para escalar ese pico. Es más bien una subida técnica: cuerdas, crampones, hachas de hielo, y todo lo demás. Oye ¿por qué no te unes con nosotros? -¿De veras? ¿Tú y tus socios no se opondrían?

Whit abrió los ojos, y dijo: -Por supuesto que no me opongo.

Yo sonreí: -No. Seguramente un nuevo rostro será bienvenido. Estoy seguro.

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Tomamos la ruta más empinada del lado oeste de Anderson Pass, ya de regreso de la montaña. Rick y Whit se adelantaron para empacar nuestro equipo para la siguiente montaña, mientras Bárbara, Kona y yo tomamos nuestro tiempo, especialmente sobre el área de rocas sueltas. Bárbara me contó que tenía dificultdes en la relación con su novio. -Quizá será porque mi papá murió el año pasado y yo me siento muy vacía sin él. Yo no sé -hizo una pausa-. Tú eres psicoanalista. Dime qué hago. -Parece que estás haciendo psicoanálisis para los dos. -Cómo me gustaría haber pasado más tiempo con él. -Creo que puedo entender un poco lo que dices. Mi esposa me dejó el año pasado. Aparentemente solo se casó conmigo para obtener su tarjeta verde de residencia en los Estados Unidos. -Oh, lo siento. Entonces tú entiendes la soledad. Mucha gente dice que entiende lo que sientes, pero no es cierto. - Es cierto -dije, asintiendo con la cabeza-, solo tratan de ayudar. Algunas veces no saben qué otra cosa decir. - Me imagino.

Llegamos a donde se suponía que debíamos encontrar a Whit y Rick en el sendero, pero no estaban por ninguna parte. Encontré una roca al lado de una corriente de agua y me senté. Me dolía la pierna. Esta había sido la caminata más larga desde que subí el monte Marcy en el estado de Nueva York.

Bárbara puso su mochila en el piso y me preguntó: -Oye, ¿tienes hambre? -¿Hambre? ¿Estás bromeando? -mi estómago gruñía con furia. -Pues bien, entonces tú descansa la pierna mientras yo preparo la cena. Sacó una estufa de campamento de su bolsa, y se puso a trabajar. Antes de mucho, Kona estaba comiendo su cena, mientras nosotros hablábamos y comíamos la nuestra.

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Media hora después del crepúsculo. Whit y Rick llegaron. Ellos habían tomado una ruta diferente, la que resultó ser más larga. Para cuando emprendimos la caminata de nuevo, ya tuvimos que utilizar nuestras lámparas de ésas que se colocan en la frente.

Ya de regreso en el estacionamiento, Bárbara y Kona se dirigieron a su camioneta Mazda con camper, mientras que Whit, Ríck y yo echamos nuestras bolsas de dormir al piso. El dolor de la pierna no me quitó el sueño esa noche.

Al siguiente día me fui con Bárbara a Jackson Hole y supe muchas otras cosas de ella. Se había iniciado esquiando cuando tenia veintiún años. había salido en la portada de la revista Ski. y también trabajaba como modelo además de ser campeona de esquí. -También hago anuncios comerciales de ski para la tarjeta Visa -dijo. -¿Para revista o para televisión? -Para televisión. Quizás hayas visto el anuncio de Visa donde la rubia salta de un helicóptero, aterriza, y baja esquiando la montaña. -Sí. ¿Eres tú?

Ella se encogió de hombros. -Algunos de nosotros haríamos casi cualquier cosa por dinero.

Le pedí que me permitiera ver su portafolios y su libro de recortes de publicidad. -Estás de veras interesado ¿verdad? -preguntó con tono de sorpresa-. No estás preguntando solo por ser cortés. -Por supuesto que estoy interesado.

Llegamos a Jackson Hole, Wyoming, esa misma tarde. Whit y Rick fueron tras nosotros. Yo había hecho arreglos para encontrarme allí con Mike. -Allí está -señalé hacia el estacionamiento al otro lado de la calle.

Bárbara estacionó su camioneta. y yo salté rápidamente. -¡Mike! -grité. saludándolo con la mano.

Meseta congelada lómetros hasta la cumbre, y luego la misma distancia de regreso.

Levantamos nuestras tiendas en un campo abierto, para evitar un ataque de zancudos. Un guardabosque se detuvo junto a nosotros para hacernos este pedido: -Les ruego que por favor observen y traten de encontrar a un esquiador que se presume murió en una avalancha hace algunos meses en Dinwittie Pass. Hasta aquí solo hemos encontrado uno de sus esquíes y sus bastones.

A la siguiente mañana, antes de amanecer, nos pusimos en camino por el sendero, iluminando el camino con nuestras lámparas. No pasó mucho tiempo antes que el sol revelara la increíble belleza que nos rodeaba. Una gran variedad de flores silvestres salpicaban los campos y los senderos del bosque. A unos g kilómetros en el sendero, me detuve en Photographer's Point para admirar el hermoso panorama.

Allí conocí a una familia de Costa Rica. Mientras los padres veían el panorama, les dije a su hijo de doce años y a su hija de ocho, lo importante que es tener fe en Dios. Cuando terminé, la madre dijo: -¿No te lo había dicho yo?

También conocí a un botánico y su compañero de caminata, que era ingeniero. El botánico me habló acerca de las flores endémicas de las Montañas Rocosas: azulejo, lupino, anciano, aster, oreja de elefante, y me informó: -Usted está aquí en el tiempo más apropiado para apreciar las flores.

Miré a mi alrededor. Era como caminar en una nube multicolor.

Desde la cumbre del Dinwittie Pass, capté mi primera vislumbre del Gannett Peak. ¡Ah, pensé, no parece estar muy lejos!

Seguimos avanzando y cruzamos unos puentes angostos de nieve sobre algunas grietas; mientras todavía era temprano, la nieve era firme como el acero. Una vez que el

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sol la calienta, esa nieve dura como el acero se convierte en gelatina.

En la cima del Glaciar Gooseneck Pinnacle, Whit señaló hacia uno de los muchos picos elevados que se extendían delante de nosotros: -Allí está la cumbre.

Miré hacia el pico que él señalaba, y luego al que estaba a su izquierda. Ambos picos a mí me parecían iguales. -¿Estás seguro?

Mike, detrás de nosotros, dijo: -Sí, ese es, el de la derecha.

Sacudí la cabeza: -El de la izquierda me parece más alto a mí. - Bueno -razonó Mike-, lo sabremos cuando estemos más cerca. Mike tomó la delantera mientras bajábamos el glaciar donde tres experimentados escaladores de rocas se encontraron con nosotros. -¿Pueden decirnos cuál de esos dos picos es el Gannett Peak? -les pregunté. -Ese -contestó el mayor de ellos, señalando el pico de la izquierda.

En ese momento Mike nos llamó para decirnos: -Es el de la izquierda. Puedo decir que es ese, por el sendero.

Tuvimos que reírnos.

Acelerando el paso llegamos a un lugar donde la nieve se estaba despegando de la montaña. Pronto sería una grieta. -Llegó la hora de atarnos con las cuerdas-dijo Mike.

Yo me até con Bárbara. (Kona tuvo que permanecer en el estacionamiento durante la ascensión. Los perros labradores negros no tienen garfios trepadores en las patas.) Juntos comenzamos a subir la cuenca de nieve, conscientes constantemente de los movimientos de la cámara de vídeo de Rick. El viento nos azotaba violentamente. Yo sudaba a chorros por la ascensión. Cuando me detenía

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comenzaba a congelarme. Después de subir un empinado campo de nieve lleno de hoyos, finalmente alcanzamos la cumbre.

Después de un descanso y de una agradable conversación con otros escaladores, comenzamos el descenso. Como siempre ocurría, bajar era más difícil para mí que subir. Mike y yo nos atamos con la cuerda para el viaje por encima del bergstrom. Cuando mi pierna artificial se sumergió, supe que me encontraba en dificultades.

Pero no sabía la gravedad del contratiempo hasta que hundí mi bastón de esquí en la nieve donde se me había hundido el pie. Lo empujé hacia abajo y descubrí que era una grieta de unos 17 a 30 metros de hondo.

Se me abrió la boca y durante un segundo me quedé mirando el hoyo muy cerca de donde yo estaba. Entonces comprendí la situación y di un salto hacia atrás, doblemente agradecido de que hubiéramos tenido tiempo de atarnos unos a otros con las cuerdas.

Desde ese punto en adelante caminamos a lo largo del filo del bergstrom en vez de hacerlo sobre el glaciar mismo. Debajo de nuestros pies podíamos ver el agua que fluía bajo la capa de hielo. Cuando finalmente nos paramos en roca sólida, elevé una oración de gratitud a Dios.

Mantuvimos un paso constante durante todo el resto de la ascensión, a pesar de la hinchazón de mi muñón y de las llagas que yo tenía en la pierna buena. Me apresuré a llegar a mi tienda cuando llegamos al campamento, me quité la prótesis, bebí algo de agua, me metí en mi bolsa de dormir y me quedé dormido.

Después de una noche de descanso, nos dirigimos al campamento base y a nuestros vehículos. Nos detuvimos en Jackson Hole un día más, para que yo pudiera descansar y hacer algunos asuntos de negocios como también darnos un buen baño caliente y disfrutar de una excelente comida.

Dijimos adiós a Bárbara y Kona la siguiente mañana y nos dirigimos hacia el norte rumbo a Montana. En el Cus-

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ter National Forest llegamos al Granite Peak. Si alguna montaña de las 48 más bajas estuvo a punto de impedirnos la subida a los 50 picos fue esta.

En Granite Peak, caminamos desde el principio del sendero hasta un lago, luego subimos la ladera de la montaña hacia Froze-to-Death-Plateau. Allí el sendero se hizo más empinado y rocoso, mientras se internaba en las alturas de la montaña.

El Servicio Forestal de los Estados Unidos advierte a las personas con respecto a la meseta: "Una tormenta de nieve puede ocurrir en cualquier momento del año" . Afortunadamente para nosotros, el clima en el momento era claro y cómodo.

Después de la meseta encontramos un campo de rocas apiladas unas sobre otras. Fue difícil saltar de roca en roca, cuidándonos constantemente contra la posibilidad de resbalar y caer.

Subimos durante nueve horas ese primer día. Siendo que todavía nos faltaba subir una roca muy grande, sugerí que tomáramos un día libre para que yo pudiera descansar. Mike pasó el día entrenando a Whit y a Rick en las técnicas del montañismo. Aprendieron cómo pasar una cuerda de una roca a otra.

A la siguiente mañana, poco antes de las cuatro, comenzamos a caminar rodeando los lados de Tempest Mountain. A continuación subimos la cresta que la conecta con Granite Peak. Nos atamos de nuevo cuando alcanzamos el área de rocas. Después de probar las eslingas o bragas, las usamos como también las correas dejadas por los guías de grupos para escalar las rocas.

Ocasionalmente, mientras me balanceaba en una caída, había visto hacia abajo los 335 metros de aire limpio que había debajo de mí. y me felicitaba por no llenarme de pánico. Varias veces, escuchamos una pequeña piedra deslizarse en la distancia. Por supuesto, ninguna roca es pequeña si le da a uno en la cabeza.

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Escalamos las gigantescas paredes de roca hasta la Crux, la parte más difícil del ascenso. A continuación vino el Key Hale, dos rocas perpendiculares a la montaña con otra losa encima. A unos 17 a 33 metros del Key Hale estaba la cima. -¡Ajúa! - grité cuando puse mis botas en la marca que estaba en la cumbre-. ¡Lo logramos!

Fui el primero en descender por la roca en el viaje de retorno. Me dejé caer sobre un reborde por unos 7 a 10 metros a la derecha, luego desaté la cuerda y la envié en busca de Whit.

Me encantó esta ascensión. Hubo un momento cuando, dependiendo de la fortaleza de la parte superior de mi cuerpo, fui más rápido que los otros montañistas que no tenían incapacidad alguna.

De repente, por encima de mí, Whit se resbaló. Instintivamente yo apreté la cuerda. Whit tomó otra saliente y pronto se reunió conmigo. Los demás siguieron sin incidentes.

En la Crux descendimos a cuerda doble otros 335 metros hasta una saliente que tenía 45 centímetros de ancho, donde nos anclamos. Desde allí Mike dirigió el descenso de la cresta hasta un puente de nieve. -¡Ahora, la fotografía! -gritó a mitad del camino.

Luego me tomó una foto en la saliente de la cresta. -¡Ay! - el grito tras nosotros fue seguido por un estruendo de rocas que caían.

Volteé para ver a Rick cayendo por un lado y comenzando a deslizarse hacia abajo por una loma de unos 300 metros de nieve y hielo.

Las rocas y la nieve comenzaron a caer delante de él. De pronto, tan rápido como había comenzado a deslizarse, afirmó el talón en una roca, deteniendo así su caída. -¡No te muevas!-le gritó Mike.

Corrió hacia el borde y comenzó a analizar la situación y el peligro. Luego hizo que Rick volviera a la seguridad del reborde. Whit yyo mirábamos con la boca abierta. ¡Ay!

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Agradecidos, y con cierto aire de solemnidad, seguimos los mojones que nos condujeron de regreso a la meseta llamada Froze-to-Death-Plateau. El cielo estaba oscuro, y el viento azotaba fieramente alrededor de nosotros cuando comenzamos a cruzarla.

Luego la tormenta azotó repentinamente. Los relámpagos estallaban en derredor nuestro. Como estábamos flanqueados por grandes desfiladeros a ambos lados, no teníamos para donde huir o escondernos. Estábamos a merced de los elementos. Yo oraba y caminaba tan rápido como podía.

Afortunadamente, la mayor parte de la tormenta azotó el pico de la montaña al norte de nosotros. Disfruté el dramático espectáculo de luz a pesar de mis preocupaciones. Al final de la meseta, divisé a tres escaladores que se dirigían hacia la cumbre. Uno de ellos gritó: -¿Eres tú, Todd?

Esforcé la vista tratando de identificar al hombre. -Soy Ron. ¿Me recuerdas?

Era el pastor de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Oregón que me había conocido en otra montaña. -Ron. ¿Cómo van las cosas?

Me detuve a hablar con él mientras los demás seguían adelante. Cuando supe que Ron planeaba escalar el pico más alto de Idaho pocos días más tarde, acordamos encontrarnos allí.

Una vez que llegamos a la base, empacamos todo y nos dirigimos hacia Idaho. Nos detuvimos en Bozeman, Montana, para reunirnos con mi amigo Fred, que estaba allí visitando amigos. Fue maravilloso ver a Fred otra vez. Él siempre había apoyado nuestra aventura.

Voni, la amiga que él estaba visitando, también nos apoyaba. -Dios te está usando, Todd. Él te ha dado una increíble oportunidad para influir sobre mucha gente. Él te está colocando en una posición desde la cual puedes hacerlo.

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Ella habló con total convicción. Yo había escuchado eso mismo de parte de Lisa y de los miembros de la familia, pero viniendo de una extraña, de una persona que acababa de conocer, me inspiraba más que nunca. Sin que yo explicara nada, ella podía ver cómo iba la ascensión.

Se habían presentado muchas situaciones en la ruta en las que mis fuerzas estuvieron a punto de abandonarme, cuando el dolor de las piernas parecía demasiado intenso; hasta llegué a pensar que no sería capaz de continuar, cuando deseé salirme del sendero y decir: "¡Se acabó! ¡No puedo más!"

En aquellas ocasiones me repetía una y otra vez a mí mismo: "Tengo que seguir adelante. Estoy haciendo esto por Dios. Tengo que bajar de esta montaña" .

Cruzamos los estados de Montana y Idaho hasta el Bora Peak, donde nos encontramos con Dan y Mike, dos reporteros que encontraron que esto era un gran excusa para salir de la oficina. Nos presentamos, luego establecimos el campamento. Descubrí a un caballero anciano que había planeado escalar el pico solo y lo invitamos a unirse a nuestro equipo.

Ron y sus compañeros no habían llegado aún cuando nos acostamos esa noche. Llegaron antes del amanecer la mañana siguiente, listos para escalar en serio.

Desde el inicio del sendero, el monte Bora demostró ser una caminata bastante empinada. Eso era suficientemente malo, pero luego llegamos a una cresta afilada como un cuchillo. Con unos desfiladeros de 400 metros a cada lado, fuimos afortunados de tener mucho donde agarrarnos.

El puente de nieve que conducía a la cumbre fue fácil de cruzar, pero un resbalón habría enviado una persona al abismo. Podíamos ver bastones de esquí tirados por allá muy abajo en la ladera, pero no supimos si el infortunado esquiador estaba allí todavía.

Durante todo el viaje, fui cuidadoso en hacer solo lo necesario para realizar una buena ascensión. No quería co-

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