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13. Rumbo a Alaska

Capítulo 13

RUMBO A ALASKA

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El tranquilo viaje a través de los bosques de Idaho hizo muy poco para calmar mis ansiedades. Muy por el contrario, las montañas intensificaban mis temores. En algún lugar, en el fondo de mi mente podía escuchar una estación de radio de Spokane donde un entrevistador discutía con un airado radioescucha acerca de los efectos positivos y negativos del plan de salud del Presidente Clinton. Normalmente yo estaría expresando mis opiniones personales sobre el tema, pero esta vez no lograba captar mi atención.

Whit me miró desde el asiento del conductor, con los ojos brillantes de emoción. Golpeó el dorso de una mano sobre el volante. -¿Te imaginas? ¡Nos dirigmos hacia "El Grande"! ¡El monte McKinley!

Yo asentí -Sí, ¡"El Grande"!

Todo lo que había escuchado acerca de la montaña asesina reforzaba mis temores. Libros, folletos, artículos de revistas, y experimentados escaladores, todos me advertían en cuanto al asalto al McKinley: las grietas, el glaciar, las paredes de hielo, violentas tempestades, temperaturas congelantes, ceguera por causa de la nieve. Recosté la cabeza en el asiento y cerré los ojos. Una visión pasó frente a mí. Una visión en la que me vi caminando sobre el hielo. Repentinamente escuché un fuerte ¡crack!, y luego desaparecí en una grieta, helado y para siempre. La misma escena había estado en mi mente durante las últimas semanas.

Aprisionado en las redes de mi propias dudas y agobiantes temores, continué rumiando las potenciales tra-

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gedias que el Monte McKinley me deparaba mientras devorábamos el camino. El temor de morir en el McKinley se negó a abandonarme. Recordé las preguntas que los israelitas habían hecho cuando se encontraron atrapados por el ejército egipcio: "Señor, ¿nos trajiste a este desierto para matarnos?"

Pero no, Dios no opera de esa manera. Es un Dios de amor, no de temor. Él me ha traído hasta aquí. Él irá conmigo hasta el fmal. Pero ¿qué si él quiere que yo regrese? ¿Qué si he estado malinterpretando su voluntad hasta aquí? Conquistar el McKinley significaba más para mí que el desafío y la victoria. Era un obstáculo en el camino de mi decisión de compartir el mensaje que Dios me había dado para compartir con otros.

Todd ... , perezosamente me di masajes en el muñón para disipar el dolor residual de la última ascensión. Sé razonable. Ya has probado un poquito de nieve, algunos vientos, un poquito de las grandes alturas, y lo hiciste bien. Te irá bien en el monte McKinley. No tengas temor.

Sin embargo, mientras la camioneta Ford roja de mi padre devoraba kilómetros tras kilómetros, mi consternación se intensificó. Para Whit, alcanzar la cumbre del McKinley era alcanzar sencillamente la cumbre de otra montaña; pero para mí, era la razón de todo el proyecto de los ciencuenta picos más altos. Si yo podía, con el poder y la fortaleza de Dios, conquistar la monstruosa montaña, cuya inmensidad solo podía imaginar, podría conquistar cualquier otro desafío que la vida me deparara. Y si una persona con una sola pierna podía escalar las enormes paredes de hielo y llegar victorioso a la cima del territorio estadounidense, también otros millares de personas que escucharan mi historia podrían tener esperanza y triunfar sobre los enemigos más difíciles e imposibles de vencer en la vida.

Un nudo se me formó en la garganta. Tragué saliva. "Está bien, Señor. Seremos Tú y yo, desde el principio hasta el final".

Rumbo a Alaska

Me recosté hacia atrás cuando las señales indicaban las salidas para Spokane. El sol ya se había ocultado detrás de las montañas cuando Whit entró al estacionamiento de la casa de su amigo. Habíamos hecho arreglos de dejar allí la camioneta cuando nos dirigiéramos al aeropuerto.

Mientras Whit conversaba con sus amigos, llamé a Lisa, luego tomé un baño caliente y me acosté para una larga noche de sueño. Agotado por la ascensión y el largo camino que habíamos recorrido, pronto me dormí profundamente.

La siguiente tarde llamé a Lisa de nuevo. Hablamos acerca de la ascensión al McKinley y la forma en que podríamos obtener la mejor cobertura de los medios de publicidad. -Necesitas que se grabe en vídeo tu ascensión al McKinley, Todd. Las estaciones de TV a quienes he contactado lo piden. Y más tarde, cuando salgas a diversos lugares a dar conferencias, lo necesitarás. Mientras ella hablaba, podía imaginarla trabajando en el escritorio que se había convertido en la base de operaciones para Summit America. -Lo sé. Prometo ver qué se puede hacer.

En nuestro segundo día en Spokane, Whit descargó nuestro equipo de la camioneta. Después de amontonar chamarras en una pila, cuerdas y zapatos para la nieve en otra, y colgar nuestras bolsas de dormir en el pórtico de la casa, el césped de sus amigos parecía como si estuviéramos listos para una venta de garaje de fin de semana. Y si bien empacamos nuestro equipo, también lavamos mucha ropa.

Llamé a Adrián Crane, el guía para la ascensión al McKinley. Su acento británico y su gracioso ingenio se escucharon a través de la línea del teléfono. - De mi parte, todo está listo.

Adrián, el que poseía el récord, había estado originalmente conectado con el Proyecto de los Cincuenta Picos.

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Había sido contratado para guiar al grupo en la ascensión al monte McKinley. Pero cuando el proyecto se disolvió, le pedí que guiara el equipo Summit America.

Hablamos acerca de las provisiones que deberíamos comprar en Anchorage. -¿Por qué no, en vez de reunirme contigo en el pico más bajo número cuarenta y ocho, salgo mejor en un vuelo más temprano y compro las provisiones, para ahorrar un poco de tiempo? -Buena idea. Nos vemos mañana por la noche. Colgué el auricular y taché el último punto en mi lista.

La siguiente mañana abordamos el avión para Seattle. Ansioso por estar en camino, Whit se me adelantó en el abordaje de la nave. Una mezcla de excitación y temor se revolvían en mi interior cuando localicé mi asiento y me preparé para el despegue. Manténte enfocado, Todd. Yo me sonreí a mí mismo. Recuerda por qué estás haciendo esto. Sí, tú tienes que hacer la ascensión, pero está bien que lo disfrutes mientras estás allí.

Disfrutarlo era un nuevo pensamiento. Había trabajado tanto y tan arduamente preparando este momento, que había tenido poco tiempo para disfrutar. Reflexioné en la extraña idea todo el resto del viaje.

Cambiamos aviones en Seattle. Aunque ya era de noche cuando aterrizamos en Anchorage, la persistente luz del sol nos hacía creer que era más temprano. En el aeropuerto nos encontramos con Adrián y Mike. La experiencia y condición de experto de Mike era una bendición enviada del cielo para el proyecto.

De allí, rentamos un taxi, una Station Wagon Subaru de Denali Overland Transportation, fuimos a la casa de un amigo de Adrián para cenar, y luego nos dirigimos a la tienda REI. Mike parecía el proverbial niño en una tienda de dulces mientras comprábamos las carpas necesarias para la nieve, cuerdas adicionales, zapatos para la nieve, bolsas para dormir, equipo de campamento, y baterías ex-

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tras, para la ascensión al McKinley. También rentamos las botas de plástico y las polainas necesarias para subir a la nieve. Observé el creciente montón del equipo. -¿Es todo? -preguntó el dependiente.

Yo tragué saliva y asentí con la cabeza.

El dependiente ni siquiera parpadeó cuando calculó el costo e hizo la nota: -Son 3.115 dólares, señor Huston, después de aplicarle un 20% de descuento, por supuesto.

Aunque yo sabía que nuestra seguridad dependía del uso del equipo correcto, un poco renuente saqué la chequera de mi chamarra. Oh, ahora no hay modo de echarse atrás, ¿está bien, Señor?

Cuando cargábamos nuestro equipo en el vehículo, noté el contraste físico entre los tres miembros del equipo, a los cuales les confiaba mi vida y una pierna buena. Whit, activo, alto y musculoso, siempre podía llamar la atención de una mujer hermosa. El pequeño y nervudo inglés de la fácil sonrisa, también tenía la fortaleza y la experiencia para hacer aquella ascensión. Los ojos de Adrián desmentían los serios matices de su espíritu competitivo bajo su actitud retraída. Habiendo crecido escalando en el difícil clima de Escocia, tenía un increíble sexto sentido para las montañas.

Mike demostraba una seriedad y determinación que hablaban de experiencia y confianza. Su entrenamiento militar lo hacía experto en la planeación. Su excelente musculatura hablaba de sus largos años en el montañismo. Le llamábamos Popeye.

Cuando Whit echó el último paquete en el vehículo, se enderezó y miró a su alrededor. -Hey, ¡tengo hambre! ¿Cuándo comeremos?

Whit tenía hambre de nuevo. Yo me reí. Todo es normal. Todo está en armonía con el género humano. Después de comer algo rápidamente, nos dirigimos hacia Talkeetna.

Esa noche que pasamos en la barraca, escuché a otros escaladores que hablaban de horripilantes incidentes en

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