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15. Muerte en la montaña

Capítulo 15 MUERIE EN LA MONIAÑA

Durante seis horas caminamos a través de gigantescas grietas y de huellas de avalanchas recientes. La estrecha senda nos presionaba de ambos lados. Rodeamos Windy Comer, despacito y echamos un vistazo a la grieta color esmeralda. Me maravilló la belleza natural de la montaña. Por primera vez desde que había comenzado la ascensión, comencé a sentir la fortaleza de "El Grande".

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Mientras continuaba subiendo, mi respiración se volvía cada vez más difícil. Además, estaba sudando a pesar de que hacía un frío cortante. Y yo bebía más agua de lo normal. De todos modos, comencé a preocuparme por la posible deshidratación.

El campamento, que estaba a 4.700 metros de altura, parecía una ciudad, con gente y carpas por todos lados. Cualquier aislamiento que hubiera sentido antes, cedió el paso a las antenas de radio, las carpas, el olor a comida que se cocinaba, las risas, y el ir y venir del helicóptero.

Sin duda hay seguridad cuando somos muchos, pensé. La paz me llenó el alma, y suspiré aliviado. Pero los retorcijones de mi estómago no cesaban fácilmente. Cuando establecimos el campamento para pernoctar, mi estómago ya rugía. Apenas podía poner un pie detrás de otro. Le dije a Whit: -Me siento de veras cansado. Creo que tengo mal de montaña.

El se rio y luego siguió adelante mientras decía: -Todo lo tienes en la cabeza. -No lo creo. Nuestra tasa de ascenso hoy fue alta. Me siento mal, de veras.

AL FILO DE LO IMPOSIBLE

Mike escuchó lo que dije, pero me animó: -Todd, estarás bien. No habrá inconvenientes. Te lo aseguro.

Adrián añadió sus comentarios: - No hay nada por qué preocuparte. He estado subiendo y bajando montañas docenas de veces y jamás contraje el mal de montaña. Además, todo lo tienes en la cabeza -dijo, golpeándose la frente. -Explícale eso a mis intestinos.

Miré a mis socios en la ascensión con disgusto y frustración. Al menos podrían haber mostrado simpatía, pensé. ¡Después de todo, yo estoy pagando por esta expedición! -Voy a ir a la estación de guardabosques. Ellos tienen a un médico de guardia.

La corta caminata hasta la Estación de guardabosques me pareció interminable. Mientras más cerca estaba, peor me sentía. Mis pensamientos iban constantemente hacia nuestro empeño de subir a la cumbre. Sí tengo un caso grave de AMS, el médico me enviará hacia abajo. Todo el proyecto se habrá perdido. Toda la planeación, todos los preparativos. ¡Todo perdido! Entré tambaleante a la tienda del guardabosques y le pregunté: -¿Cómo sabe uno si tiene mal de montaña?

El hombre me miró críticamente por un momento: -Venga a la tienda del médico. Hay una sencilla prueba que podemos administrarle la cual medirá la cantidad de oxígeno que usted tiene en la sangre.

Lo seguí a la tienda del médico, donde se guardaban las medicinas y el equipo médico. -Doc. aquí tiene un posible caso de AMS -dijo desde afuera.

El médico de emergencia que era de Boulder, Colorado, me indicó que me acercara a unas herramientas de metal blancas. -¿Así que es usted el que se siente mal, eh?

Asentí con la cabeza, describiéndole todos mis síntomas.

Muerte en la montaña

-¿Ha estado por encima de los 3.300 metros de altura antes? -Solo en un Jet en vuelo. -Por lo menos todavía tiene sentido del humor. Es un buen síntoma -respondió sonriendo.

Me puso una especie de abrazadera en un dedo. Un cable me conectaba a un aparato que resplandecía con números digitales rojos. -Setenta y tres. Usted tiene 73% de la cantidad requerida de oxígeno en la sangre. Tiene un caso muy leve de mal de montaña.

El corazón se me fue a los pies. ¿Sería esto el fin de nuestro ascenso a "El Grande"?

Él continuó: - La buena noticia es que es tan leve, que no necesitamos tomar medidas drásticas. Tengo algunas píldoras para usted que incrementarán su ritmo respiratorio, lo que, a su vez, le llevará más oxígeno a la sangre. A causa de efectos colaterales como por ejemplo hormigueo en los dedos y micción frecuente, le aconsejo tomar solo la mitad de una tableta y beba bastante líquido. Le daré suficiente para que dure hasta que termine su ascensión.

Agradecí al médico y regresé a mi campamento. En el camino comencé a temer que los síntomas empeoraran mientras más alto subiéramos en la montaña. Además, experimenté una maliciosa satisfacción cuando les dije a mis compañeros de equipo que mis síntomas eran reales y no estaban solo en mi cabeza.

Después de beber una taza de sopa caliente, me metí a mi bolsa de dormir, corrí el toldo sobre la cabeza y dormí toda la noche. A veces, a algunas personas les cuesta dormir a tales alturas; pero a mí no. Dormí mejor que los demás esa noche. A la siguiente mañana me sentía más fuerte. Mis síntomas habían desaparecido. Pasamos los siguientes dos días en el campamento, acostumbrándonos al cambio de altitud, antes de subir la montaña.

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Era notablemente más frío de lo que había sentido en altitudes menores. Elegimos un lugar para acampar y nos entregamos a nuestras tareas personales. Después que Adrián y yo limpiamos nuestro lugar y erigimos nuestras tiendas, anticipamos ansiosamente nuestra recompensa: una taza de sidra de manzana caliente. Mientras acariciábamos las tazas calientes con manos entumecidas, conocimos a otros acampantes. A las 8:oo nos reunimos alrededor de nuestro radio portátil para escuchar a la guardabosques Annie dar los pronósticos del tiempo para los siguientes dos días: -Hay en este momento un sistema de baja presión en la montaña. Parece que durará todo el día. Posiblemente, un sistema de alta presión viene detrás.

Si bien sabíamos que los pronósticos de los guardabosques eran extremadamente conservadores, para evitar que la gente tomara riesgos innecesarios, nos quejamos contra el mal tiempo. ¡Otro día de mal tiempo en la cumbre!

Descansamos en el campamento durante dos días. En el tercero, el equipo hizo una subida a 5.600 metros, donde escondieron nuestras provisiones en la nieve. Mientras los tres estaban fuera, visité la tienda del guardabosques e hice amistad con Jim. Nos sentamos en su tienda, bebiendo chocolate caliente y hablando acerca de la montaña y sus muchos "estados de ánimo". -No puedes ser demasiado cuidadoso en el viejo Denali -me advirtió Jim-. Hace un par de años, un amigo mío, un montañista de Polonia, subió solo a la cumbre. Una tormenta lo atacó cuando comenzaba a bajar. No pudo bajar más de 70 metros cuando se vio forzado a detenerse y cavar un hoyo en la nieve. Siendo que él intentaba hacer la cumbre en un día, no había llevado su estufa o su equipo de dormir que necesitaría para pasar la noche a campo abierto en la montaña.

No importa cuántas veces los guardabosques o los montañistas veteranos contaran sus historias, yo las es-

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cuchaba con arrobada atención. Si podía aprender los secretos de la montaña, probablemente evitaría contratiempos antes de atacarla.

Jim continuó: -Nadie más supo nada de él desde que salió del campamento. Al tercer día, el clima cambió y yo envié inmediatamente un equipo de rescate aéreo. El piloto del avión lo vio saliendo de su cueva de nieve: vivo. Avisaron por radio a la base para que un helicóptero lo recogiera. - Él perdió ambas piernas debajo de las rodillas por congelamiento -Jim se aclaró la garganta-. Él vive en Anchorage. Si te conociera serías un aliciente para él. -Dame su nombre y su número de teléfono. Me encantaría hablar con él.

Cuando el equipo volvió al campamento, Whit se sentía bastante mal. La parte más empinada del sendero había sido una subida verdaderamente difícil. Consideramos la posibilidad de esperar otro día hasta que Whit se sintiera mejor. -No-insistió él-. Estaré bién por la mañana.

Despertamos muy temprano la mañana siguiente por el rugir del helicóptero que sobrevolaba. Saqué la cabeza de la tienda para ver lo que ocurría, pero las nubes bajas obstruían mi visión del helicóptero. Pregunté a uno de los montañistas con quienes había hablado la noche anterior: -¿Qué ocurre allí?

Él hizo una pausa, con los ojos llenos de angustia: -Los dos coreanos. El equipo de rescate los encontró. -¿Y? -yo lo sabía sin tener que preguntar. pero tenía que preguntar de todos modos.

Él sacudió la cabeza y se mordió los labios: -Algo grave. Sumamente grave.

Grave. Sumamente grave. Grave. Sumamente grave. Me temblaron las manos mientras salía de mi bolsa de dormir y sacaba la ropa que usaría ese día del fondo de ella.

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Me puse la pierna artificial y metí el otro pie en mi bota de plástico, que se había congelado durante la noche. En caso de que usted no lo sepa, ponerse una bota congelada es como poner el pie dentro de una bolsa de hielo y caminar con ella hasta que los cubos se derritan. Mi pierna artificial no estaba mejor.

Cerca de mí, Whit se quejó y se hundió más en su bolsa de dormir. Adrián, al otro lado de Whit, se sentó para preguntar: -¿Qué pasa? -Encontraron a los escaladores coreanos ...

Se me cortó la voz en la garganta. Aunque nunca había conocido a los hombres, éramos hermanos, hermanos que afrontábamos los mismos peligros y posiblemente la misma suerte. El helicóptero vino para recoger los restos de los montañistas.

Salí de mi tienda y me acerqué al silencioso grupo de escaladores que observaba al equipo de rescate cargar al helicóptero las dos bolsas negras con los cuerpos. Me estremecí cuando el helicóptero se levantó y una bolsa con un cadáver se apoyaba sobre la pierna del piloto para ir allí durante todo el vuelo. -Imagínense volar desde aquí hasta Anchorage con un cuerpo muerto descansando en tu regazo -musité yo.

Uno de los montañistas veteranos pateó la nieve con su bota, mientras decía: -A veces, cuando no pueden bajar para rescatar los cuerpos, los guardabosques tienen que almacenarlos en la nieve en espera de que el helicóptero pueda aterrizar. -¿Qué les ocurrió? - pregunté al hombre que estaba más cerca de mí. - Hasta donde los guardabosques pueden saber, la tormenta los azotó, y los dos montañistas no tenían el equipo necesario. Por tanto, en vez de hacer una cueva y esperar que pasara la tormenta, decidieron bajar en medio de ella. Uno se cayó a una grieta. Lo hallaron colgado de su cuer-

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da, cabeza abajo. El otro estaba sentado sobre una roca, sosteniendo su radio cerca de la cabeza. Ambos murieron congelados.

Rocky se acercó a mí para decirme cuando regresaba a mi tienda: -Oye, ¡qué tragedia!

Asentí con la cabeza, pero no pude contestar. No podía dejar de pensar en las familias de los dos hombres y en la pena que pronto experimentarían. Los rostros de mi papá y mi mamá surgieron casi delante de mis ojos. Yo sabía que ellos esperaban ansiosamente noticias de mi éxito en la ascensión a "El Grande". Todas las dudas que yo había tenido antes de comenzar la ascensión volvieron. trayendo con ellas un séquito de nuevas consideraciones.

Antes de mucho, sin embargo, las palabras de mis amigos, Fred y Kathy, resonaron en mis oídos: -Tú estarás bien, Todd.

Fred me alentó cuando le hablé acerca del McKinley: - La subida está bastante empinada, pero tú puedes hacerla.

Kathy secundó esos pensamientos: -Lo harás y saldrás bien, Todd. Simplemente vé y diviértete en esa montaña.

Pensé en todo el ánimo y aliento que Lisa me había dado cuando la había llamado desde el campamento base a los 2.300 metros de altura. ¡Qué amigos! ¡Cuán afortunado soy! Ahogué una fuerte oleada de emociones y volví mi gratitud hacia mi mejor Amigo, que había estado conmigo desde el principio. Recité sus palabras de ánimo en voz alta mientras me vestía para la ascensión: "He aquí yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". "Hasta el fin del mundo". Miré hacia la dirección del North Peak y sonreí para mí mismo. "Tengo que admitir, Padre, que el monte McKinley puede de veras ser llamado "el fin del mundo".

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