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ie del Denali .................................................................................... 5 2. Tragedia en Tenkiller 3

Tragedia en Tenkiller

se retorcía de dolor, cuando mi padre y Clay me bajaban a la parte inferior del bote. Scott. mi hermano de doce años, me miró, con la boca abierta; y la cara horriblemente pálida. -¡Scott! - gritó mi padre, mientras tomaba la primera toalla de playa que estuvo a su alcance. -Toma el timón y conduce el bote.

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Scott movió la cabeza horrorizado. -¡¡No puedo!! ¡¡No sé cómo se hace!! -Tienes que hacerlo, hijo! ¡Yo tengo que detener esta hemorragia, o si no tu hermano morirá! ¿Morir? Moví la cabeza negando frenéticamente. Yo no voy a morir! -¡Aguántate, hijo, vamos a llevarte a un médico! ¡Scott. más vale que te apresures!

Papá le daba las instrucciones a gritos de cómo arrancar el motor, mientras mi hermano subía obedientemente al asiento que estaba ante el volante. ¡Hey, no es justo, Scott es menor que yo y va a manejar el bote ... ! Las palabras de mi padre retumbaban en mis oídos.

Miré de soslayo al sol poniente. Las partículas de luz me golpearon los ojos como si fueran copos de nieve que se estrellaran contra los faros de un automóvil a alta velocidad. Yo me retorcía en el piso del bote, aturdido por el dolor y la pérdida de tanta sangre. En algún lugar a lo lejos escuché el motor de un bote que comenzaba a toser para luego funcionar a plenitud. Sentí las vibraciones debajo de mí, mientras nos lanzábamos a gran velocidad hacia la playa. -¿Por qué a mí? -gritaba yo mientras mi padre y Clay me envolvían las piernas con una toalla tras otra, solo para verla casi al instante empapada de sangre-. ¿Por qué a mí?

Podía escuchar a mi padre gritándole a Clay para que hiciera presión en los puntos adecuados, mientras un cada vez más ancho charco de sangre me circundaba. Mis años de entrenamiento como Cachorro y luego como Boy Scout penetraron la cortina del dolor. Recordé las instrucciones del manual de los Boy Scout: que cuando uno se encuen-

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traen una situación de emergencia, debe mantener la calma, y estar quieto. -¡Muy bien, que no cunda el pánico! -grité.

Apreté los dientes para impedir que siguieran castañeteándome y me mordí el labio inferior. ¡No te descontroles!

¡Quédate tranquilo!

Mi padre usó toallas de playa para tratar de parar la hemorragia, solo para verlas empapadas de sangre casi al ponerlas en las heridas. Aparté los ojos de la pierna izquierda destrozada para fijarlos en la pierna derecha. Ignorando la rótula partida en dos y las otras horribles laceraciones, traté de mover el pie derecho. No pude hacerlo. ¿Por qué no puedo mover el pie? Solo un pensamiento dominaba mi mente: el pie paralizado. No lo puedo mover. No puedo mover el pie.

Mi padre me palmeó el hombro.

Eso me afligió muchísimo. -No te aflijas, Todd. Vamos a hacer todo lo que podamos para ayudarte. Confía, hijo.

Durante un momento me concentré tratando de mover el pie, pero no pude hacerlo. Esto me preocupaba. Durante los quince minutos que duró el viaje hasta el muelle, perdí la noción del tiempo. Pensamientos extraños e inconexos llegaban y se iban con respecto a la escuela, el fútbol, mis amigos. Suaves destellos continuaban danzando ante mis ojos. Cuando el bote atracó en el muelle, fieras ondas de dolor se dispararon por todo mi cuerpo. Con los ojos lacerados por el dolor, contemplé el rostro demacrado de mi padre: -¿Significa esto que no podré jugar fútbol en el otoño?

Sin responder a mi pregunta, se puso de pie de un salto, me tomó en sus brazos y gritó a la gente que estaba en el muelle. -Llamen una ambulancia. Mi hijo está gravemente herido. No puedo detener la hemorragia.

Miré el charco de sangre que estaba donde yo había estado sentado, mi propia sangre, y con una voz apenas audible, clamé:

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- ¡Oh, Dios, ayúdame!

Un extraño se abrió paso a través de la multitud de espectadores, mientras decía: -Soy médico. Permítame ayudarle con el muchacho.

Y ayudó a mi padre a levantarme del fondo del bote y llevarme hasta el muelle. -¿Puedo ayudarles? Soy enfermera -dijo una mujer que sin esperar respuesta corrió a ponerse al lado del médico.

No me hice muchas preguntas acerca de la casualidad de que hubiera un médico y una enfermera en el mismo muelle, en el remoto lago, y en el momento exacto para salvarme la vida, porque nunca imaginé que estuviera en peligro de morir. Solo sabía que sufría horriblemente y que tenía muchísima sed. Sentía la lengua hinchada y reseca. -Tengo sed -dije en un gemido-; necesito un vaso de agua.

El médico gritó algunas órdenes mientras trabajaba sobre mi cuerpo. · -Déle un pedazo de hielo para que chupe. Alguien me puso dos pedacitos de hielo en la lengua. Mi amiga Emily me palmeaba el hombre. -Sé valiente, Todd.

Asentí con la cabeza mientras una sofocante ola de dolor ahogaba completamente mi consciencia, excepto mi dolor y mi sed. Luché contra la intensa penumbra que amenazaba con envolverme, engulléndose mi estado de conciencia. Luego, desde algún lugar lejano, escuché el aullido de la sirena de una ambulancia.

Oh, bueno. Quizá puedan darme alguna aspirina o algo así, pensé. Pero cuando el vehículo de emergencia se detuvo junto al malecón y un tumulto de paramédicos vestidos de blanco salió de él, nadie escuchó el clamor con que yo pedía algún calmante para el dolor. Estaban demasiado ocupados tratando de llevarme al hospital tan rápido como fuera posible. Mientras me subían a la camilla, grité en agonía por el dolor. De repente sentí que alguien me

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tomaba la mano. El rostro demacrado de mi padre se inclinó sobre mí y le vi los ojos llenos de preocupación por mí. -Papá - dije tratando de sonreír, pero lo único que pude lograr fue lastimarme-. Papá, ¿qué va a ser de mí?

Él sacudió la cabeza y movió los labios, pero no pude entender lo que dijo. - No te muevas, hijo -dijo el médico, mientras los paramédicos vestidos de blanco me subían a la ambulancia.

Yo extendí el cuello para tratar de localizar el rostro familiar de mi padre. -Todo saldrá bien, hijo. Yo estaré contigo y el doctor también - mi padre me palmeó la espalda.

Miré por encima de mi otro hombro al médico, que hablaba con uno de los paramédicos, pero no pude oír lo que decían. Como jamás había visto el interior de una ambulancia, observé el equipo de emergencia que me rodeaba. Aun con el gran dolor que tenía, mi curiosidad de muchacho de 14 años no podía apagarse.

La ambulancia salió a toda velocidad, dejando una nube de polvo y arena en su estela. Pedí medicina, pero nadie podía escucharme a causa del aullido de la sirena y el rugido del motor. El vehículo de emergencia corrió a gran velocidad por la accidentada carretera rural hacia el pequeño poblado de Tahlequah, a unos veinte minutos del lago. Se detuvo con la sirena rugiendo que continuaba más fuerte en el pequeño hospital del pueblo. La cabeza se me movía de un lado a otro mientras los asistentes empujaban la camilla a través de las puertas automáticas hasta la sala de emergencia. Quizás ahora podrán darme algo para quitar el dolor.

El médico que me había acompañado dio algunas órdenes a gritos al personal del hospital. En medio de la conmoción de las enfermeras que me envolvían las piernas en vendajes y me picaban los brazos con una aguja para ponerme una inyección intravenosa, traté de que me oyeran. -Me duele mucho. ¿Podrían darme algo para el dolor?

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Cuando nadie respondió a mi clamor, supliqué que me dieran agua. Estaba tan sediento. Una enfermera escuchó mi súplica. -No podemos darte agua, pero quizás un hielito te pueda ayudar.

Le sonreí con gratitud mientras ella me ponía un pedazo de hielo sobre la lengua. -Sr. Hudson, usted tuvo suerte que un médico estuviera en el lago hoy -dijo el médico que estaba de turno en la sala de emergencia, llamando a mi padre a un lado.

Me esforcé por escuchar lo que tenía que decir. -Sin ese cuidado de emergecia ... bueno, sencillamente usted fue afortunado, señor. -Gracias, Señor -dijo mi padre con un suspiro. -Pero su hijo todavía no está fuera de peligro. Nuestro pequeño hospital aquí en Tahlequah no está equipado para manejar este tipo de emergencias. Todd necesita atención que está mucho más allá de nuestra capacidad. El hospital más cercano para manejar esos casos traumáticos está en Muskogee. -¿Muskogee? ¿Muskogee? Mis pensamientos hicieron eco a las palabras de mi padre. -Pero su buena suerte todavía sigue acompañándolo, o quizá su hijo tiene alguien por allá arriba que vela por él. Parece que el equipo de cirugía del hospital está en el hospital de Muskogee. Se estaban preparando para hacerle una cirugía a otro paciente cuando llamé y les hablé de Todd. Ellos están esperando.

Ya no pude escuchar mucho más de lo que el médico dijo. Los mismos dos paramédicos que me había llevado al hospital levantaron mi camilla y se dirigieron a la salida de la sala de emergencia. Las luces del techo pasaban sobre mi cabeza como si fueran una mancha de luz. Yo me sentía como adormilado. Un frío extraño comenzó a surgir dentro de mi cuerpo, como si me estuviera congelando de adentro

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para afuera. Mis dientes comenzaron a castañetear. ¿Cómo puede hacer tanto frío? ¿Es el mes de julio, no?

Además de sentir frío, yo deseaba dormir. Quizá si cierro los ojos y duermo un ratito, el dolor se me quitará. Todavía no recibía yo ninguna medicina para el dolor. Estoy demasiado cansado para luchar, pensé. Cerré los ojos mientras ellos empujaban mi camilla rumbo a la ambulancia.

Mi padre se subió al vehículo detrás de mí. El me apretó los hombros para darme ánimo. -Aguanta, hijo, aguanta. Te vamos a llevar a Muskogee. Ellos están enviando sangre desde Tulsa para ti, todo saldrá bien; todo va a .... -Tengo mucho frío -balbucí, con los ojos todavía fuertemente cerrados. -¿Qué, Todd? ¿Qué dijiste?

Yo repetí para mí mismo: -Tengo frío.

Pero sabía que no podría oírme. Apenas podía hablar como un suspiro; estaba muy cansado. Quizá mi padre se imaginó lo que yo trataba de decirle, porque estaba temblando, y de repente, sentí el peso de una cobija más sobre mí. Eso está mejor, pensé. Si tan solo pudiera calentarme un poquito. Mientras la ambulancia se lanzaba a toda velocidad hacia el oeste rumbo a Muskogee, mis pensamientos daban volteretas, como zapatos dentro de una secadora. Espero que esto no eche a perder mis planes de jugar al fútbol este otoño. Espero que no tenga que perder más que unos pocos días de mis vacaciones de verano en el hospital. ¿Verano? ¿Calor? ¿Cómo puedo sentir tanto frío? Es el mes de julio, ¿no?

Me lamí los agrietados labios. Tengo tanta sed. Otra oleada de dolor interrumpió mis errabundos pensamientos. Cerré los ojos más fuertemente. Duele demasiado para pensar. Si tan solo pudiera dormirme. Ya me estaba sintiendo muy enojado con los paramédicos que parecían deleitarse en picarme, pincharme y moverme. ¿Por qué no me permiten dormir por un momento, solo un momento ... ?

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Dos horas después del accidente, el vehículo se detuvo en el hospital general de Muskogee. Segundos más tarde, la puerta de atrás de la ambulancia se abrió, y un equipo de personal entrenado sacó mi camilla del vehículo. De pronto me sentí rodeado por una horda de reporteros y de fotógrafos.

Mi padre gritó: -¡Nada de fotografías! ¡Nada de fotografías! -mientras les abría paso a los paramédicos hacia la sala de emergencia.

Una vez más, gritaba yo de dolor mientras ellos me transferían a una mesa de auscultación, donde una vez más me retorcieron, me voltearon, examinaron y picaron. Yo gritaba o me quejaba por el intenso dolor que cada movimiento me producía en todo el cuerpo.

En algún lugar entre la ambulancia y la sala de emergencia perdí de vista a mi padre. De repente me di cuenta que estaba rodeado por ansiosos y corteses extraños, que realizaban su tarea muy concentrados. -Pronto, Todd -me dijo una de las enfermeras-. Los médicos te ayudarán pronto.

Pronto ... Pronto ... Me repetía a mí mismo una y otra vez, mientras movía la cabeza constantemente para mitigar el intenso dolor. Después de lo que me pareció una eternidad, me llevaron a un elevador. Observé las luces que relucían en las paredes del elevador que me llevaba al sótano. El elevador se detuvo y las puertas se abrieron. Me llevaron por un largo pasillo hasta otras puertas. Me hicieron pasar por las puertas y me metieron en un cuarto que era de color verde. Instrumentos que sonaban y máquinas pasaron a mi lado. Observé todos los botones, manómetros y apagadores de luz. El "sanitario" del hospital olía horriblemente. Fuertes manos me pusieron sobre la fría mesa de operaciones. La sala se llenó de enfermeras y médicos enmascarados que se movían rápidamente, realizando una variedad de tareas. Cerré los ojos por la deslumbrante luz.

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