Solanoticias n° 4 2016 (1)

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Año VI - N° 4. Julio - Agosto 2016. Curia Provincial. Provincia San Francisco Solano. Alvear 620 X5800BCN - Río Cuarto (Córdoba). Argentina. E-mail: solanoticias@gmail.com - Web: www.franciscanos.org.ar

VIII Centenario de la Indulgencia de la Porciúncula

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VIII Centenario de la Indulgencia de la Porciúncula

Santa Misa con sacerdotes, religiosas, religiosos, consagrados y seminaristas polacos Homilía del Santo Padre Santa Misa para la Jornada Mundial de la Juventud Homilía del Santo Padre

VIII Centenario del Perdón de Asís Meditación del Santo Padre Homilía del Ministro General Fr. Michael A. Perry, ofm

Carta de los Ministros Generales por el VIII Centenario del Perdón de Asís Carta del Ministro general por la fiesta de Santa Clara Año Santo de la Misericordia Para redescubrir el ritual de la Penitencia

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Cuidado Pastoral de las Vocaciones Experiencia de Itinerancia 29

Testimonios

Basílica San Francisco de Asís S.S. de Jujuy Reparación del Histórico Reloj del Campanario

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Encuentro de Directivos Zona Centro

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Fechas para recordar

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Archivo del Convento San Francisco de Asís de S. S. de Jujuy 36

El VIII Centenario del Perdón de Asís o de la Indulgencia de la Porciúncula (1216-2016) ha sido recordado en diversas formas. Ayudó a entrar en la celebración del perdón Fr. Raniero Cantalamessa, ofmcap. quien animó el Triduo de preparación del 29 al 31 de julio. A las 11.00 hs. del 1 de agosto, se abrió la solemnidad de perdón con la Celebración eucarística presidida por el Ministro General de los Hermanos Menores, Fr. Michael A. Perry, ofm. El 2 de agosto, el Card. Gualtiero Bassetti, presidió la solemne Celebración eucarística con la que se abrió el VIII centenario del Perdón de Asís. El jueves 4 de agosto de 2016, el Papa Francisco peregrinó a la Porciúncula. Es una visita muy corta al lugar que el mismo Pontífice definió recientemente como “el corazón de la Orden de los Hermanos Menores”. La peregrinación se llevó a cabo en tres momentos: la oración personal en la Porciúncula, una meditación propuesta a todos los presentes, y, finalmente, una reunión con los hermanos invitados en la Enfermería provincial de la Porciúncula.

A las 16.00 horas, en la Basílica papal de Santa María de los Ángeles, el Papa Francisco vivió un momento de oración silenciosa en la Porciúncula. Poco después el Pontífice ofreció una meditación sobre el pasaje evangélico de san Mateo 18,21-35. Al final de su catequesis, el Santo Padre saludó a los Obispos y Superiores de las Órdenes Franciscanas presentes, y luego visitó la Enfermería. Después de este breve momento, el Papa Francisco salió fuera por el pórtico de la Basílica para saludar a los fieles reunidos en la plaza. Que este aniversario nos ayude aprender a perdonar, porque como dijo el Papa Francisco en la meditación en Santa María de los Ángeles: “Es difícil perdonar. Cuanto nos cuesta perdonar a los demás. Pensémoslo un momento. Y aquí, en la Porciúncula, todo habla de perdón. Qué gran regalo nos ha hecho el Señor enseñándonos a perdonar – o, al menos, tener la voluntad de perdonar – para experimentar en carne propia la misericordia del Padre”.


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VIAJE APOSTÓLICO DEL SANTO PADRE FRANCISCO A POLONIA CON OCASIÓN DE LA XXXI JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD (27-31 DE JULIO DE 2016)

Santa Misa con sacerdotes, religiosas, religiosos, consagrados y seminaristas polacos

Homilía del Santo Padre Santuario de San Juan Pablo II - Cracovia Sábado 30 de julio de 2016

El pasaje del Evangelio que hemos escuchado (cf. Jn 20,1931) nos habla de un lugar, de un discípulo y un libro. El lugar es la casa en la que estaban los discípulos al anochecer del día de la Pascua: de ella se dice sólo que sus puertas estaban cerradas (cf. v. 19). Ocho días

más tarde, los discípulos estaban todavía en aquella casa, y sus puertas también estaban cerradas (cf. v. 26). Jesús entra, se pone en medio y trae su paz, el Espíritu Santo y el perdón de los pecados: en una palabra, la misericordia de Dios. En este local cerrado resuena fuerte el mensaje que

Jesús dirige a los suyos: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (v. 21). Jesús envía. Él desea desde el principio que la Iglesia esté de salida, que vaya al mundo. Y quiere que lo haga tal como él mismo lo ha hecho, como él ha sido mandado al mundo por el Padre: no


3 como un poderoso, sino en forma de siervo (cf. Flp 2,7), no «a ser servido, sino a servir» (Mc 10,45) y llevar la Buena Nueva (cf. Lc 4,18); también los suyos son enviados así en todos los tiempos. Llama la atención el contraste: mientras que los discípulos cerraban las puertas por temor, Jesús los envía a una misión; quiere que abran las puertas y salgan a propagar el perdón y la paz de Dios con la fuerza del Espíritu Santo. Esta llamada es también para nosotros. ¿Cómo no sentir aquí el eco de la gran exhortación de san Juan Pablo II: «¡Abrid las puertas!»? No obstante, en nuestra vida como sacerdotes y personas consagradas, se p u e d e tener con frecuencia la tentación de quedarse un poco encerrados, por miedo o por comodidad, en nosotros mismos y en nuestros ámbitos. Pero la dirección que Jesús indica es de sentido único: salir de nosotros mismos. Es un viaje sin billete de vuelta. Se trata de emprender un éxodo de nuestro yo, de perder la vida por él (cf. Mc 8,35), siguiendo el camino de la entrega de sí mismo. Por otro lado, a Jesús no le gustan los recorridos a mitad, las puertas

entreabiertas, las vidas de doble vía. Pide ponerse en camino ligeros, salir renunciando a las propias seguridades, anclados únicamente en él. En otras palabras, la vida de sus discípulos más cercanos, como estamos llamados a ser, está hecha de amor concreto, es decir, de servicio y disponibilidad; es una vida en la que no hay espacios cerrados ni propiedad privada para nuestras propias comodidades: al menos no los debe haber. Quien ha optado por configurar toda su existencia con Jesús ya no elige dónde estar, sino que va allá donde se le envía, dispuesto a responder a quien lo llama; tampoco dispone de su

propio tiempo. La casa en la que reside no le pertenece, porque la Iglesia y el mundo son los espacios abiertos de su misión. Su tesoro es poner al Señor en medio de la vida, sin buscar otra para él. Huye, pues, de las situaciones gratificantes que lo pondrían en el centro, no se sube a los estrados vacilantes de los poderes

del mundo y no se adapta a las comodidades que aflojan la evangelización; no pierde el tiempo en proyectar un futuro seguro y bien remunerado, para evitar el riesgo convertirse en aislado y sombrío, encerrado entre las paredes angostas de un egoísmo sin esperanza y sin alegría. Contento con el Señor, no se conforma con una vida mediocre, sino que tiene un deseo ardiente de ser testigo y de llegar a los otros; le gusta el riesgo y sale, no forzado por caminos ya trazados, sino abierto y fiel a las rutas indicadas por el Espíritu: contrario al «ir tirando», siente el gusto de evangelizar. En segundo lugar, aparece en el Evangelio de hoy la figura de Tomás, el único discípulo que se menciona. En su duda y su afán de entender y también un poco terco-, este discípulo se nos asemeja un poco, y hasta nos resulta simpático. Sin saberlo, nos hace un gran regalo: nos acerca a Dios, porque Dios no se oculta a quien lo busca. Jesús le mostró sus llagas gloriosas, le hizo tocar con la mano la ternura infinita de Dios, los signos vivos de lo que ha sufrido por amor a los hombres. Para nosotros, los discípulos, es muy importante poner la hu-


4 manidad en contacto con la carne del Señor, es decir, llevarle a él, con confianza y total sinceridad, hasta el fondo, lo que somos. Jesús, como dijo a santa Faustina, se alegra de que hablemos de todo, no se cansa de nuestras vidas, que ya conoce; espera que la compartamos, incluso que le contemos cada día lo que nos ha pasado (cf. Diario, 6 septiembre 1937). Así se busca a Dios, con una oración que sea transparente y no se olvide de confiar y encomendar las miserias, las dificultades y las resistencias. El corazón de Jesús se conquista con la apertura sincera, con los corazones que saben reconocer y llorar las propias debilidades, confiados en que precisamente allí actuará la divina misericordia. ¿Qué es lo que nos pide Jesús? Quiere corazones verdaderam e n t e consagrados, que viven del perdón que han recibido de él, para derramarlo con compasión sobre los hermanos. Jesús busca corazones abiertos y tiernos con los débiles, nunca duros; corazones dóciles y transparentes, que no disimulen ante los que tienen la misión en la Iglesia de orientar en el camino. El discípulo no duda en hacerse

preguntas, tiene la valentía de sentir la duda y de llevarla al Señor, a los formadores y a los superiores, sin cálculos ni reticencias. El discípulo fiel lleva a cabo un discernimiento atento y constante, sabiendo que cada día hay que educar el corazón, a partir de los afectos, para huir de todo doblez en las actitudes y en la vida. El apóstol Tomás, al final de su búsqueda apasionada, no sólo ha llegado a creer en la resurrección, sino que ha encontrado en Jesús lo más importante de la vida, a su Señor; le dijo: «Señor mío y Dios mío» (v. 28). Nos hará bien rezar, hoy y cada día, estas palabras espléndidas, para de-

cirle: “Eres mi único bien, la ruta de mi camino, el corazón de mi vida, mi todo”. En el último versículo que hemos escuchado, se habla, en fin, de un libro: es el Evangelio, en el que no están escritos muchos otros signos que hizo Jesús (v. 30). Después del gran signo de su misericordia —podemos pen-

sar—, ya no se ha necesitado añadir nada más. Pero queda todavía un desafío, queda espacio para los signos que podemos hacer nosotros, que hemos recibido el Espíritu del amor y estamos llamados a difundir la misericordia. Se puede decir que el Evangelio, libro vivo de la misericordia de Dios, que hay que leer y releer continuamente, todavía tiene al final páginas en blanco: es un libro abierto, que estamos llamados a escribir con el mismo estilo, es decir, realizando obras de misericordia. Os pregunto, queridos hermanos y hermanas: ¿Cómo están las páginas del libro de cada uno de vosotros? ¿Se escriben cada d í a ? ¿Están escritas sólo en parte? ¿Están en blanco? Que la Madre de Dios nos ayude en ello: que ella, que ha acogido plenamente la Palabra de Dios en su vida (cf. Lc 8,20-21), nos de la gracia de ser escritores vivos del Evangelio; que nuestra Madre de misericordia nos enseñe a curar concretamente las llagas de Jesús en nuestros hermanos y hermanas necesitados, de los cercanos y de los lejanos, del enfermo y del emigrante, porque sirviendo a quien sufre se honra a la carne de Cristo.


5 Que la Virgen María nos ayude a entregarnos hasta el final por el bien de los fieles que se nos han confiado y a sostenernos los unos a los otros, como verdaderos hermanos y hermanas en la comunión de la Iglesia, nuestra santa Madre. Queridos hermanos y hermanas, cada uno de nosotros guarda

en el corazón una página personalísima del libro de la misericordia de Dios: es la historia de nuestra llamada, la voz del amor que atrajo y transformó nuestra vida, llevándonos a dejar todo por su palabra y a seguirlo (cf. Lc 5,11). Reavivemos hoy, con gratitud, la memoria de su llamada, más

fuerte que toda resistencia y cansancio. Demos gracias al Señor continuando con la celebración eucarística, centro de nuestra vida, porque ha entrado en nuestras puertas cerradas con su misericordia; porque, como a Tomás, nos da la gracia de seguir escribiendo su Evangelio de amor.

SANTA MISA PARA LA JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD

Homilía del Santo Padre Campus Misericordiae - Cracovia Domingo 31 de julio de 2016

Queridos jóvenes: habéis venido a Cracovia para encontraros con Jesús. Y el Evangelio de hoy nos habla precisamente del encuentro entre Jesús y un hombre, Zaqueo, en Jericó (cf. Lc 19,110). Allí Jesús no se limita a predicar, o a saludar a alguien, sino que quiere —nos dice el Evange-

lista— cruzar la ciudad (cf. v. 1). Con otras palabras, Jesús desea acercarse a la vida de cada uno, recorrer nuestro camino hasta el final, para que su vida y la nuestra se encuentren realmente. Tiene lugar así el encuentro más sorprendente, el encuentro con Zaqueo, jefe de los «publica-

nos», es decir, de los recaudadores de impuestos. Así que Zaqueo era un rico colaborador de los odiados ocupantes romanos; era un explotador de su pueblo, uno que debido a su mala fama no podía ni siquiera acercarse al Maestro. Sin embargo, el encuentro con Jesús cambió su vida,


6 como sucedió, y cada día puede suceder con cada uno de nosotros. Pero Zaqueo tuvo que superar algunos obstáculos para encontrarse con Jesús. No fue fácil para él, tuvo que superar algunos obstáculos, al menos tres, que también pueden enseñarnos algo a nosotros. El primero es la baja estatura: Zaqueo no conseguía ver al Maestro, porque era bajo. También nosotros podemos hoy caer en el peligro de quedarnos lejos de Jesús porque no nos sentimos a la altura, porque tenemos una baja consideración de nosotros mismos. Esta es una gran tentación, que no sólo tiene que ver con la autoestima, sino que afecta también la fe. Porque la fe nos dice que somos «hijos de Dios, pues ¡lo somos!» (1 Jn 3,1): hemos sido creados a su imagen; Jesús hizo suya nuestra humanidad y su corazón nunca se separará de nosotros; el Espíritu Santo quiere habitar en nosotros; estamos llamados a la alegría eterna con Dios. Esta es nuestra «estatura», esta es nuestra identidad espiritual: somos los hijos amados de Dios, siempre. Entendéis entonces que no aceptarse, vivir descontentos y pensar en negativo significa no reconocer nuestra identidad más auténtica: es como darse la vuelta cuando Dios

quiere fijar sus ojos en mí; significa querer impedir que se cumpla su sueño en mí. Dios nos ama tal como somos, y no hay pecado, defecto o error que lo haga cambiar de idea. Para Jesús —nos lo muestra el Evangelio—, nadie es inferior y distante, nadie es insignificante, sino que todos somos predilectos e importantes: ¡Tú eres importante! Y Dios cuenta contigo por lo que eres, no por lo que tienes: ante él, nada vale la

ropa que llevas o el teléfono móvil que utilizas; no le importa si vas a la moda, le importas tú, tal como eres. A sus ojos, vales, y lo que vales no tiene precio. Cuando en la vida sucede que apuntamos bajo en vez de a lo alto, nos puede ser de ayuda esta gran verdad: Dios es fiel en su amor, y hasta obstinado. Nos ayudará pensar que nos ama más de lo que nosotros nos amamos, que cree en nosotros más que nosotros mismos, que está siempre de nuestra parte, como el más acérrimo de los «hinchas». Siempre nos espera con esperanza, incluso cuando nos encerramos en nues-

tras tristezas, rumiando continuamente los males sufridos y el pasado. Pero complacerse en la tristeza no es digno de nuestra estatura espiritual. Es más, es un virus que infecta y paraliza todo, que cierra cualquier puerta, que impide enderezar la vida, que recomience. Dios, sin embargo, es obstinadamente esperanzado: siempre cree que podemos levantarnos y no se resigna a vernos apagados y sin alegría. Es triste ver a un joven sin alegría. Porque somos siempre sus hijos amados. Recordemos esto al comienzo de cada día. Nos hará bien decir todas las mañanas en la oración: «Señor, te doy gracias porque me amas; estoy seguro de que me amas; haz que me enamore de mi vida». No de mis defectos, que hay que corregir, sino de la vida, que es un gran regalo: es el tiempo para amar y ser amado. Zaqueo tenía un segundo obstáculo en el camino del encuentro con Jesús: la vergüenza paralizante. Sobre esto hemos dicho algo ayer por la tarde. Podemos imaginar lo que sucedió en el corazón de Zaqueo antes de subir a aquella higuera, habrá tenido una lucha afanosa: por un lado, la curiosidad buena de conocer a Jesús; por otro, el riesgo de hacer una figura bochornosa. Zaqueo


7 era un personaje público; sabía que, al intentar subir al árbol, haría el ridículo delante de todos, él, un jefe, un hombre de poder, pero muy odiado. Pero superó la vergüenza, porque la atracción de Jesús era más fuerte. Habréis experimentado lo que sucede cuando una persona se siente tan atraída por otra que se enamora: entonces sucede que se hacen de buena gana cosas que nunca se habrían hecho. Algo similar ocurrió en el corazón de Zaqueo, cuando sintió que Jesús era de tal manera importante que habría hecho cualquier cosa por él, porque él era el único que podía sacarlo de las arenas movedizas del pecado y de la infelicidad. Y a s í , l a v e rgüenza paralizante no triunfó: Zaqueo — nos dice el E v a n g e lio— «corrió más adelante», «subió» y luego, cuando Jesús lo llamó, «se dio prisa en bajar» (vv. 4.6.). Se arriesgó y actuó. Esto es también para nosotros el secreto de la alegría: no apagar la buena curiosidad, sino participar, porque la vida no hay que encerrarla en un cajón. Ante Jesús no podemos quedarnos sentados esperando con los brazos cruzados; a él, que nos da la vida, no podemos responderle con un pensamiento o un simple «mensajito». Queridos jóvenes, no os aver-

goncéis de llevarle todo, especialmente las debilidades, las dificultades y los pecados, en la confesión: Él sabrá sorprenderos con su perdón y su paz. No tengáis miedo de decirle «sí» con toda la fuerza del corazón, de responder con generosidad, de seguirlo. No os dejéis anestesiar el alma, sino aspirad a la meta del amor hermoso, que exige también renuncia, y un «no» fuerte al doping del éxito a cualquier precio y a la droga de pensar sólo en sí mismo y en la propia comodidad. Después de la baja estatura y después de la vergüenza paralizante, hay un tercer obstáculo que Zaqueo tuvo que enfrentar, ya no

en su interior sino a su alrededor. Es la multitud que murmura, que primero lo bloqueó y luego lo criticó: Jesús no tenía que entrar en su casa, en la casa de un pecador. ¿Qué difícil es acoger realmente a Jesús, qué duro es aceptar a un «Dios, rico en misericordia» (Ef 2,4). Puede que os bloqueen, tratando de haceros creer que Dios es distante, rígido y poco sensible, bueno con los buenos y

malo con los malos. En cambio, nuestro Padre «hace salir su sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45), y nos invita al valor verdadero: ser más fuertes que el mal amando a todos, incluso a los enemigos. Puede que se rían de vosotros, porque creéis en la fuerza mansa y humilde de la misericordia. No tengáis miedo, pensad en cambio en las palabras de estos días: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5,7). Puede que os juzguen como unos soñadores, porque creéis en una nueva humanidad, que no acepta el odio entre los pueblos, ni ve las fronteras de los países como una barrera y custodia las propias tradiciones sin egoísmo y resentimiento. No os d e s animéis: con vuestra sonrisa y vuestros brazos abiertos predicáis la esperanza y sois una bendición para la única familia humana, tan bien representada por vosotros aquí. Aquel día, la multitud juzgó a Zaqueo, lo miró con desprecio; Jesús, en cambio, hizo lo contrario: levantó los ojos hacia él (v. 5). La mirada de Jesús va más allá de los defectos para ver a la persona; no se detiene en el mal del pasado, sino que divisa el bien en el futuro; no se resigna frente a la cerrazón, sino que busca el camino de la unidad y de la comu-


8 nión; en medio de todos, no se detiene en las apariencias, sino que mira al corazón. Jesús mira nuestro corazón, el tuyo, el mío. Con esta mirada de Jesús, podéis hacer surgir una humanidad diferente, sin esperar a que os digan «qué buenos sois», sino buscando el bien por sí mismo, felices de conservar el corazón limpio y de luchar pacíficamente por la honestidad y la justicia. No os detengáis en la superficie de las cosas y desconfiad de las liturgias mundanas de la apariencia, del maquillaje del alma para aparentar ser mejores. Por el contrario, instalad bien la conexión más estable, la de un corazón que ve y transmite incansablemente el bien. Y esa alegría que habéis recibido gratis de Dios, por favor, dadla gratis (cf. Mt 10,8), porque son muchos los que la esperan. Y la esperan de vosotros. Escuchemos por último las palabras de Jesús a Zaqueo, que parecen dichas a propósito para nosotros, para cada uno de nosotros: «Date prisa y baja, porque es

necesario que hoy me quede en tu casa» (v. 5). «Baja inmediatamente, porque hoy debo quedarme contigo. Ábreme la puerta de tu corazón». Jesús te dirige la misma invitación: «Hoy tengo que alojarme en tu casa». La Jornada Mundial de la Juventud, podríamos decir, comienza hoy y continúa mañana, en casa, porque es allí donde Jesús quiere encontrarnos a partir de ahora. El Señor no quiere quedarse solamente en esta hermosa ciudad o en los recuerdos entrañables, sino que quiere venir a tu casa, vivir tu vida cotidiana: el estudio y los primeros años de trabajo, las amistades y los afectos, los proyectos y los sueños. Cómo le gusta que todo esto se lo llevemos en la oración. Él espera que, entre tantos contactos y chats de cada día, el primer puesto lo ocupe el hilo de oro de la oración. Cuánto desea que su Palabra hable a cada una de tus jornadas, que su Evangelio sea tuyo, y se convierta en tu «navegador» en el camino de la vida.

Jesús, a la vez que te pide entrar en tu casa, como hizo con Zaqueo, te llama por tu nombre. Jesús nos llama a todos por nuestro nombre. Tu nombre es precioso para él. El nombre de Zaqueo evocaba, en la lengua de la época, el recuerdo de Dios. Fiaros del recuerdo de Dios: su memoria no es un «disco duro» que registra y almacena todos nuestros datos, su memoria es un corazón tierno de compasión, que se regocija eliminando definitivamente cualquier vestigio del mal. Procuremos también nosotros ahora imitar la memoria fiel de Dios y custodiar el bien que hemos recibido en estos días. En silencio hagamos memoria de este encuentro, custodiemos el recuerdo de la presencia de Dios y de su Palabra, avivemos en nosotros la voz de Jesús que nos llama por nuestro nombre. Así pues, recemos en silencio, haciendo memoria, dando gracias al Señor que nos ha traído aquí y ha querido encontrarnos.


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Meditación del Santo Padre VIII Centenario del Perdón de Asís

Asís - Jueves 4 de agosto de 2016

Quisiera recordar hoy, queridos hermanos y hermanas, ante todo, las palabras que, según la antigua tradición, san Francisco pronunció justamente aquí ante todo el pueblo y los obispos: «Quiero enviaros a todos al paraíso». ¿Qué cosa más hermosa podía pedir el Poverello de Asís, sino el don de la salvación, de la vida eterna con Dios y de la alegría sin fin, que Jesús obtuvo para nosotros con su muerte y resurrección? El paraíso, después de todo, ¿qué es sino el misterio de amor que nos une por siempre con Dios para contemplarlo sin fin? La Iglesia profesa desde siempre esta fe cuando dice creer en la comunión de los santos. Jamás estamos solos cuando vivimos la fe; nos hacen compañía los santos y los beatos, y también las personas queridas que han vivido con sencillez y alegría la fe, y la han testimoniado con su vida. Hay un

nexo invisible, pero no por eso menos real, que nos hace ser «un solo cuerpo», en virtud del único Bautismo recibido, animados por «un solo Espíritu» (cf. Ef 4,4). Quizás san Francisco, cuando pedía al Papa Honorio III la gracia de la indulgencia para quienes venían a la Porciúncula, pensaba en estas palabras de Jesús a sus discípulos: «En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros» (Jn 14,2-3). La vía maestra es ciertamente la del perdón, que se debe recorrer para lograr ese puesto en el paraíso. Es difícil perdonar. Cuanto nos cuesta perdonar a los demás. Pensémoslo un momento. Y aquí, en la Porciúncula, todo habla de perdón. Qué gran regalo nos ha hecho el Señor enseñándo-

nos a perdonar – o, al menos, tener la voluntad de perdonar – para experimentar en carne propia la misericordia del Padre. Hemos escuchado la parábola con la que Jesús nos enseña a perdonar (cf. Mt 18,21-35). ¿Por qué debemos perdonar a una persona que nos ha hecho mal? Porque nosotros somos los primeros que hemos sido perdonados, e infinitamente más. No hay ninguno entre nosotros, que no ha sido perdonado. Piense cada uno… pensemos en silencio las cosas malas que hemos hecho y como el Señor nos ha perdonado. La parábola nos dice justamente esto: como Dios nos perdona, así también nosotros debemos perdonar a quien nos hace mal. Es la caricia del perdón. El corazón que perdona. El corazón que perdona acaricia. Tal lejos de aquel gesto: «me lo pagaras». El perdón es otra cosa. Exactamente como en la oración que Jesús nos enseñó,


10 el Padre Nuestro, cuando decimos: «Perdona nuestros pecados como también nosotros perdonamos a todo el que nos debe algo» (Mt 6,12). Las deudas son nuestros pecados ante Dios, y nuestros deudores son aquellos que nosotros debemos perdonar. Cada uno de nosotros podría ser ese siervo de la parábola que tiene que pagar una gran deuda, pero es tan grande que jamás podría lograrlo. También nosotros, cuando en el confesionario nos ponemos de rodillas ante el sacerdote, repetimos simplemente el mismo gesto del siervo. Decimos: «Señor, ten paciencia conmigo». ¿Han pensado alguna vez en la paciencia de Dios? Tiene tanta paciencia. En efecto, sabemos bien que estamos llenos de defectos y r e c a e m o s frecuentem e n t e en los mismos pecados. Sin embargo, Dios no se cansa de ofrecer siempre su perdón cada vez que se lo pedimos. Es un perdón pleno, total, con el que nos da la certeza de que, aun cuando podemos recaer en los mismos pecados, él tiene piedad de nosotros y no deja de amarnos. Como el rey de la parábola, Dios se apiada, prueba un sentimiento de piedad junto con el de la ternura: es una expresión para indicar su misericordia para con nosotros. Nuestro Padre se apiada siempre cuando

estamos arrepentidos, y nos manda a casa con el corazón tranquilo y sereno, diciéndonos que nos ha liberado y perdonado todo. El perdón de Dios no conoce límites; va más allá de nuestra imaginación y alcanza a quien reconoce, en el íntimo del corazón, haberse equivocado y quiere volver a él. Dios mira el corazón que pide ser perdonado. El problema, desgraciadamente, surge cuando nosotros nos ponemos a confrontarnos con nuestro hermano que nos ha hecho una pequeña injusticia. La

reacción que hemos escuchado en la parábola es muy expresiva: «Págame lo que me debes» (Mt 18,28). En esta escena encontramos todo el drama de nuestras relaciones humanas. Cuando estamos nosotros en deuda con los demás, pretendemos la misericordia; en cambio cuando estamos en crédito, invocamos la justicia. Todos hacemos así, todos. Esta no es la reacción del discípulo de Cristo ni puede ser el estilo de vida de los cristianos. Jesús nos enseña a perdonar, y a hacerlo sin

límites: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete» (v. 22). Así pues, lo que nos propone es el amor del Padre, no nuestra pretensión de justicia. En efecto, limitarnos a lo justo, no nos mostraría como discípulos de Cristo, que han obtenido misericordia a los pies de la cruz sólo en virtud del amor del Hijo de Dios. No olvidemos, las palabras severas con las que se concluye la parábola: «Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano» (v. 35). Queridos hermanos y hermanas: el perdón del que nos habla san Francisco se ha hecho «cauce» aquí en la Porciúncula, y continúa a «generar paraíso» todavía después de ocho siglos. En este Año Santo de la Misericordia, es todavía más evidente cómo la vía del perdón puede renovar verdaderamente la Iglesia y el mundo. Ofrecer el testimonio de la misericordia en el mundo de hoy es una tarea que ninguno de nosotros puede rehuir. Repito: ofrecer el testimonio de la misericordia en el mundo de hoy es una tarea que ninguno de nosotros puede rehuir. El mundo necesita el perdón; demasiadas personas viven encerradas en el rencor e incuban el odio, porque, incapaces de perdonar, arruinan


11 su propia vida y la de los demás, en lugar de encontrar la alegría de la serenidad y de la paz. Pedimos a san Francisco que interceda por nosotros, para que jamás renunciemos a ser signos humildes de perdón e instrumentos de misericordia. Podemos rezar con esta intención. Cada uno como lo siente. In-

vito a los frailes, a los obispos a ir a los confesionarios – también iré yo – para estar a disposición del perdón. Nos hará bien recibirlo hoy, aquí, juntos. Que el Señor nos de la gracia de decir aquella palabra que el Padre no nos deja terminar, la que ha dicho el hijo prodigo: «Padre he pecado contra…», y [el Padre] le ha tapado la

boca, lo ha abrazado. Nosotros comenzaremos a hablar, y él nos tapara la boca y nos revestirá… «Pero, padre, tengo miedo que mañana haga lo mismo…». Pues, regresa. El Padre siempre mira el camino, mira, en espera de que regrese el hijo pródigo; y todos nosotros lo somos. Que el Señor nos de esta gracia.

Homilía del Ministro General Fr. Michael A. Perry, ofm Apertura del VIII Centenario del Perdón de Asís 1 de agosto de 2016

Cari Fratelli e Sorelle, il Signore vi dia pace! Nella Bolla di indizione del Giubileo della Misericordia Papa Francesco esprime la medesima gioia e la medesima speranza che Maria, la Madre di Gesù, pronuncia nel Magnificat, il testo tratto dal Vangelo secondo Luca, che abbiamo pregato come Salmo responsoriale. Attraverso l’atto dell’Incarnazione Dio abbraccia la povertà e l’umiltà per poter rivelare a noi la misericordia che non conosce confini né limiti. Questa stessa misericordia accende nel cuore di coloro che sono disposti ad accoglierla una nuova passione, una nuova speranza, una nuova accettazione di sé stessi e degli altri e una nuova libertà che ci permette di camminare insieme come figlie e figli amati da Dio! Solo se apriamo il nostro cuore all’offerta di misericordia che Dio ci fa la nostra vita ritroverà senso, si potranno stabi-

lire nuove relazioni tra le persone e potremo raggiungere la pace. Papa Francesco scrive: Come desidero che gli anni a venire siano intrisi di misericordia per andare incontro ad ogni persona portando la bontà e la tenerezza di Dio! A tutti, credenti e lontani, possa giungere il balsamo della misericordia come segno del Regno di Dio già presente in mezzo a noi (Misericordiae Vultus, 5). “Per andare incontro ad ogni persona portando la bontà e la tenerezza di Dio! Mente celebriamo l’ottavo centenario del Perdon d’Assisi, ci ricordiamo a vicenda quanto è accaduto ottocento anni fa: ossia l’evento che ha trasformato radicalmente la comprensione che san Francesco aveva di sé stesso e del piano di salvezza che Dio opera per tutti. Mentre rifletteva su quanto Dio aveva compiuto nella sua vita personale, san Francesco ha visto il Signore Gesù, la Madonna e gli

angeli aleggiare sopra l’altare della chiesetta della Porziuncola. Spinto da questa visione, il santo di Assisi ha chiesto immediatamente che fosse effusa su tutti la grazia della pienezza della misericordia di Dio, che lui stesso aveva ricevuto, affinché tutti potessero fare esperienza di quella stessa misericordia. Infatti, solo in virtù della misericordia ricevuta san Francesco ha potuto abbracciare il lebbroso, i vari nemici che ha incontrato sul suo cammino, i poveri e gli emarginati, il sultano a Damietta, tutte le creature di Dio e, alla fine, anche l’ultima nemica, cioè la morte. Carissimi Fratelli e Sorelle, oggi viviamo in un mondo che non è poi tanto diverso da quello in cui è vissuto san Francesco. Violenza, repressione, sfruttamento, guerre a sfondo religioso o in nome di ideologie politiche, povertà sempre crescente, emarginazione sociale e migra-


12 zioni di milioni di persone hanno caratterizzato il tempo di Francesco e, purtroppo, continuano ad essere tratti caratteristici anche di questi nostri tempi. Anche noi assistiamo a numerosi fatti che minacciano la pace e la stabilità, ad esempio l’impennata di terrorismo; la piaga dei 65 e più milioni di rifugiati che abbandonano le loro case e scappano dal loro paese in cerca di pace, di riposo e di una nuova vita; la crisi economica che continua ad aumentare dappertutto; la parodia che i leader politici di tutto il mondo inscenano, rinnegando il vero servizio che da politici dovrebbero rendere e promuovendo, invece, idee che poco o niente hanno a che vedere con la democrazia e con i valori del Vangelo. Davanti a tale rovina e a tutte le minacce alla pace, alla stabilità, all’armonia tra le genti e al futuro del pianeta, la Festa del Perdon d’Assisi i offre un preciso invito che diventa quanto mai urgente cogliere. Tutto e tutti ci dicono che dobbiamo chiudere il nostro cuore, la nostra mentalità e i nostri confini, per tener 2 fuori tutto quello che ci fa paura. Questa logica di esclusione sta attecchendo in Europa, nelle Americhe e in ogni parte del mondo. Lasciatemelo dire: questa è una logica che

non ha fatto esperienza della misericordia di Dio! Questa logica, povera, non è nemmeno capace di ammettere che la misericordia è l’unico potere in grado di farci superare la paura, la violenza e la tentazione di chiuderci in noi stessi. Noi discepoli di Cristo annunciamo al mondo quanto ci suggerisce il Card. Kasper, ossia che “l’amore, dimostrato attraverso la misericordia, può e deve

diventare il fondamento di una nuova cultura per la nostra vita, per la Chiesa e per la società” (Card. W. Kasper, La misericordia). E le parole che Papa Francesco venerdì scorso ha detto ai giovani radunati a Cracovia per la GMG risuonano anche per noi, raccolti qui oggi a celebrare il Perdon d’Assisi: «Un cuore misericordioso sa essere un rifugio per chi non ha mai avuto una casa o l’ha perduta, sa creare un ambiente di casa e di famiglia per chi ha dovuto emigrare, è capace di tenerezza e di compassione. Un cuore misericordioso sa condividere il pane con chi ha fame, un cuore misericordioso si apre per

ricevere il profugo e il migrante. Dire misericordia insieme a voi, è dire opportunità, è dire domani, impegno, fiducia, apertura, ospitalità, compassione, sogni». La festa odierna, che è una chiamata pressante a fare nostra la via della penitenza e della misericordia, ci impedisce assolutamente di diventare “tristi vittime” di quella che possiamo definire come la sconfitta dell’uomo: ossia la c o n s e guenza del dire no all’amore. Al contrario: siamo chiamati a dire sì alla vita, all’amore, alla possibilità di ricevere e di donare misericordia, rispond e n d o come hanno fatto sia Maria, la Madre di Gesù, che san Francesco. Solo se lasciamo che la traboccante grazia della misericordia inondi il nostro cuore, allora saremo capaci di abbandonare le trincee dell’autoconservazione, costruite solo per paura, e di abbracciare e accogliere il mondo di Dio fatto di misericordia e colmato di grazia. Se permettiamo alla misericordia di Dio di invadere la nostra vita, allora non saremo più sordi al grido della gente e della Madre Terra. Se permettiamo alla misericordia di Dio di invadere la nostra vita, il loro grido diventerà il nostro grido (MV, 15).


Carta de los Ministros Generales por el VIII Centenario del Perdón de Asís

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La Indulgencia de la Porciúncula y el Jubileo de la Misericordia

En 2016 coinciden dos fechas: el aniversario de la indulgencia de la Porciúncula, querida por san Francisco para “mandar al paraíso a todos”, y el jubileo de la misericordia, querido por un Papa que de Francisco lleva el nombre. Dejando a los historiadores la profundización de su debate sobre la indulgencia de la Porciúncula, queremos aprovechar la ocasión de esta coincidencia de fechas que nos invita a profundizar el gran tema de la misericordia y del perdón en relación con nuestra tradición espiritual franciscana. Misericordia es una palabra cara a san Francisco, que la usa a menudo en sus Escritos y que la utiliza igualmente en dos direcciones que remiten al actuar de Dios misericordioso y a nuestro

actuar hacia los hermanos con misericordia. Esto nos recuerda la frase evangélica que ha propuesto el Papa como “lema” de este año jubilar: “Sed misericordiosos como es misericordioso vuestro Padre” (Lc 6,36). La misericordia que podemos tener en nuestras relaciones con los demás está estrechamente ligada con la misericordia que tiene Dios para con nosotros: el amor de Dios es la fuente inagotable de la cual podemos sacar la misericordia que hemos de usar para con nuestro prójimo. Todos sabemos que logramos amar en la medida en que descubramos que somos amados por Aquel que es la fuente de todo bien. Lo que generalmente decimos del amor es igualmente verdadero para aquella forma

especial de misericordia que es el perdón. La parábola que narra Jesús para responder a la pregunta de Pedro “¿Cuántas veces debo perdonar?”, condena el comportamiento del siervo que no condona la pequeña deuda a su compañero, después de que el patrón le ha perdonado a él una deuda grandísima. También en este caso la razón para perdonar a los demás es que nosotros mismos hemos sido perdonados por Dios, como decimos en el Padre nuestro, en donde pedimos “perdónanos nuestras deudas (ofensas) como también nosotros perdonamos a nuestros deudores (quienes nos ofenden)”. Aquel “como” más que indicar una igualdad, indica la motivación profunda por la cual hay que perdonar a los demás: a partir de la


14 certeza de que Dios me perdona, nace la exigencia de perdonar “como” él. Es otra manera de decir que debemos ser misericordiosos “como” el Padre celestial. Si todo esto es cierto, descubrimos que se nos indica un camino para hacernos más capaces de misericordia: crecer en nuestra conciencia de ser nosotros mismos amados por Dios. Se trata de la relación que hay entre el don recibido de Dios y el don ofrecido a los hermanos que es tan característico de la experiencia espiritual franciscana. En la medida en que nosotros, como Francisco, descubrimos que Dios “es el bien, todo bien, y que él es el solo bueno”, se hace fuerte en nosotros la exigencia de corresponder a este bien que recibimos, dando el bien de que somos capaces. Y ya que para llegar a ser más consciente del amor que Dios me tiene debo detenerme un momento a reflexionar, nos damos cuenta de que una vez más, somos invitados a cultivar el espíritu de oración y devoción, para unir contemplación y acción, si queremos encontrar la verdadera fuente de nuestro compromiso y del amor para con el prójimo, para encontrar la fuerza y la energía para gastar toda nuestra vida al servicio de los hermanos y para generar a nuestro alrededor paz y reconciliación, que son los frutos del amor contemplado. Con su petición al Papa de una indulgencia extraordinaria para la pequeña iglesita de la porciúncula, Francisco inventó una nueva manera de celebrar la sobreabundancia de perdón y de misericordia por parte de Dios para

con nosotros. Podemos retomar y profundizar la bella definición de indulgencia que el Papa Francisco nos ha ofrecido en la Misericordiae vultus, definiéndola como “indulgencia del Padre que a través de la Esposa de Cristo alcanza al pecador perdonado y lo libra de todo resto de las consecuencias del pecado, habilitándolo para actuar con caridad, a crecer en el amor en vez de recaer en el pecado” (MV 22). Cada vez que recibimos esta indulgencia extraordinaria del Padre a través de la Iglesia, también nosotros experimentamos la abundancia de misericordia sobre nosotros para hacernos capaces de misericordia y de reconciliación para con los demás en las situaciones concretas de la vida. San Francisco nos muestra ejemplos espléndidos de esta capacidad creativa de promover paz y reconciliación. Pensemos simplemente en el episodio del final de su vida, cuando él reconcilia al podestá con el Obispo de Asís haciendo cantar su Cántico del hermano Sol con la adición de la estrofa del perdón. El antiguo biógrafo, al comienzo de esta narración, nos dice que Francisco dijo a sus compañeros: “Grande vergüenza es para nosotros, siervos de Dios, que el obispo y el podestá se odien tanto el uno al otro, y nadie se ponga en el trabajo de ponerlos en paz y concordia” (Compilatio Assisiensis 84). Francisco no piensa que se trate de una cuestión que no tiene que ver con él y siente vergüenza por el hecho de que nadie se preocupe por devolverles la paz. Me pregunto ¿Cuánta vergüenza sentimos no-

sotros cuando nadie interviene para sanar los conflictos de nuestro tiempo? ¿Qué tan responsables nos sentimos, como Francisco, de devolver la paz y la reconciliación, ante todo en nuestras mismas fraternidades, cuando hay divisiones, como también en las luchas políticas, religiosas, económicas, sociales de nuestro tiempo? Semejante compromiso tan activo y militante, nace de la profundidad de la contemplación del amor de Dios para conmigo. Precisamente porque me siento tocado personalmente por la indulgencia del Padre, nace en mí la fuerza, el valor, la espléndida “locura” de intervenir, como puede hacerlo un enamorado de Dios con el canto, no con un solemne discurso y tanto menos con la fuerza. Francisco, con su inteligente simplicidad, no convoca al Obispo y al Podestá para tratar de resolver sus disputas. Francisco bien sabe que este no es su camino: él en cambio los convoca para escuchar un canto, porque solo apuntando la mirada más arriba, hacia la belleza de Dios, sobre las alas de la música, los dos contendientes podrán encontrar las razones más altas para la paz. Nosotros franciscanos, en el mundo de hoy probablemente a menudo no estamos llamados a enfrentar y resolver los complejos problemas del mundo ofreciendo soluciones técnicas o entrando en el campo de difíciles cuestiones, que a menudo nos quedan grandes; pero sí estamos llamados a encontrar los caminos para animar a los hombres a la reconciliación y a la paz tocándoles el corazón con el testimonio de la


15 simplicidad, de la belleza y del canto, de la verdad de relaciones fraternas e inmediatas que llevan a lo esencial, que hacen comprender a los hombres de hoy, como al Podestá y al Obispo de Asís, que vale la pena vivir en la paz, relativizando los problemas concretos y optando por el camino del perdón. Hablando de indulgencia y misericordia hemos partido de una mirada a la indulgencia del Padre y a su misericordia para con nosotros y hemos llegado a hablar de la intervención en la realidad conflictiva del mundo de hoy. Podría también hacerse el recorrido inverso: comenzando a

hablar del perdón y la reconciliación con los hermanos para llegar a hablar de la misericordia de Dios, como hace Francisco en el Testamento. Lo que importa es que no separemos nunca estos dos elementos, porque Jesús en el evangelio enseña que el primer mandamiento habla al mismo tiempo del amor de Dios y del prójimo, que no pueden ser separados. Que este centenario nos ayude a sentir una saludable vergüenza porque nadie parece preocuparse por poner paz y concordia en la realidad conflictiva en que vivimos y nos haga crecer en la capacidad creativa de

encontrar maneras nuevas para cantar un canto comprensible a los hombres y a las mujeres de nuestro tiempo. Sea nuestra vida ese canto que en la medida en que es alabanza viviente a aquel Dios de quien proviene todo amor, se hace provocación eficaz para construir paz y reconciliación. Roma, 23 de julio de 2016, fiesta de S. Brígida, patrona de Europa.

Fr. Michael Anthony Perry, OFM; Fr. Marco Tasca, OFMConv, Fr. Mauro Jöhri, OFMCap Fr. Nicholas Polichnowski, TOR, Tibor Kauser, OFS, Sr. Deborah Lockwood, OSF

Carta del Ministro general por la fiesta de Santa Clara ANUNCIAR LA VERDAD DE LA RESURRECCIÓN

Queridas hermanas, ¡El Señor les dé su paz! Cada año, al acercarse el mes de agosto me pregunto qué quiere nuestro Padre san Francisco que yo les diga a ustedes, a quienes

gustaba llamar “Damas Pobres”. Él nunca se afanaba mucho por predicarles a ustedes, como bien lo saben, porque confiaba en el compromiso de ustedes para con el Evangelio y en las dotes de

guía de santa Clara. Esta confianza sigue viva y yo les escribo simplemente tratando de compartir lo que tengo en mi corazón y en mi mente. También yo les escribo como hermano dili-


16 gente que valora el compromiso de ustedes, que confía en la capacidad de guía creativa y confiable de santa Clara y que quiere unirse a ustedes para honrar a esta gran mujer. Quisiera empezar con la carta que el Santo Padre Francisco, nuestro Papa jesuita-franciscano, ha escrito para la apertura del Jubileo extraordinario de la Misericordia. En esta carta nos recuerda la continua llamada a la conversión que nos hace el Padre de las Misericordias. Esta resuena para nosotros en la descripción que santa Clara nos ha dejado de su vocación según el ejemplo y las enseñanzas de nuestro Seráfico Padre san Francisco (RegCl 6,1). Ella fue tan fiel a su vocación que incluso en el lecho de muerte pudo decir a fray Reinaldo: “¡Desde cuando conocí la gracia de mi Señor Jesucristo ninguna pena me ha sido molesta, ninguna penitencia gravosa, ninguna enfermedad me ha sido dura, querido hermano!” (LegCl 44); aun hoy la fuente dinámica de nuestra vida como seguidores de Francisco y Clara es la conciencia de la gracia y de la misericordia de Dios.Este Año de la Misericordia tiene otra resonancia especial para nosotros, porque coincide con el VIII centenario del Perdón de Asís, que el padre san Francisco obtuvo del papa Honorio III en 1216. Él lo pidió porque la Virgen María se lo había sugerido – no por otra razón – sino porque compartía el inmenso deseo de Dios de reunir a todos consigo en el gozo de la gloria. El deseo de compartir la misericordia de Dios está todavía vivo en el corazón de la Iglesia como este Año jubilar

nos lo demuestra. Y no ha cambiado nada de nuestro compromiso tendiente a realizar el deseo de Francisco, que todos vayan al paraíso. El Papa Francisco nos pide que seamos misioneros de la misericordia profundizando nuestra vocación y poniendo al servicio de todos los dones recibidos del Padre de las Misericordias. “No será inútil en este contexto remitirnos a la relación entre justicia y misericordia. No son dos aspectos contrastantes entre sí, sino dos dimensiones de una única realidad que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor. [...] Hay que recordar que en la Sagrada Escritura la justicia es concebida esencialmente como un abandonarse confiados a la voluntad de Dios”(MV 20). Francisco comprendió enteramente esta concepción de la justicia como entrega de sí, y en la Regla no bulada afirma precisamente que “la limosna es la herencia y el justo derecho debido a los pobres” (Rnb IX, 8). Clara también comprendió esto y en su búsqueda de la justicia no solo dio su herencia (y una parte de la de su hermana) a los pobres, sino que también dio pasos radicales para seguir a Cristo yendo a vivir en San Damián y compartiendo la pobreza, la vulnerabilidad y la debilidad de los pobres. Si estuviera viva todavía, estamos seguros, sería bien consciente de la situación del mundo y estaría escuchando valientemente la palabra de parte del Señor. Queridas hermanas, ¿cómo vivimos hoy la justicia de esta entrega de sí a la voluntad de Dios en mundo en donde los costos del

poder y de la riqueza son soportados sobre todo por los pobres? ¿Qué les diría Clara a ustedes, sus amadas hijas, a las cuales confió el carisma de la vida evangélica en fraternidad y sin nada propio? ¿Cómo las guiaría por el camino de una vida de minoridad cada vez más radical, vista la realidad de nuestros tiempos? ¿Cómo nos guiaría a todos nosotros a aquel lugar del corazón humano y del mundo donde yace oculto el tesoro (3CtaCl 7)? Nuestro mundo está atravesando una profunda crisis, tanto espiritual como material. Los cristianos todavía son perseguidos en muchos países, el extremismo, el fanatismo, están en abierta actividad, millones de personas se ven obligadas a huir a causa de la guerra, del terrorismo y de la opresión. La necesidad de contemplación es más urgente que nunca; y he ahí por qué Clara sigue diciéndonos: “Medita y contempla y esfuérzate en imitarlo” (2CtaCl 20). Sin la gracia de la contemplación que alimente a nuestro mundo, sería fácil caer en la desesperación dado que los problemas son realmente enormes y por encima de nuestro alcance. Pero hay otro dolor. Nuestro bellísimo planeta está sufriendo desmedidamente. En los últimos cincuenta años se han extinguido gran número de especies, otras se han reducido en número a causa de la pérdida de su hábitat. Nuestro clima ha perdido su tradicional equilibrio y esto causa inundaciones o sequías, mientras globalmente se registra una falta de agua, realidad esencial para todas las formas de vida del planeta. Todos estos factores tienen


17 efectos intensos sobre las plantas, las aves, los insectos, los animales, al igual que sobre los seres humanos. La necesidad de tener misericordia para con “nuestra Hermana la Madre Tierra” nunca ha sido tan urgente. Hace poco más de un año el papa Francisco escribió al mundo la encíclica Laudato si’, subrayando y enfatizando el hecho de que también nuestra madre tierra debe ser considerada entre los pobres a quienes se debe justicia. Afirma: “Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y sufre dolores de parto” (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra” (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura” (LS 2). Frente a este escenario el papa Francisco nos muestra que “la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión interior” (LS 217) y nos muestra el camino sencillo a través del cual responder a ambas crisis: “¡Este es el momento favorable para cambiar la vida! [...] Basta solo acoger la invitación a

la conversión y someterse a la justicia, mientras la Iglesia ofrece la misericordia” (MV 19). Como modelo de conversión nos ha presentado a la Santa amada por todos los franciscanos, Santa María Magdalena, elevando a fiesta la celebración de su recuerdo. Sabemos que en muchas de las Fraternidades franciscanas de los orígenes había una capilla dedicada a María Magdalena, por cuanto la reconocían como el paradigma de la conversión, un verdadero espejo, el espejo de una persona que se ha entregado totalmente en el amor, como el mismo Señor lo atestigua. Se nos ha dicho que la Magdalena, al recibir misericordia, ha amado mucho. Ella tuvo “el honor de ser la “primera testigo” de la resurrección del Señor”, y vino a ser “apostolorum apostola” (apóstol de los apóstoles), porque anuncia a los apóstoles lo que a su vez ellos anunciarán a todo el mundo”. Por eso se la puede considerar realmente como primera testigo de la Misericordia divina. Mujer de corazón grande, a veces incluso imprudente, “mostró un gran amor a Cristo y fue por Cristo tan amada” (cf. Apostolorum apostola – Artículo de S. E. Mons. Arthur Roche, Secretario de la Congregación del Culto divino). La misericordia que ella recibió produjo fruto cuando ella dio testimonio de la resurrección y vino a ser apóstol de los apóstoles. “Por lo demás, el amor no podía ser una palabra abstracta. Por su misma naturaleza es vida concreta: intenciones, actitudes, comportamientos que se realizan

en el actuar de cada día” (MV 9). Podríamos decir que María Magdalena acompañó a Clara la noche del Domingo de Ramos en que ella decidió unirse a los hermanos. Ya habían recitado los Maitines del lunes de la Semana Santa, leyendo el pasaje relativo a María de Betania que unge los pies de Jesús y se los seca con sus cabellos – anunciando así, como dice Jesús, la unción para la sepultura (cf. Jn 12,1-8). Hay que decir que María de Betania, en esa época era identificada a menudo con la Magdalena, aunque no era la misma. Con las candelas de esa liturgia todavía encendidas, los frailes cortan los cabellos de Clara y la consagran al Señor. Parafraseando la Carta a los Hebreos, en cierto sentido Clara “sale – de casa – para unirse a él fuera del campamento y compartir su oprobio” (cf. Hb 13,13; LegCl 7). “Mira que Él por ti se hizo objeto de desprecio: sigue su ejemplo haciéndote despreciable en este mundo por amor suyo” (2CtaCl 19), dice Clara a Inés de Praga algunos años más tarde. Desde el comienzo la vocación de Clara estuvo marcada por el amor hacia aquel “cuya belleza es la admiración incansable de los bienaventurados ejércitos celestiales. El amor de él hace felices, su contemplación restaura, su benignidad da plenitud. La suavidad de él inunda toda el alma, su recuerdo brilla en la memoria. A su perfume los muertos resucitan” (4CtaCl 10-13). La influencia de María Magdalena se nota en el bellísimo crucifijo que hay en la basílica dedicada a santa Clara, encargado por sor Benedicta, la abadesa su-


18 cesora de Clara. Allí Clara, Benedicta y Francisco lloran a los pies de Jesús, como la mujer que le lavó con sus lágrimas los pies y ayudó a prepararlo para la sepultura. Clara y la Iglesia nos miran a nosotros para que nos entreguemos al servicio del Señor, fieles hasta el final y capaces de anunciar la verdad de la resurrección. Clara las invita a dejarse colmar “de valor en el santo servicio que han comenzado por el ardiente deseo del Crucificado pobre” (1CtaCl 13) y a ser “modelo, ejemplo y espejo” (Test 19). En nuestro mundo bajo presión, donde hasta la madre tierra sufre, ¿cómo podemos nosotros, Hermanos Menores y Hermanas Pobres, vivir los valores del Evangelio en un contexto donde una persona de cada ciento trece es un refugiado, y donde “«los desiertos exteriores se multiplican en el mundo porque los desiertos interiores se han vuelto tan extensos»” (LS 217)? Este es el serio desafío para nosotros hoy. La humanidad que sufre, nuestro planeta que combate y toda la familia franciscana están pidiendo a las hijas de Santa Clara que nos ayuden a abrir nuestro corazón para podernos someter a la justicia en este tiempo de misericordia. “Es el momento de escuchar el llanto de las personas inocentes despojadas de sus bienes, de su dignidad, de sus afectos, de su vida misma” (MV 19). Necesitamos un corazón compasivo y contemplativo del movimiento franciscano que nos ayude a escuchar el grito de los pobres y el de la madre tierra. María Magdalena encontró al Señor Resucitado en un huerto.

Francisco, verdadero amante del Señor, escribió el Cántico de las criaturas en un huerto. Muchos de nosotros tenemos un huerto, grande o pequeño, y como hermano les pido cálidamente que continúen en el compromiso de trabajar por la creación, a fin de que todo ser viviente que tiene una casa sobre la tierra por ustedes compartida sea acogido con respeto como hermano y hermana, aunque de inmediato me doy cuenta de que ¡el trabajo para los jardineros se ha vuelto cada vez más difícil! La creación no está a nuestra disposición sino que existe para la gloria de Dios y nosotros los seres humanos no somos sino sus cuidadores. Ayúdennos a no ser como el de la parábola a quien se le perdonó mucho pero que no tuvo misericordia alguna para con el otro. Necesitamos que ustedes sigan mostrándonos cómo vive el que ama realmente al Señor, dándonos un ejemplo de respeto para con la madre tierra, frente a tantas acciones que la explotan y la hieren por lucro o conveniencia. Todos estamos llamados a cambiar, y hablo en nombre de todos los franciscanos cuando digo que nosotros las miramos a ustedes, Hermanas Pobres, y les pedimos que nos ayuden. Clara no tuvo miedo de “ninguna pobreza, fatiga, tribulación, humillación y desprecio del mundo” (RegCl 6,2), cosas todas que, hoy en cambio el mundo teme grandemente. Las palabras dichas a propósito de María Magdalena, se aplican realmente a Clara: pertenecía al grupo de los seguidores de Jesús, lo acompañó hasta los pies de la cruz, y en el huerto

donde la encontró junto a la tumba, fue la primera testigo de la misericordia divina (cf. Apostolorum apostola – Artículo de S.E.Mons. Arthur Roche, Secretario de la Congregación para el Culto divino). Nosotros las miramos a ustedes que nos atestiguan “desde el horno del corazón ardiente como llameantes centellas de palabras” (cf. LegCl 45). En el nombre de todos los Hermanos, les deseo toda clase de bendiciones y gracias y comparto el sabio deseo del Papa Francisco dirigido a nuestras Hermanas del Protomonasterio: “El Señor les conceda una gran humanidad para ser personas que saben captar los problemas humanos, que saben cómo perdonar, que saben cómo pedir al Señor en nombre de la gente”. Les auguro un gran gozo para la celebración de la fiesta de la santa Madre Clara. Como todos los hermanos, las llevo en mi oración y les pido que nos tengan a mí y a toda la Orden en la de ustedes. Fr. Michael Anthony Perry, ofm Ministro general y siervo Roma, 15 de julio de 2016

Fiesta de san Buenaventura, Doctor de la Iglesia.


Año Santo de la Misericordia

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Para redescubrir el ritual de la Penitencia CONGREGACIÓN EL CULTO DIVINO Y LA DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS

El interés suscitado por el Jubileo de la Misericordia ha encontrado una multiplicidad de expresiones. También la revista Notitiae quiere contribuir con una serie de artículos que quieren manifestar la relevancia de la misericordia de Dios anunciada, celebrada y vivida en las acciones litúrgicas. Si toda la economía sacramental está penetrada por la misericordia divina, comenzando por el bautismo «para el perdón de los pecados», la obra reconciliadora de Dios se ofrece y manifiesta continuamente en el sacramento de la Penitencia1 . Por eso, en la Bula de convocación del Jubileo Misericordiae vultus, el Papa ha pedido que pongamos de nuevo en el centro «el sacramento de la Reconciliación, porque nos permite experimentar en carne propia la grandeza de la misericordia» (MV 17). Celebrar la misericordia de Dios ayuda al hombre a ponerse con honestidad ante su propia conciencia y reconocerse necesitado de ser reconciliado con el Padre, que con paciencia sabe esperar al pecador para darle un abrazo que le devuelva su dignidad. Reconocer los propios peca-

dos y arrepentirse no es una humillación; al contrario, es volver a descubrir el verdadero rostro de Dios, abandonándose confiadamente a su designio de amor y, al mismo tiempo, redescubrir el verdadero rostro del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios. El fruto más hermoso de la misericordia que se experimenta en el sacramento de la Penitencia es volver a descubrir a Aquél que es el origen y el fin de la propia vida. En este espíritu, se desea ofrecer unas reflexiones sobre el Ordo Paenitentiae, deteniéndonos, sobre todo, en algunos aspectos teológico-litúrgicos y, más ampliamente, sobre la dinámica celebrativa del Rito mismo. Es muy pedagógico retomar este libro litúrgico, releer los Praenotanda, acercarse a sus textos y gestos, asimilar las actitudes sugeridas y comprender cómo la Iglesia dispensa la misericordia de Dios, a través de los ritos y oraciones.

1. CONTRICIÓN Y CONVERSIÓN DEL CORAZÓN El 2 de diciembre de 1973 fue promulgado el Ordo Paenitentiae que, obedeciendo al mandato conciliar, revisó el rito y las fór-

mulas «de manera que expresen más claramente la naturaleza y el efecto del sacramento» (SC 72). A distancia de algunos decenios, se debe constatar que frecuentemente son ignoradas, quizás porque son juzgadas inoportunas y demasiado pesadas, algunas sugerencias celebrativas, que aunque no son esenciales para la validez del sacramento, sin embargo, constituyen una riqueza para una celebración en la que se actualiza aquella plena, consciente y activa participación de ministro y fieles que «hay que tener en cuenta al reformar y fomentar la sagrada Liturgia » (SC 14). Pérdida del sentido de pecado Muchos obispos manifiestan con preocupación una permanente desafección de los fieles y sacerdotes hacia el sacramento de la Reconciliación en todo el mundo, como se confirma con ocasión de las Visitas ad limina. En la raíz está, sin duda alguna, una desorientación, más allá de un genérico reconocerse pecadores, para especificar la naturaleza del pecado y confesarlo solicitando el perdón de Dios. Hace más de cincuenta años, el beato Pablo VI hacía esta observación

«Como sabemos, los sacramentos son el lugar de la cercanía y de la ternura de Dios por los hombres; son el modo concreto que Dios ha pensado, ha querido para salir a nuestro encuentro, para abrazarnos sin avergonzarse de nosotros y de nuestro límite. Entre los sacramentos, ciertamente el de la Reconciliación hace presente con especial eficacia el rostro misericordioso de Dios: lo hace concreto y lo manifiesta continuamente, sin pausa. No lo olvidemos nunca, como penitentes o como confesores: no existe ningún pecado que Dios no pueda perdonar. Ninguno. Sólo lo que se aparta de la misericordia divina no se puede perdonar, como quien se aleja del sol no se puede iluminar ni calentar»: Francisco, Audiencia a los participantes en el Curso promovido por la Penitenciaria Apostólica, 12 de marzo de 2015.

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20 en una homilía suya: «No encontraréis ya en el lenguaje de la gente de bien actual, en los libros, en las cosas que hablan de los hombres, la tremenda palabra que, por otro lado, es tan frecuente en el mundo religioso, en el nuestro, particularmente en el cercano a Dios: la palabra pecado. Los hombres, en los juicios de hoy, no son considerados pecadores. Son catalogados como sanos, enfermos, malos, buenos, fuertes, débiles, ricos, pobres, sabios, ignorantes; pero la palabra pecado no se encuentra jamás. Y no retorna porque, distanciado el intelecto humano de la sabiduría divina, se ha perdido el concepto de pecado. Una de las palabras más penetrantes y graves del Sumo Pontífice Pío XII, de venerable memoria, es ésta: “el mundo moderno ha perdido el sentido del pecado”; es decir, la ruptura de la relación con Dios, causada por el pecado»2. El Año Jubilar de la Misericordia puede ser un tiempo propicio para recuperar el verdadero sentido del pecado a la luz del sacramento del perdón, teniendo presente que esto se inserta en el marco de la dialéctica entre el misterio del pecado del hombre y el misterio de la infinita misericordia de Dios, que recorre toda la historia bíblica.

Conversión del corazón Para volver a descubrir el valor del Ritual de la Penitencia3 sería necesario apreciar algunos elementos de la teología del sacramento, tal como pueden ser leídos en los Praenotanda del mismo Ritual. «El pecado es una ofensa a Dios, que rompe nuestra amistad con él, la finalidad última de la penitencia consiste en lograr que amemos intensamente a Dios y nos consagremos a él» (RP 5). Por otra parte, el pecado de uno perjudica a todos «por ello la penitencia lleva consigo siempre una reconciliación con los hermanos» (RP 5). No se puede olvidar que la experiencia sacramental exige, sobre todo, la acogida de la invitación precisa con la que Jesús inició su ministerio: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed

en el Evangelio» (Mc 1,15). El concilio de Trento enumera cuatro actos de la penitencia: tres actos del penitente (contrición, confesión, satisfacción) y la absolución dada por el ministro, y considera esta última

la parte más importante del sacramento4. El Ritual de la Penitencia retoma la doctrina de Trento poniendo en particular evidencia los actos del penitente, entre los cu ales el pr imer o y más r elevante es la contrición o «la íntima conversión del corazón» (RP 6). El hijo pródigo es un ejemplo de todo esto, cuando, con corazón contrito y arrepentido, decide volver a la casa paterna. El sacramento se explica en directa continuidad con la obra de Cristo, ya que él anunciaba la metanoia como condición para acceder al Reino. En ausencia de la conversión/metanoia, disminuyen para el penitente los frutos del sacramento, porque: «de esta contrición del corazón depende la verdad de la penitencia» (RP 6). Adviértase que los Praenotanda, incluso citando el texto tridentino que entiende la contrición como dolor del alma y reprobación del pecado cometido, interpreta la contrición en el sentido más rico y bíblico de conversión del corazón: «La conversión debe penetrar en lo más íntimo del hombre para que le ilumine cada día más plenamente y lo vaya conformando cada vez más a Cristo» (RP 6). En la antropología global y concreta de la Biblia, el corazón

Pablo VI, Homilía, 20 de septiembre de 1964. Cf. Juan Pablo II, Exhortación apostólica postsinodal Reconciliatio et Paenitentia, 2 de diciembre de 1984, 18. 3 Ritual de la Penitencia, Barcelona 1975 (en adelante se cita RP). 4 Cf. Concilio de Trento, Sesión XIV, cap. IV-VI. 2


21 del hombre es la fuente misma de su personalidad consciente, inteligente y libre, el centro de sus operaciones decisivas y de la acción misteriosa de Dios. El justo camina con «rectitud de corazón» (Sal 101,2), pero «de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos» (Mc 7,21). Por eso Dios no desprecia «un corazón quebrantado y humillado» (Sal 51,19). El corazón es el lugar en el que el hombre se encuentra con Dios. El corazón, en el lenguaje bíblico, indica la totalidad de la persona humana, diferente de cada una de las facultades y de los actos de la persona misma; su ser íntimo e irrepetible; el centro de la existencia humana, la confluencia de la razón, voluntad, carácter y sensibilidad, donde la persona encuentra su unidad y orientación interior, de la mente y del corazón, de la voluntad y de la afectividad. Como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica (= CCE), «la tradición espiritual de la Iglesia también presenta el corazón en su sentido bíblico de “lo más profundo del ser”, donde la persona se decide o no por Dios» (n. 368). El corazón es, pues, el alma indivisa con la que amamos a Dios y a los hermanos. La conversión del corazón no es sólo el elemento principal, es también el que unifica entre sí todos los actos del penitente constitutivos del sacramento, dado que cada elemento es definido en orden a la conversión del corazón: «Esta íntima conversión del corazón, que incluye la contrición del pecado y el propósito de una vida nueva, se expresa por la confesión hecha a la Iglesia, por la adecuada

satisfacción y por el cambio de vida» (RP 6). La conversión del corazón no hay que entenderla como un acto único, en sí mismo, cumplido una vez para siempre, sino como un decidido alejamiento del pecado para emprender un camino progresivo y continuo de adhesión a Cristo y de amistad con él. Los diversos elementos del Ritual de la Penitencia son, por decir de algún modo, la expresión de varios momentos o etapas de un camino que no acaba en el momento de la celebración del sacramento, sino que conforma toda la vida del penitente. En este contexto, hay que valorar las celebraciones penitenciales no sacramentales. En efecto, si en la base del sacramento de la Penitencia está la conversión del corazón, es necesario dar la máxima relevancia a tales celebraciones que, como leemos en los Praenotanda «son reuniones del pueblo de Dios para oír la palabra de Dios, por la cual se invita a la conversión y a la renovación de vida, y se proclama, además, nuestra liberación del pecado por la muerte y resurrección de Cristo» (RP 36). Estas celebraciones no sacramentales pueden hacerse antes o después del sacramento de la Penitencia, porque la conversión del corazón presupone el conocimiento de lo que es pecado y de los pecados cometidos. Recordemos el papel que la palabra de Dios tuvo en la conversión de san Agustín: «… Domine, amo te. Percussisti cor meum verbo tuo, et amavi te»5. Al amor misericordioso de Dios, se responde con amor.

El ministro del Sacramento Es importante también considerar la tarea del ministro del s a cramento que, según la Bula Misericordiae vultus, debería ser «verdadero signo de la misericordia del Padre» (MV 17). También él, siendo pecador, no olvida hacerse penitente, experimentando en el sacramento la alegría del perdón. La tradición católica ha señalado cuatro figuras que expresan la tarea propia del sacerdote confesor. Es doctor y juez -para indicar la objetividad de la ley-, pero también padre y médico –para significar la caridad pastoral hacia el penitente. Estas figuras se han destacado, una vez una y otras veces otra, según las diversas épocas históricas y las diversas tendencias teológicas. El concilio de Trento afirma que los sacerdotes ejercen la función de perdonar pecados «como ministros de Cristo», cumpliendo esta tarea «a modo de un acto judicial» (ad instar actus iudicialis)6. También el Ritual de la Penitencia habla del confesor como juez y médico, cuando dice: «Para que el confesor pueda cumplir su ministerio con rectitud y fidelidad, aprenda a conocer las enfermedades de las almas y a aportarles los remedios adecuados; procure ejercitar sabiamente la función de juez» (RP 10). Más adelante se subraya que el confesor «cumple su función paternal, revelando el corazón del Padre a los hombres y reproduciendo la imagen de Cristo Pastor» (RP 10). El confesor es testigo de la misericordia de Dios hacia el pecador arrepentido7. En el Antiguo Testamento, la misericordia es el sentimiento compasivo y también materno de

«Señor, yo te amo. Heriste mi corazón con tu palabra y te amé»: S. Agustín, Confesiones 10,8. Conciliorum Oecumenicorum Decreta, 707. 7 «Nunca olvidemos que ser confesores significa participar de la misma misión de Jesús y ser signo concreto de la continuidad de un amor divino que perdona y que salva» (MV 17). 5 6


22 Dios por sus criaturas, a pesar de su infidelidad ( c f . É x 3 4 , 6 ; Sal 51,3; Sal 130; Jer 12,15; 30,18). En el Nuevo Testamento, Jesús es presentado como el «sumo sacerdote misericordioso y fiel en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo» (Cf. Heb 2,17). El Catecismo de la Iglesia Católica resume muy bien todas estas tareas del confesor: «Cuando celebra el sacramento de la Penitencia, el sacerdote ejerce el ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida, el del Buen Samaritano que cura las heridas, del Padre que espera al hijo pródigo y lo acoge a su vuelta, del justo Juez que no hace acepción de personas y cuyo juicio es a la vez justo y misericordioso. En una palabra, el sacerdote es el signo y el instrumento del amor misericordioso de Dios con el pecador» (n. 1465). Las fórmulas y los gestos rituales de la celebración del sacramento denotan la presencia misericordiosa del Padre, el don oblativo del Hijo, el amor purificante y sanador del Espíritu Santo. El confesor debe ser la expresión y el medio humano de este amor, que por medio de él se difunde en el penitente y lo conduce nuevamente a la vida, a la esperanza, a la alegría. Las reflexiones expuestas hasta aquí encuentran su realización concreta en la celebración misma del sacramento, que per ritus et preces, guían a penitentes y ministros en la experiencia de la misericordia de Dios. En efecto, cada celebración del sacramento

es un «Jubileo de la Misericordia». Hay otros ámbitos de carácter espiritual, disciplinar, pastoral vinculados a la celebración del sacramento, no considerados en estas reflexiones pero merecedores de atención. Pensemos, por ejemplo, en el cuidado que hay que prestar tanto a la formación permanente del clero, como a la inicial de los seminarios e institutos de formación. También en la observancia de la disciplina sobre las absoluciones colectivas (cf. CIC can. 961-963) y prestar atención a los riesgos relacionados con la discreción y reserva, la protección del anonimato y del secreto, amenazados en la actualidad por la fácil y sacrílega interceptación, grabación y difusión del contenido de las confesiones (cf. CIC can. 983).

2. PARA UNA MISTAGOGIA DEL ORDO PAENITENTIAE Al fijar nuestra atención en una lectura mistagógica del «Rito para reconciliar a un solo penitente» (cap. I) se debe tener presente también la dimensión eclesial, puesta de mayor relieve en el capítulo II: «Rito para reconciliar a varios penitentes con confesión y absolución individual». La naturaleza profundamente personal del sacramento de la Penitencia se asocia estrechamente a la eclesial, siendo un acto que reconcilia con Dios y con la Iglesia (cf. CCE 1468-1469). Desde este punto de vista, los Praenotanda afirman que «la celebración común manifiesta más claramente la naturaleza eclesial de la penitencia» (RP 22).

Según la enseñanza conciliar, «las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia […]. Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan» (SC 26). El Año Jubilar de la Misericordia representa una oportunidad significativa para volver a descubrir el «Rito para reconciliar a varios penitentes con confesión y absolución individual» en las comunidades diocesanas y parroquiales8. El orden ritual que encontramos en este capítulo segundo del Ritual de la Penitencia ayuda a poner de relieve dos aspectos importantes de la naturaleza eclesial de su celebración. Sobre todo, la escucha de la palabra de Dios, que asume la estructura de una Liturgia de la Palabra, por tanto, de un verdadero y propio acto de culto (cf. SC 56). Aquí el anuncio evangélico de la misericordia y la llamada a la conversión resuenan en una asamblea en la cual «los fieles oyen juntos la palabra de Dios, la cual, al proclamar la misericordia divina, les invita a la conversión; juntos, también examinan su vida a la luz de la misma palabra de Dios y se ayudan mutuamente con la oración» (RP 22). También el apóstol Santiago invita: «Confesaos mutuamente los pecados y rezad unos por otros para que os curéis» (Sant 5,16). Si la escucha habitual de la Palabra, que «enciende el corazón», y el recíproco apoyo de la oración son importantes, no lo son menos la alabanza y la acción de gracias común con las que se con-

«La segunda forma de celebración, precisamente por su carácter comunitario y por la modalidad que la distingue, pone de relieve algunos aspectos de gran importancia: la Palabra de Dios escuchada en común tiene un efecto singular respecto a su lectura individual, y subraya mejor el carácter eclesial de la conversión y de la reconciliación. Esta resulta particularmente significativa en los diversos tiempos del año litúrgico y en conexión con acontecimientos de especial importancia pastoral»: Reconciliatio et Paenitentia, 32.

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23 cluye el rito (cf. RP 29). En efecto, «después que cada uno ha confesado sus pecados y recibido la absolución, todos a la vez alaban a Dios por las maravillas que ha realizado en favor del pueblo que adquirió para sí con la sangre de su Hijo» (RP 22). Estas breves alusiones al capítulo II del Ritual de la Penitencia descubren la dinámica social y personal tanto del pecado como de la conversión. La dimensión eclesial y personal se funden, de modo particular, en este sacramento, poniendo de r eliev e q u e «la penitencia, por tanto, no se puede entender como puramente interna y privada. Porque (no: ¡aunque!) es un acto personal, tiene también una dimensión social. Este punto de vista es también de importancia para la fundamentación del aspecto eclesial y sacramental de la penitencia»9. Recorremos ahora los diversos elementos rituales del capítulo

I «Rito para reconciliar a un solo penitente» para favorecer no sólo una renovada comprensión del sacramento, sino también una celebración más auténtica, conscientes de que en los actos del penitente y del sacerdote, en los gestos y en las palabras, se comunica la gracia del perdón. Precisamente porque mens

concordet voci es necesaria una digna celebración, convencidos de la importancia de la forma ritual, porque en la liturgia, la palabra precede a la escucha, la acción configura la vida10.

Acogida del penitente La rúbrica n. 83 del Ritual indica cómo debe ser escuchado el

penitente: «El sacerdote acoge con bondad al penitente y le saluda con palabras de afecto». Esta es la apertura que introduce en la acción ritual. El Ritual de la Penitencia se preocupa de que el ministro del sacramento, representante de Cristo, actúe de tal manera que este momento inicial sea vivido por el penitente del modo más fácil y confiado posible. Todos sabemos lo difícil que puede ser acercarse a la confesión. Cuando se consigue dar el primer paso, ya está actuando la gracia. Por eso, el sacerdote ha de acoger a quien acude a él con la misma actitud del padre del hijo pródigo, que corre al encuentro de su hijo arrepentido en cuanto lo ve de lejos. Los sacerdotes deben prepararse para des empeñar este ministerio, c o n s c i e n t e s de representar a Cristo que, en la parábola, nos descubre el rostro del Padre celestial que hace fiesta y se alegra por el que retorna a él (cf. Lc 15,11-

Comisión Teológica Internacional, La reconciliación y la penitencia, 29 de junio de 1983, A,II,2. «Dios nos dio la palabra, y la sagrada liturgia nos ofrece las palabras; nosotros debemos entrar dentro de las palabras, en su significado, acogerlas en nosotros, ponernos en sintonía con estas palabras; así nos convertimos en hijos de Dios, semejantes a Dios»: Benedicto XVI, Catequesis en la audiencia general, 26 de septiembre de 2012. 11 “La cruz es un signo de la Pasión y es, a la vez, signo de la resurrección; es, por así decir, el báculo de salvación que Dios nos ofrece, el puente que nos permite atravesar el abismo de la muerte y todas las asechanzas del mal para, finalmente, llegar a Él. […] la señal de la cruz con la invocación trinitaria resume la esencia toda del cristianismo, representa lo específicamente cristiano”: J. RATZINGER, El espíritu de la liturgia, en Obras completas, XI, BAC, Madrid 2012, 102.. 9

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24 32). El inicio del Ritual de la Penitencia nos ayuda a comprender que Dios Padre celebra un «Jubileo» cada vez que un pecador viene a este sacramento: «Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (Lc 15, 7). Después de haber sido acogido, el penitente hace la señal de la cruz diciendo: «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (RP 84). Es un acto de fe distintivo del c r i s t i a n o 11 . Esta apertura es importante por una razón tanto práctica como t e o l ó gica. Este s igno r itu al tan familiar, unido a las palabras, subraya el momento en el que inicia verdaderamente la liturgia. Incluso al final del rito, en la absolución penitencial, estará presente el signo de la cruz. La fórmula trinitaria además de recordar el Bautismo, en el que hemos renacido a la vida divina, nos orienta hacia la celebración de la Eucaristía, que conserva, incrementa y renueva la vida de gracia en nosotros. Este momento ritual prepara progresivamente lo que sigue. El sacerdote no debe decir simplemente al penitente: «Ahora dime tus pecados». Por el contrario, sus palabras de acogida deberían e s t a b l e c e r inmediatamente una atmósfera de profunda seriedad y al mismo tiempo suscitar la confianza en Dios. El sacerdote dice:

«D i o s , q u e h a i l u m i n a d o nu es tr os corazones, te conceda un verdadero conocimiento de tus pecados y de su misericordia» (RP 84). ¡Qué intensas y dulces resuenan estas palabras en el corazón del penitente si el sacerdote las pronuncia con convicción y desde lo profundo del corazón, consciente del ministerio que la Ordenación le capacitó para cumplir!

Los parágrafos 85-86 del Ritual de la Penitencia presentan fórmulas alternativas para el inicio del rito, ricas en resonancias bíblicas y teología. En estas fórmulas podrían inspirarse nuestra predicación y catequesis para invitar a celebrarlo con alegría, seriedad y serenidad. Pensemos, por ejemplo, en el impacto que tiene el penitente al sentir decir al sacerdote las palabras del profeta Ezequiel: «Acércate confiadamente al Señor, que no se complace en la muerte del pecador, sino en que se convierta y viva» (cf. 33,11). El sacerdote habla aquí con la autoridad de la palabra de Dios y no simplemente con palabras de cumplimiento.

Lectura de la Palabra de Dios Aunque la sagrada Escritura

resuena ya en las diferentes fórmulas de invitación a la confesión de los pecados, el rito continua con la escucha de la palabra de Dios. A pesar de que en el Ritual esto sea ad libitum, solo debería omitirse en caso de verdadero impedimento. En la economía del Ritual de la Penitencia, la proclamación de la palabra de Dios aparece como un momento importante de la celebración (cf. RP 17). Los versículos escriturísticos que se ofrecen están caracterizados por expresiones que anuncian la misericordia de Dios e invitan a la conversión (cf. RP 87). El Ritual sugiere doce citas bíb l i c a s (cf. RP 88-93) y otras lecturas alternativas (cf. RP 160-165), pero se puede recurrir también a otros textos de la sagrada Escritura que el sacerdote o el penitente consideren oportunos. En la forma ritual, la precedencia dada a la escucha de la palabra de Dios reclama el hecho de que cuanto viene proclamado se cumple, aquí y ahora, en la celebración. Lo que se anuncia es experimentado por el penitente con absoluta novedad y frescura, porque la Palabra resuena enriquecida con un significado nuevo, gracias al momento sacramental que vive con fe. El Jubileo de la Misericordia es una ocasión propicia para que sacerdotes y fieles valoren de verdad el recurso a la palabra de Dios. En cada uno de los textos propuestos por el Ritual,


25 los sacerdotes podrán descubrir la grandeza del ministerio a ellos confiado y los penitentes podrán vislumbrar con admiración la luz que les guía hacia el encuentro con Cristo en el sacramento. Por ejemplo, la elección del texto de Ezequiel 11, 19-20 (cf. RP 88), permite sentir al penitente que es a él a quien se dirige el oráculo divino: «Les daré un corazón íntegro e infundiré en ellos un espíritu nuevo; les arrancaré el corazón de piedra y les daré un corazón de carne…». Cuando el penitente se da cuenta que tal promesa es para él, en ese mismo momento, su corazón puede abrirse al consuelo y a la confianza y confesar sus pecados. Si se elige el texto de Marcos 1,14-15 (cf. RP 90), tanto el sacerdote como el penitente, experimentan que Cristo mismo está presente, aquí y ahora, para anunciar con fuerza a quien se confiesa: «Está cerca el Reino de Dios: Convertíos y creed la Buena Noticia». La respuesta a la presencia de Cristo y a sus palabras será la confesión de los pecados. O bien, con la elección del pasaje de Lucas 15,1-7 (cf. RP 162), el penitente deberá comprender que Jesús se defiende de las acusaciones de comer con los pecadores también por él. De hecho, en la celebración, Jesús está junto al penitente -un pecador- y manifiesta que quiere restablecer la comunión con él, volver a buscarlo como hace el pastor con la oveja perdida. La palabra de Dios, ¿no está quizás anunciando aquí un Jubileo de Misericordia, dándonos la valentía de confesar nuestros pecados con esperanza y confianza? Confesión de los pecados y aceptación de la satisfacción El momento ritual siguiente

es una parte esencial de la celebración sacramental: la confesión de los pecados por parte del penitente y la aceptación de un acto de satisfacción propuesto por el sacerdote (cf. RP 94). Merecen ser subrayados algunos aspectos sobre el valor ritual de la confesión y la forma que asume. A diferencia de otros momentos, aquí no se indican textos ni palabras para ser dichos, sino que el penitente es llamado a confesar los propios pecados. Lo que ha precedido ritualmente, sobre todo la proclamación de la palabra de Dios, muestra que la confesión de los pecados no surge solo por iniciativa del penitente. En verdad, se fundamenta en la gracia de haber escuchado la palabra de Dios, dando como resultado el sentirse animado al arrepentimiento y a la contrición. En este momento, no se indican textos específicos, sino solamente rúbricas, redactadas con sumo cuidado, para expresar su profundo significado teológico. No se trata simplemente, por parte del penitente, de pronunciar en voz alta un elenco de pecados en el vacío, como si nadie estuviera presente. Se confiesa delante del sacerdote. Al sacerdote, por su parte, se le pide entrar en profunda relación con quien se confiesa: «El sacerdote ayuda al penitente a hacer una confesión íntegra, le da los consejos oportunos» (RP 94). Este paso constante del penitente al sacerdote, no es más que la forma ritual que hace posible el encuentro del penitente con Cristo a través del sacerdote. Por eso el confesor es invitado a ayudar al penitente a comprender el sentido profundo de este encuentro: «Lo exhorta [el sacerdote al penitente] a la contrición de sus culpas, recordándole que el cristiano por el sacramento de la

penitencia, muriendo y resucitando con Cristo, es renovado en el misterio pascual» (RP 94). Es un elemento teológico esencial para comprender correctamente el sacramento. Todo lo que sucede en él se fundamenta en el misterio pascual. El penitente es renovado según el modelo original del bautismo, donde muere con Cristo al pecado y resucita con él a la vida nueva. Es deseable que, ayudados por el Año Jubilar, tanto los sacerdotes como los penitentes puedan celebrar este sacramento con una mayor conciencia de la profundidad de este encuentro. Recordemos las fuertes palabras de san Juan Pablo II en su primera encíclica Redemptor hominis: «La Iglesia, pues, observando fielmente la praxis plurisecular del Sacramento de la Penitencia -la práctica de la confesión individual, unida al acto personal de dolor y al propósito de la enmienda y satisfacción- defiende el derecho particular del alma. Es el derecho a un encuentro del hombre más personal con Cristo crucificado que perdona, con Cristo que dice, por medio del ministro del sacramento de la Reconciliación: “tus pecados te son perdonados”; “vete y no peques más”» (n. 20). Es inusual y muy incisivo que el Papa defina el encuentro entre penitente y sacerdote como un “derecho” humano. Con esto se refiere a algo que está en lo profundo del corazón herido de la humanidad pecadora. Hablando del Redentor del hombre afirma que cada persona desea un encuentro intenso, personal con Cristo, «con Cristo crucificado que perdona». La estructura litúrgica del sacramento intenta dar forma a este deseo y satisfacerlo. Después que el penitente ha confesado los pecados, el sacer-


26 dote «le propone una obra de penitencia que el fiel acepta para satisfacción por sus pecados y para enmienda de su vida» (RP 94). De este modo, la rúbrica subraya de nuevo el significado del profundo encuentro e intercambio que se produce entre sacerdote y penitente. En lo que hace, el sacerdote es invitado a «acomodarse en todo a la condición del penitente, tanto en el lenguaje como en los consejos que le dé». El penitente encuentra, aquí y ahora, a «Cristo crucificado que perdona» y que muestra también el camino para la enmienda y un nuevo estilo de vida. Oración del penitente El sacerdote continua su diálogo con el penitente invitándolo «a que manifieste su contrición» con una oración (RP95). Esto pone, de nuevo, en primer plano, la dimensión litúrgica del sacramento. El rito reclama manifestar

claramente la contrición en forma de oración, ofreciendo una vasta posibilidad de fórmulas. En efecto, se ofrecen en el Ritual siete posibles oraciones (cf. RP 95-101). Aunque, como para las perícopas bíblicas, solo se usa una en cada celebración, meditar todos y cada uno de los textos propuestos puede ayudar a vislumbrar las múltiples caras de la piedra preciosa insertada en este momento del sacramento. La meditación ayudará a las personas a prepararse para la confesión y para pronunciar, de corazón, tales palabras durante la celebración sacramental. La fórmula indicada en el RP 101 es una tradicional oración que muchos conocen como “Acto de dolor”. Ha superado el paso de los siglos y quizás no tiene necesidad de comentario. El Jubileo es pues la ocasión para poner de manifiesto las palabras y la profundidad teológica que

encierra esta oración en su formulación latina. Quien ora suplica: «Per merita passionis Salvatoris nostri Iesu Christi, Domine, miserere». La Misericordia que celebramos se fundamenta en los méritos de la Pasión de Jesucristo. Las demás opciones propuestas (cf. RP 95-100) están claramente inspiradas en la Sagrada Escritura. En efecto, dos de ellas (RP 96,97) ponen directamente en los labios del penitente algunos versículos de los salmos: «Recuerda, Señor, que tu ternura y tu misericordia son eternas…»; o bien: «Lava del todo mi delito, Señor…». Como respuesta a la invitación del sacerdote para manifestar la propia contrición, el penitente pronuncia las mismas palabras usadas durante milenios por Israel y la Iglesia. Orando hoy con tales fórmulas, los penitentes experimentan que su historia de


27 pecado y el perdón de Dios forman parte del gran drama narrado en las páginas de la Biblia. El drama del pecado y del perdón continua ahora en nuestra existencia, y las mismas oraciones suscitadas por el Espíritu Santo iluminan perfectamente este momento. Lo mismo se puede decir de la oración que pone en los labios del penitente las palabras que el hijo pródigo dirige al padre nada más llegar a casa: «Padre, he pecado contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo. Ten compasión de este pecador» (RP 98). Alentados por la parábola a no tener miedo y animados a la contrición, los penitentes manifiestan la conversión del corazón pronunciando las palabras del hijo, que retorna con fe a la casa paterna. Otra fórmula de especial valor es una oración dirigida a cada Persona de la Trinidad, con imágenes tomadas del Nuevo Testamento, de tal forma que los penitentes puedan reconocerse en ellas (cf. RP 95). Esta oración se dirige sobre todo al «Padre lleno de clemencia» y utiliza nuevamente las palabras del hijo pródigo, introducidas por una explícita referencia a la parábola: «…como el hijo pródigo…». Después se dirige a «Cristo Jesús, Salvador del mundo», y el penitente invoca que le suceda ahora a él lo mismo que le sucedió al buen ladrón, cuando se le abrieron las puertas del paraíso, mientras Jesús moría. El penitente hace suyas las mismas palabras del malhechor arrepentido: «Acuérdate de mí, Señor, en tu reino». La última invocación se dirige al Espíritu Santo, denominado «fuente de amor». El penitente pide al Espíritu Santo

«purifícame, y haz que camine como hijo de la luz». El Ritual ofrece al penitente también otras fórmulas que ahora no comentamos. Sin embargo es deseable que, alentados también por el Año Jubilar, sean más conocidas y usadas. Con ellas aprendemos a orar con las mismas palabras e imágenes de la Escritura, expresando nuestra contrición y pidiendo perdón. Con ellas aprendemos que también nosotros estamos implicados en los admirables acontecimientos de misericordia narrados en la Biblia. Como el publicano, alabado por Jesús en la parábola, también nosotros nos golpeamos el pecho y oramos: «Jesús, Hijo de Dios, apiádate de mí, que soy un pecador» (RP 100, inspirado en Lc 18, 13).

Absolución En el Ritual de la Penitencia, la oración del penitente y la absolución del sacerdote figuran bajo un único título. Las hemos diferenciado para facilitar un comentario, sin olvidar que es importante captar el profundo vínculo entre los dos momentos. En la oración a Dios, el penitente expresa la contrición y pide misericordia. La inmediata respuesta a esta súplica se da rápidamente por parte de Dios, a través del ministerio del sacerdote. La atmósfera litúrgica se intensifica. El sacerdote extiende las manos sobre la cabeza del penitente y comienza a pronunciar las palabras. Este gesto debe ser realizado con la misma atención e intensidad que cualquier otro gesto similar de una acción litúrgica. El penitente ha de ser capaz de percibir, a través del cambio de postura corporal y del gesto del

sacerdote, que se va a realizar un acto sacramental solemne. Las manos extendidas indican que la misericordia de Dios -invisible, pero inmensamente poderosa y presente- va a irrumpir sobre el penitente arrepentido. También las palabras pronunciadas por el sacerdote para la absolución merecen una justa atención. Aunque son breves, tienen un gran valor teológico y expresan el significado central de este sacramento. El Ritual de la Penitencia expone claramente los elementos teológicos esenciales de la fórmula (cf. RP 19). Ante todo, se señala la evidente estructura trinitaria. La reconciliación, otorgada en este sacramento, viene de Dios, llamado «Padre misericordioso», y expresa lo que ya ha realizado: «Dios, Padre misericordioso, que reconcilió c o n s i g o a l m u n d o » . Ta l reconciliación se ha realizado «por la muerte y la resurrección de su Hijo», que la fórmula pone en relación inmediata con la efusión del «Espíritu Santo para la remisión de los pecados». En esta primera parte de la fórmula se encuentra la anamnesis litúrgica, es decir, se recuerda, proclama y anuncia la muerte y resurrección de Jesús. La anámnesis se expresa en términos trinitarios y con un lenguaje que indica inmediatamente la importancia de este solemne acto de Dios que ahora se va a realizar en favor del penitente. Dios ha reconciliado consigo al mundo y ha infundido sobre nosotros el Espíritu Santo para la remisión de los pecados. La fórmula continua en el tiempo de presente, y el sacerdote se dirige directamente al penitente. Este paso del pasado al p r es ente in dica qu e el g r an


28 acontecimiento obrado por Dios en el misterio pascual se derrama, con todos sus frutos, sobre este penitente concreto, aquí y ahora, por medio de las palabras del sacerdote. Al mismo tiempo, la fórmula explicita que cuanto está realizando Dios adquiere una fuerte dimensión eclesial «ya que la reconciliación con Dios se pide y se otorga por el ministerio de la Iglesia» (RP 19). Dirigiéndose al penitente el sacerdote dice, ante todo, Dios «te conceda el perdón y la paz». Es un lenguaje que se caracteriza por ser una invocación o bendición; el verbo está en subjuntivo con valor exhortativo (tribuat), característico de muchas invocaciones y bendiciones de la Iglesia, siempre eficaces. Después cambia el estilo del lenguaje y el sacerdote continua pronunciando lo que el Ritual llama la «parte esencial» (RP 19). Dirigiéndose directamente al penitente y haciendo la señal de la cruz, dice: «Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». Con las palabras: «Yo te absuelvo», el sacerdote manifiesta que actúa in persona Christi. A través de los gestos y de las palabras del sacerdote, en virtud del poder dado por Cristo a la Iglesia para perdonar pecados (cf. Jn 20,23), el pecador es devuelto a la inocencia original del bautismo. El penitente ve cumplido, de este modo, su deseo de un encuentro personal y profundo con Cristo crucificado y dispuesto al perdón. El Señor ha venido y se ha encontrado con ese pecador, en ese momento clave de su vida, marcado por la conversión y el 12

perdón. ¡Un encuentro como éste constituye la verdadera esencia del Jubileo de la Misericordia, un jubileo para los pecadores arrepentidos y un jubileo para Cristo mismo!

Acción de gracias y despedida del penitente Las leyes del lenguaje ritual imponen que un momento tan intenso y rico, como es la absolución, necesita un epílogo. Sería raro salir de un ámbito tan espiritual como éste para volver a la vida de cada día sin un momento de tránsito. Con todo, a veces, sin respetar el evidente sentido litúrgico, la celebración sacramental puede terminar de forma precipitada: «Hemos terminado, vete en paz». El Ritual de la Penitencia dice con claridad lo que se ha de hacer: «El penitente proclama la misericordia de Dios y le da gracias con una breve aclamación tomada de la Sagrada Escritura; después el sacerdote lo despide en la paz del Señor» (RP 20). Esta sobria ritualidad se encuentra en RP 103. Sacerdote y penitente no dicen palabras suyas, sino expresiones tomadas de la Escritura. Citando las palabras inspiradas en el Salmo 118,1, el sacerdote exclama: «Dad gracias al Señor, porque es bueno». El penitente concluye con el versículo siguiente del mismo Salmo: «Porque es eterna su misericordia» (también Sal 136,1). Estas palabras de alabanza usadas por el pueblo de Israel y por la Iglesia durante milenios se han cumplido de nuevo y de forma concreta, aquí y ahora, con admirable fuerza y absoluta novedad.

Francisco, Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 24 de noviembre de 2013, 24.

Toda liturgia de la Iglesia termina enviando al mundo a cuantos han participado en ella, llenos de renovada fuerza divina, destinada a vivificar la humanidad. La despedida no es otra cosa que la forma ritual del envío de Cristo mismo: «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo», dice el Señor Resucitado a sus discípulos (cf. Jn 20,21). Esto es lo que se hace en el Ritual de la Penitencia con fórmulas concisas: «El Señor ha perdonado tus pecados. Vete en paz», o bien: «Vete en paz y anuncia a los hombres las maravillas de Dios, que te ha salvado». El sacerdote las pronuncia como ministro de Cristo y el penitente se da cuenta que es enviado por la Iglesia.

“Misericordiosos como el Padre” El Papa Francisco invita continuamente a la Iglesia a redescubrir la alegría del Evangelio y a estar “en salida”, a ser misionera, capaz de arriesgarse, de tomar iniciativa sin miedo, mostrando vivir «un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza»12[12]. La vocación de la Iglesia es también la de todo discípulo de Cristo, fortalecido por el sacramento del perdón. La misericordia celebrada per ritus et preces compromete a poner en práctica la enseñanza de Jesús: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso» (Lc 6,36). Fuente: Notitiae, vol. 51 (2015), págs. 380-398


Cuidado Pastoral de las Vocaciones

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Experiencia de Itinerancia Vocacional 2016

Queridos hermanos de la provincia: ¡paz en Jesús, Vida Derramada! Como cada año, en el receso invernal, hemos realizado desde el Cuidado Pastoral de las Vocaciones de la Provincia San Francisco Solano la Experiencia de Itinerancia Vocacional, del 9 al 25 de julio. Ella se propone contribuir al discernimiento vocacional de nuestros jóvenes en búsqueda desde un acercamiento vital a la persona y la forma de vida de Francisco, viviendo dos semanas la experiencia de estar en camino, en clave de misión fraterna y contemplativa; v i s i t a n d o comunidades, anunciando que el Reino de Dios está cerca; encontrándonos con las fuentes franciscanas, que van develando a los jóvenes la belleza de nuestra de vida. La pregunta vocacional “¿quién eres tú y quién soy yo?” resuena en los corazones, a la vez que el camino, el silencio, los encuentros, van susurrando respuestas a dichas preguntas, a niveles cada vez más hondos.

Siguiendo las huellas de Jesús pobre, celebramos la vida entregada de nuestros mártires latinoamericanos... Este año la experiencia se ha visto enriquecida con la participación de hermanos y jóvenes de las provincias de la Asunción y de la Santísima Trinidad, de Chile. El destino de la itinerancia: la “Romaria dos Martires da Caminhada”, gran fiesta popular celebrada cada 5 años en el Santuário dos Mártires da Caminhada, ubicado en Ribeirão Cascalheira, Mato Grosso, Brasil. Este año el lema fue “Profetas do Reino”. En compañía del entraña-

ble Pedro Casaldáliga, la Iglesia celebra el Amor que se entrega, y es más fuerte que la muerte. Han participado 6 frailes (fr Salvador Vilar, de la Provincia de la Asunción, fr Ronald Villalobos, de la Provincia de la Santísima Trinidad, de Chile, fr Gustavo Valenzuela, fr Nicolás Aguilar, fr

Cristián Isla Casares y fr Guillermo Schattenhofer), 1 hermana franciscana (hna Belén Martín); los 4 postulantes de primer año (Ezequiel Sánchez y Mauricio Martín, de San Rafael, y Juan Pablo Bernaldo de Quirós y Juan Fagioli), y 10 jóvenes (Mauro, de Lomas de Zamora, Braian y Estela, de Corrientes, María Jesús, de Formosa, Jocha Castro Videla, Victoria Palleiro y Gastón Drago, de Buenos Aires, Franco, de Gral. Roca, Julio, de Caleta Olivia, y Lucho y Natalio, de San Rafael). Siéntanse todos los hermanos muy invitados a esta experiencia, que tanto bien nos hace: a los frailes, a los jóvenes, y a los hermanos con quienes el Padre Providente nos regala en el camino. Aquí les dejamos algunos testimonios y fotos que queremos compartir con ustedes. Fr. Pablo Miguel Azqueta, ofm Cuidado Pastoral de las Vocaciones


30 La misión itinerante, dentro de mi búsqueda vocacional, es un espacio de Epifanía, de encuentro con el Hijo de Dios que se hizo Camino para nosotros y para mí, y que me invita a caminar por Él y con Él, encontrando que en la itinerancia mi pie encaja perfectamente en la huella. Una experiencia de caminar hacia lo profundo de las raíces de la experiencia de Francisco y Clara, y a la luz de sus vidas, vivir el Evangelio sin glosa, siendo testigo de cómo se hacía carne día a día en lo que íbamos viviendo, y cómo se iba revelando lo que somos, las fragilidades y los dones, sostenidos constantemente por el inmenso don de la Fraternidad. Desbordada por tan generosa Providencia de la mano de nuestra hermana Pobreza, me inunda una inmensa acción de gracias por poder compartir este modo de misión tan profundo y sencillamente evangélico y tan despojante, ya que me deja con lo que soy ante Dios y nada más y allí sigo encontrándome con La Verdad. Hna María Belén Martín

Dudo que logre plasmar en palabras lo inconmensurable de esta experiencia. No hay palabras que basten, o al menos yo, no las encuentro. “Hay momentos para todo” dicen, y realmente hoy siento que es así. Hace mucho tiempo quería experimentar una itinerancia. Sentía que me lo debía, porque mi vida últimamente estaba dispuesta a atravesar todo tipo de ex-

Testimonios

periencias que me conecten, de alguna manera, con mi YO profundo. El momento llegó. Y es hermoso sentir que fue en “el tiempo de Dios”, ni antes ni después. Por eso entiendo que lo viví muy PRESENTE. Gestos de Dios concretos, se hicieron carne en los hermanos, en la fraternidad desde el momento uno. Solidaridad y más que eso, un sentimiento donde el otro se coloca en tu lugar de una manera tan incondicional y abraza tu sentir, tu emoción, tu NECESIDAD. Me sale “ardor en el corazón”, algo quema, algo que me animaba a levantarme todos los días dando gracias, cantar, llorar, reír. Un llamado a la profundidad, a bucear en cada una de estas emociones. Me demostró que en ese contexto, donde normalmente un hombre se encontraría más cómodo, mi ser MUJER se plenificó, lo viví con la mayor libertad. Disfrute sentir la NECESIDAD del otro. Amé y abracé mi fragilidad porque siento que es un gran don que Dios me regala. Experiencia sobre teoría. Todo este camino se vio inundado por un Dios que me sale al encuentro permanentemente, vinculada por la manera de Francisco. Porque encuentro que su vida me define, que cada vez que intento seguir sus pasos Dios se revela. Porque la empatía viene desde lo más esencial, desde la profundidad de necesitar vivir en Dios de manera permanente. Con mucha satisfacción hoy siento que logré experimentar mi

propia fe, desde la inestabilidad, desde el dejarme sorprender, desde el despojarme de seguridades. ¡Que genial es compartir la felicidad y también la fragilidad! Que sincera me sentí. Soy mi mejor versión en la itinerancia, porque justamente abandono la pretensión de ser quien esperan, soy lo que realmente soy. María Jesús Gómez

Primero que nada creo que todavía todo lo vivido sigue trabajando adentro mío y por ahí siento que se va intensificando... Cuando salimos me costó muchísimo entrar en esta sintonía que creo que propone esta experiencia... Cuando lo pude hacer logré sentir otra vez a Dios, a este Dios que camina conmigo, que de verdad esta conmigo... Este Dios que me ama, pero que yo muchas veces, la mayoría, me resisto a este Amor... Me resisto a que alguien me ame así... Este Amor de Dios fue demasiado claro en este camino, en cada persona, en cada gesto, en cada vez que las personas abrían sus corazones y nos entregaban un pedacito... Sin dudas el camino es lo más importante, el cómo vivirlo, creo que abriendo el corazón y dejándolo desgranar, como dice Casaldáliga... De qué forma de vida... no sé todavía; tengo sospechas, pero muchas dudas y miedos... El volver fue mucho más difícil de lo que pensé, caí enfermo... y el trabajo hasta me daba asco... Que en un mundo así


31 no quiero vivir... Pobreza, encuentro, entrega, contemplación, despojo, fraternidad... Son algunas de las palabras que se me viene a la cabeza... Sí creo que lo más importante de esto es caminar, no quedarse.. (como suelo hacer); caminar y caminar aunque duela, aunque no haya luz... Una experiencia que me hizo redescubrir a un Dios compañero que propone un evangelio de la Paz que causa en mí una guerra a muerte por la vida... Natalio Sierra No tener nada, No llevar nada, No poder nada, No pedir nada.

Adentrarnos en el camino fue adentrarnos en nuestro deseo de seguimiento. De seguimiento de un Dios que decide nacer y vivir pobre. Y fue reconocerlo, reconocernos en quien decidió detenerse para llevarnos y en quien prefirió seguir de largo. Reconocerlo y reconocernos en la mujer con quien compartimos la noche en el piso de la terminal, sin conocernos, sabiendo que lo nuestro era sólo temporario, que podíamos elegir buscar otro refugio.

Solamente el Evangelio como una faca afilada, Y el llanto y la risa en la mirada, Y la mano extendida y apretada, Y la vida, a caballo, dada.

Adentrarnos en el camino fue adentrarnos en nuestras búsquedas, personales y de pareja. Que mucho tienen que ver con Francisco, con su vida apasionada, una vida despojada, pobre, fraterna. Adentrarnos y entregarnos a la confianza absoluta ya que nada dependía de nosotros. Adentrarnos a otra forma de vivir, ya no desde el tener, ya no desde el hacer, sino del ser.

Y este sol y estos ríos y esta tierra comprada, Por testigos de la Revolución ya estallada.

Y, de pasada, No matar nada, No callar nada.

Reconocerlo, reconocernos en quien quiso establecer un diálogo, aún en otro idioma, aún sin entendernos, o entendiéndonos más allá de las palabras. Reconocerlo, reconocernos en quien nos recibió en su casa, ¿por qué alguien habría de hacerlo?

Reconocerlo, reconocernos en este Pueblo sufriente, esperanzado, lleno de vida que se reúne en memoria de aquellos que die-

ron su Vida por la Vida, Vida por el Reino. ¡Y “mais nada”! Victoria Palleiro

Solidaridad, providencia, generosidad, alegría, cansancio, paz, contención, entusiasmo, compromiso, confianza... algunas palabras que intentan resumir lo vivido... Quiero compartirles dos aspectos vividos, no los más importantes... Fraternidad: hermanos que Dios nos regala al caminar. Viviendo juntos las alegrías, las decepciones, los testimonios del camino... hermanos que significaron un sostén y fortaleza en el camino. Reconciliación: en un contexto de Iglesia en que muchas veces es expuesta públicamente, donde se resaltan sólo los aspectos negativos. La Itinerancia me mostró una Iglesia que también camina junto a su pueblo, que acompaña las necesidades espirituales, materiales. Que se involucra y compromete en el anuncio y denuncia... Julio Reales

Me permitió conocer más del camino franciscano y de mi propia humanidad, me sentí en momentos vulnerables pero cuidados y amados en todo momento. Al encontrarnos con otros hermanos que de una u otra manera nos tendían su mano solidaria se producía en esos encuentros fraternales intercambios espontáneos, simples, liberadores y gratificantes para ambos, para mí fue un retornar a vivencias reconciliadoras con mis raíces, con lo esencial.


32 Como la vivencia seguramente de aquellos primeros cristianos o del mismo Francisco, nos pasó también a nosotros los itinerantes que esperábamos encontrarnos entre paradas y paradas para compartir todo lo extraordinario que nos había pasado y sumado a esto el poder vivenciar a flor de piel la memoria de los hombres y mujeres que encarnaron el evangelio y murieron defendiendo la vida… Muchas gracias hermanos por ser siempre paz y bien para mi vida. Por más itinerancia un abrazo fraterno. Estela María de los Ángeles Aguilar

Ponerse en camino sin mucha motivación, sino más bien pensando la itinerancia como una experiencia “más” del proceso formativo, y terminar descubriéndola como un aspecto vital y constituyente de nuestro ser franciscanos y menores, realmente es una gracia, un regalo que Dios me ha concedido en el hoy de mi camino vocacional como profeso temporal y que no me canso de agradecer. Volver a lo cotidiano de la vida, pero experimentar ese deseo profundo de seguir en camino, ligero de equipaje, confiando simplemente en la infinita Providencia de Dios que no dejó de manifestarse de manera tan concreta y abundante a lo largo de la ruta, me lleva a unirme al grito gozoso de Fran-

cisco: “¡Esto es lo que yo quiero! ¡Esto lo que yo busco!” Ciertamente la itinerancia ha encendido más el deseo de seguir las huellas de Jesucristo a la manera de nuestro hermano Francisco, pero no sólo eso, sino que también y en la misma sintonía ha suscitado el deseo profundo de que la itinerancia no sea simplemente una experiencia sino el modo de vida que asumamos como frailes en lo cotidiano de nuestra vida. A Dios y a nuestro hermano Francisco encomiendo ese deseo. Fr. Ronald Villalobos A.,ofm

Desde lo escuchado en la evaluación de la experiencia de itineraria, ésta ha sido una experiencia vocacional para todos, frailes y laicos, postulantes y aspirantes. Personalmente se me hace difícil de expresar pero sin

duda ha sido una experiencia de gratuidad desbordante, “Dios ha estado grande con nosotros”, con su providencia nos ha cuidado y llevado como un Padre. Durante esos días de camino el anuncio brotaba por todos lados, desde las palabras hasta los gestos más sen-

cillos anunciaban a un Dios que conduce la historia. Era buena noticia contar que íbamos a celebrar una fiesta que recuerda que no hay mayor amor que dar la vida, era buena noticia el Evangelio que nos ponía en camino, era anuncio contar de qué manera Dios nos va acompañando en el camino, era buena noticia la alegría del reencuentro, la experiencia de no llevar nada y tenerlo todo, era una noticia hermosa decir que hay gente buena, que la generosidad y la alegría van de la mano, que tenemos un carisma bellísimo, decir que el otro es instrumento de Dios para nosotros y que la necesidad es motivo de encuentro y no de vergüenza. La oración sencilla y cotidiana se ha vivido con mucha intensidad por el modo en que la Palabra fue resonando en el camino, porque había mucho para agradecer, desde la comida hasta las historias de los que nos encontramos. Experimentamos un modo de tener presentes a nuestros hermanos que estaban ausentes que ayudaba a entrar en comunión en cada celebración. Los tiempos de desierto han sido también muy formativos en la integración de lo que era frustrante, lo negativo, la noche y la oscuridad que no ha dejado de estar presente. ¡¡¡Ojalá esta experiencia siga dando frutos de generosidad y confianza en nuestras vidas!!! Fr. Nicolás Aguilar,ofm


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Basílica San Francisco de Asís - S.S. de Jujuy

Reparación del Histórico Reloj del Campanario

Guillermo del Valle y su hijo, Alejandro Gómez Pereira, fueron los encargados de llevar adelante la reparación del histórico reloj de la basílica de San Francisco de San Salvador de Jujuy. El mismo comenzó a funcionar el 16 de agosto pasado. Hace algunos meses habían relevado el reloj y el campanario del tradicional templo, momento en el que evaluaron las máquinas y realizaron las sugerencias más convenientes para llevar adelante la recuperación de los relojes y el campanario que hace más de dos años que no funcionan; la tarea de reparación la realiza la empresa cordobesa “Gnomon Tempus: Relojes Monumentales”. La máquina -según explicó Del Valle- que hace mover las agujas del reloj funciona a cuerda, pero por las dificultades que conlleva hacerlo y el elevado costo de mantenimiento, se ha decidido automatizar todo el sistema, pero sin mover la mecánica

original del lugar. Se trata de un “mecanismo eléctrico nuevo, central, que es una máquina “G 2,5” fabricada por nosotros, que tiene una salida de cuatro caras”, explicó, al tiempo que agregó que “la máquina funciona con un controlador por GPS y da la hora de manera satelital”. Al tratarse de

un sistema eléctrico, si ocurre un corte de energía se parará, pero cuando vuelva se pondrá en hora automáticamente La instalación del nuevo equipamiento no conllevará la remoción de la vieja máquina, “no vamos a tocar nada, nos gusta preservar el patrimonio”, aseguró el relojero. Al tiempo que explicó “lo único que se va a hacer es

adosar al mecanismo la máquina nueva sin desplazar la vieja. Del Valle indicó que se agregará el nuevo mecanismo, “el proyecto original era automatizar todo el campanario. Esta basílica tiene 11 campanas, de las cuales 1 no es automatizable porque tiene alto valor histórico que data del año 1600. Es una campana muy bonita que está al frente, es rústica y nosotros sugerimos que no se lo haga para preservarla”. “Lo que se va a hacer siguió Del Valle- es arreglar el reloj, iluminarlo bien, y colocar el martillo en la campana, por lo que va a sonar cada 15 minutos. Pero el controlador del reloj tiene la parte litúrgica, que va a llamar a misa solo, va a tocar el ángelus al mediodía, y va a tener un botón para cada campana, y está pensado ampliar un módulo con un controlador más para tener las 11 campanas”, afirmó. Fuente: El Tribuno de Jujuy


Encuentro de Directivos Zona Centro Río Cuarto - Córdoba 34

11 Y 12 DE AGOSTO 2016

Los días 11 y 12 de agosto se realizó el Segundo Encuentro Anual de Directivos de la Zona Centro en la ciudad de Río Cuarto, Córdoba. Al mismo asistieron los Equipos Directivos de los colegios de San Juan, San Rafael (Mendoza), Villa Mercedes (San Luis) y Río Cuarto (Córdoba), contando con la grata presencia de Fray Carlos Paz quien nos acompañó durante los dos días de encuentro. Se comenzó la jornada con una oración, en el marco del Año de la Misericordia y el día de Santa Clara de Asís, por parte de la Directora del Nivel Secundario Mgter. Prof. Patricia Bernardi, la Vicedirectora del Nivel Secundario Prof. Alejandra Bettera y el Prof. de Formación Cristiana Gustavo Rodríguez. La primera jornada de trabajo se extendió desde las 9:30 a las 22:00 horas y el segundo día de 8:00 a 19:30 horas y estuvo coordinada por la Asesora Pedagógica de la Orden, Mgter. Cecilia Semino. En este encuentro se continúa el recorrido que iniciamos juntos los directivos de las escuelas de la zona Centro Cuyo. En esta oportunidad la asesora pedagógica de nuestras unidades educativas, retomó el trabajo comenzado en el

encuentro regional anterior sobre habilidades del pensamiento, para continuar ahora sobre la EVALUACIÓN PARA EL APRENDIZAJE. A continuación tuvo lugar una reunión de trabajo sostenida en la lectura previa que los participantes realizaron sobre el tema y en una dinámica de trabajo basada en el análisis, reflexión y abordaje en equipo sobre instrumentos concretos de evaluación aplicando el enfoque desarrollado en el encuentro sobre evaluación para el aprendizaje. Este trabajo intentó corrernos de las representaciones docentes habituales reconociéndola como un instrumento de poder, de burocracia escolar con el fin de tener un instrumento de control y calificación. La nueva mirada nos lleva a una evaluación que orienta, estimula y proporciona información y herramientas para que los alumnos aprendan y progresen. La evaluación debe ser un instrumento que sirve para valorar y mirar la evolución del aprendizaje. Y si la consideramos como parte del proceso de aprendizaje, es necesario pensarla en el inicio de la planificación. Trabajamos sobre los principios de la EVALUACIÓN PARA

EL APRENDIZAJE:

◆ Es parte de la planificación. Se deben incluir los criterios que se utilizan para evaluar (objetivos)

◆ El foco está puesto en cómo aprenden los alumnos. Distintas actividades según el ritmo de aprendizaje del alumno.

◆ Saber evaluar es una competencia clave del docente ◆ Debe organizarse para enfatizar el logro y el progreso ◆ Requiere de la retroalimentación positiva

◆ El docente debe identificar fortalezas y debilidades del alumno ◆ El alumno debe conocer los criterios de evaluación

◆ Debe desarrollar la capacidad de los alumnos de autoevaluarse

◆ Debe promover el aprendizaje

Luego nos llevó a trabajar sobre los criterios de evaluación, donde analizamos cómo se construyen, cómo se analizan y cuáles niveles descriptivos le corresponden. Cada consigna plani-


35 ficada debe tener un criterio y descripciones de niveles de logro. El foco de la evaluación debe estar puesto en lo que “hacemos juntos en la escuela”, entre todos construimos la mejor respuesta. El repensar la evaluación para el aprendizaje es poder pensar la escuela como un lugar en el que todos pueden aprender. Posteriormente el trabajo grupal se centró en cómo deben analizarse los criterios para que sean de verdadera utilidad para el aprendizaje. A las 19:00 horas se compartió una celebración litúrgica en honor a Santa Clara de Asís.

A las 22:00 un grupo de alumnos del Instituto San Buenaventura de 3° año B y C, y 6° C, dirigidos por la Prof. de Música Verónica Cambón interpretaron algunos temas musicales para agasajar a los presentes En la segunda jornada el foco estuvo puesto en la importancia de los criterios de evaluación. Se nos indicó realizar un trabajo grupal por Niveles Educativos para elaborar grandes criterios para la evaluación del aprendizaje en los distintos espacios curriculares. Este intercambio fue productivo y lo elaborado de gran utilidad para cada colegio.

El desafío final fue un trabajo por escuela que nos permitió proyectar las futuras acciones para la implementación de la EVALUACIÓN PARA EL APRENDIZAJE. En un clima de fraternidad y alegría, el Ministro Provincial realizó una síntesis de lo trabajado y valoró la disponibilidad y el trabajo fecundo que se lleva a cabo en todas las Unidades Educativas. Equipo Directivo Instituto San Buenaventura Río Cuarto


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Publicación del Catálogo de Documentos - 1663/1901

Archivo del Convento San Francisco de Asís de S. S. de Jujuy Vivimos tiempos de resignificación de los bienes patrimoniales: museos, archivos, bibliotecas adquieren valor institucional y simbólico necesarios para consolidar la propia identidad en permanente construcción. Por otra parte, somos conscientes y asumimos la responsabilidad de transmitir a las futuras generaciones esos bienes que nos constituyen como sociedad. F r a y Juan José Núñez, actual guardián del Convento Franciscano de San S a l vador de Jujuy, atento a las necesidades de preservar el patrimonio franciscano tan vinculado a la historia jujeña y del NOA, ha convocado a un equipo de profesionales y técnicos para llevar adelante el rescate y la catalogación del archivo del convento. Hoy presentamos el primer

Del Prólogo de la obra

ejemplar titulado “Todos sobre el Convento” que incluye documentación de los siglos XVII, XVIII, XIX y XX. La presencia franciscana en la región, las misiones emprendidas, los templos con sus obras de arte y su historia vinculada a los social y a lo espiritual, conforman un patrimonio digno de rescatar, conservar y difundir como lo recomienda el ICOMOS pues son portadores de un m a n saje que viene del pasado; “La humanidad, que cada día toma conciencia de la unidad de los valores humanos, las considera como un patrimonio común, y pensando en las futuras generaciones, se reconoce solidariamente responsable de su conservación”. El patrimonio también es memoria y trabaja para la cohesión

social favoreciendo el diálogo intercultural en la medida en que convergen cosmovisiones en el mismo espacio y tiempo. Hoy el Complejo Cultural Franciscano de nuestra cuidad que incluye archivo, biblioteca y museo, se abre al público y a los investigadores que deseen conocer nuestro pasado para construir un presente significativo sustentado en valores de la fe, el trabajo, la solidaridad, colaborando con la conservación de la memoria individual y social, única garantía de la supervivencia de una nación. Prof. María Cristina Jorge

FECHAS

PA R A RECORDAR

Cumpleaños

Septiembre

17: Fr. Roberto Mamaní

23: Fr. Gastón Hernández 29: Fr. Miguel Hilal

Octubre

Fr. Sergio Martín




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