Joaquin February/March

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El Hombre de los Parques Los niños corren en el parque, sus risas serpentean a través de los prismas amontonados de hojas secas; se sientan en el césped limpiándose las caras con brazo sudoroso y uñas sucias; abren los ojos sonrientes torciendo con clara imaginación el color de la tarde compungida Y yo todavía recuerdo, y yo todavía soy aquel niño que juega a reír en los parques; aquel que se echa a tierra y contempla con cara abierta al sol, como un colibrí suspendido sobre la boca de una flor rojiza, bajo el sol, los sauces hacen ondular un aroma a tierra recién nacida, los goznes de un columpio chillan al elevarse sobre un agosto soporoso, el parque, sideral a la adultez, es fértil y fantástico Hasta que la necesidad de ver a mi padre me aísla, me aísla, todavía me aísla. Quiero sentir que las caras inquietas de los otros niños no me pueden mirar. El césped me confiesa que no soy el primer niño que llora, que no soy el primero que se turba y se hunde en esa sensación.

Ronald Godoy, Berkeley, CA

A lo largo y ancho de ese agosto, la soledad me duele; mi inocencia se acuesta tras las hojas caídas que giran y giran, mientras que los paseantes van pisoteando sus crujientes huesecillos, como crujen también, despedazadas, las membranas de las fantasías. Y el césped me asegura que no es la primera vez que lloro, que no es la primera vez que me turbo con esa sensación. Vuelvo al presente, y a lo largo y ancho de este agosto maduro, la soledad me duele. Bajo las piedras, los gusanos engullen minerales al ritmo de las seis y media; emana desde el parque un aroma a tierra recién nacida, a niños que hacen girar sus sonrisas sobre la certeza premonitoria de una vida prístina; un diente de león se desintegra en el aire, los esqueletos de las hojas crujen y giran y giran en el asfalto áspero bajo las copas amarillas, silbantes de los sauces. La inercia planetaria del recuerdo se quiebra en la motricidad del hoy, como un gran cormorán que, detenido en el cielo, se precipita en peso muerto sobre el lomo de un pez desconcertado bajo el agua inmóvil. El ocaso, con un gran penacho de morados dramáticos, se lanza sobre mí. La necesidad de ver a mi padre me aísla, me aísla, todavía me aísla. Y estoy solo, El rumor residencial deposita los últimos rastros de la tarde en un cúmulo

de luz ardiente sobre las casas rosadas y verdes que estiran el horizonte a lo lejos; silban los sauces y las hojas giran y giran bajo el morado cielo, un faro me escupe su esplendente saliva de luciérnagas; Y la fauna de ciudad se marcha poco a poco. La noche prematura devuelve a sus cavernas todo lo que el día ha dispersado; y a lo largo y ancho de este agosto, la soledad me duele. Las luces artificiales se ciernen a la urbanidad petrificada y vacía. Me he sentado en el césped con los ojos cerrados, y su humedad me confiesa que no soy el primer hombre que llora, el primer hombre que se turba con esta sensación, y hay silencio, y hay silencio, y hay silencio, y hoy, en este parque sideral y repetido, han de silbar, entre los sauces, los fantasmas del sollozo añejado de mi infancia engarzándose a los torbellinos de hojas secas, a lo largo y ancho de este agosto, a lo largo y ancho de la orilla arisca de este parque de sauces, a lo largo y ancho de la vida que rompe con formidables alas los trópicos violetas del cielo y cae en peso muerto sobre el lomo desconcertado del tiempo irrecuperable, sobre la pupila perpleja, dolorida, sobre las barbas blancas y negras y turbadas y expectantes, conjugada toda esa extenuación humana como una soldadura de adultez en el rostro maduro del hombre de los parques. Y hoy, bajo la noche madura que devuelve todo lo que el día a desasido, voy a soñar, que mi padre, disperso sobre el viento de los sauces, en la risa de un niño, se reúne conmigo.

FEBRUARY/MARCH 2021 Joaquín 13


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Joaquin February/March by Roberto Radrigán - Issuu