c h e c k i n / f oto s c o n h i s to r i a
Imagen del multitudinario recibimiento a Pelé el día de su presentación como nuevo jugador del Cosmos en 1975. Ya le hubiera gustado a David Beckham.
New York Cosmos el germen ‘galáctico’ Antes del Real Madrid de Florentino o el Chelsea de Abramovich, estuvo el Cosmos. Un equipo forjado hace 40 años que popularizó –a golpe de talonario y al ritmo del Studio 54– el fútbol en EE UU. [ por JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ ]
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i consideramos EE UU como el país de los sueños, Nueva York es sin duda la capital de las ilusiones. Es en esta legendaria ciudad donde, a base de esfuerzo y ambición, las más singulares esperanzas pueden cristalizar en sorprendentes realidades. Sting 50 e s q u i r e SE P T IE M RE 2 0 1 1
definía del siguiente modo la esencia de la Gran Manzana en una entrevista con Esquire [nº 27, de febrero de 2010, pág. 134]: “En Nueva York todo el mundo se siente como una estrella y convierte su vida en su propia serie de televisión. Cuando te cruzas con alguien allí, de repente, pasas a ser uno de los personajes invitados en su
próximo capítulo”. Original forma de ilustrar ese binomio entre éxito y espectáculo que exuda por sus cuadriculadas esquinas la capital del mundo moderno. Dos conceptos que pocas disciplinas consiguen aunar de manera tan efectiva como el más popular de todos los deportes: el fútbol. ¿Y si ambos elementos (urbe y juego) se aliaran? Empecemos desde el principio. 30 de julio de 1966. La Inglaterra de Bobby Charlton disputaba la final de la Copa del Mundo de fútbol en el estadio de Wembley, ante su público y contra la República Federal Alemana de un tal Franz Beckenbauer. EE UU era un país demasiado ocupado entre el béisbol, el fútbol americano, el hockey sobre hielo y el baloncesto como para dar cabida a un quinto invitado, pero gracias a la BBC 400 millones de espectadores en todo el mundo pudieron seguir por televisión aquella final, una de las más disputadas de todos los tiempos y un acontecimiento sin precedentes desde el punto de vista futbolístico-mediático. Los norteamericanos no permanecieron ajenos a tan masiva cobertura. Más allá del polémico gol fantasma de Hurst en la prórroga (clave para la victoria inglesa a la postre), aquella fue la primera ocasión en que muchos estadounidenses conocían el fútbol europeo. Y no se sabe muy bien si tuvo algo que ver con esa inexplicable admiración que se profesa a los británicos desde el otro lado del charco, o si la espectacularidad del partido les dejó impactados, pero el choque marcó un antes y un después en la historia del soccer. Hasta tal punto que, sólo un año más tarde, nacieron dos ligas profesionales: la United Soccer Association y la National Professional Soccer League. Poco después, en 1968, para hacerlo definitivamente oficial ante la FIFA, ambas se fusionaron para derivar en la NASL (North American Soccer League, nada que ver con la actual MLS). La cosa iba en serio. El fútbol, como la vida, se alimenta de ciclos y coincidencias. Ciclos en forma de mundiales, cada cuatro años, y coincidencias como la que tuvo lugar la noche del 21 de junio de 1970, en México. La selección de Brasil acababa de arrollar unas horas antes a Italia por 4-1 en el estadio Azteca, conquistando así su tercer campeonato. Durante una fiesta posterior al partido en el D.F., se produciría un encuentro entre