Revista Cuenca Nazarena 2015

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Fotografía: Hilos con Arte y Juana M. Ruiz

Hablan las Hermandades

Pese a todo, a partir de aquel momento la Hermandad se concentró en la titánica tarea de construir, en torno a la nueva Titular, un ajuar procesional a la altura de lo que los hermanos querían para Ella. Y así, sorteando las dificultades de una época donde nada sobraba, todo escaseaba y conseguir cualquier cosa costaba una barbaridad, se hizo posible tal logro gracias a que todos los miembros de la corporación compartieron una misma ilusión y un mismo esfuerzo, una misma meta: colocar siempre el listón más alto, crecer sin cesar, y construir para el futuro. Todos pusieron su granito de arena. La Hermandad sufragó íntegramente, y en tiempo récord, el coste de las antiguas andas, las que diseñara el propio Marco Pérez. Andas que, por cierto, y aunque muchos lo desconozcan, también llevaban palio, aunque éste nunca se llegara a realizar. Algunos hermanos, los que pudieron, donaron enseres e incluso prendas para el ajuar de la Virgen, como la hermosa y añorada Saya de los dragones, la primera bordada que llevó la Soledad, con la que salió durante tantos años y que, por desgracia, hace mucho que no se contempla. Y la fortuna quiso que en 1953, el mismo año en que se había estrenado aquella primera saya bordada, al hermano Esteban Portilla le tocase un premio de Lotería Nacional. Con la que estaba cayendo, podría haberlo gastado íntegramente en sí mismo o en su familia y nadie se lo hubiera reprochado. Pero el bueno de Esteban tomó una decisión que supondría un punto de inflexión en la historia de la Hermandad: pagar de su

bolsillo la hechura de un manto de terciopelo bordado en oro para su Virgen de la Soledad. Dado que unos años antes se había tomado la decisión de sustituir el color negro, el que había distinguido a la dolorosa del Jueves Santo desde hacía siglos, por el azul noche, se quiso mantener este color también en la nueva pieza. Y con esta premisa en mente, y la intención de que el manto fuese el colofón a aquel esfuerzo enorme que se estaba haciendo para crear un paso de gran belleza, la Hermandad se dirigió a otra de sus hermanas, Encarnación Román, de cuyas manos comenzaban a salir las obras que la convertirían en la gran bordadora de nuestra Semana Santa. El manto que ideó Encarnación es una obra fantástica, que destila elegancia y brillantez por sus cuatro costados. Una composición de clara inspiración barroca, en la que se aprecia una trama de motivos vegetales muy estilizados que, partiendo de una hoja de cardo situada en la cola del manto, se va extendiendo por casi toda la superficie de la tela, y sólo deja dos pequeñas islas sin cubrir, como dos ventanas en las que se asoma el azul intenso del fondo. Los tallos, adelgazados hasta convertirse, en muchos casos, en finas líneas, se enroscan y caracolean dibujando formas circulares, sinuosas, o bien se extienden como abanicos, formando una composición de gran continuidad que parece estar creciendo y germinando en una explosión de flores de mil formas distintas. Porque, ante la ausencia de hojas de cardo o acanto que llenen el dibujo, son las flores que lo salpican las que toman protagonismo, especialmente las

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