Revista Cuenca Nazarena 2007

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Como decíamos ayer… Por Adrián López Álvarez Era el mes de abril de hace tan solo un año, y los nazarenos y nazarenas de Cuenca nos disponíamos a celebrar nuevamente el siempre renovado y eternamente antiguo Misterio de la Pasión. A las preocupaciones reales y ficticias, las que jalonan todos los años el camino de las cenas, comidas y demás reuniones de Cuaresma, a los distintos quehaceres cofrades que marcan el púrpura calendario de nuestra espera; a todas estas incidencias se sumaba la sensación inevitable que en nosotros surge cuando se acerca la fecha. La pregunta, casi nunca expresada más que en un susurro, no vaya a ser que al decirlo en alto se cumplan los temores que esconde, de si saldrá todo bien. En ese momento no pensábamos que iba a ser una Semana Santa brillante, como al final resultó. Ahora, es justo que todos los cofrades nos felicitemos por ella, y por haber formado parte de este grandioso acontecimiento que, una vez más, ha sabido aunar el golpe de horquilla de miles de almas. Siguiendo la senda que nos retorna a la calma chicha del estío, donde la insaciable sed de cera y de madero que todos llevamos dentro nos impulsa a veces a revisar que cada cosa está en su sitio, llegamos de nuevo a los días de nuestra transformación. La apoteosis de la esencia íntima de Cuenca se va bosquejando en las aguas del Júcar y el Huecar, las fuentes hermanas que abrazan el cogollo sentimental de nuestra urbe. La anodina faz de cada calle parece transmutarse y muchos creemos oír el eco de un tambor que se acerca entre palmas, como el primer redoble del Domingo de Ramos. En ese aroma inconfundible que se respira cuando ya es noche cerrada, se diría que es posible olfatear la cera, o el incienso impregnando el aire. Así irá pasando la Cuaresma, y nos adentraremos de nuevo en nuestra Semana Grande. Hace doce meses el debate era largo y enconado acerca del cambio de recorrido del Jueves Santo, que finalmente resultó exitoso para quienes, en último término, eran los auténticos implicados en el mismo: la Archicofradía de Paz y Caridad y sus Hermandades integrantes. En ese momento se puso en tela de juicio el trabajo de la Junta de Cofradías y, en un ejercicio de opinión a veces tan encomiable como poco medido, se desató una discusión que parecía incendiaria y que al final acabó resultando estéril. Y si entonces era éste el foco de disputa más importante de la comunidad nazarena, este año hemos regresado por cauces similares en una nueva reedición de aquel. Como no podría ser de otra forma, y también como habrán intuido los lectores y las lectoras de estas líneas, me estoy refiriendo al polémico Museo de la Semana Santa de Cuenca. Los intersticios de este nuevo teatro de operaciones donde se han encontrado opiniones divergentes de la Cuenca Nazarena no nos incumben en este momento. Pero sí debemos reflexionar sobre el mismo, por cuanto demuestra la desunión interna y la falta de coordinación en el seno de la gran Hermandad que formamos todos los cofrades.

Capeados otros temporales más agitados que ya son solo parte de la memoria cercana, no conseguimos librarnos sin embargo de la permanente sombra que parece haberse posado sobre la tan traída y llevada salud de nuestra celebración. El Museo es solamente otra coyuntura más de este escollo fundamental al que deberíamos enfrentarnos de una vez por todas, a fin de superarlo definitivamente. Por supuesto, la diversidad de opiniones no es dañina para ninguna comunidad, pues de hecho es deseable por configurarse como el constructivo motor de toda forma de mejora. Pero nosotros vamos más allá, y nos mantenemos en una honda desunión que deberíamos reconsiderar severamente. Porque en definitiva, la Junta de Cofradías estuvo cimentada por los esfuerzos de muchos nazarenos conquenses que quisieron hacer de ella un punto de encuentro de todas las Hermandades de Cuenca, y esa es la idea que debe prevalecer por encima de los hechos transitorios. Sin embargo, parece instalada desde hace algún tiempo la imagen opuesta; esto es, la que interpreta que la Junta, como institución, es algo distinto a las Cofradías que son su espina dorsal y a las que en definitiva representa. Por mi parte, prefiero hacer hincapié en la cara positiva de cuanto estamos iniciando en este histórico año 2007. En primer lugar, el Museo constituye la culminación de una larga cadena que va a cerrarse cuando se abran las puertas del edificio de la calle Alfonso VIII, y que no comenzó con las gestiones para su realización. El origen de esta intrincada senda debemos buscarlo en las ideas e ilusiones que llevan hondeando muchos años en las mentes de algunos comprometidos y activos miembros de nuestras filas. Esos anhelos se ven ahora plasmados, y lo que aquellas personas veían como un futuro lejano, es ahora un emocionante presente. Al menos, en nuestras manos está que así sea. En segundo lugar, nos ofrece la posibilidad de tener un punto de encuentro, un lugar de reconciliación y de regeneración donde dejemos aparcadas las rencillas. Y, dicho sea de paso, una herramienta fundamental para conocernos mejor y darnos mejor a conocer. La opinión de que alguna de las insistentes dificultades que hipoteca el futuro de los desfiles procesionales está ocasionada por la deficiente publicidad que en algún momento se hizo de nuestras costumbres es casi unánime. ¿Qué mejor ocasión para mostrar a quienes quieran acercarse la auténtica grandeza y dimensión de la Semana Santa de Cuenca? Puede que sea el momento de dar este paso adelante, asumir que estamos ante un momento crucial y que, más que nunca, debemos esforzarnos por seguir avanzando juntos hacia un futuro reluciente y esperanzador. Quizás sea la hora de asumir que las diferencias deben ser salvadas mediante el acuerdo y el diálogo, y que lo mejor para toda la comunidad nazarena es mantener un bloque bien construido.


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