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Menos mal que existen

Ni bien dejamos la ruta, serpenteante de por sí en la montaña, me quedó muy claro por qué Olga nos preguntó si nuestro auto tenía buenos frenos. La chacra de don Kune, en la que vive desde 1965, queda a dos kilómetros de donde nos alojábamos esos tres días; 1957 metros para ser precisos. Pero desde el “Refugio del diablo”, que vendría a ser el giro panameño de nuestro “donde el diablo perdió el poncho”, esos escasos dos kilómetros de recorrido significaban un descenso de 200 metros. Más de una vez me pregunté en el viaje por qué no fuimos caminando, pero ya estábamos en el baile y había que bailar. Tanto imaginé el aterrador viaje de vuelta durante las tres horas de visita que cuando quise acordar estábamos otra vez en la ruta y yo esperando los sustos por venir.

Con la hospitalidad y la paciencia de quienes saben que el tiempo es el bien más preciado y aumenta su valor cuando se lo comparte, don Kune se dedicó a explicarnos por qué y cómo trabaja su plantación de café lo más amigablemente posible con el ambiente. “No les puedo decir orgánica porque lamentablemente eso hoy no existe. En todo caso habría que recuperarlo. Tenemos contagios químicos que no podemos obviar. Yo digo que trabajo de una manera ecológica”, nos repitió varias veces.

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reas y media. “La mitad se trabaja y la otra es el pulmón del mundo”, nos dijo. “Es la que alimenta nuestro alimento”. A fuerza de observación y estudio aprendió que ninguna está por casualidad ni sale sobrando. “Dios hizo el mundo bien, equilibrado y para que siguiera viviendo. Lo que tenemos que hacer es descubrir sus secretos e imitarlos”.

En una geografía muy distinta a la nuestra, en medio de plantas de café y caña de azúcar, la sintonía con su discurso fue inmediata. “Miramos a los insectos, se alimentan de determinadas plantas y no de otras, y uno se pregunta qué tiene esa planta que parece no gustarle, algo lo repele. Entonces empezamos a pensar que en base a ella podemos fabricar un repelente. Claro, yo le digo esto a otra gente que planta café y me dice: ‘no, yo voy donde los rancheritos y compro un veneno que es barato y listo’. Pero ese veneno no distingue entre el insecto que debe ahuyentar y el que beneficia a la planta. Mata todo. Yo le doy a usted mi café y sé que no le estoy dando veneno”. Si alguien quiere a su familia, ¿le haría a comer veneno porque así gana más dinero?” No la respondimos, pero la pregunta nos quedó dando vueltas. Está para eso.

“Acá vivo y tengo lo que preciso, no de más, pero lo suficiente. Los nietos se fueron a la ciudad, quieren estudiar, y está bien. A mi esposa eso la deprimió, pero es la vida. Estoy agradecido por vivir de lo que hago, querer lo que hago, contárselo a ustedes… . “A ésta le llaman la finca loca” nos dice y se ríe con toda franqueza. Bendita locura.

“Dios hizo el mundo bien, equilibrado y para que siguiera viviendo. Lo que tenemos que hacer es descubrir sus secretos e imitarlos”.

“Estoy agradecido por vivir de lo que hago, querer lo que hago, contárselo a ustedes… A ésta le llaman la finca loca”

La mesa estaba preparada para el desayuno y la charla introductoria. Banana, queso blanco, maní, mango, piña, alguna mermelada y por supuesto café, los dos tipos que produce. No defraudar en el momento de describir las diferencias fue para nuestro paladar no preparado para la cata, todo un desafío. Después vino la explicación de esas diferencias que se basan sobre todo en la variante de la semilla y en el proceso de secado y molido.

“Tengo setenta y cinco años y éste es mi lugar”. Conoce cada planta que hay en sus quebradas 8 hectá-

Como alumnos socráticos caminamos media mañana detrás del maestro que acá y allá iba parándose para mostrarnos cómo aprovecha el curso de agua que baja de la montaña, descascara el café o saca artesanalmente el jugo de la caña de azúcar. “Ésta la tengo para los turistas”, nos dijo. El mortero, el tostador, las bandejas en las que se deja al sol como hemos visto en Uruguay a los duraznos para hacer orejones; no le mezquinó tiempo a ninguna.

El almuerzo, compartido con una pareja holandesa y una mujer italiana, con una hoja de plátano que hacía las veces de plato, el clásico arroz integral con porotos, carne de cerdo ahumada, a modo de plato una hoja de jugos, frutas de postres y por supuesto café.

Me lo leyeron de la primera página de la Biblia en la Escuela Dominical. Mientras tenga vida tendré otra oportunidad de aprenderlo.

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