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Nadie nos llamó a salvar

Así lo dijo en la mañanera rueda de reflexión del campamento de jóvenes en Palmares de la Coronilla. Nos quedamos mirándola. La razón era tan contundente como básica. No tenía que haber sonado a novedad pero nos tomó de sorpresa. Decía lo que pensábamos pero no lográbamos decir con tanta claridad.

Su explicación fue más larga y dio cuenta de cierta molestia ante expresiones oídas tan repetidamente: “salvemos a…”, las ballenas, las tortugas, los humedales, los ríos y hasta el aire para respirar. A veces se llega hasta una lucha por el protagonismo de la salvación que conduce a un resultado destructivo. No fuimos llamados a salvar. La vocación con la que Dios puso al ser humano en el huerto de Edén según el relato del Génesis, fue la de “labrar” y “cuidar”(1). Ni es lo mismo ni es igual.

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La reflexión grupal siguió por ese lado sobre el eje central del campamento que era “ambiente y solidaridad”. Fuimos descubriendo la diferencia de enfoque entre sentirnos llamados al cuidado de una creación que no es nuestra porque no la hicimos y porque tampoco nos fue dada en propiedad; y auto percibirnos salvadores. La creación no necesita nuestra salvación, necesita nuestro cuidado. No tenemos que darle vida, tenemos que permitir que viva. La autoproclamación de salvadores entraña una importante cuota de soberbia totalmente contraria al necesario reconocimiento como parte de la misma creación respecto de la que tenemos un encargo especial del creador.

“Al fin y al cabo la naturaleza puede vivir sin nosotros”, concluyó, “pero nosotros no podríamos vivir sin ella”. Humildemente debemos reconocer que no nos necesita.

De tarde fuimos a Karumbé y es- cuché la explicación de su trabajo con la frase todavía en el oído: “nadie nos llamó a ser salvar.” Me gratificó sentir que quienes trabajan allí lo habían entendido.

La pasión con la que hablaban estaba cargada de conocimientos y muy lejos de la ostentación. Mucho más que de su labor, hablaban del funcionamiento de la naturaleza, los hábitos de los animales, su natural alimentación, el desequilibrio que produce la pérdida de especies animales o vegetales, el impacto del comportamiento humano en el hábitat. Lo suyo no era salvar a las tortugas sino dejarlas vivir. Especialistas en Oceanografía, Biología, Ambiente entienden que lo suyo es seguir conociendo cómo funciona la naturaleza y luchar para dejarla ser.

Sin proponérselo, nos dieron una buena lección de teología bíblica.

(1) Génesis 2: 15-17

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