Boletín: El Pescador

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AÑO XIV– Nº137 NOVIEMBRE 2019 DISTRIBUCIÓN GRATUITA

IGLESIA EVANGÉLICA VALDENSE

EL PESCADOR Texto bíblico: Lucas 18:1-8 ‘Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar siempre, sin desanimarse. Les dijo: 'Había en un pueblo un juez que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. En el mismo pueblo había también una viuda que tenía un pleito y que fue al juez a pedirle justicia contra su adversario. Durante mucho tiempo el juez no quiso atenderla, pero después pensó: 'Aunque ni temo a Dios ni respeto a los hombres, sin embargo, como esta viuda no deja de molestarme, la voy a defender, para que no siga viniendo y acabe con mi paciencia. ' ' y el Señor añadió: 'Esto es lo que dijo el juez malo. Pues bien, ¿acaso Dios no defenderá también a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Los hará esperar? Les digo que los defenderá sin demora. Pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará todavía fe en la tierra?' Para orientarnos desde el principio, este texto del evangelio empieza diciéndonos qué tipo de relato vamos a escuchar: una parábola, y la intención de Jesús al narrarla: enseñarles, y enseñarnos, que hay que orar siempre, sin desfallecer. Pero no es lo mismo orar sin desfallecer que ser cansadores en la oración, pidiendo a Dios que cumpla nuestra voluntad. No desfallecer es de orantes, de los y las que confían y se ponen en manos de Dios, buscando su voluntad. Dejar que la oración toque y transforme nuestra vida es distinto de pedir a Dios cosas para que nos las

conceda, convencidos de que cuantas más veces lo hacemos más probabilidades tenemos de lograrlo. Lucas, el evangelista que nos presenta a Jesús como el gran orante, se vale de dos personajes muy definidos para enseñar esta actitud a las primeras comunidades cristianas; a saber: Un juez: persona de autoridad en el pueblo, al que describe de modo muy significativo. En tiempos de Jesús, los ejes sobre los que se asienta el comportamiento humano son Dios y los demás, el amor, el respeto o la importancia que cada persona da a ellos la definen. Al decirnos que a este juez no le importan ni Dios ni los hombres, nos está destacando la ‘calaña’ del juez: una persona terrible, sin principios, al margen de toda ley y al margen de todos. Una viuda: que en ese momento era, junto con los huérfanos, el prototipo de la persona pobre, que no tiene quien la defienda, de la que muchos otros, sin escrúpulos, suelen abusar. (Ya los profetas hacen llamadas a defenderlas) Y esta mujer pide justicia a un hombre injusto el juez, que al final cede y le imparte justicia. No por compromiso ético, sino para que le deje en paz. Cuando las personas lográsemos escuchar a Jesús y entendiéramos que los ruegos de una mujer, que no es nada en la sociedad, conmueven el corazón de un juez sin principios, entenderíamos más claramente que nuestros ruegos llegan al corazón de Dios. Sorprende a la gente de entonces, y a nosotros y nosotras, hoy, el que un juez injusto le haga justicia. Evidentemente, este juez no es imagen de Dios. No tenemos que ‘ganarnos’ el corazón de Dios a fuerza de insistir. Esa imagen está muy lejos de ‘Abbá’ (papito) que nos presenta Jesús como Buena Noticia.


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