AÑO XIV– Nº89 JULIO DE 2015 DISTRIBUCIÓN GRATUITA
IGLESIA EVANGÉLICA VALDENSE
EL PESCADOR Mateo 28:16-20 ‘Pero los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado. Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban. Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén’. El ministerio público de Jesús comienza con su Bautismo en las aguas del Jordán. Y, en su última aparición a sus discípulos, tras su Resurrección, les manda que vayan a enseñar a todas las naciones, que hagan discípulos suyos de ellas y que las bauticen “en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. El Bautismo de Jesús en el Jordán fue el momento de la primera, y clara, manifestación – en el Nuevo Testamento y por consiguiente en la revelación toda – de Dios Padre, del Hijo y del Espíritu. Cuando bajó Jesús a las aguas del río, para ser en él bautizado por Juan, como lo hacían las muchedumbres que bajaban de Jerusalén, descendió sobre Él el Espíritu en forma de paloma, y oyó la voz del Padre que decía: “Tú eres mi hijo muy amado, en quien he depositado mis complacencias”. Y en el Evangelio de hoy, en el momento en que se separaba de sus discípulos, les dijo que bautizaran a las naciones y que lo hicieran “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”.
A través de toda su enseñanza nos atestigua Jesús el hecho de que Dios es su Padre y que todo su ser queda expresado en esta relación de Hijo a Padre. El Padre se dice plenamente en su Verbo; y cuando el Verbo encarnado dice “Abba, Padre”, expresa en esta tan sencilla expresión todo su ser de Hijo. Eso es Él y nada más. Jesús nos enseña asimismo a todo lo largo del Evangelio que su Padre y Él son uno, unidos por el Espíritu de amor les es común. Y, finalmente, nos revela que también nosotros/as somos llamados/as a vivir esa misma relación. Este llamamiento se hace realidad a través del Bautismo que hemos recibido. La práctica del Bautismo era un elemento importante de la cultura religiosa en la época de Jesús, en el Oriente Medio, y no sólo en el Judaísmo. En la línea de la Encarnación ha asumido Jesús esta costumbre y la ha transformado en el Sacramento del Bautismo, de la misma manera que ha asumido el rito de la Cena pascual para transformarla en el Sacramento de la Santa Cena. Ahora bien, el Bautismo no era un rito aislado. La persona que bautizaba tenía siempre un mensaje, una enseñanza que transmitir. Y la que recibía el Bautismo aceptaba vivir en conformidad con esta enseñanza. Es decir, aceptaba llevar a cabo una conversión. Jesús ha conservado esta dimensión del Bautismo. De ahí que cuando ordena a sus discípulos que bauticen a las naciones, les ordene asimismo que les enseñen “a guardar todos los mandamientos” que les ha dado. Si conservamos esa palabra de amor que nos sido dada, se realizará en nosotros la promesa de Jesús a sus discípulos: “Y yo, estoy con vosotros… hasta el fin del mundo”. Penetremos, pues, cada día más fondo en ese Bautismo, que es nuestra vida cristiana, para, de esta manera experimentar, cada vez, más intensamente y de manera cada vez más constante, la experiencia de la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Entonces, llegará a ser, nuestra vida, una oración continua.