Estilo DF Weekend Abraza México

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Semanario

Espectáculos

De t int a

La fiesta del flamenco

y

t int os

(lo que se quedó en el tintero)

Víctor Hugo Sánchez

-V

íctor Hugo, qué bueno que viniste; te dejé un “regalito” en el baño, debajo del jabón; ve por él, antes de que te lo

chinguen. -Ok. Gracias. Sus carcajadas, sus risotadas, hicieron que medio mundo volteara a verme. Yo, sonrojado, intenté regresar la cortesía con un “jajaja” más forzado que zapatilla de Cenicienta. Porque el “regalito” era nada más y nada menos que un gramo de cocaína. Y, obvio, todo mundo había entendido el mensaje que la señora D’Alessio me había dejado en el baño de su enorme suite en el hotel Fiesta Americana Reforma. Era 1989-1990, los años locos de la farándula; la época en que, sin siquiera ser amigos, uno podía colarse a esas fiestas “aftershow” y convivir con los famosos. Y, yo, tan jovencito, tan pendejo, que pensaba que eso era la vida. Así eran mis días, mis noches, en esa época. Pura fiesta. Puro desmadre. Y buenas notas. Porque, también hay que decirlo, tenía yo información de primera mano. Los artistas estaban ahí, a tiro de piedra. Y no, a diferencia de los otros artistas de los que he escrito en este espacio, con la D’Alessio no había ni remotamente una amistad. Ella era “la fuente” de mi compañero y amigo Arturo Pacheco. Él cubría todos sus conciertos, sus ruedas de prensa, sus actuaciones. Él era su jefe de prensa, su RP, pero generoso, me invitaba al convite con la señora. -Pacheco, me encanta tu jefa. Cómo quisiera ser su novio y que me regalara una máquina de escribir de oro. -Jajaja... Pues sí, si a César Gómez, su novio, le dio una flauta de oro, ¿por qué no? Bromeábamos. Siempre, con ese mismo chiste, cada vez que Pacheco me invitaba a los convivios con la señora. Era la gran época en que los artistas convivían con la prensa, pero no con todos. Ahí, como en la vida, también había

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clases. Los de confianza, y los otros. Lupita D’Alessio vivía un gran momento. Era la reina de los shows nocturnos. La única. La estrella. Cualquiera habría dado media vida por estar en su camerino, aunque fuera un rato. Yo era de esos privilegiados. Ella estaba casada con César Gómez, uno de sus músicos. Y esa noche, la del “regalito”, apenas y convivimos unos minutos. Yo iba acompañado con una amiga-fan que toda la noche intentó sacarse fotos con los famosos, y yo me la pasé en la fiesta, en el “living la vida loca”. Admiraba a la D’Alessio por talentosa, por sus shows, por su apasionada entrega en el escenario, por su encabronada inteligencia y sagacidad. Dos años antes de esa fiesta, habíamos coincidido en un viaje a Los Ángeles; yo, invitado por Franco, aquel cubano de “Toda la vida” que estaba en un gran momento aún. Ambos cantarían en la Arena de Los Ángeles y él, ensoberbecido, mandó decir al manager de la D’Alessio: “Yo cierro el show”. Pensamos que ardería Troya, y no. No. La D’Alessio mandó decir que sí, que buena suerte, que muchos días de estos. Franco, sacadón de onda, le mandó comprar peluches y flores e inundó el camerino, a manera de disculpa. Y salió la señora a las 6 pm, y se rompió la madre en el escenario, enloqueció a la audiencia, y a las 8 terminó su show y abandonó el escenario. Y, con ella, la gente se salió del lugar; de los 10 mil que cabían, apenas unos 3 mil se quedaron a ver al cubano que, agüitado, se prometió no volver a jugarle al vivo. Así era: con la D’Alessio nadie se metía. “Felina, como una leona” parecía, más que una frase, una semblanza, un retrato. Pasaron los años, muchos, 20 quizá, y un día nos volvimos a encontrar. Jaime Sánchez Rosaldo, su manager, había contratado la agencia que empezábamos Emilio Morales y yo para manejar Relaciones Públicas, allá en el

2008; yo, afortunadamente, ya limpio de drogas y de su consumo. Temperamental, nos amó. Éramos su adoración. Reíamos siempre, la acompañábamos a sus entrevistas, hasta que una tarde, sí, enloqueció gacho. Javier Alatorre tenía un noticiero en Grupo Imagen, a las 3 pm, y nos había aceptado recibir a Lupita D’Alessio quien, argumentando tráfico, llegaría tarde, muy tarde. -¿Dónde estás, Víctor Hugo? -Aquí, en Grupo Imagen. Debe entrar por el Camino Real, y en el estacionamiento le indican dónde es la entrada a la estación. -Ahí te veo. -Señora, ya están al aire y me preguntan si alcanza a llegar a tiempo o no, para que metan otra información. -¡TE ESTOY BUSCANDO, INFELIZ, ¿DÓNDE DEMONIOS ESTÁS?! TU OBLIGACIÓN ES ESPERARME EN LA ENTRADA DEL ESTACIONAMIENTO, ¡¡PENDEEEEEEJO!! -¡¿PERDÓN?! OIGA, BÁJELE DE TONO, PORQUE TAMBIÉN PUEDO GRITARLE Y DECIRLE LO QUE SE MERECE. Gritos más, gritos menos, la D’Alessio llegó hecha una furia; tan enojada, que no vio la puerta de cristal para entrar a la cabina y se dio santo guamazo que, al sentarse al micrófono, le preguntaron: -Oiga, es un honor; Lupita D’Alessio en esta cabina, ¿cómo le va?, ¿cómo ha estado? -¡AQUÍ, FURIOSA, PORQUE ESTE SEÑOR VÍCTOR HUGO SÁNCHEZ ES UN PENDEJO, QUE ACABA DE HACERME LLEGAR TARDE. SU OBLIGACIÓN ERA ESPERARME EN LA ENTRADA DEL ESTACIONAMIENTO... -Oiga, oiga, pero ¿cómo le va en la carrera? ¿Tiene un show que viene a promover en el Auditorio Nacional, no? -SÍ, PERO LLEGUÉ TARDE PORQUE ESTE SEÑOR, BLA, BLA, BLA, BLA... Y no, a mí no se me acabó el encanto por la D’Alessio. Dejamos de trabajar con ella, sí, por obvias razones, pero, al tiempo, la sigo admirando.

Eduardo Guerrero, Amador Rojas y Yolanda Osuna, al baile; Gema Jiménez, Manuel Soto y Bernardo Miranda, al cante; José Tomás Jiménez y Javier Ibáñez, a la guitarra; Óscar de Manuel, a la flauta; Juan Diego Sáez, al saxofón flamenco, y Lolo Plantón, a la percusión, forman el grupo de artistas premiados en el Festival del Cante de las Minas de La Unión que han estado unos meses de gira por España, con el musical Las Minas Puerto Flamenco. Se trata de un espectáculo que cuenta la historia del flamenco en los puertos, a través de esos cantes de ida y vuelta, y que mañana 4 de febrero se verá en el Teatro de la Ciudad “Esperanza Iris”. La Ciudad de México se convierte así en el escenario del estreno de la gira internacional del musical Las Minas Puerto Flamenco que permitirá divulgar en distintas capitales mundiales un arte reconocido como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Las Minas Puerto Flamenco es un show singular de 100 minutos de duración con 11 artistas en escena, cada uno de ellos “figura” en su especialidad. No es flamenco al uso, es una producción en la que se disfrutará de soleás, peteneras, tanguillos, alegrías, seguirillas, cañas, bulerías, rondeñas, vidalitas, milongas, guajiras, colombianas, habaneras... Estos “palos” son el menú principal de un cuadro formado por bailaores, cantaores, guitarras, flauta y saxofón flamencos y percusión. Se trata de un show cargado de sensibilidad e imagen. Gira en torno a la vida en los puertos y a sus trabajadores, a los que se rinde homenaje durante la actuación. El puerto ha sido el elemento que ha guiado la vida y la esperanza de muchas personas, y este show pretende resaltarlo también como casa y cuna de artistas, así como punto de encuentro de músicas. Sobre el escenario se ven duelos entre bailaores, representando el enfrentamiento entre dos hombres por el amor de una mujer, musical que ha puesto de pie a todos los auditorios.


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