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Tres sonetos dedicados a la Asunción de María
Gerardo Diego (1896-1987) fue un poeta español perteneciente a la Generación del 27. Fue un poeta polifacético, cultivó las formas tradicionales y las de vanguardia como el creacionismo; tocaba muy bien el piano y daba conciertos de música y poesía. Su actividad literaria comienza a una edad muy temprana, publicando en 1918 su primera obra, el cuento La caja del abuelo, en El Diario Montañés. Durante estos primeros años colabora en distintas publicaciones, como la Revista Grial, la Revista Castellana y diversas revistas vanguardistas. Su primer libro de poesías, El romancero de la novia, ve la luz en 1920. El gran reconocimiento del autor llega en 1979 con la concesión del Premio Miguel de Cervantes, que comparte con Jorge Luis Borges. Fue un poeta que mostró con sinceridad su condición creyente, su arraigada espiritualidad, en versos de una gran belleza, ternura y exquisitez. Escribió numerosos poemas dedicados a la Virgen María, de los que mostramos tres sonetos dedicados a la Asunción de la Virgen:
¿Adónde va, cuando se va, la llama? ¿Adónde va, cuando se va, la rosa? ¿Adónde sube, se disuelve airosa, hélice, rosa y sueño de la rama?
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¿Adónde va la llama, quién la llama? A la rosa en escorzo ¿quién la acosa? ¿Qué regazo, qué esfera deleitosa, qué amor de Padre la alza y la reclama?
¿Adónde va, cuando se va escondiendo y el aire, el cielo queda ardiendo, oliendo a olor, ardor, amor de rosa hurtada?
¿Y adónde va el que queda, el que aquí abajo, ciego del resplandor se asoma al tajo de la sombra transida, enamorada?
Esta vez como aquella, aunque distinto. El Hijo ascendió al Padre en pura flecha. Hoy va la Madre al Hijo, va derecha al Uno y Trino, al trono en su recinto.
Ella va a ser la flor del laberinto, engaste en hueco desde aquella fecha, cuando fue concebida sin sospecha de huella original, de oscuro instinto.
Por eso sube altísima y raptada en garras de los Ángeles de presa, por eso el aire, el cielo rasga, horada,
profundiza en columna que no cesa, se nos va, se nos pierde, pincelada de espuma azul en el azul sorpresa.
No se nos pierde, no. Se va y se queda. Coronada de cielo, tierra añora y baja en descensión de mediadora, rampa de amor, dulcísima vereda.
Recados del favor nos desenreda la mensajera, la revoladora, la paloma de paz. Heridla ahora: ya se acabó el suplicio de la veda.
Hoy sobre todo que es la fiesta en Roma y se ha visto volar otra Paloma y posarse en le nieve de una tiara.
La Asunción de María -vítor, cielos-, corazonada ayer de mis abuelos, en luz, luz, luz de Dogma se declara