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La VIrgen de los Reyes y la Fiesta de la Asunción
por D. Carlos López Bravo Profesor de Filosofía del Derecho de la Universidad de Sevilla
Cuenta la historia que el día 23 de noviembre del año 1248, festividad de San Clemente, el Rey Fernando de Castilla y de León obtuvo la rendición de Isbiliya, la capital de Al Andalus en el período almohade. Aquella Isbiliya islámica en que se había convertido la Híspalis romana y visigoda volvía a manos cristianas, tras 536 años de dominio de le media luna. Un dominio intransigente en lo religioso en el período almohade, que paradójicamente legaría la hermosa torre de la Giralda. El Rey Santo había planificado estratégicamente la toma de la gran capital cortando los puntos de abastecimiento, desde el Aljarafe a los Alcores. Y luego había controlado el Gran Río, cerrado en el tramo urbano por aquellas míticas cadenas que se extendían desde la Torre del Oro hasta su gemela en la orilla de Triana, y que fueron cortadas por el Almirante Bonifaz. Un mes más tarde, el 22 de diciembre, el Rey Fernando con su numerosa Corte y sus familias hacía entrada solemne por la puerta de Goles tras recorrer el arenal. EL derrotado monarca Axataf le entregaba las llaves de la Ciudad, con aquella preciosa leyenda en castellano, hebreo y árabe: “Dios abrirá, el Rey de Reyes abrirá, el Rey de toda la tierra entrará”… Empezaba propiamente la historia de la Sevilla cristiana. Años más tarde, el 11 de marzo de 1252, el Infante Don Felipe, hijo del Rey conquistador y primer Obispo de la Iglesia restaurada, purificó y consagró al culto cristiano la Mezquita Mayor almohade. Se
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dedicó al misterio excelso de la Asunción, al igual que otras Catedrales españolas como Jaén, Córdoba, Valencia, Santander, Valladolid, Barbastro o Coria siguiendo la estela de otras naciones de Europa. Fue entonces cuando la Santísima Virgen de los Reyes fue entronizada en la nave norte de la misma, asumiendo ya ese especialísimo protagonismo entre todas las Imágenes de María. No era la única representación de la Señora que había portado consigo el Rey Santo. Se habla de regalos de San Luis Rey de Francia, primo de San Fernando. Lo cierto es que la excelencia del gótico francés nos legó en este confín del sur de Europa un ramillete de “retratos” de Nuestra Señora: a la Virgen de los Reyes, hermosísimo simulacro de vestir; a la marfileña Virgen de las Batallas, con clara inspiración en la Catedral de Reims, o a la bellísima Virgen de la Sede, que presidía el campamento de los ejércitos del rey Santo y fue entronizada en el Templo Mayor, dedicado al misterio asuncionista; a la preciosa Virgen de Valme Protectora de Dos Hermanas… El culto catedralicio quedó por siempre vinculado a tan singular privilegio de María Santísima. Es una Catedral de María, y ahí comienza esa vinculación de la Patrona de la Archidiócesis con la fiesta de la Asunción. Desde el siglo XIII y hasta nuestros días nuestra ciudad ha venerado con intensidad ese misterio de la Santísima Virgen en el tránsito de la vida terrena a la eterna vida. Como si lo hubiera intuido desde el alba de los tiempos, Sevilla ha sabido entregarse a una Madre siempre viva representada en su celestial Patrona. Porque si la Reina de los Cielos llegó a morir –cuestión ésta sobre la que nunca hubo un pronunciamiento oficial de la Iglesia- el Señor hubo de resucitarla de inmediato, de manera que todo quedara en un brevísimo sueño. Lo cierto es que el dogma afirma que Ella, por singular privilegio, no conoció la corrupción del sepulcro. Misterio esencial de la vida de Santa María, asumido y defendido desde la Edad Media por

el fervoroso pueblo católico y reconocido al fin por Su Santidad el Papa Pío XII el 1 de noviembre de 1950, mediante la constitución apostólica Munificentissimus Deus. La sonrisa preciosa de la Virgen de los Reyes era ya un reconocimiento nítido, en los albores del arte gótico, de ese privilegio maravilloso del Dios todopoderoso a favor de su Madre excelsa… Porque ¿Cómo podría haber conocido la corrupción del sepulcro Aquella que por privilegio singular fue preservada inmune a todo pecado? ¿Cómo podría desintegrarse en la tierra el cuerpo santo que dio su propio cuerpo de hombre al Salvador? Con hermosa lírica ya anticipaba el dogma asuncionista hace muchos siglos el patriarca San Germán de Constantinopla: “Tú, según está escrito, te muestras con belleza; y tu cuerpo virginal es todo él santo, todo él casto, todo él morada de Dios, todo lo cual hace que esté exento de disolverse y convertirse en polvo, y que, sin perder su condición humana, sea transformado en cuerpo celestial e incorruptible, lleno de vida y sobremanera glorioso, incólume y participe de la vida perfecta.” La Reina Asunta de los Reyes encabeza simbólicamente las páginas de esa historia de vinculaciones con María Santísima que caracteriza a nuestra tierra, y por la que es conocida incluso en el seno de la Iglesia de Roma. Ella conoció una ciudad medieval que repartía fervores entre la Virgen de la Hiniesta, la del Corral de los Olmos, la hermosa Virgen de alabastro de los Genoveses o la del convento del Carmen… Y presidió aquel magno Templo catedralicio, engrandecido en los años que siguieron al descubrimiento y conquista de Indias, cuando la ciudad se convirtió en la nueva Babilonia del mundo. A su sombra vio crecer renovadas devociones, como la de la Virgen de la Antigua, de legendario origen visigótico; y también vio arribar la devoción a la Virgen de Guadalupe, milagrosamente retratada en la tilma del indio Juan Diego, que consagró así una hermosa historia devocional mariana de ida y vuelta. Ya en los siglos del barroco conoció las luces y las sombras de una ciudad que configuró como signo propio la celebración de la Pasión. Y en ese marco de las estaciones penitenciales de Semana Santa surgió una tendencia, aún en alza, de potenciar extraordinariamente la veneración a la Madre Dolorosa representada en bellísimas Imágenes bajo singulares pasos de palio. Hoy día Sevilla reparte sus oraciones entre una amplia constelación de advocaciones Dolorosas, vinculadas a barrios y hermandades. Sin olvidar las tradicionales advocaciones de gloria vinculadas a las collaciones parroquiales o a las órdenes religiosas. Pero la Madre y Patrona sigue ostentando una simbólica primacía en el marianismo sevillano. Baste un solo ejemplo: todo el movimiento inmaculista, con páginas gloriosas desde el famoso sermón del Convento de Regina hasta la consecución de la proclamación dogmática en 1850, tuvo como eje simbólico y referencial a la celestial Imagen de la Reina de los Reyes. Han pasado los años y los siglos y Ella sigue uniendo el pasado y el presente, la ciudad señorial y la popular, el casco histórico y los modernos barrios, la capital y los pueblos; Ella sintetiza y corona todo ese elenco de advocaciones y títulos singulares que nos invitan a venerar a la excelsa María Santísima. Por eso la Asunción en Sevilla estará por siempre asociada a la venerada Patrona. Es la mañana de la Virgen, con un preámbulo de fiesta y preparación. Serán las horas del reencuentro cara a cara con la Madre; del gozo de unas Cantigas alfonsíes que reverdecen en calurosas tardes de novena; de contagiosa ilusión peregrina en la noche de la víspera, recorriendo caminos de amor por el Aljarafe, la Vega, la Marisma o Los Alcores; y al fin habrá llegado el tiempo de esa procesión matinal de tercia, convertida cada año en el más sublime baño de multitudes que pudiera soñar una Reina… Cada 15 de agosto, cuando asoma puntual por la Puerta de los Palos, congrega a miles de fieles de todas las generaciones, para pedirle los tres favores, para volver a proclamarle, al compás de las campanas, que este reino meridional de los nardos y la luz temprana será siempre su más firme trono regio sobre la tierra, y que tan sólo en el cielo la aman mejor.