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El Dogma de la Asunción de María
por Rvdo.P.D. Antonio Jesús Salvago Duarte Párroco de la de Santa María la Mayor de Pilas y Director Espiritual de la Hermandad
Hablar de María es hablar inseparablemente de Jesús, su hijo, el Hijo de Dios que se encarna en el seno de una mujer sencilla para ser la salvación del mundo. De María lo conocemos todo y a la vez nada. En los Evangelios y los textos posteriores no son muchas las referencias que encontramos de la Madre de Dios si bien se puede concluir con certeza el lugar predominante de María en el grupo de discípulos de Jesús y la comunidad cristiana posterior. Muchas de las referencias de María nos llegan de nuestra propia tradición histórica, local o de fe y eso ha hecho que conozcamos casi a la perfección y que incluso celebremos particularmente la vida de María y algunos acontecimientos importantes como el Dogma de la Inmaculada Concepción tan tratado siempre en la tradición espiritual de nuestra tierra y, sin embargo, otros como el Dogma de la Asunción de María nos resulten más desconocidos e incluso lejanos en el tiempo y en el espacio. Sabemos que María fue concebida sin pecado original, “preparada” por Dios para el plan de salvación; pero ¿qué sabemos de su muerte? ¿Conocemos sus últimos días? ¿Murió o sólo se durmió para ser asunta al cielo por la acción de Cristo? ¿No tendría sentido que si María fue concebida sin pecado, no conociera tampoco la corrupción de la muerte? María es la mujer de la que mana la santidad como el agua de un manantial, la Nueva Eva por medio de la cual el hombre se reconcilia con Dios y recupera la condición perdida, la creyente por antonomasia, la que nunca pecó. Por eso de ella decimos que es Madre de Cristo, modelo de discipulado, la llena de Gracia, la madre de la Iglesia, el ideal de santidad, etc. El dogma de la Asunción de María no aparece explícitamente en la Sagrada Escritura, pero se ha de tener en cuenta ante la unidad de predestinación de María con Cristo, como la Nueva Eva al Nuevo Adán y la exigencia de glorificación como triunfo sobre el pecado y la muerte. Es por ello que la vida de la Iglesia y la Tradición armonizan esta verdad de fe en el conjunto del Depositum Fidei.
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Si buscamos en la Escritura referencias a la Asunción de María es muy probable que no las encontremos, pero sí podemos tomar textos que hacen “alusiones” como el Salmo 44 (v10b: “la Reina a tu derecha, con oro de Ofir”), el Cantar de los Cantares en la contraposición de la Mujer y el dragón que también se lee en el Apocalipsis, el mismo pasaje de Lucas de la Anunciación (v28: “llena de Gracia”) o la Primera Carta a los Corintios cuando san Pablo nos habla de Cristo como el Nuevo Adán por el que se abren de nuevo las puertas del Paraíso. María está unida a Cristo y en esa suerte ha de entenderse la realización y el desarrollo teórico de este dogma. Así, aunque fue proclamado como tal en fecha reciente, durante toda la Historia de la Iglesia, en la Tradición y en el sentir de Pueblo de Dios se tuvo la certeza de que María no había muerto, sino que había sido, por la acción de su Hijo, asunta al cielo. Se tiene constancia de tal sentimiento y de dicha tradición cuando en el paralelismo de Adán con Cristo (Nuevo Adán), María aparece como la Nueva Eva por la que ha entrado la salvación al mundo, la que Inmaculada Concebida, no conoce la corrupción del pecado. Así, ya en el s. VI en Jerusalén y en Roma desde el s. VII se celebraba la fiesta de la Dormición de María. Si María fue la perfecta discípula, en Ella se realizan las promesas de Jesús. De esta forma la Iglesia comenzó desde sus inicios a vivir y celebrar algo que hasta mucho después no se desarrollo y definió con la proclamación del Dogma como ya pasara también con el Dogma de la Inmaculada Concepción un siglo antes. En 1950 se proclamaba la Bula Munificcentissimus Deus en la que se recoge: “proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: que la Inmaculada madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial”. Con esto se daba respuesta y se daba forma al consentimiento unánime del pueblo cristiano acerca de la muerte y Asunción de María, se recogía el testimonio de la liturgia, de los santos padres y los doctores de la Iglesia y se analizaba la fundamentación de la Escritura a este respecto como ya se ha dicho anteriormente. Podemos decir sin miedo, que la Providencia de Dios quiso proclamar este dogma en un momento preestablecido. Posteriormente, el Concilio Vaticano II en la Constitución Lumen Gentium, nº 59 recoge: “la inmaculada Virgen fue asunta al cielo y fe ensalzada por el Señor como Reina Universal con el fin que se asemeje de forma más clara y plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor de la muerte”. ¿Qué sentido tiene para nosotros, devotos de María, que la tenemos como Madre, Maestra y Guía, la Asunción? En María, la comunidad eclesial descubre su propio itinerario. Ella es el modelo de lo que cada uno personalmente y junto a la Iglesia está llamado a ser y espera alcanzar. La vida humana entregada a Dios alcanza su plenitud total como María. En todos es posible este proceso, este recorrido de fe hasta la contemplación de Cristo resucitado en el Reino de los Cielos y en la glorificación de todo nuestro ser como hijos de Dios. Desde un sentido teológico, María se inserta en la misma dinámica pascual de Jesús resucitado que culmina en la constitución de Jesús como Señor después de su Ascensión al cielo. Sólo desde el misterio pascual se hace posible la glorificación de María y la realización efectiva de la maternidad de María para todos los hombres. Para la iglesia, María es la primera que participa plena y definitivamente de la victoria de Cristo, de aquello que todos los creyentes disfrutaremos en la Parusía. Por todo ello, María hace de estímulo, de punto de referencia que compromete a la Iglesia en la realización de su propio camino histórico hasta la plenitud final. María es desde su Inmaculada Concepción, desde el anuncio del ángel, desde el acompañar a Jesús en la Cruz y a la Iglesia naciente, un nuevo camino para todos nosotros, el mismo camino de Jesús, hasta alcanzar la gloria del Padre. Que María sea siempre estrella y camino para alcanzar con Cristo la plenitud del cielo.