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Flor de andén
¿Y el barrio?
No solo nos reconocíamos a la distancia; nos conocíamos, y más allá de eso, reconocíamos al otro como parte de un tejido comunitario que hoy en día, después de muchos años, permanece, a pesar de que algunos vayamos solo de visita
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No solo nos reconocíamos a la distancia; nos conocíamos, y más allá de eso, reconocíamos al otro como parte de un tejido comunitario que hoy en día, después de muchos años, permanece, a pesar de que algunos vayamos solo de visita
CUANDO YO ERA NIÑA los domingos en la mañana, muy temprano, mi mamá me enviaba a la tienda a comprar el pan y la leche para el desayuno; yo salía a hacer el mandado en pijama y con el pelo enmarañado, pero a quién importaba, si Doña Anita y Don José, los dueños de la panadería me conocían desde que era aún más pequeña y sin importar que estuviera en pijama o con el mejor peinado me saludaban siempre con la misma amabilidad y cariño, me daban la ñapa del pan y se despedían diciendo - saludos a la profe Lety-. Lety es mi tía, la directora del colegio que queda en la misma calle, en el que hemos estudiamos muchos de los niños del barrio. Mientras caminaba de vuelta a casa, de repente, se asomaba a la ventana la nieta de Doña Mary.
Ingrid se llamaba la niña que tenía la misma edad que yo, con quien a veces hablábamos de ventana a ventana o salíamos a jugar frente a nuestras casas. Entonces, mientras lanzaba una pequeña piedra a la ventana del segundo piso de mi casa, para que mamá me escuchara y me abriera, escuchaba algún chiste de Wilson, el hijo de Don Eutimio. Yo solía verlos frente a su casa limpiando o revisando la mecánica del taxi que conducían, eso sí, cuando algún vecino pasaba por esa esquina, sabían cómo hacerlo reír, distrayéndole un poco del cansancio o tal vez de un mal día. Al mismo tiempo, mientras mamá se asomaba a la puerta a recibirme, observábamos cómo Doña Seida abría las puertas de su droguería, con un gesto la saludábamos desde la esquina y cerrábamos la puerta mientras yo escuchaba a mamá preguntar - ¿hay pan calientito? -.
Esa era la calle donde yo vivía, en un barrio que tiene el nombre de un Santo, al sur de la ciudad. En San Isidro, casi todas las personas se conocían entre sí. En las mañanas las familias se turnaban para llevar a sus hijos al colegio; al final de la jornada escolar, de camino a casa, seguramente nos encontrábamos con más vecinos del barrio recogiendo a sus hijos del colegio o, tal vez, comprando las verduras para el almuerzo en la tienda de los pastusos
No solo teníamos en común un territorio llamado San Isidro, no solo nos reconocíamos a la distancia; nos conocíamos, y más allá de eso,
reconocíamos al otro como parte de un tejido comunitario que hoy en día, después de muchos años, permanece, a pesar de que algunos vayamos solo de visita.
Y AHORA QUE SOY PROFE vivo en un barrio y en una época muy diferente, un lugar donde los hogares se acomodan uno encima de otro y de otro y de otro, hasta formar torres. Parece que las personas ya no son personas, son una puerta más que ves en frente de la tuya. Ya no está la tienda de Doña Ana y Don José, pero hay unas tiendas con la opción de llevar las cosas a domicilio hasta la puerta de tu casa, así que hay un joven que, casi a diario, timbra en mi apartamento para entregarme el pan y la leche, sin embargo, no conozco su nombre. Ya no está el taxi de Wilson, el vecino al que le golpeábamos en la puerta de su casa o llamábamos para que nos transportara por la ciudad. En su lugar, tengo más de una aplicación en mi teléfono para solicitar el servicio. Ya no está Doña Seida con su droguería, ni los pastusos con su tienda de frutas y verduras, en su lugar, hay hipermercados de cadenas comerciales con una variedad inmensa de servicios y productos que también puedes solicitar desde la comodidad de casa o haciendo un clic.