


El Ciclo Cultural Taurino de Zacatecas tiene el honor de presentar el Pregón Taurino a cargo del ingeniero don Javier Jiménez Espriú, que ha tenido la gentileza de acudir a esta cita anual para leer este magnífico texto ante la afición, con los parabienes de que el Serial Taurino, organizado por la empresa Don Bull Productions, sea todo un éxito y contribuya a engrandecer el resto de actividades de la Feria Nacional de Zacatecas.
En medio de esta expectativa, hoy nos invade un sentimiento agridulce. Por una parte, nos encontramos sumamente complacidos por la visita del ingeniero Jiménez Espriú a Zacatecas y lo que habrá en los eventos culturales en estos días. Por otra, seguimos muy consternados y tristes por la muerte de nuestro querido amigo y gran investigador, el doctor José Francisco Coello Ugalde, acaecida apenas el reciente 11 de agosto en la Ciudad de México.
De hecho, este Ciclo Cultural lo hemos querido dedicar a su memoria, y el evento del miércoles 10 de septiembre, donde estaba prevista su participación con una conferencia sobre Rodolfo Gaona, se ha mantenido en el programa para rendirle un sentido homenaje póstumo. Consideramos que esta es la forma más elocuente de reivindicar su invaluable labor como estudioso de la historia de la tauromaquia.
Asimismo, el discurso de este ciclo se complementa con otro evento en el que se disertará al respecto de un tema del que se habla poco: la preparación física y psicológica de los toreros. Será una mesa redonda en la que participarán los matadores Arturo Saldívar y César Pacheco, quienes estarán acompañados por el médico del deporte Juan José Pérez Veyna.
En otro de los actos contaremos con la atractiva presencia de un carismático personaje: el matador Jorge de Jesús “El Glison”, hombre rebelde y polifacético donde los hay, que conversará con el agudo periodista Francisco Esparza. En este encuentro, ambos tratarán de explicar la corrida como un microcosmos de la vida.
Por último, y a manera de excelente colofón, nos enorgullece presentar, por primera vez en México, la película documental
“Tardes de soledad”, de Albert Serra, galardonada con la Concha de Oro del Festival de Cine de San Sebastián 2024.
En este trabajo, el cineasta catalán nos ofrece una mirada alrededor de la muerte y la confrontación ritual entre el toro y el torero, en este caso, el peruano Andrés Roca Rey, que es el protagonista de una interesante propuesta visual que ha generado admiración y controversia. ¡Los esperamos!
Juan Antonio de Labra



Nació en la Ciudad de México el 31 de julio de 1937. Es ingeniero mecánico electricista, egresado de la Facultad de Ingeniería de la UNAM, y cuenta con estudios de posgrado en el Conservatoire des Arts et Metiers de París. Ha desarrollado una destacada carrera profesional en el sector público, en la iniciativa privada y en la academia. Ha recibido múltiples reconocimientos, entre los que destacan el Premio Nacional de Ingeniería 2008 y la Insignia de Comendador de la Orden Nacional del Mérito, que le otorgó la República de Francia.
En el sector público, el ingeniero Jiménez Espriú se ha desempeñado, entre otros cargos, como Subsecretario de Comunicaciones y Desarrollo Tecnológico de 1982 a 1988; Subdirector Comercial de Petróleos Mexicanos de 1990 a 1992, y Secretario de Comunicaciones y Transportes de 2018 a 2020.
En la iniciativa privada ha trabajado como Director General de la Compañía Mexicana de Aviación, de 1994 a 1995, y como Presidente del Consejo de Administración de NEC de México, de 1994 a 2017.
En la academia, fue profesor de tiempo completo y catedrático en la UNAM durante más de 30 años. Dirigió la Facultad de Ingeniería de dicha universidad de 1978 a 1982, y fue miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM, de 1997 a 2007.


Con sus amigos y compañeros de la peña taurina los de “Armillita y Garza”, más tarde rebautizada como los de “Armillita, Garza y Silverio”, que se fundó en 1975. Además de las dos grandes figuras Fermín Espinosa y Lorenzo Garza, se encuentran, en la misma fila, de izquierda a derecha: Guillermo Cañedo, Aurelio Pérez, Javier Jiménez Espriú y Lorenzo Garza hijo. Y de pie, en el mismo orden: Joaquín Guerra, Ignacio Garciadiego, Armando Herrerías, Javier Creixel, Armando Ruiz Galindo, Raúl Valdés, José Cuarón, Pedro Vargas, Alejandro Sada, Rafael Ruiz Villalpando, Raúl Horta y Adolfo Martínez Urquidi ría y la Orquesta Sinfónica de Minería, una de las más destacadas de México, que en la actualidad dirige Carlos Miguel Prieto. Asimismo, creó la Feria Internacional del Libro del Palacio de Minería, que en 2026 celebrará su 47 edición.
Además de sus cargos oficiales, el ingeniero Javier Jiménez Espriú es un gran promotor del deporte y de las artes. Fue fundador del patronato que, hasta la fecha, administra a los Pumas de la Universidad, equipo de futbol donde fungió como vicepresidente durante más de 25 años.
Por otra parte, en el año de 1978 fundó la Academia de Música del Palacio de Mine-
En el ámbito taurino, don Javier ha asistido a los toros desde los cuatro años de edad, cuando su padre lo llevaba a la
En su barrera de la Plaza México, acompañado de su añorada esposa Bibis y su hijo Javier

El día que Rafael de Paula visitó la peña en 1980, cuando vino a confirmar su alternativa a la Plaza México

desaparecida plaza “El Toreo” de la colonia Condesa. Vio torear a Fermín Espinosa “Armillita”, Lorenzo Garza o Manuel Rodríguez “Manolete”, así como a muchas otras figuras de aquí y de allá. Estuvo presente en la inauguración de la Plaza México, el 5 de febrero de 1946.
Es miembro fundador –el único que sobrevive– de la peña taurina “Los de Armilla, Garza y Silverio”, inaugurada en 1975.
A finales de los años ochenta y principio de los noventa, fue presidente de la Comisión Taurina del Distrito Federal y desde esta posición ayudó a reabrir la Plaza México, que llevaba dos años cerrada por un litigio entre sus propietarios y el empresario de entonces, el doctor Alfonso Gaona.

inolvidable
En 2016 fue constituyente de la Ciudad de México, y desde dicha tribuna luchó por elevar, al rango constitucional de la capital, la obligación del trato ético a los animales de acuerdo con su naturaleza, características y vínculo con las personas.
Entre sus toreros predilectos se encuentran Lorenzo Garza, Silverio Pérez, Carlos Arruza, Paco Camino, Rafael de Paula, Manolo Martínez, Francisco Rivera “Paquirri”, Enrique Ponce y Morante de la Puebla.
Hoy nos acompaña en el auditorio del Museo de Arte Abstracto “Manuel Felguérez” como Pregonero Taurino de la Feria Nacional de Zacatecas 2025. ¡Bienvenido!




Dos niños llamados Javier, en un par de simpáticas fotos separadas por el tiempo, pero unidas en el sentimiento y culto a la tauromaquia, una de las pasiones compartidas entre padre e hijo


“¡Que Dios reparta suerte!” Es la frase taurina que engloba la esperanza de quien, amante de ese arte único, efímero y permanente, de ese rito de vida y de muerte, de ese duelo fantástico entre el hombre y la bestia que es la fiesta del toro, elemento culminante de la tauromaquia, quiere ser protagonista de lo excelso.
Para iniciar mi intervención, recurro a la plegaria de Genaro Borrego en su Pregón del 2014, cuando dijo: “Me dispongo a leer como si fuera a torear, con gusto, con la bendición de Dios y olvidándome que tengo cuerpo, sólo espíritu, sólo alma. Que salgan las palabras, como han de ejecutarse los lances y los pases. Lo más suave posible, con vibrante quietud, con la verdad del sentimiento, y el temple indispensable para ligar. Ligar las palabras, las ideas, y las emociones, con apasionada entrega”. Espero, para esta ocasión, tener –no soy tan ambicioso– sólo un poco de la suerte que, en aquella oportunidad, tuvo Genaro.
En lo taurino, la suerte sí tuvo para mí, desde mi nacimiento, la generosidad de lo absoluto; tuve la fortuna, entre otras bendiciones, de tener un padre extraordinario, que entre los grandes valores de su vida, que fueron incontables, su conocimiento y su pasión taurina, lo impulsaron a llevarme, desde que tenía cuatro años de edad, a las corridas de toros de la plaza de “El Toreo” de la Condesa, de la entonces “Ciudad de los Palacios”, en la entonces también “Región más transparente del Espacio”, y a hacer que el sastre de toreros que en aquel momento –durante la segunda guerra mundial– vestía a Silverio Pérez, a quien conocí una tarde en la sastrería, me confeccionara un hermoso terno azul cielo con pasamanería, en toda
forma, que aún conservo como recuerdo de mi padre, del inicio de mi pasión taurina, de Silverio, mi primer héroe taurino, al que vi en los ruedos pocas semanas después de conocerlo, cuando sentado en las piernas de mi padre tenía mis primeras taquicardias emocionales y con quien luego trabé una amistad entrañable, y como símbolo material de una pasión que está en el alma y que invade hasta el tuétano de mis huesos.
Me regaló también un toro de carretilla, que él manejaba con destreza taurina y con el que me enseñaba a mover el capote y la muleta, con la pausa y la serenidad que me trató de inculcar para todos los lances de la vida.
Desde entonces, el largo periplo de mi existencia, ha sucedido siempre en dos carriles: uno por el que he transitado como infante, como estudiante, como profesional, como docente, como funcionario público; como hijo, como esposo, como padre, como abuelo, como amigo y como amante de todas las otras artes. Y esto llamaotro, permanentemente adosado, sin camellón en medio, como apasionado amante de la tauromaquia.
A diferencia de lo que con su bello decir declaró Carlos Fuentes en su Pregón de Sevilla en 2003, cuando manifestó: “yo fui un niño sin Fiesta”, porque siguiendo las peregrinaciones diplomáticas de sus padres, hubo de esperar algunos años para ver su primer espectáculo taurino, del que yo he gozado desde que tengo memoria, puedo decir que yo fui un niño, a diferencia de Fuentes, con Fiesta permanente.
La
Fiesta Brava es fiesta, una fiesta sin par, y mucho más...
Y hago mío, de ese magnífico Pregón de Carlos Fuentes, la hermosa y sabia expresión siguiente:
¨La Fiesta Brava es un acto hermanado de saber y de fe. La sociedad separa el conocimiento y la creencia. El rito taurino los reúne: en la Fiesta, se sabe porque se cree y se cree porque se sabe”.
Pero la Fiesta Brava es fiesta, una fiesta sin par, y mucho más.
Es arte en sí y arte que inspira el arte, como han demostrado Goya y Picasso; Manet y Zuloaga; Delacroix, Miró y Botero; Dalí y Sorolla; Romero de Torres, Ruano Llopis y Pancho Flores; Benlliure, Humberto Peraza y Heriberto Juárez, por citar sólo a algunos de los gigantes de las artes plásticas, al igual que a quienes la han inmortalizado en crónicas, poemas, biografías y novelas, grandes genios de la literatura, desde Gonzalo de Berceo, Federico Garcia Lorca, Teófilo Gauthier, Bergamín, Rafael Alberti, Machado, Gerardo Diego, Hemingway, Miguel Hernández, Alvaro Domecq, Joaquín Sabina, Lord Byron, Saramago, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Ignacio Solares y decenas más de mentes ilustres como la de Ortega y Gasset o la de Francis Wolff; o músicos inmortales como Bizet o Albéniz, o grandes cineastas como Buñuel o Almodóvar.
A
l toro bravo, que es el centro de la Fiesta, ese animal hermoso, imponente y magnífico...
Eso, los que han pintado, esculpido, labrado, escrito, los genios de las artes plásticas y escénicas, la literatura, la música y la filosofía, los ilusttrados pensadores de la humanidad, lo han realizado, todo a un tiempo, en el margen fugaz de una faena, en una lucha estoica de vida o muerte, leal, solemne y magnífica, frente al animal que aman y en el estrecho espacio de un ruedo vibrante de emoción e incertidumbre: Ponciano Díaz, Mazzantini, Frascuelo y Lagartijo; Marcial Lalanda y Gitanillo de Triana; Ignacio Sánchez Mejías, Joselito “El Gallo”, Juan Belmonte, Rodolfo Gaona y Juan Silveti; Manolete y Arruza; Armillita y Garza; Silverio y El Soldado; Dominguín y Ordoñez; Curro Romero, Camino y Huerta; Manolo Martínez y Eloy Cavazos; Paquirri, Enrique Ponce, El Juli y José Tomás.
Me refiero aquí a hombres que han dejado ya los ruedos y no a la enorme pléyade de toreros extraordinarios, de héroes taurinos que hoy conmocionan las grandes plazas del mundo y que no cito para no cometer omisiones involuntarias, con la sola excepción –¡perdón por la debilidad de la emoción, y de mis pasiones personales!– de quien por el que se debiera, en mi concepto, rebautizar el llamado “Arte de Cúchares”: Morante de la Puebla.
Mi homenaje también, con la misma dimensión infinita, al toro bravo, que es el centro de la Fiesta, ese animal hermoso, imponente y magnífico, que hoy nos convoca; el que permite la emoción y la faena; el que triunfa en la muerte con la dignidad del valor de su raza y al que vuelve a sus dehesas, con el indulto por su bravura y su nobleza, a padrear y perpetuar su especie y su bravura y su genio y su casta; el que da gloria al ganadero que lo mimó en su hacienda; el que en defensa propia, leal también y fiel a su estirpe, provoca la tragedia; el que deja su nombre en los anales de la tauromaquia por la causa que fuere: “Barbudo”, “Pocapena”, “Perdigón”, “Ratón”, “Islero”, “Burlero”, “Comadroso”, “Arrojado”, “Orgullito”, “Cobijero”, “Bailaor”, “Granadillo”, “Nardo”, “Trojano”, “Tabachín” –oriundo de estas tierras–, “Barba Azul”, “Cocotero”, “Tanguito”…
Y a los 262 ganaderos que, siguiendo los pasos de Juan Gutiérrez Altamirano, quien en 1522 fundó, en tierras mexicanas, la ganadería de Atenco, que aún perdura, y con su esfuerzo y pasión hacen posible la Fiesta en nuestra Patria; nuestro reconocimiento y agradecimiento más profundo, con una mención especial a don Antonio Llaguno y a su dinastía, por hacer de Zacatecas la cuna del toro de lidia mexicano.
Pero además, que no es lo de menos, debemos recalcar que la fiesta de los toros, no es sólo fiesta, ni sólo es arte, ni sólo es tragedia y triunfo, convivio y espectáculo; es también, la manifestación del tránsito de la vida a la muerte, en la síntesis de una faena; es rito, es tradición, es cultura, y con
casi 500 años de vigencia en nuestro suelo, 499 para ser preciso, es identidad, es parte de nuestro ser y para muchos, de nuestra manera de ser, de nuestra libertad, de nuestros derechos; es una forma de expresión a un tiempo trágica y espiritual, emotiva y vital, que realizada por los protagonistas, toreros de oro y de plata y toros de lidia, es expresión igualmente íntima de todos los que amamos la Fiesta, que la protagonizamos también, cada uno en su forma y en su intimidad, en su acontecer místico y en su extroversión. En su “yo” y en su nosotros; es expresión y sentimiento que no nos pueden ser prohibidos, ni inhibidos, ni maquillados.
Porque nuestra Fiesta es también enseñanza de vida, de valor y de valores.
Siendo yo niño, tendría ocho o nueve años, asistí a una corrida en Irapuato en la que toreaba Manolete; teníamos unas barreras de primera fila, atrás del burladero de matadores. Su toro era un marrajo impresentable, como sucede a veces, que tiraba cornadas asesinas, y su apoderado le gritaba desesperado: “¡Quítate Manué!”, pero el diestro permanecía inmóvil e impasible, hierático y solemne, en el centro del ruedo. En cierto momento, Manolete vino hacia las tablas a cambiar la muleta y su apoderado le reclamó su quietud diciéndole: “Manué, no te has dado cuenta que esto es Irapuato”. El torero le arrancó de la mano la muleta con un gesto gélido y molesto, y yéndose hacia el toro, volteó a verlo y le respondió: “¿y tú no te has dado cuenta que yo soy Manolete?” Yo, que oí aquello esa tarde, lo he vuelto a escuchar en mis oídos
Es una forma de expresión a un tiempo trágica y espiritual, emotiva y vital...
cientos de veces en mi vida.
Y la fiesta de los toros es, además, no conforme con todo lo anterior, sitio de reunión pública, democrática, diversa e insustituible.
Allá en los treintas del siglo pasado, un domingo en la tarde toreaba en la Plaza de la Condesa, Pepe Ortiz, “El Orfebre Tapatío”, prodigio de clase, pero no muy hábil con la espada. Llevaba varios intentos fallidos con el estoque, ante el silencio sepulcral de la plaza, que le tenía un enorme respeto y cariño. Mi padre, en ese momento oficial del ejército, le gritó desde su lumbrera: “¡Pepe, ya dale la puntilla, como Luis I. Rodriguez se la dio a la Revolución!” Don Luis, que era el Presidente del Partido Oficial, estaba en su barrera de primera fila y tuvo que aguantar una estruendosa ovación que obligó a mi padre a ponerse de pie, para agradecerla.
Al día siguiente, el presidente de México, Lázaro Cárdenas, citó al presidente del partido y le dijo: “Don Luis, me han informado lo que sucedió ayer en ‘El Toreo’. Como usted sabe bien, la plaza de toros es un sitio de plebiscito popular, así que le sugiero convocar una Asamblea del partido y presentar su renuncia”. Y así se hizo.
He vivido multitud de momentos taurinos,
El maestro Armillita siempre nos dio cátedra de sapiencia taurina y humana...
nos, que han sido formadores de carácter y de experiencia vital, y enraizado en mi ser la pasión por los toros.
Sensible a lo que la tauromaquia ha significado e influido en mi vida, y con la fortuna de que me casé con Bibis, una mujer apasionada también de los toros, indujimos a nuestros hijos Javier, Verónica –que por algo se llama como se llama– y Alejandra, así como a nuestros seis nietos, la afición por la Fiesta Brava, con éxito superlativo –todos la aman y Javier incluso formó parte, de joven, de los Forcados Mexicanos–, contando afortunadamente con la complicidad de sus cónyuges, amantes también de la Fiesta. Lo hicimos así, porque, a diferencia de lo que argumentan quienes señalan que no hay que llevar a los pequeños a los toros, ya que los hace violentos, estábamos convencidos de que llevándolos serviría para orientarlos a los valores de la verdad, de la lealtad, de la nobleza, de lo auténtico.
Mi precoz afición taurina me permitió por otro lado, además de gozar de la Fiesta, el que años después, en 1975, hace exactamente 50 años, don Aurelio Pérez “Villamelón”, cronista taurino y alto funcionario de Televisa, hombre extraordinario, “una dama”, como decíamos antes de que algunas expresiones se convirtieran en ofensas
de género, me invitara como uno de los miembros fundadores de la Peña “Los de Armillita y Garza”, que hoy presido y en la que permanezco como único miembro fundador sobreviviente.
Traigo esto a colación, porque en el seno de esta peña, de la que he vivido toda su existencia, he tenido vivencias taurinas fantásticas; he aprendido y aprehendido de sus miembros, los diferentes matices y formas que las emociones de la tauromaquia tienen para cada persona –porque esta Fiesta es una Fiesta distinta para cada aficionado y para cada momento de cada aficionado–, y lo que esta afición única ha influido en su vida personal y familiar.
En las comidas periódicas que convoca la Peña, en cada una de las cuales uno de los miembros es el anfitrión, y en las que no se permite hablar de temas distintos “Al Toro”, además de las cátedras y las discusiones taurinas de los miembros, gozamos, mientras vivió, la obligación estatutaria que se le asignó a Pedro Vargas –uno de los miembros fundadores– a cantar una canción a capella.
Se estableció también, en cada reunión, la hermosa costumbre de tener como invitadas a las grandes figuras del toreo.
Engalanaron nuestra mesa, desde un principio hasta su fallecimiento, Armillita “El Maestro” y Lorenzo “El Magnífico”, por cierto, ambas lamentables pérdidas en un lapso de 15 días, como si quisieran hacer juntos el último paseíllo.
El maestro “Armillita”, quien siempre
nos dio cátedra de sapiencia taurina y humana, de señorío, de serenidad y de palabra suave, seria, rítmica y pausada, como cuando toreaba y Lorenzo, que nos embrujaba con su labia fluida y sabia y su simpatía desbordante. Los dos con una personalidad imponente y cumpliendo ambos a cabalidad, y en todo momento, con la sentencia de que “para ser torero, hay que parecerlo”.
Años más tarde, se invitó a Silverio Pérez, cuya bonhomía, personalidad, simpatía, profundo respeto a todo aquel que vistiera un traje de torear, su conocimiento de los toros y del hombre, llevó a la unanimidad de los miembros a considerar modificar el nombre de la Peña, al que hoy ostenta: “Los de Armillita, Garza y Silverio”.
Se modificó también el orden de los bandos internos, cuya definición era exigida al ingreso a la peña: unos se manifestaron “armillistas” y otros, como yo, “garcistas”. Sin embargo, desde el cambio de nombre de la peña, todos, además, sin excepción, hemos sido… “silveristas”.
Nos han acompañado alguna o varias veces: Conchita Cintrón, El Calesero, Jesús Solórzano, Cagancho, Curro Romero y Rafael de Paula; Miguel Espinosa, Diego Silveti, Zotoluco, Enrique Ponce, El Juli –desde niño luego de su primer gran triunfo como novillero–, o El Capea. Sus relatos, incontables, son joyas extraordinarias, muchas inéditas, que guardamos con celo en la memoria y compartimos cuando la ocasión lo permite.
Después de éste, mi recorrido taurino personal, por el momento que enfrentamos
Sus relatos, incontables, son joyas extraordinarias, muchas inéditas que guardamos con celo...
Yo que sólo canté de la exquisita paritura del íntimo decoro, alzo hoy la voz a la mitad del foro a la manera del tenor que imita la gutural modulación del bajo, para cortar a la epopeya un gajo”. quienes amamos esta Fiesta, y con el honor de la invitación que me trae a esta tierra pródiga en momentos estelares de la historia libertaria de México, que es Zacatecas, cuna de grandes hombres valientes y patriotas, como José María Pino Suárez, Luis Moya, Jesús González Ortega, Felipe Ángeles, Genaro García… y de artistas luminosos como Manuel M. Ponce, Genaro Codina, Siqueiros, Goitia, los hermanos Coronel y Felguérez, me permito robar al eximio poeta zacatecano Ramón López Velarde el proemio de su “Suave Patria”, para decir:
Y subrayar, como Francisco de Quevedo en su “Epístola Satírica y Censoria” que, al fin, la Fiesta Brava es una tradición española y mexicana:
Actuemos sin temores ni demora. Tomemos el ejemplo de este pedazo sólido de Patria que es Zacatecas...
No he de callar, por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?
En otros siglos pudo ser pecado severo estudio y la verdad desnuda.
Hoy no lo es más, compañeros taurinos. Tenemos que decir lo que sabemos y lo que sentimos; no hay pretexto que valga para el silencio o para la abstención, porque nuestra Fiesta, y no hablo sólo en relación a las minorías que gustamos de las corridas de toros, sino por todos los hijos de nuestra Nación, que sin saber que, desde el campo hasta el redondel, la actividad taurina le confiere identidad a la Patria nuestra. Por lo tanto, inhibirla, y ya no digamos cancelarla, como pretenden algunos, es ir quitándonos ropajes de lo que somos, para buscar convertirnos en lo que otros quieren que seamos. ¡Y eso no podemos permitirlo!
No olvidemos las palabras que al respecto pronunciara Gabriel García Márquez: “Si la tauromaquia está destinada a morir,
quisiera verla morir con honor y como se merece, cuando los taurófilos dejemos de ir a las plazas, y no cuando alguien ajeno nos lo quiera imponer¨.
Actuemos sin temores ni demora. Tomemos el ejemplo de este pedazo sólido de Patria que es Zacatecas, taurino desde 1593 y cuna del toro de lidia mexicano. Ejemplo, como lo son también Aguascalientes, Hidalgo, Querétaro, Guanajuato, Tlaxcala, Colima, Nayarit, para dar la batalla por la defensa de nuestras tradiciones, de nuestras culturas, de nuestros valores –porque la Tauromaquia es parte sustantiva del patrimonio cultural de México– y desde luego de nuestra decisión de libertad, sin olvidar nunca las sabias palabras del Quijote: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos: con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre. Por la libertad, así como por la honra, se puede o se debe aventurar la vida”.
Don Marte R. Gómez, mentor, junto a mi padre, de mis afanes y pasiones taurinas, escribió en cierta ocasión y a propósito de otro tema:
“Es fatal que, en tiempos agitados, como son los que se viven cuando los países están en revolución, se desconozca, o se menosprecie al menos, la importancia de la ciencia. Se ha comentado mucho, a este respecto, la frase del tristemente célebre Fouquier Tinville, quien en respuesta a la solicitud que le formulará el famoso químico Lavoisier, para que se pospusiera la fecha de ejecución de la sentencia que le había sido dictada, a fin de terminar su obra científica
–y bien sabemos que Lavoisier está reconocido como autor de la química moderna–, contestó tajantemente que la República no tenía necesidad de sabios ni de químicos”.
La misma reflexión podría hacerse hoy sobre la cultura y, en particular, sobre la vilipendiada cultura taurina, mancillada en estos días a través de leyes que reflejan la ignorancia de la Fiesta Brava, en una ciudad maravillosa como es la de México, capital de un país extraordinario que vive momentos delicados.
Parece que la República, en idea de algunos, no tiene necesidad de salvaguardar sus tradiciones identitarias centenarias, frente a la embestida de los nuevos bárbaros que han llegado a la civilización, sin pasar por la cultura.
Hace más de 60 años, al inaugurarse en la Ciudad de México el Museo Nacional de Antropología, don Jaime Torres Bodet expresó:
“Situado –a vuelo directo– entre los rascacielos de Nueva York y los llanos de Venezuela, a mitad del camino de Australia al Bósforo, y a igual distancia de las nieves de Alaska y de las costas cálidas de Brasil, México parece predestinado a un deber de orden universal. La historia confirma esta invitación de la geografía…
“Colocado en un punto clave del espacio y del tiempo, México tiene plena conciencia de sus responsabilidades como nación. Por su vecindad con los Estados Unidos y el Canadá y con las Américas Central y Meridional, nuestro país constituye un puente entre las culturas latina y sajona del Nuevo
Frente a la embestida de los nuevos bárbaros que han llegado a la civilización, sin pasar por la cultura
Mundo. Por los orígenes de su población, es un puente histórico entre las tradiciones americanas precolombinas y las europeas del orbe mediterráneo y tanto por su posición en la esfera terrestre cuanto por la sinceridad de su comprensión para todos los horizontes del hombre, puede ser asimismo un puente entre los pueblos que ven la aurora antes que nosotros y los pueblos que después de nosotros miran nacer el sol”.
Nuestra capital –agrego yo– puede ser, debe ser, queremos que lo sea, punto permanente de encuentro de hombres y culturas. Lo digo así, porque así lo requiere el momento delicadísimo de la vida de nuestro país, y porque así lo exige esa ciudad singular que es nuestra capital, formada y conformada durante siglos por culturas y civilizaciones contrastantes, interrumpidas y amalgamadas; por hechos trascendentes; por movimientos sociales fundamentales; por sitios y monumentos irrepetibles; por códices, crónicas y documentos incunables; por momentos transformados en eternidad; por varios mundos: precortesiano, virreinal e independiente, superpuestos en uno solo.
Ciudad síntesis; ciudad testigo y protagónica; ciudad mágica, ciudad universal y provinciana; ciudad apasionante, secreta
Una ley taurina aberrante, basada en la ignorancia de la tauromaquia y de los valores y tradiciones...
y extrovertida; ciudad múltiple; ciudad eterna y joven; ciudad para gozar mundo y soledad; ciudad única, plena, extraordinaria. Ciudad conquistadora y conquistada; ciudad de profecía; ciudad con huella y con destino.
Sí, esa ciudad, la Capital de la República, a la que los Constituyentes de 2017 dotamos de una Constitución de libertades, y espacio transparente para el ejercicio irrestricto de esas libertades, ha sido mancillada, como ya lo comenté anteriormente, con una ley taurina aberrante, basada en la ignorancia de la tauromaquia y de los valores y las tradiciones nacionales, y en una conveniencia y connivencia política de la más baja ralea.
“Se antepone el animalismo sobre el humanismo, aberrante criterio. Se habla con ligereza y, por consiguiente, con irresponsabilidad, de lo que se desconoce”, dijo aquí, premonitoriamente, en su Pregón de ese mismo 2017, Heriberto Murrieta.
Mucho hay que hacer para “desfacer entuertos” y aprovechar lo mucho que “nos han dado natura e historia” y hacerlo bien.
En su Pregón Taurino, que en el año 2015 en esta Feria de Zacatecas Luis Niño
de Rivera convirtiera en una magistral lección de historia de México y del arraigo de la tauromaquia en este maravilloso terruño nacional, recordaba momentos dolorosos de nuestra Fiesta, como cuando en 1826 hubo un decreto prohibiendo los toros, y los tristes momentos nacionales, cuando dos gigantes de nuestra Historia Patria: Benito Juárez y Venustiano Carranza, en 1867 y 1916, respectivamente, prohibieron en toda la nación las corridas de toros.
Yo, como juarista y carrancista de hueso colorado, me congratulo que, para ventura de los mexicanos, permanezcan enhiestos los valores esenciales de la Reforma y de la Revolución constitucionalista –a pesar de quienes han trastocado con frecuencia su derrotero–, producto del talento, la decisión y la valentía de esos dos grandes héroes de la Patria.
Pero también, afortunadamente para todos, me felicito de que la tradición nacional de la tauromaquia haya superado sus desafortunadas decisiones de prohibirlas, uno de esos errores que suelen cometer –en ocasiones–, incluso las grandes figuras de la historia.
No hay razón, porque la razón la tenemos nosotros y porque nos lo demuestra la historia, por la que no podamos volver a superar uno más de los momentos aciagos que ha enfrentado esta inigualable actividad que es nuestra pasión.
Los taurinos estamos acostumbrados a las embestidas, por broncas o inciertas que sean, pero sabemos cómo citar, cargar la suerte, templar y rematar.
Pero eso requiere no sólo de buenos deseos, de buenas ideas y de buenas razones, que nos sobran, sino, además, de un pragmatismo consciente y de una acción coordinada, oportuna, incesante y eficaz.
Se dice que Napoleón, en los instantes de mayor presión, previos a sus grandes batallas, solía afirmar: “Despacio, que llevo prisa”.
Fiel a mi afición taurina, en cuya Fiesta los tiempos son sinónimo de maestría, de arte y de poder, pero también recurso de vida y preludio de muerte, como en la propia existencia humana, transcribo unas palabras extraídas del libro “El toro bravo”, de don Álvaro Domecq:
“Despacio, como planean las águilas seguras de sus presas. Despacio, virtud suprema del toreo. Despacio, como se apartan los toros en el campo.
Despacio, como se doma un caballo. Despacio, como se besa y se quiere, como se canta y se bebe, como se reza y se ama. Despacio”.
Sí, despacio, sin prisa, pero sin pausa.
A apretarse los machos, a echar el pie pa’lante y a “tomar el toro por los cuernos”. ¡Sin prisa, sí, pero sin pausa!
¡Gracias Zacatecas, pedazo de Patria cuyo suelo ha sido regado por sangre de patriotas, en la defensa de la libertad y la independencia de México y de los mexicanos, libertad e independencia que deben ser totales, sin cortapisas y sin limitantes!
Despacio, como planean las águilas seguras de sus presas, despacio, virtud suprema del toreo...
¡Gracias Zacatecas, cuna de hombres ilustres, que han abonado nuestro suelo cultural con su talento, su integridad y su pasión por México!
¡Gracias Zacatecas, rincón taurino de nuestra “Suave Patria”, por su defensa de la Fiesta Brava, que es fiesta zacatecana y mexicana!
¡Y gracias a los organizadores de esta feria magnífica, por la honrosa invitación, que enmarcaré en mi vida, de permitirme decir el Pregón Taurino de 2025, bella tradición de esta tradición bella, que enaltece lo mexicano y sus mejores valores y que pronto ya, escuchará los primeros toques del clarín en la Fiesta del Toro, música que debe sonar con claridad y fuerza, en todos los rincones de la Patria!
¡Y gracias por su paciencia!
Termino mi Pregón con la misma emoción de quien corta una oreja ante su amada.
¡Viva la Tauromaquia, viva la Fiesta Brava, tradición de México; Viva Zacatecas, Viva por siempre su feria… y viva México!
Javier Jiménez
Espriú


Todo lo sólido se desvanece en el aire Marshall Berman
El doctor José Francisco Coello Ugalde (San Juan del Río, Querétaro, 1962 – Ciudad de México, 2025) era ingeniero electricista y un gran historiador al que le costaba trabajo pronunciar la palabra “modernidad” porque su alma fue un eco del siglo XIX. Todo él era ceremonia, hasta su firma. Su reloj era de arena, pero arena de plaza de toros con la que se transportaba en la ruta de los tiempos, investigando, buscando respuestas y resguardando el vestigio más inimaginable, producto de su infinita curiosidad.
En el trato con el prójimo otorgaba mucho respeto, incluso casi pedía permiso para escribir sobre las auras de aquellos personajes célebres que ya se habían ido de este mundo, inconfundibles en su genio y figura, quienes usaron sombreros de ala ancha y monteras desteñidas, como Bernando Gaviño, Ponciano Díaz, Rodolfo Gaona o Juan Silveti. Cualquier archivo muerto lo tornaba vivo a base de tener el dato preciso y así conseguir devolverle el aliento.
Con una generosidad sin reserva, al doctor Coello le gustaba compartir –con un café humeante en la mano–su último hallazgo arqueológico. Ése que al poco tiempo convertía en proyecto editorial y luego transformaba en una obra escrita, misma que remataba como una media verónica de fina brisa, inspirada en las fuentes consultadas.
Amaba el cine, restauraba celuloides viejos, casi avinagrados, con faenas inauditas en blanco y negro de aquellos toreros de coleta natural y caballos que ni usaban peto, en
medio de plazas de toros desbordadas de afición, de todo aquello fue rescatando el oro viejo de los ternos y los hizo tesoros de filmoteca.
También fue un bibliófilo taurino de cepa… y en sepia, poseedor de un acervo que era un cofre repleto de luminoso conocimiento cuyo contenido estaba ordenado y clasificado, con la misma meticulosidad de su formación de doctor en bibliotecología y estudios de la información.
Enamorado de la poesía, le gustaba sumergirse en un verso de Rubén Bonifaz Nuño, lo mismo que en su pasión de melómano con gustos exigentes, entre el flamenco por soleá o los sonidos pakistaníes que agitaban el incienso de su cigarro, siempre al borde del abismo entre sus apretados labios, con ese rostro de piedra, serio, que parecía inexpresivo, pero al que acudía la sonrisa cómplice en el momento preciso, lo que brotaba de su sincero corazón.
Fue un activista y defensor de la tauromaquia sin escándalos ni aspavientos, y sabía torear a cuerpo limpio, tocando muchas puertas ante la ceguera política de quienes marcaron el pase del desprecio a su propio pueblo con el totalitarismo de las prohibiciones; dejando sin corridas a la afición de la Ciudad de México, queriendo desaparecer el arraigo y la identidad del último ritual de sacrificio bajo el sol, porque no son capaces –o se niegan absurdamente– a comprender el esplendor de seda y oro de la tauromaquia y sus siglos de existencia.
Para el doctor Coello su mejor argumento siempre fue la cultura hecha una serie de firmes muletazos con todo lo que recopiló por años de investigación en la profundidad de los acervos, hemerotecas, bibliotecas… y hasta en las arcillas de plazas de toros. En cualquier rincón donde hubiera algo por conocer, algo por descubrir.
Paco Coello, como le decíamos los amigos cercanos, siempre traía en su narrativa el esplendor desde los cimientos de la ganadería de Atenco, cargaba en su espuerta libros, cuadernillos de apuntes, divisas de enormes moñas ajadas por el tiempo, mientras disfrutaba hablar de nombres de toros emblemáticos que fueron pie de simiente.
Nos queda por fortuna su legado una brillante puerta de cuadrillas que abre paso a su sensible y profunda investigación en la historia del toreo en México, el paso por las ganaderías de bravo y la recopilación de lentejuelas y alamares de toreros cuña, de personajes sui generis que habitan su blog “Aportaciones Histórico-Taurinas”, un deleite para aquellos que gozamos de los hechos del pasado.
El doctor José Francisco Coello siempre será un referente que ha hilado, deshilado y bordado la historia de la tauromaquia a base de profesionalismo y vocación, de la misma manera que el toreo-verdad: Siempre de frente y por derecho. ¡Ah, cómo lo vamos a extrañar! Al historiador, al ser humano, pero, sobre todas las cosas, al extraordinario amigo.
Mary
Carmen Chávez Rivadeneyra

