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El naturalismo y la pedagogía

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María Montessori

María Montessori

una libertad iluminada con la razón que, al propio tiempo, provea al hombre de una verdadera felicidad. (No hay que buscar aquello que está más allá de nuestra propia potencia). Entiende por naturaleza, a la vida originaria pura, no influida por los convencionalismos sociales (Galicia, 2012, p. 121)

“Solo por medio de la educación el hombre llega a ser hombre” el hombre debe ser el centro de atención de la educación. La educación debe ser evolutiva, considerando que cada día el hombre necesita de nuevos conocimientos para sobre vivir y afrontar nuevas situaciones, se debe respetar la naturaleza de cada individuo, (el ser de cada persona) y buscar métodos de enseñanza que se acoplen para que cada ser pueda desarrollarse de una manera similar a los demás, no importando sus dificultades de atención y actuación, se deberá buscar la forma de que éste aprenda lo que se debe aprender.

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Enseñar al hombre, que por naturaleza es bueno, a doblegar ese amor natural a sí mismo y para los demás, construyendo en él una persona humanista.

El naturalismo y la pedagogía El hombre natural exalta la dimensión individual frente a lo social, lo que lleva a la pasividad, a la ausencia de juicios de valor y de fines. Podríamos decir que una pedagogía de amor se opone a un planteamiento filosófico-antropológico naturalista ya que parte de una sobrevaloración de la naturaleza humana, esto es, de su aspecto biológico y vital. Esta postura en nuestros tiempos ha sido representada por el pensamiento materialista y positivista del siglo XIX.

Aunque existen muchos matices en el naturalismo, el rossoniano tiene la característica de centrarse en el alumno (“revolución pedagógica copernicana”); se trata de formar al hombre por él mismo, ya que en él se encuentran los fines e ideales de la educación (inmanentismo educativo); ésta no se ejerce como acción intencionada, de tal suerte que, dicho a guisa de crítica, la intencionalidad es lo que define a la educación. No obstante, pensamos que la espontaneidad vital

necesita ser orientada, dirigida desde dentro y desde fuera, sin que se convierta en autoritarismo.

La bondad de la naturaleza humana está en entredicho para una pedagogía del amor, en la cual se parte más bien de la complejidad y el conflicto radical (radical entendido en su sentido ontológico) que caracterizan al ser humano. En contraposición con la pedagogía naturalista, encontramos posiciones idealistas (hombre-espíritu) que parten de la sobrevaloración de la dimensión espiritual del ser humano. De tradición muy antigua, con Platón, esta posición se reforzó por el cristianismo: el hombre, por medio de la educación, debe liberarse de la carga del cuerpo mediante una fuerte disciplina que lo someta. Una educación de esta naturaleza desconoce su carácter histórico, así como la dimensión concreta del ser humano, su ubicación en el mundo y su compromiso en él, a tal punto que lleva al individualismo y a una educación clasista, secretaria o elitista.

La educación por medios naturales es la que estimula al hombre a ser juez de sus propios actos, la naturaleza concebida desde el nacimiento nos la da el ser supremo, como un regalo de vida, una vida rodeada de un ambiente hermoso y natural que es concebido y adaptado a nuestras necesidades y, también nosotros nos adaptamos a las necesidades del ambiente. Una educación por medios y métodos naturales se acopla al individuo para que éste desarrolle su máximo potencial que la naturaleza le provee, sin sentir la educación como una carga, más bien como una reliquia de vida que le permite al individuo alcanzar la plenitud de sus acciones y desarrollarse en un ambiente de paz y armonía social.

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