TAREA EN EL RÍO - Fabiana di Luca

Page 1

TAREA EN EL RÍO

Fabiana di Luca

Mayo de 2024

Plaza Seca del Centro Provincial de la Artes Teatro Argentino

Museo Provincial de Bellas Artes Emilio Pettoruti

La Plata, Argentina.

El río lleva, trae, algo nos deja y algo se va, dice una canción.

Pienso: es una promesa de algo que no sabemos.

Suena, resuena, se va y nos olvida.

Viendo lo que hiciste recordé mi infancia y me pregunté si aquellos sauzales y aquellos arroyos me recordarían. Eso me inspiraron estas telas bellísimas. Hay tanto en un río que ya deja de ser un río para pasar a ser otra cosa, tal vez vida y luz. No es poco.

Liliana Herrero

ONIRISMOS SALVAJES

Guillermo David

A cada generación el río de aguas turbias le reclama una nueva poética. En su devenir aluvional el Paraná leviga vértigos históricos que, condensados en imágenes y textos, conforman napas cruciales que hay que desleer para comprender la nación.

Alguna vez Sarmiento creyó conjurar las fuerzas demoníacas que anudan nuestra historia con una utopía intempestiva y falaz afincada en el río. Pero el río es también la conjugación de destinos trágicos de la cultura argentina, como Lugones, Conti o Walsh, que lo habitaron, cuyos nombres rubrican otro tiempo afantasmado a la espera de redención.

El río es lo igual a sí mismo, lo permanente que fluye. Cifra su enigma en un devenir interrogante. Para ahondar su misterio Juanele Ortiz puso a navegar sus versos en letras diminutas, desparramadas en la página como jangadas o camalotales que recorren sus afluentes. De ese modo el poema, en su derrota, se hace destino. Sin embargo, “nunca bajarás dos veces al mismo río”, según advirtió hace más de dos milenios Heráclito de Éfeso, el filósofo del fuego. Las cosas están siempre dejando de ser lo que eran. El mundo es, siempre, otro. Y requiere volver a ser dicho.

En el Libro de los Pasajes, Walter Benjamin reflexiona sobre el lugar de las invenciones técnicas que prefiguran el cine. Cajas negras de la vida urbana, ciertos dispositivos con tramoyas de luces y sombras que exhibían secuencias gráficas construyeron un público que modificó su percepción del mundo a través de narraciones visuales, remedos actualizados de los vitrales medievales de las iglesias. La aceleración moderna del tiempo requería ser replicada ya no en la forma estática del cuadro en el museo sino en un relato serial que

condensaba y ponía en movimiento el devenir del mundo. Hoy el arte las llama instalaciones; su versión digital postula, como en aquellos días, la realidad aumentada e inmersiva. Pero su forma más conocida fueron los Panoramas: narraciones escenográficas de tema épico, eran versiones miniaturizadas, acotadas en un espacio de contemplación, de la Historia, cuyo sentido contribuía a fundar la nación. Ernest Renan postulaba que toda nación es el consenso colectivo cotidiano sobre quién se decide ser; la dialéctica de épica y olvido arroja por saldo la identidad nacional. Los Panoramas se pensaron para cumplir esa pedagogía cívica. Un siglo más tarde Fabiana Di Luca apela a ese dispositivo anacrónico, y, por ello mismo, doblemente significativo, al que pone a funcionar para dar cuenta de un enigma y una experiencia.

El Paraná, el gran río de aguas marrones, es un vértigo horizontal que repta por la planicie y antes de desahogarse en el Mar Dulce caracolea en los meandros del Delta. Esa deriva serpeante es el modo que Di Luca, habitante y testigo del río, emula. Recrea así un antiguo lenguaje en el que el ensueño trama

secuencias narrativas que reponen la experiencia única de habitar las aguas, de asistir a su poderío fugaz y a la vez permanente. Ese onirismo salvaje al que apela para recoger tramos de su propio vínculo con el río es lo que las filosofías llamaron vivencia: inefable, intransferible, como la experiencia mística, sin embargo admite ser pensada, deseada e imaginada. Y ahí se juega una situación paradojal: carecemos de una mirada inocente sobre la naturaleza; raramente somos afectados por la experiencia directa, pura, desnuda. No confrontamos sus acechanzas con una memoria sensorial virgen sino que estamos mediados por la construcción tecnológica de la percepción, que ha perdido conexión con la materialidad viviente y se rinde ante la hegemonía del ojo virtual de Occidente. Esa virtualidad espectral despoja de inocencia la mirada, que se cierne sobre el mundo tamizada por la cimbra técnica que la coloniza. Sin embargo, cargamos un saber en nuestro cuerpo que no sabemos que detentamos. Fabiana Di Luca ha encontrado ese saber, lo ha transformado en método, onírico, dramático y crítico, y ha logrado construir narraciones

visuales que facultan la reposición de la experiencia perdida. Trae así las escenas idílicas de una paleta impresionista, emancipada de todo naturalismo, pero también una alternancia que evoca la candidez del Aduanero Rousseau o de Tarsilia do Amaral tanto como las pesadillas de Max Ernst y las visiones prerrafaelitas del turbulento Turner. Pero lo hace con un lenguaje nuevo, propio, feliz, en el que la paleta de dios se vuelve prístina, amable y alucinada.

Tarea en el río, María Obligado de Soto y Calvo 1905, óleo s/ tela, 60 x 110cm Colección Museo de Arte Tigre. Municipalidad de Tigre

UNA VELA ROJA

Fabiana di Luca

“No pueden someterse a ningún género de mesura, porque la superficie es una ilusión”

Cófreces y Muñoz

“Una selva que al agua entra y se desfonda”

Francisco Madariaga

“Un acuerdo provisorio entre la sangre y la savia”.

Carlos Enrique Urquía

Las islas del Delta son parte de un sistema de humedales caracterizado por el vaivén, la fuga, la disolución, la resurrección. Habitar aquí es habitar ese movimiento sin fin, hacer pie en reflejos. Aprender de los cipreses que pese a todo echan raíces y fijan lo que la corriente se lleva. Aceptar lo que no admite regla humana. Mantenerse atenta al ritmo y a las voces del viento, a las crecientes y a las bajantes, al paso de las gallinetas subrepticias o al silbo desesperado de las pavas de monte, a la aparición de perros vagabundos, agujas de un reloj imprevisible y quizás, por eso, único capaz de acertar aquí las horas. Atender sin dejarme hipnotizar al cambio perpetuo de los colores del cielo, del agua, de las hojas. Comprender el cambio de las palabras, que aquí siempre significan distinto. Aceptar cada una de esas variaciones más o menos sutiles, veloces, violentas. Saber, al fin, los modos en que el agua modela cuanto encuentra: orilla, troncos, muelles, embarcaciones, días, palabras, personas, yo. Llegamos a esta isla el 30 de abril de 2015 a cuidar una casa por 5 meses, aún estamos aquí. Quedarme fue organizar la vida de otro modo y, sobre todo, ubicarme. Me propuse ir al encuentro de la forma isla.

“Tarea en el río” es parte de un proyecto en desarrollo en el que estoy trabajando desde el año 2022. Una serie de rollos de lienzo de 70mts lineales en los que voy componiendo un paisaje continuo a partir de mi experiencia de vida en las islas. Ir hacia / estar en / cultivar el paisaje en tanto imagen que se despliega en el espacio y tiempo de las islas, sin solución de continuidad. Del mismo modo en que navegamos por los arroyos y se suceden muelles, cipreses, sauces, palafitos, botes, pájaros, me propuse la producción de un paisaje continuo que registre horas y formas de un territorio en continua disolución y riesgo. Me interesa recuperar una concepción del paisaje en clave fenomenológica.

No considerarlo como una yuxtaposición de detalles pintorescos, sino como un momento vivido. Comprender un paisaje es ser atravesado por él en una relación que afecta a la carne y a la sangre.

“Tarea en el río” es el modo en que María Obligado de Soto y Calvo titula una pintura de 1905 en la que una mujer cose la vela de un barco que su compañero repara a su lado, ambos bajo la sombra de los sauces. María y

Francisco habían construido en 1880 su casa-taller-biblioteca, el Palacio Rivera, sobre las barrancas del Paraná en la zona de Ramallo. Una construcción rara e imponente en la que la rodeaban sus más de mil obras, una biblioteca de 20.000 ejemplares, una pinacoteca personal de 60 piezas escogidas, esculturas y muebles que pertenecieron a personajes como San Martín o Deán Funes o la porcelana de Rivadavia. En su jardín, María convivía con una gran variedad de pájaros, muchos de ellos aves exóticas traídas de sus viajes, a los que observaba y estudiaba con detenimiento. En sus cuadernos ensayó estudios sobre el trino, además de llevar un registro de sus nombres y defunciones (cuenta la leyenda que también anotaba las uniones y que los embalsamaba después de muertos).

Por su pertenencia de clase y su cercanía a la intelectualidad política y cultural de la época, María fue de las pocas mujeres que pudieron desarrollarse e insertarse en el campo artístico local como pintora.

Esta imagen me cautivó cuando vine por primera vez al Museo de Arte de Tigre poco tiempo después de llegar a la isla. Quizás el tamaño del rojo que le

gana por pregnancia al verde que domina, quizás por el misterio en la labor de esa mujer que nos da la espalda, quizás por un silencio que hay y nos permite sentir el canto de los pájaros y el murmullo del río, quizás por un modo paciente de construir esa nave…

Esa enorme tela roja condensa para mí un modo de estar en estos territorios: el trabajo como construcción de una supervivencia cotidiana pero también el viaje, la posibilidad de trastocar toda rutina y aventurarse en las horas y los días bajo la sombra de los sauces o en el cauce de los ríos. Esa vela roja y mi tela de 70 metros es lo que media entre nosotras y el territorio. Ese pedazo de tela es soporte y posibilidad de construir otro modo de estar en estas tierras.

Una vela es la materialidad que capta la potencia del viento y nos lleva a otras dimensiones. La tela/vela es soporte en el que convive la naturaleza y los sueños.

Agradezco especialmente a Guille David sus palabras generosas; a Liliana Herrero por su música y las conversaciones siempre inspiradoras; a J.B. Duizeide por su modo de estar y ser estímulo permanente; a Maite Rodríguez di Luca porque siempre trae aire fresco en su mirada; a Gabi Pesclevi y Pheonía Veloz por los intercambios y entusiasmos; a Margarita Garcia Faure por su ojo atento y sensible; a Laura Valencia por los modos de expandir siempre las posibilidades del arte; a Nahuel Aquino por ser mi coequiper todoterreno; a Constanza Coppello, Francisco Urretabizcaya, Regina Cupo, Marilina Oriolani, Emiliano Blanco por sumarse al juego; a Maira Muiños por su lente cuidadosa; a Nechu Eliçabe, Paula San Cristóbal, Maite Pelaez, Renée Zgainer por el aguante y la buena onda; a Gustavo A. Perez por sus músicas; a Federico Rubituso por creer en mi trabajo.

10 de Mayo de 2024

nro: impreso en Luna Llena una isla taller, arroyo Gambado, 1º sec Islas del Delta, Tigre. Argentina.

Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.