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Cementerios del Maule
from Encuentro 81 N°9
by Encuentro 81
José Contreras Pimentel

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Investigaciones de historia local de Constitución
Autor del libro: Breve reseña histórica del Cerro Mutrún
Introducción
Siempre he sentido pasión por descorrer el velo histórico esparcido de nuestra bella ciudad de Constitución, con sus variados matices y poder recrear parte de su memoria.
Son tantos los hechos acaecidos, algunos para bien y otros para mal; pero siempre prevalece el dicho: “Cuando Chile cae, igual se levanta y con mayor fuerza”... y es eso lo que me motiva en mis breves investigaciones. En este caso de “Cementerios del Maule”, evoco ciertas catástrofes que han afectado crucialmente a la vida humana.
Una realidad histórica que nos enseña a precaver. Algunos hechos quizás sean casuales o quizás se repitan y fijen estados comparativos, o quizás sean precursores de un mañana en que todo puede suceder.
El primer panteón de la villa Nueva Bilbao, Constitución.
Al oeste de la ciudad de Constitución, en la región del Maule, bordeando al pacífico y al lado sur del histórico Río Maule, se encuentra el Cerro Mutrún, cuyo nombre deriva del mapudungún y significa “donde se estrellan las olas”.
A su alrededor la soledad, hasta finales del siglo XVIII es un paisaje de lagunas, esteros, junquillos y totorales, grandes ventoleras por entre los desordenados pasillos de originarias arboledas.

Luego vendrían los españoles como invasores a acicalarse con las tierras ajenas, provocando cambios en la religiosidad y en las costumbres de los aborígenes asentados en el lado norte del Maule; traspasando su huella hacia la superficie licuefacta de lo que algún día pasaría a ser la villa Nueva Bilbao, actual ciudad de Constitución.
Cerro abajo del Mutrún, en la vecina colina de arena, muchos indígenas se atrincheraron por última vez, cual leyenda antiquísima en socavones misteriosos, formando un pequeño cementerio de cuerpos encogidos, acompañados de rústicas artesanías.
“Se plasmó el tipo mestizo de los cerros con el predominio antecesor español en la regularidad de los rasgos fisiológicos y la verde clara luz de las pupilas, que el abuelo indígena escondió su cabeza de zorro en lo más hondo de la naturaleza como una caverna inaccesible”. Latorre Court Mariano. Prólogo a baladas criollas, Editorial Nacimiento. Santiago 1940 p, 536.
En 1770, se asentaron en la boca del Maule treinta y tres pobladores venidos de la zona central, quienes levantaron los primeros caseríos, los que, a la llegada de los vascos serán llamados “peones pobladores”, dándose inicio a la formación de esta villa y con ello a la instalación del primer panteón en las alturas del cerro Mutrún.
“Caseríos y aldeas, pueblos y ciudades, toda la vida del Maule nació de estas lejanas explotaciones coloniales a las cuales el oro descubierto en quebradas y esteros prestó durante algún tiempo un ficticio fulgor legendario y aventurero” Tornero S Recaredo. Chile ilustrado: Guía descriptiva del territorio de chile. Constitución. 306.

En los bajos del Mutrún, la nueva villa trata de desprenderse del antiguo paisaje desolado y el pueblo se hace marinero.
En 1794, nace la villa con su cuelga de cerros y desplegándose al Pacífico, entre los remotos vestigios de que en algún tiempo muy lejano también fue parte del mar.
La franja común ribereña del Maule, tendrá la característica de cosmopolita y homogénea, todos apuntando a un mismo objetivo común: marítimo-fluvial
En 1820 se instaló el segundo cementerio: el de la playa, el que bajo cierta ley prohibía el entierro de protestantes y otras minorías, presentándose variados problemas en las sepultaciones, en esa época existía solo el cementerio de disidentes de Valparaíso para ello.
En esta ciudad falleció una dama extranjera, abuela de Enrique Mac-Iver y que no pudo ser enterrada en dicho cementerio y tampoco en Valparaíso, por no haber buque disponible en esa oportunidad para su traslado; por lo que su cuerpo debió ser velado por muchos días, hasta que un buen día apareció un buque que la trasladó Entre 1860 y 1870 debido a estos trances se crea un tercer cementerio: el Panteón de los Ingleses, casi exclusivo para los capitanes de buques y sus familias, todos extranjeros (en la subida de la que es hoy la villa Copihue). Como sentido de ornamentación marinera, desde lo alto de un cerro y mirando hacia el mar se instaló un monumento semejante a un faro y que en las noches irradiaba una pequeña luz.
Una noche de 1873, dicha luz hizo equivocar el rumbo de navegación al capitán de la Charlotte que viajaba desde Liverpool, confundiéndose con el faro de Valparaíso, provocando el hundimiento de esta nave en las cercanías de la barra del río Maule.
Este panteón fue abandonado, desapareciendo totalmente con sus cruces, tumbas y ornamentos.
El cementerio colérico del Mutrún.
La epidemia del cólera entre 1886 y 1888.
Esta epidemia de carácter pandémico se desarrolló desde 1883 en Egipto. En Chile el primer caso se registró en diciembre de 1886, cerca de San Felipe.

Las bacterias se diseminaron por las corrientes de agua que bebían los habitantes y por consiguiente, transportadas por los pacientes.
“Entre los años 1886 y 1888 la cuarta pandemia de cólera asoló la zona central de Chile, muriendo sobre 28.000 personas en cortos periodos de tiempo” Westfall, Catherine/Cáceres, Raquel Iván Vidas mínimas y muertes anónimas. Arqueología de la Salud Pública de Chile. La epidemia de cólera en Santiago, siglo diecinueve, p. 167.
La forma de contagio: siguiendo el mismo padrón de otros lugares, se daba por las aguas contaminadas en las combinaciones con las letrinas cercanas a las norias o a los esteros que cruzaban la ciudad.
En la parte oeste de la ciudad bajaba el estero “Buenas Aguas”; cuyas aguas desde los primeros tiempos era la fuente predilecta de los habitantes, la que surtía de buena agua a la pileta de la plaza de armas. Y era abastecida a través de los “aguateros”. Por desgracia este estero se convirtió en un contenedor de letrinas a lo largo.
Por las características infecciosas de esta pandemia del cólera, los cuerpos de las víctimas no fueron enterrados en los cementerios y los cadáveres eran transportados en carretas al Cerro Mutrún y a otros cerros colindantes.
En ese tiempo existió un aislamiento obligatorio para evitar posible aumento de contagios.
Puede que se hayan dado casos similares a películas terroríficas de zombis, cuando más de alguna víctima del cólera fuese condenada a morir en la soledad de sus crueles dolores.
“En los episodios de muertes por cólera, se exigía desinfectar bien los cadáveres con cal sobre la mortaja y enterrarlos a una profundidad suficiente para evitar las emanaciones La profundidad de los pozos y de las capas de cal sobre cada cadáver debería ser tal que impidiera que los animales pudieran desenterrar. Los ataúdes debían ser de madera forrados en cinc” Guajardo y Quevedo 2000: 316
Algunos de los contagiados graves pasaban a los pocos lazaretos que existían, por la imperiosa necesidad de un aislamiento forzoso.
Recuerdo que hace un tiempo atrás me encontraba efectuando una investigación en el cementerio municipal de Talca y la administración me hizo pasar a un antiguo mausoleo, en el que había una antiquísima camilla y una montonera de archivos y libros viejos; entre ellos, unos con datos de pacientes fallecidos y otro epidemiológico de aquellos tiempos e incluso con algunos nombres de personas de Constitución
Puede que ese antiguo edificio hubiese servido de lazareto o sala de autopsia; aunque estando solo, igual me sentía acompañado.
Investigaciones de los cementerios coléricos.
Los investigadores arqueológicos, Westfall y Cáceres, en su completísima investigación de la salud pública dan a conocer los lugares de entierros y de la existencia de los únicos tres cementerios coléricos encontrados en el país, siendo uno de ellos el ubicado en el Cerro Mutrún de Constitución

Reflexión
El silencio de las alturas del Mutrún, abre surcos misteriosos a los cuatro puntos cardinales y tan solo se escucha el sollozo lastimero de las ramillas de los árboles y los arbustos, dibujando siluetas extrañas entre las acostumbradas nieblas como si buscaran en las profundidades sacar más de un recuerdo de una increíble historia a la superficie.
Cuantos muertos yacen ignorados por el tiempo y es como si las grietas quisieran indicar: “Aquí yacen unos de los fundadores de esta villa o uno de los peones pobladores o un protestante venido de lejanas tierras y que fue un activo capitán o marinero y que persiste lealmente anclado a esta nave encallada a los pies del Maule, percibiendo el aroma salino del mar”.
O “Aquí yace mi cuerpo devorado por una mortal enfermedad, con mi mente intacta, mientras agónicamente mi cuerpo era consumido vorazmente separado ya en vida, para no contagiar; aquí en la alta cima del Mutrún muy cerquita del mar y las estrellas”.
En el Mutrún pareciera percibirse estas muertes dolorosas de quienes tuvieron que partir con esa pesada cruz, clavándoles las carnes, mientras la epidemia los consumía y se impregnaba la soledad de una muerte ya casi sin cuerpo.
Puede que más de alguna vez hayan rodado las piedras extrañamente, mostrando alguna señal de la inteligencia humana, de que no es lugar para sacrificios festivos.

Puede que el silencio de las sombras se haya paseado, cual siluetas de almas en pena entre las abrasadoras nieblas de la noche, y danzado en las noches de luna llena y nadie dijo nada, como si la muerte al final fuese omisión y la de estos tiempos muerte pública más allá del más allá.
